La práctica del concubinato se está volviendo cada vez más común en el mundo occidental, como un sustituto para el matrimonio cristiano. El término generalmente define una relación heterosexual de corto o largo plazo fuera del matrimonio.
El asunto en sí es complejo y difícil de abordar, pero debemos estar dispuestos a analizarlo. La práctica del concubinato se entendía como una indicación de decadencia moral y se la consideraba como fornicación, pero la comprensión del tema cambió a lo largo del tiempo.
Actualmente, la sociedad no solo acepta el concubinato como un tipo de casamiento, sino también lo incentiva, ya sea directamente, a través del ejemplo de personalidades mediáticas, ya sea indirectamente, al reducir los beneficios de seguridad social a la viudas o viudos que se casan nuevamente.
Para evaluar el asunto en discusión, tenemos que examinar algunos puntos relacionados con el entendimiento bíblico sobre el matrimonio y la compatibilidad de la enseñanza de las Escrituras con el concubinato.
1. El matrimonio fue instituido por Dios.
La Biblia enseña que el casamiento fue instituido por el propio Dios y era muy bueno (Gén. 1:31; 2:22-24). Él afinó el funcionamiento de todo lo que creó a fin de garantizar su desempeño adecuado y su interacción con el resto del mundo creado (Gén. 1:4, 12, 17, 18). Después de crear a Adán y a Eva, Dios los unió y definió la manera en que debían relacionarse el uno con el otro (2:24). Por lo tanto, para los cristianos, el matrimonio debe ser un reflejo de la relación original que Dios estableció entre el hombre y la mujer. Cualquier reclamo de independencia de la intención divina para el matrimonio sería seriamente sospechoso.
2. El casamiento tiene una dimensión pública.
El casamiento no es un acuerdo que se realiza entre dos personas, aisladas del Señor y de otros seres humanos. En las Escrituras, el matrimonio ocurre ante los ojos de Dios y de otras personas, a fin de incluir en la relación los elementos de responsabilidad y legitimidad mutuas. Originalmente, Adán y Eva estaban unidos en la presencia del propio Dios. Desde entonces, la unión de dos personas en el matrimonio ha sido un evento comunitario (Juan 2:1).
El establecimiento de una familia no se considera una cuestión de discreción individual, sino un evento que tiene un impacto en la sociedad en general. Este entendimiento no es popular en una cultura que enaltece el individualismo, pero es importante en una sociedad que busca preservar sus valores y su integridad.
3. El casamiento implica compromiso permanente.
El casamiento efectúa una unión que establece una relación de carácter definitivo y permanente. En la Biblia, el matrimonio no es una experiencia que permite a la pareja determinar si permanecerá comprometido con el otro o no. Es la expresión de un amor tan puro y profundo que desea expresarse en una alianza vitalicia. En esta nueva relación, el cónyuge deja al padre y a la madre para unirse a la persona amada (Gén. 2:24; Mat. 19:6). Hay una separación que lleva a un nuevo tipo de unidad duradera, sobre la base del amor. En esta relación, marcada por el respeto mutuo, el compromiso y la permanencia, ocurre la actividad sexual, como expresión “sacramental” de la unidad de la pareja. Ese acto precioso une vidas, no solo cuerpos.
4. El casamiento y el concubinato son incompatibles.
A partir de la Biblia es posible constatar que el casamiento y el concubinato son dos cosas incompatibles. El concubinato es básicamente la unión de dos personas, sin buscar la bendición de Dios ni la aprobación formal de la comunidad. Por lo tanto, es fundamentalmente una relación para el presente, con un pequeño interés por su futuro.
El elemento de compromiso mutuo en esta relación es menor que en el de un casamiento cristiano, lo que muchas veces lleva a uno de los dos a nutrir el miedo. Además, en el concubinato hay un riesgo mayor de que la pareja se hiera emocionalmente, provocando cicatrices permanentes. Nadie debe fingir que solo puede vivir el presente, sin tener en cuenta el futuro y las intenciones de Dios para nuestro bienestar emocional y espiritual en la relación conyugal.
5. Concubinato por conveniencia.
Es un poco más difícil evaluar el caso de los ancianos que se enamoraron, pero optaron por vivir en concubinato para no perder algunos beneficios financieros. A veces se sugiere que ellos no son sexualmente activos y que todo lo que buscan es compañía. La implicación de esto es que, en ciertas circunstancias, el concubinato podría ser aceptable. Esta línea de argumentación tiende a ignorar el hecho de que somos seres sexuales hasta la muerte.
Obviamente, no hay nada de malo en la amistad entre dos personas ancianas. Si les gusta estar juntas, nadie tiene derecho a levantar sospechas sobre su comportamiento. La pareja es la que debe establecer el momento en el que la relación se vuelve más estrecha, pasando del nivel de amistad al nivel de intimidad. Si esto ocurre, es importante que la pareja considere algunas cosas que, además de las ya mencionadas, indican una relación que no cuenta con la aprobación divina.
En primer lugar, en este caso, el concubinato quita valor a la calidad de la relación, al dar prioridad a las necesidades financieras personales en oposición al amor mutuo. El compromiso no es total, sino limitado. Existe una barrera cuyo amor parece no ser capaz de superar y que, en cierta medida, los mantiene separados. No hay plenitud en su unión.
En segundo lugar, el amor verdadero debe estar dispuesto a sacrificarse por la persona amada. Esa es una característica fundamental del amor cristiano, tal como se reveló en el ministerio de Cristo. Este tipo de amor se muestra en la voluntad de comprometerse verdadera y completamente con el otro, sin reservas.
En tercer lugar, por medio de la disposición a comprometerse el uno con el otro, a pesar de las pérdidas financieras, los matrimonios de edad mostrarán a las generaciones más jóvenes el camino que deben seguir al iniciar una relación amorosa. Ese modelo de valores cristianos es una gran necesidad para la comunidad cristiana actual.
Finalmente, sería útil que la iglesia y los dirigentes sociales busquen a los legisladores, en un esfuerzo por modificar las leyes que hacen difícil que los ancianos se casen nuevamente debido a las implicaciones financieras de esa decisión. La sociedad debe mostrar sincera preocupación con el bienestar de los integrantes de la tercera edad, promulgando leyes que faciliten su seguridad emocional y financiera.
Para finalizar, los miembros de iglesia deben hacer todo lo posible para ayudar a las parejas que viven en concubinato a que se unan en matrimonio. Debemos amarlos y cuidar de ellos, a pesar de que no podamos aprobar su estilo de vida. La mayoría de ellos todavía no conoce la belleza de un verdadero hogar cristiano. Reconocemos que muchas veces los matrimonios cristianos enfrentan desafíos difíciles y que, con más frecuencia de lo que nos gustaría, algunos de ellos terminan en divorcio; pero el matrimonio todavía es la mejor opción para la formación y la preservación familiar. En la mayoría de los casos, el concubinato refleja algún problema espiritual. En ese caso, la solución pasa por un nuevo compromiso con Jesús, que habilita al ser humano a comprometerse verdaderamente con otra persona.
Sobre el autor: Exdirector del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Nota: Texto publicado originalmente en el sitio del Instituto de Investigación Bíblica. Usado con permiso.