Es natural que un pastor que ha recibido una buena educación y posee larga experiencia en la dirección de las actividades de la iglesia se sienta tentado a manejar solo la iglesia. Evidentemente, muchos planes podrían ser formulados con mayor diligencia y propiedad en la quietud del estudio del pastor que en una reunión de oficiales de iglesia a la cual asisten diez o veinte miembros que no poseen suficiente experiencia pero gozan de la facultad de votar en contra del pastor. Es fuerte la tentación de tomar decisiones e iniciar procedimientos sin tener muy en cuenta los derechos de los oficiales de la iglesia.
Asimismo, puede el pastor haber notado que los oficiales no disponen de tiempo suficiente para dedicarse al estudio de planes y procedimientos detallados y se alegran de que el pastor se ocupe de ellos, ya que parece conocerlos mejor; por lo menos creen que tiene tiempo para idear y ejecutar los proyectos. En esta forma el ministro se siente casi obligado a proceder como benevolente dictador, haciendo las cosas a su manera, con el asentimiento pasivo de los oficiales de la iglesia. Tal método parece ser el mejor, pero no lo es.
Ha de resistirse firmemente tal tentación. No es cuestión de conveniencia sino de prudencia. El Nuevo Testamento nos dice que los primeros apóstoles buscaban el consejo de los hermanos laicos para la dirección de los asuntos de la iglesia y el espíritu de profecía apoya tal proceder. Ningún pastor debe permitirse cambiar, apremiado por el tiempo, un principio cardinal de la administración de la Iglesia Adventista: el del consejo múltiple. El presidente de la Asociación General trabaja de acuerdo con ese método, así como los presidentes de divisiones, uniones, asociaciones y misiones. En el concepto adventista del gobierno de la iglesia no tiene cabida el método de permitir que los individuos hagan decisiones y formulen planes por su cuenta. Nuestra denominación se ha edificado con toda solidez y franco éxito, Dios mediante, gracias a la labor combinada de grupos más o menos numerosos, método parlamentario llamémoslo, procedimiento que se basa en el principio del consejo múltiple. Y las iglesias resultan beneficiadas al adherirse a tal norma.
Se fijará a los ancianos responsabilidades bien definidas, encargando a cada uno de ellos un aspecto cuidadosamente delimitado del gobierno de la iglesia: uno será director misionero, otro consejero de los J. M. V., un tercero se encargará de las finanzas y en las iglesias grandes un cuarto podrá ser superintendente general de la escuela sabática. Si la congregación es muy numerosa, un anciano deberá encargarse de la plataforma y de los servicios del culto, otro organizará las reuniones de oración y un tercero se ocupará de publicar el boletín de noticias o quizás la carta pastoral mensual. Los ancianos pueden sucederse en la presidencia de la junta de la iglesia. Alguno se encargará de relacionarse con la sociedad Dorcas u otras organizaciones que a veces no están representadas en la junta. Un anciano puede presidir también la junta de la escuela de iglesia y otro encargarse de coordinar las actividades musicales. En iglesias muy grandes uno o dos ancianos actúan como directores misioneros adjuntos. No debe dejarse a un anciano sin alguna responsabilidad particular, concediéndose a cada uno sólo razonable importancia sino también deberes definidos.
¿Cuál es la tarea del pastor?
Pero si los ancianos hacen todo esto y quizás participan en la predicación, ¿se necesita realmente del pastor? Cumpliendo plenamente su deber para con la iglesia instruirá el pastor a los ancianos y demás oficiales de modo que le reste casi todo su tiempo y energía para dedicarlos a la promoción del Evangelio entre los no adventistas. ¿No es éste acaso el ideal adventista?
Semanalmente, o por lo menos mensualmente, se celebrará una reunión de ancianos. Si la asamblea es mensual deberá preceder en uno o dos días a la de la junta de la iglesia. Una vez que se haya llegado a un acuerdo sobre la distribución de las responsabilidades de los ancianos, el pastor se ocupará de comentar con cada uno de ellos por separado el alcance y los detalles de su tarea. Y cada anciano informará brevemente al respecto en la asamblea inmediata.
Sería ventajoso considerar anticipadamente, en la asamblea de ancianos, el temario de la reunión de la junta. A cada anciano se le asignará uno de los temas para que le dedique estudio, formule por escrito las recomendaciones pertinentes y lo presente ante la junta. Así el pastor no necesitará hablar de continuo; el grupo de ancianos se comportará como un equipo bien instruido de colaboradores íntimos. Si el pastor se propone invitar visitas para que les dirijan la palabra, deberá someter sus nombres a los ancianos. Invitará asimismo a éstos a sugerir temas de sermón para estar seguro de que cuida de todo interés espiritual en la serie de mensajes sabáticos que dirija.
El pastor consultará especialmente con los ancianos el asunto de los miembros nuevos que esperan bautizarse. Aunque un ministro ordenado se crea con derecho a bautizar a quien considere digno del sagrado rito, es la iglesia entera la que decide la admisión de nuevos miembros dentro de sus filas. Los ancianos deben conocer personalmente a quienes aspiran a ser miembros y el pastor hará bien en proporcionar oportunidades para tales relaciones.
En lo referente al trabajo de la iglesia el pastor encabezará el grupo de ancianos considerándose su igual. No es amo: es el organizador del esfuerzo colectivo.
Importancia de la colaboración de los diáconos
Los diáconos constituyen en nuestras iglesias una gran reserva de fuerza espiritual y misionera para el movimiento adventista; reserva a la cual se recurre demasiado poco, especialmente en nuestras congregaciones mayores. En muchos lugares los diáconos actúan simplemente como ujieres, lo cual puede ser propio en las iglesias protestantes de hoy, pero no cuando se trata de transmitir urgentemente al mundo la divina misión confiada a los adventistas del séptimo día. El pastor que infunda a los diáconos una amplia visión de sus oportunidades y los organice para la acción decidida, prestará un valioso servicio al progreso de la denominación.
Inmediatamente después de elegido, cada diácono recibirá de manos de su jefe una lista de diez o veinte miembros de la iglesia con los cuales deberá mantenerse en contacto. En el cuidado espiritual y práctico de ese grupo se le unirá una diaconisa designada por la jefa de diaconisas en consulta con el jefe de diáconos. El diácono y la diaconisa serán para su grupo lo que el pastor y el anciano para la congregación. Si algún miembro del grupo se ausenta de la iglesia, el diácono o la diaconisa deben notarlo y conocer el motivo. En caso de enfermedad u otra emergencia, organizarán la ayuda de inmediato. Asimismo darán sin tardanza los pasos para remediar todo desfallecimiento espiritual.
El jefe de diáconos es, con la jefa de diaconisas, el oficial principal del personal de la iglesia. El secretario lo mantendrá al tanto de los nombres y las direcciones de los miembros nuevos, informándolo además de los traslados. Una o dos parejas activas de diáconos y diaconisas se ocuparán de los miembros que residan lejos del lugar donde tiene su asiento la iglesia.
Amplíase la misión de los diáconos y las diaconisas
Un problema difícil en muchas iglesias grandes es el de mantenerse en contacto con los miembros que se mudan a otros lugares. Podrá solucionárselo haciendo que cada diácono se mantenga en contacto personal con los diez o veinte miembros de su grupo, informando a la brevedad posible sobre los movimientos de esas personas para que el jefe de diáconos y el secretario inicien cuanto antes la consideración del traslado.
Para cumplir sus tareas debidamente y con los mejores resultados, los diáconos y las diaconisas necesitan instrucción en los detalles de su obra. El pastor dirigirá un curso a tal efecto entre la fecha de la elección de estos oficiales y el momento en que entran en funciones. No se esperará que los diáconos y las diaconisas que se elijan durante el año asuman sus tareas antes de recibir la instrucción adecuada.
El jefe de diáconos y también la jefa de diaconisas asistirán a la asamblea de ancianos, informándose cabalmente de todos los planes en consideración. Después de cada reunión de junta ambos oficiales transmitirán a sus diáconos y diaconisas toda la información e instrucción necesarias.
Puede nombrarse un subjefe de diáconos para que se encargue de organizar a éstos como ujieres de los servicios regulares de la iglesia, incluso las reuniones de oración, las de negocios y de junta. Por eficiente que sea el conserje—en caso de que lo haya—el subjefe de diáconos encargado de los ujieres (o quizás uno de los diáconos designado al efecto) inspeccionará la iglesia y sus dependencias, inclusive la sala del pastor y la del coro, por lo menos veinte minutos antes de la hora de reunión. El cuarto de los enseres y el interior del púlpito serán objeto de detenido examen por lo menos una vez por semana.
El apoyo de los diáconos a nuestras campañas
La mayor oportunidad que pueda brindarse al diácono o la diaconisa de servir los intereses espirituales de la iglesia es apoyar las campañas o los proyectos en perspectiva o en ejecución. Cada diácono promoverá dichos proyectos en el seno de su grupo de diez o veinte miembros. La Recolección se realizará ajustándose estrictamente a la constitución del grupo bajo la dirección de su diácono. Los esfuerzos para proveer finanzas contarán con el apoyo de los diáconos y diaconisas dentro de sus respectivos grupos.
Casi un noventa por ciento de la elocuente pero no muy efectiva organización de campañas que hace el pastor desde el púlpito podría eliminarse si se organizase a los diáconos en acción concertada. Se dedicaría el tiempo en el púlpito al culto y la predicación, dejando que cada diácono se encargase de encauzar los proyectos hablando tranquilamente con los miembros de su grupo en sus casas en el curso de la semana. Es claro que se organizará un sistema de informes semanales, manteniéndolo al día para asegurar la mayor eficiencia. Si se utilizaran la labor de los diáconos y el sistema de grupos se eliminarían los inconvenientes que supone para el pastor—y los oyentes— el tratar asuntos de dinero durante el culto sabático.
El ideal divino para la Iglesia Adventista es que cada miembro sea un obrero activo. Podrá alcanzárselo si el pastor cuida de ampliar la visión de los diáconos y las diaconisas acerca de la parte que podrían desempeñar en la dirección espiritual y misionera de la iglesia remanente.
Sobre el autor: Profesor adjunto de historia y religión en el Southern Missionary College, EE. UU.