Una visión cándida de la homosexualidad que sugiere medios valerosos para atender pastoralmente a los homosexuales

Don se sentía aprensivo cuando pensaba en volver a la iglesia. Se había alejado enormemente de la tradición espiritual en la cual se había criado. Temía que los miembros de la iglesia local no lo comprendieran y lo rechazaran debido a lo que era y a los lugares donde había estado. Durante la mayor parte de su vida adulta Don había practicado abiertamente un estilo de vida afeminado. En la época cuando volvió a la iglesia se le había diagnosticado que era portador del virus (HIV) de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y había comenzado un proceso de recuperación de su adicción tanto química como sexual. 

Hay muchos casos parecidos al de Don. Cantidad de pastores y congregaciones ya se las han visto con la dura realidad de tener homosexuales en su feligresía o algunos que están solicitando ser miembros. Y en el cercano futuro muchos más desearán ser miembros de nuestra iglesia. Este artículo sugiere formas en que las iglesias y los dirigentes pueden responder a las necesidades de los homosexuales y los problemas que conllevan, de modo que el testimonio de nuestras congregaciones pueda ser tanto proféticamente claro como genuino y compasivo hacia las personas que están luchando contra estos problemas de tanto significado moral. 

Deben destruirse los estereotipos 

Se supone que los homosexuales deben reflejar las ideas que los medios electrónicos han dado de ellos y actuar de esa manera: varones delicados y afeminados y mujeres “hombrunas” o sobremasculinizadas. Un pastor desechó instantáneamente estos estereotipos cuando un jugador de fútbol americano profesional que asistía a los cultos de su iglesia le confesó que era homosexual. Además de perpetuar tantas inexactitudes, esas groseras caricaturas disminuyen la condición humana de los homosexuales, alentando a algunas personas a tratarlos como jamás se les ocurriría tratar a otros individuos de quienes difieren y con los cuales no están de acuerdo. Los cristianos reflexivos evitarán todo tipo de generalizaciones en favor de un cuadro mejor informado y más realista. 

Es necesario elegir cuidadosamente las palabras 

El término homosexual describe simplemente una orientación sexual. A pesar del hecho de que términos como “afeminado” y “lesbiana” se usan prácticamente como sinónimos de la palabra homosexual, éstos describen más precisamente respuestas de actitud y comportamiento a la orientación homosexual, más que la orientación misma. Alguien puede ser homosexual pero no afeminado o lesbiana, en la misma forma en que puede ser alcohólico abstemio tiene la inclinación a beber, pero se abstiene de hacerlo. Los críticos de este punto de vista señalan que el término homosexual suena demasiado clínico y que la cultura popular asume que no hay diferencia semántica entre afeminado y homosexual. Algunos activistas que favorecen a los afeminados han adoptado otros términos, en un esfuerzo por desarmar la etiqueta peyorativa y su impacto intimidante. En aras de la claridad, y como un medio de ayudar a iluminar el llamamiento de Dios a individuos que tienen atracción por el mismo sexo, yo uso el término homosexual para describir a hombres y mujeres con orientaciones hacia el mismo sexo, pero que pueden o no ser sexualmente activos. 

¿Quién es un homosexual? 

El término homosexualidad representa un amplio espectro de deseos y comportamientos que van desde las experiencias incidentales hasta toda una vida de intimidad sexual con personas del mismo sexo. La escala de siete puntos de la heterosexualidad/ homosexualidad presentada por Alfred Kinsey y asociados en su informe pionero de 1948 sobre sexualidad masculina en los Estados Unidos, describe el continuum de experiencias para individuos que son exclusivamente heterosexuales (0 en la escala) a aquellos que son exclusivamente homosexuales (6 en la escala). 

Las iglesias y los pastores reflexivos podrán distinguir entre la orientación de una persona y su decisión de actuar y responder sobre la base de esos deseos en formas sexualmente íntimas. No debieran condenar a las personas por su orientación homosexual, como no condenan a un heterosexual por sus deseos de naturaleza ilícita. Ambos deben sujetarse a las normas bíblicas de comportamiento, a pesar de sus fuertes tendencias. 

Frecuencia y problemas 

Un resumen de la investigación más objetiva y completa que tenemos disponible hoy sugiere que Don estaba entre el aproximadamente 6 por ciento de la población que experimenta algún tipo de relación con el mismo sexo durante su vida, y aproximadamente el uno por ciento de la población que desea y practica consistentemente la relación sexual con personas del mismo sexo.1 Estas cifras difieren grandemente del mito popularmente aceptado (basado en falsas interpretaciones de datos mal digeridos en el informe de Kinsey) de que el 10 por ciento de la población es homosexual.2 El factor del 10 por ciento ha sido citado muy a menudo para sugerir un grado de normalidad para la homosexualidad. Un salto correspondiente en la lógica ha permitido que muchas personas concluyan que lo normal iguala a lo natural y que lo natural es moralmente aceptable. 

Una comprensión exacta de los números puede ayudar a la iglesia a entender que en el grado en que opera dentro de la cultura circundante y que trata de alcanzar evangelísticamente a la humanidad sufriente para Cristo, debe suponer que habrá personas con inclinaciones homosexuales dentro de su feligresía. 

Los problemas de salud asociados con la homosexualidad van mucho más allá de la tan publicitada y global crisis del Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA). La tasa de consumo alcohólico se eleva al doble en los homosexuales masculinos y siete veces más en las mujeres lesbianas, comparada con la población en general. Otras dependencias químicas son también dramáticamente altas entre los homosexuales, y un número desproporcionadamente alto de éstos experimenta desórdenes emocionales y pensamientos y acciones suicidas. La incidencia de infección por HIV y otras enfermedades transmitidas por vía sexual, así como infecciones producidas por un ejército de otros patógenos y parásitos, son dramáticamente más altas entre los homosexuales, como lo son también ciertos traumas fisiológicos entre hombres relacionados con el sexo anal: desgarre del recto, incontinencia crónica, daños de la próstata, hemorroides, úlceras y fisuras, que abren el sistema a infecciones adicionales.3 

Los activistas, al tratar de propagar el “mito homosexual” de que los afeminados son tan felices y saludables como el resto de la población, minimizan las bien documentadas estadísticas negativas de la salud. Por otro lado, muchas personas excesivamente francas en el otro extremo del espectro ideológico, algunos de ellos cristianos, exageran y distorsionan la información y difaman a los homosexuales. Los cristianos reflexivos deben evitar la ingenuidad y no pretender ignorar fríamente el problema, por un lado, y deponer la actitud condenatoria de los que están al otro extremo en “la guerra cultural” en que se ha convertido el problema de la homosexualidad. Deben crear una apertura compasiva e informada frente al inmenso sufrimiento que experimentan muchos hombres y mujeres homosexuales. 

¿Cuáles son las causas de la homosexualidad? 

Desde muy temprana edad Don supo intuitivamente que era diferente de sus compañeros. Cuando supo que había palabras para describir lo que era y cómo se sentía, descubrió que tales términos eran, con frecuencia, peyorativos, salpicados de expresiones de odio, disgusto y temor. A pesar de su agudo intelecto, atractiva personalidad, y numerosos talentos, Don encontró señales de rechazo doquiera se volvía. Sus estudios de teología en una universidad cristiana conservadora, solamente agravaron su desesperación a causa de la poderosa inclinación que bullía dentro de él y que iba en sentido diametralmente opuesto a sus convicciones morales fuertemente arraigadas y firmemente sostenidas. 

Hay muchas teorías acerca de las causas de la homosexualidad. Una síntesis de los estudios más abarcantes sugiere que la homosexualidad tiene un origen complejo de múltiples factores. Thomas E. Schmidt, en su bien documentado tratado de la homosexualidad desde una perspectiva cristiana evangélica, Straight and Narrow? Compassion and Clarity in the Homosexuality Debate, presenta un modelo múltiple y variable para la formación de la identidad homosexual/ 4Factores biológicos, así como influencias culturales y ambientales, se combinan con el entorno moral de la persona, con sus decisiones y experiencias de conducta para formar las bases de su identidad sexual, según Schmidt.5 

La experiencia de Don tenía una estrecha relación con el gran cuerpo de información que indica una estrecha asociación entre la homosexualidad adulta y la experiencia infantil de significativas disfunciones familiares. Otros factores contribuyentes son la pérdida de un padre por muerte o divorcio antes de los 106 años y el abuso sexual infantil. Hasta la fecha no existe ninguna evidencia conclusiva que señale factores genéticos en el origen de la homosexualidad, a pesar de los significativos esfuerzos de investigación que se han hecho en ese sentido. 

Lo que sí debería ser claro es que el proceso de identificación de causas posibles de la homosexualidad de ninguna manera libra de responsabilidad moral al homosexual. Como escribió recientemente William Johnsson, “los adventistas distinguen entre tendencias y prácticas: todos tenemos inclinaciones en diversos sentidos, pero lo que cuenta es cómo respondemos a estos impulsos por la gracia de Dios”.7 

¿Pueden cambiar su orientación los homosexuales? 

Los terapeutas seculares y los “ministerios de cambio” han informado el logro de exitosas “conversiones”, mediante el uso de una variedad de técnicas.8 Pero como la evidencia de la “conversión” es a veces anecdótica, y puesto que las definiciones y metodologías difieren tan ampliamente, es irresponsable sugerir que todos los homosexuales pueden llegar a ser heterosexuales siguiendo un determinado programa. Algunos, sin embargo, han logrado un significativo nivel de cambio. 

– Oré fervientemente para que Dios me cambiara – me dijo Don. -Yo no elegí la homosexualidad. ¿Por qué habría de elegir ser incomprendido y rechazado? Dios puede cambiar mi orientación, estoy convencido de ello; pero por la razón que sea, no me cambió. Pero lo que ha hecho por mí es, sencillamente, un milagro -dijo Don con voz profundamente emocionada. 

– Me ha librado de múltiples adicciones y me ha capacitado para mantenerme sexualmente abstemio. En una breve plática que les dio a los estudiantes de su alma mater poco antes de morir de SIDA, Don no nos dejó ninguna duda en cuanto a lo que creía que era el imperativo del evangelio para su vida: “Ninguna actividad sexual con otras personas ni conmigo mismo”. 

Don creía que esa posición era la única forma de mantener su fidelidad bíblica y su integridad moral. No fue una decisión fácil. No sólo siguió sintiéndose incomprendido por la mayoría heterosexual, antes bien, por haber escogido el celibato, afrontó amarga oposición y rechazo de parte de los homosexuales que habían sido sus amigos anteriormente, incluyendo algunos de la organización que habían sido instrumentos para llevarlo de nuevo a Cristo. 

¿Qué dice la Biblia realmente? 

A pesar de los intentos de los teólogos revisionistas que sugieren que la Biblia o condona o afirma las relaciones íntimas homosexuales, “sólo un cinismo colosal puede pretender que haya alguna duda en cuanto a lo que dicen las Escrituras acerca de la homosexualidad”, dice Michael Ukleja.9 

Un estudio de las palabras de Sherwin Bailey arguye que el pecado de los hombres de Génesis 19 que desearon “conocer” a los invitados de Lot, fue meramente una ruptura de la hospitalidad: Bailey observa correctamente que sólo en 12 de los 943 usos de la palabra hebrea yoda (“conocer”) en el Antiguo Testamento se refiere a las relaciones sexuales.10Pero lo que Bailey minimiza, por supuesto, es la importancia del contexto para determinar el significado de las palabras. El ofrecimiento que hace Lot de sus hijas vírgenes en lugar de sus invitados para la satisfacción sexual de sus depravados vecinos indica que sabía exactamente lo que los hombres querían y se propuso conducirlos en otra dirección no sólo con propósitos de hospitalidad. 

J. Boswell, y más tarde L. William Countryman, presentaron estudios en los que se sugiere que Romanos 1:26, 27 declara que las relaciones sexuales con el mismo sexo son cúbicamente impuras, pero no pecaminosas. Schmidt responde diciendo: “El profundo análisis que hace Pablo de la condición humana en Romanos 1 encuentra en la homosexualidad un ejemplo de pecado sexual que falsifica nuestra identidad como seres sexuales, del mismo modo que la idolatría falsifica nuestra identidad como seres creados. El comportamiento homosexual es ‘repugnante — no porque los heterosexuales lo consideren así – ellos tienen sus propias suciedades contra las cuales luchar (2:22)-, sino porque epitomiza en términos sexuales la revolución contra Dios. Es pecaminoso porque viola el plan de Dios, presente desde la creación, la unión de hombre y mujer en matrimonio”.11 

Las relaciones con el mismo sexo son condenadas por la Escritura, porque se oponen al orden creado y establecido por Dios, y su plan revelado desde el principio. Si bien es cierto que la historia de la creación no nos presenta nítidamente el mandamiento acerca del sexo, provee “una base para el mandamiento bíblico y para una reflexión subsecuente de parte de aquellos que desean construir una ética sexual para hacerle frente a situaciones cambiantes”.12 

El apóstol Santiago hace una clara diferencia entre orientación y comportamiento. Cada uno es tentado “cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sant. 1:14, 15). Para todos los que poseen naturaleza humana y luchan contra un ejército de tentaciones, esto debería aceptarse como buenas nuevas. Sólo en la arena de las decisiones morales y las respuestas manifestadas en el comportamiento contra nuestras inclinaciones puede ser posible la resistencia al pecado por la gracia de Dios. La inclinación sola no constituye pecado. 

¿Cómo responderemos? 

Debemos aprender a discernir y permitir que nuestras perspectivas sean formadas más por la Palabra de Dios y refinadas por su Espíritu que por los polémicos vientos de la opinión social que rugen en derredor nuestro. Los cristianos maduros serán gente bien informada y equilibrada, que eviten la polarización y abracen la verdad que hará a los hombres libres. El reconocimiento de la diferencia entre orientación y comportamiento es el punto de partida para llegar al discernimiento en esta cuestión. 

Debemos ser fieles a las Escrituras. Ratifiquemos lo que su claro sentido afirma, evitemos lo que prohíbe, y proclamemos valientemente las buenas nuevas de Jesucristo que trae salvación y sanidad a todos. Las interpretaciones nuevas y los revisionistas van y vienen, pero la Palabra de Dios ha demostrado durante siglos que es firme y digna de confianza en medio del caos cultural. La fidelidad a la Biblia también significa seguir a Cristo y reflejar sus actitudes en la forma en que nos relacionamos con aquellos que están luchando contra los difíciles “pecados de la carne”. 

Debemos ser redentivos, tratemos de sanar y usar nuestras palabras para presentar a Cristo a otros. Los cristianos cuyas vidas han sido profundamente tocadas por Cristo preferirán la terminología directa y descriptiva en vez del lenguaje cargado de fuerza emocional, estereotipado y personalizado. Los celotes acusados de ser “antropofóbicos” raramente suavizan su retórica. Al etiquetar a los afeminados como “pervertidos” y “vergonzantes pecadores”, lo único que logran es alejarlos del Único capaz de hacer una diferencia en sus vidas. 

Debemos ser justos y no inventar normas ambiguas para los homosexuales. Los pecados de los homosexuales activos no son más o menos serios que los de aquellos que actúan independientemente del ideal de Dios para la intimidad sexual del matrimonio con un miembro del sexo opuesto. 

Debemos ser humildes. “Las personas que se describen a sí mismas como marineros empapados que se aferran a un bote salvavidas volcado no están llamados a tratar a sus prójimos náufragos con desdén… Lo que se necesita es gente justa que reconozca la necesidad universal de recibir la misericordia de Dios y su poder para obedecer, no importa cuál sea la distorsión particular que hayamos hecho del plan divino para la sexualidad. La viga debe quitarse del ojo”.13 

Debemos ser responsables los unos por los otros. La sabiduría reconoce que considerar a los homosexuales y a los heterosexuales no casados frente una misma norma de abstinencia sexual, asegura su bienestar. El celibato, a pesar de las protestas populares en contra, no tiene por qué reducirlo a uno a la soledad relacional, como tampoco es cierto que la gratificación sexual es el equivalente de la plenitud vital, como se lo presenta con frecuencia en los medios de comunicación masiva populares. Los cristianos heterosexuales deben ser responsables de sus peculiares aberraciones sexuales, así como de su tendencia a odiar a aquellos que son diferentes. 

Debemos crear un nuevo paradigma para el ministerio: una vida ejemplar de claridad y compasión cristianas. La compasión cristiana, ejercitada en formas equilibradas y documentadas, es el verdadero “estilo de vida alternativo” de nuestra época. Debemos aprender a entender y a dar sanidad a los homosexuales que sufren. Debemos arriesgar nuestras carísimas reputaciones para extendernos más allá de nuestra zona de confort. Debemos ministrar a las víctimas del SIDA en la misma forma en que Jesús tocó a los despreciados leprosos de sus días. El ejemplo de Jesús destaca que no necesitamos comprometer nuestras convicciones morales para adoptar un estilo de vida de compasión hacia los pecadores. 

Mi amigo Don nos buscará en la mañana de la resurrección. También buscará a otros que tuvieron orientaciones similares a las suyas aquí en la tierra y quienes, como él, estarán allá porque los cristianos decidieron alcanzarlos a través de un amor transformador de la vida por la gracia de Cristo. El buscará evidencias entre la “gran multitud” reunida para ver si más y más congregaciones llegaron a abrazar la compasión como la alternativa a un estilo de vida mientras esperaban el retomo de Cristo. 

Sobre el autor: es capellán de Walla Walla College Place, Washington