“Que él se busque las buenas ideas así como yo me he buscado las mías.” Felizmente este modo de pensar se va haciendo más raro en nuestros días, y podríamos denominarlo acertadamente “una casta que desaparece.” Pero la obra de Dios todavía pierde mucho por culpa de quienes rehúsan compartir los métodos que emplean.
Los potentados de la industria de automotores ocultan sus planes con razón, porque están en competencia. Pero la nuestra, es una causa común. No hay ningún motivo que justifique la acción secreta. Las ideas que nos envía el cielo debieran alcanzar la mayor circulación posible. La satisfacción, no los celos, es la recompensa de quien comparte desinteresadamente sus propios métodos. Y cuando hay otros que alcanzan un éxito mayor que nosotros, ¡alabado sea Dios!
Es en este aspecto de las relaciones humanas donde se prueba el carácter. Cuando oramos: “Señor, bendice la reunión que dirige el Hno. Fulano,” ¿qué es, exactamente, lo que queremos decir? ¿Deseamos que el Señor le conceda un poco menos, igual éxito, o un poco más de lo que nos concede a nosotros? La respuesta que demos a esta pregunta revelará en gran parte nuestra idoneidad para desempeñar la obra que Dios nos ha encomendado.