A lo largo de mi ministerio, he tenido la bendición de trabajar en varias actividades: liderando distritos grandes, pastoreando una iglesia y dando clases, entre otras cosas. Mientras era profesor universitario, les expresaba a mis alumnos el gran privilegio de ser un pastor. Hoy, al reflexionar sobre los años de ministerio pastoral, percibo que las bendiciones recibidas han sido muy numerosas.

Mi primer distrito, luego de concluir mis estudios en el seminario, estaba compuesto por tres iglesias pequeñas en la región noreste del Estado de Pensilvania, Estados Unidos. Mientras estuve ahí, descubrí que a los miembros poco les importaba mi título de la Universidad Andrews. Para ellos, lo que realmente importaba era mi comunión estrecha con Dios.

Aprendí mucho sobre homilética (predicaba en las tres iglesias cada semana), pero descubrí que no sabía mucho sobre la elaboración de un calendario de predicación. Si hubiese aprendido sobre esto con anterioridad, me habría ahorrado varias situaciones de pánico. También habría sido una bendición contar con un mentor que me ayudara a planificar y trabajar con mayor objetividad, con el fin de ser más productivo.

Cuando fui designado para liderar una sola iglesia, pude captar mejor la interacción política interna de ella. Probablemente no usaría esta terminología en aquél entonces, pero sin duda estaba más apercibido de los grupos influyentes que existían en la iglesia, y aprendí a identificar a los “patriarcas” y a las “matriarcas”. Me recordaba a mí mismo que era el pastor de todos, no solo de unos pocos escogidos. Así, la transformación que ocurrió en la vida de uno de nuestros ancianos -que tenía la reputación de ser frío y crítico- será recordada por mí por mucho tiempo.

A medida que notaba la acción del Espíritu Santo en nuestro medio, el corazón de aquel hombre fue transformado y fuimos testigos de lágrimas de alegría que reemplazaban su expresión airada. Esta experiencia les puso fin a muchos de los conflictos del anciano y de la iglesia. Sí, debemos administrar el proceso político de la iglesia, de forma humilde, empática, buscando darle la honra a Dios. ¡Grandes transformaciones ocurrirán si actuamos de esta manera!

Mi último trabajo pastoral fue en una iglesia grande. Todavía me acuerdo del día en que el primer anciano me recibió. El desafío que me presentó tocó mi corazón: “Necesitamos a alguien que nos señale a Cristo”. ¿Acaso no es lo que todos necesitamos? Cristo es el camino, la verdad y la vida. Los escritos de Lucas nos desafían a no solo aceptar al que vino a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10), sino también a que seamos sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).

Asistí al concilio reciente que reunió a cuatro mil pastores de la División Sudamericana. Mientras conversaba con un joven pastor que atiende a doce congregaciones en el río Amazonas, en condiciones desafiantes, fui motivado por su espíritu de sacrificio y devoción. Pude escuchar diversos testimonios de luchas y desafíos, y recordé, una vez más, que el ministerio pastoral no es una tarea fácil; existen alternativas de vida más fáciles.

El apóstol Pablo nos recuerda que él enfrentó muchas dificultades en su ministerio (2 Cor. 11:24-27) Te podrás preguntar: “¿Por qué siguió Pablo en ese trabajo tan desafiante?” Él nos responde en el versículo 28: “la preocupación por todas las iglesias”. El ministerio pastoral no puede definirse como trabajo; es una sagrada y bendecida vocación. Oro para que cada pastor siempre tenga en mente tas alegrías de esta vocación. En la medida que compartimos estas bendiciones y las identificamos, una por una, nos sorprendemos por lo que Dios ha hecho por nosotros.

Sobre el autor: Editor de la revista Ministry