La iglesia primitiva de los días de Cristo y de los apóstoles fue organizada para servir. Tanto sea en edificios como en organización, no tenía una estructura impresionante, sin embargo, llevó adelante un tremendo programa de contactos misioneros diarios mediante los cuales logró expandir con eficacia el Evangelio a un mundo indiferente.
Hoy, es la iglesia la que parece indiferente. La sierva de Dios, escribiendo en 1879, lamentaba que “la mayor parte de los que componen nuestra congregación están espiritualmente muertos en faltas y pecados. Van y vienen como una puerta sobre sus goznes”. Durante años han escuchado complacidos las más solemnes y conmovedoras verdades para el alma, pero no las practican” (Actividades Laicas, folleto Nº 9. La cursiva es nuestra). ¿No será cierto que todavía hay demasiados adventistas que continúan con la práctica de ir y venir “como la puerta sobre sus goznes”, más bien que afirmarse para cumplir con la tarea que Dios les ha encomendado?
Más adelante, en el mismo mensaje, bajo el título “Un llamado a nuestras iglesias en favor del trabajo misionero”, la Hna. White dice qué es lo que Dios espera que haga su iglesia. “Dios ha dado a todos un trabajo para hacer en relación con su reino. Cada uno de los que profesan el nombre de Cristo debe ser un obrero interesado, listo para defender los principios de la justicia. La tarea del Evangelio no debe descansar solamente sobre el ministro; cada alma deberá participar activamente en hacer avanzar la causa de Dios”. Nuevamente se declara: “Pero, a pesar de esta verdad, cuántas de nuestras grandes iglesias van y vienen como una puerta sobre sus goznes, sin sentir responsabilidad por la obra”.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo puede organizarse la iglesia para el servicio misionero? La primera responsabilidad recae sobre el ministerio. “El pueblo ha escuchado demasiados sermones; pero ¿ha sido instruido acerca de cómo trabajar en favor de aquellos por quienes Cristo murió? ¿Han puesto ante el pueblo un plan de trabajo de modo que cada uno haya visto la necesidad de participar en la obra?
Nuestro “gran pecado”
A continuación, sigue una de las más fuertes declaraciones del espíritu de profecía. Ella revela que el gran pecado de la iglesia es su negligencia en seguir los planes de Dios tal cual fueron trazados desde arriba. “Dios dio la verdad a sus mensajeros para que la proclamen. De modo que las iglesias han de predicar la verdad que les llegó por los labios de los mensajeros, y usar sus talentos en toda forma posible para hacer del ministerio un poder que comunique la verdad, tomando los primeros rayos de luz, y difundiéndolos. Aquí está nuestro gran pecado. Estamos atrasados en años. Los ministros buscaron los tesoros escondidos y abrieron el cofre, pero los miembros de la iglesia no hicieron, ni están haciendo la centésima parte de lo que Dios espera de ellos”.
A continuación la hermana White nos da algunas sugerencias prácticas acerca, de lo que la iglesia puede hacer para remediar esta situación. No podemos esbozarlas todas aquí, pero las siguientes son típicas:
1. “Haga que la reunión misionera sea una ocasión en la que se explique y enseñe a la gente a hacer obra misionera”.
2. “Hay veintenas que tienen verdadera capacidad, que se están herrumbrando por falta de actividad, y muchos de ellos no saben cómo hacer para ponerse a trabajar para el Maestro. Permitid que alguien que tiene habilidad trace planes por medio de los cuales esos talentos puedan utilizarse y mostrad a esos inactivos la rama de trabajo en la que pueden ocuparse. Hacedles entender qué es lo que se espera de ellos, y muchos que ahora están desocupados llegarán a ser verdaderos obreros”.
3. “No pase por alto las cosas pequeñas por el afán de buscar una obra grande. Puede realizar exitosamente las tareas pequeñas, pero fallar por completo al intentar un trabajo grande, y caer por ello en el desánimo. Tome posesión de cualquier lugar donde usted vea que hay obra que realizar. Sea rico o pobre, grande o humilde, Dios lo llama a un servicio activo en su favor”.
4. “En cada iglesia los miembros deberían ser enseñados a disponer de un tiempo sagrado destinado a trabajar y ganar almas para Cristo. ¿Cuándo se podrá decir de la iglesia: ‘Eres la luz del mundo’, a menos que los actuales miembros de la misma impartan la luz a otros? Al buscar a los pecadores para señalarles al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, su amor propio se avivará y, al mirarlo también a él, serán transformados a su semejanza”.
Es claro que no es sermoneando como los ministros harán el trabajo más efectivo en favor de la iglesia, sino preparándola para servir a otros. A la luz de las prácticas del presente la instrucción que se nos da a través de este mensaje es fuerte y sobrecogedora.
“Por carecer los miembros de nuestra iglesia —a quienes Dios ha puesto como veedores— de instrucción adecuada, no hay tan sólo uno, sino muchos, que son indolentes, que están escondiendo sus talentos en la tierra y aún quejándose del trato que el Señor tiene para con ellos. Necesitan ser atendidos como si fueran niños enfermos. Esta situación de impotencia no debe continuar. En la iglesia debe hacerse un trabajo bien organizado, de manera que los hermanos puedan saber cómo impartir vida a otros, y así fortalecer su propia fe e incrementar sus conocimientos”.
“Hay que romper la monotonía de nuestro servicio a Dios. Todo miembro de la iglesia debe empeñarse en servir al Maestro de alguna manera. Unos no podrán hacer tanto como otros, pero todos deben esforzarse cuanto les sea posible por hacer retroceder la ola de enfermedad y angustia que azota al mundo. Muchos trabajarían con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan instrucción y aliento.
“Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos. Sus miembros deberían aprender a dar estudios bíblicos, a dirigir y enseñar clases en las escuelas sabáticas, a auxiliar al pobre y cuidar al enfermo, y a trabajar en pro de los inconversos. Debería haber escuelas de higiene, clases de arte culinario y para varios ramos de la obra de asistencia social cristiana. Debería haber no sólo enseñanza teórica, sino también trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos” (El Ministerio de Curación, págs. 107, 108, traducción revisada).
A menudo el ministerio adventista es catalogado como intelectual, cuando hombres de la talla de D. James Kennedy, descubren algunos de los preceptos que Dios nos dio hace mucho tiempo, y demuestran su eficacia poniéndolos en práctica. A veces reaccionamos como si fuéramos uvas agrias, y decimos: “¡Oh! Esto no es nada nuevo. ¡Hace mucho tiempo que lo oímos decir!” ¿Por qué, entonces, no comenzamos a sacar ventaja del tremendo potencial que tenemos, siguiendo el plan delineado por Dios mismo para nosotros?
Las construcciones más costosas
Recientemente las revistas especializadas han señalado que las iglesias son los edificios más caros del mundo, comparando su costo con el tiempo que se los usa. En realidad, esto es cierto si usamos la iglesia solamente dos o tres veces por semana, con un promedio de alrededor de cinco horas por semana. En tales condiciones, no se justifica la existencia de una iglesia.
Tomemos una iglesia como algunas de las de nuestro territorio [Se refiere a los Estados Unidos] cuya construcción ha costado un millón de dólares. Añada al costo inicial el desembolso necesario para su mantenimiento. Digamos que la depreciación se cubre en un período de 25 años. Luego calcule el tiempo que se la usa cada semana. Una hora para la reunión de oración. Tres horas para la escuela sabática y el sermón, y una hora para la reunión de jóvenes. A cada año añádale siete horas por semana, o una hora por día, por año, para usos ocasionales tales como casamientos, reuniones sociales, administrativas y evangelísticas, y apenas alcanzará el promedio señalado. Divida los costos de construcción y funcionamiento por las 364 horas que se la usa durante el año, y obtendrá el fabuloso precio que se debe pagar por cada hora de uso. Esto es cierto especialmente en los países llamados cristianos, donde a menudo nuestro pueblo va y viene de los servicios religiosos “como una puerta sobre sus goznes”.
Usted puede objetar que se lo usa como oficina del pastor, y que allí tiene un horario para recibir visitas. Aun así, la suma de lo que se debe pagar para que el pastor tenga un lugar donde estudiar u ocasionalmente ser consultado, es muy grande.
Centros de educación comunitaria
Si siguiéramos las instrucciones que se nos han dado, en el sentido de hacer de la iglesia un centro de preparación misionera, podríamos por lo menos duplicar su utilidad. Pero esto es sólo el comienzo. La iglesia no sólo ha de ser un centro de preparación para sus miembros, sino que debe llegar a ser un centro educacional para la comunidad. El Departamento de Temperancia de la Asociación General está inundado con pedidos de información acerca de comidas sin carne. Como resultado de años de práctica personal, los adventistas tienen experiencia en esta área. Para cada iglesia adventista es una gran oportunidad llegar a ser un centro comunitario al que la gente pueda concurrir para aprender a cocinar sin carne. Así como nuestra experiencia con el Plan de Cinco Días nos permitió satisfacer oportunamente los requerimientos de las autoridades de Salud Pública sobre el tema, debemos estar preparados para enseñar las bondades de la cocina vegetariana, ahora que hay un interés tan grande en torno de este asunto y para satisfacer un futuro pedido oficial.
El interés de la comunidad va más allá de aprender a cocinar sin carne y a saber cómo dejar de fumar. En esta época, cuando la mayor parte de los niños no han sido enseñados en los principios morales en los que se fundó nuestra nación, cuando los hogares se quiebran en mayor número que nunca antes, podemos tomar libros tales como Conducción del Niño y El Hogar Adventista, y compartir con nuestros vecinos el conocimiento que Dios nos ha dado. Las iglesias adventistas debieran ser conocidas como centros de asesoramiento.
La gente necesita ayuda. Busca respuesta a problemas que los gobiernos y la sociedad no parecen poder solucionar. Escuchan con atención, en busca de una voz moralmente autorizada. ¡Qué tremenda oportunidad para el evangelismo adventista! ¿Y qué estamos haciendo? La imagen que Dios nos da a través de su profeta es que estamos yendo y viniendo como “una puerta sobre sus goznes”.
Como adventistas, es tiempo de que nos demos cuenta de las ventajas de nuestro potencial. Se nos ha revelado con claridad que “habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto desde los tiempos apostólicos” (El Gran Conflicto, pág. 517). Nuestra primera y más importante tarea debería ser consagrarnos de veras, escrutando nuestro corazón y nuestras vidas, confesando nuestros pecados, y siendo totalmente dóciles a la influencia y al poder del Espíritu Santo. Recién cuando los miembros de la Iglesia Adventista lleguen a una verdadera relación de amor con Jesús, y hayan quitado los obstáculos que impidan la recepción del Espíritu Santo, estarán plenamente motivados para trabajar en favor de sus familiares y vecinos. Debemos experimentarlo antes de estar en condiciones de impartirlo. La primera tarea del pastor debiera ser guiar a su iglesia a esta experiencia de reavivamiento. Luego cuidar que las llamas de ese reavivamiento que hace arder a la iglesia impulsen a los hermanos a trabajar.
No obstante, debiéramos decidir en qué orden debemos hacer las cosas. El estudio concienzudo del plan de Dios nos mostrará que debemos poner el énfasis primero en la preparación de nuestros miembros, y luego en la educación del público.
Sobre el autor: Redactor asociado de The Ministry.