Hay básicamente tres maneras de analizar los textos bíblicos: la interpretación, la reinterpretación y la aplicación.

            El propósito de la interpretación de un texto es descubrir lo que significaba para el que lo escribió, es decir, lo que el escritor original tenía en mente en esa ocasión. Para que la interpretación sea correcta, es necesario que el intérprete utilice las herramientas y las reglas adecuadas. Entre ellas, destacamos el texto en su idioma original y los diccionarios y la gramática referentes a ese idioma. Cuando eso no es posible, necesitamos buenas traducciones, diccionarios, comentarios y enciclopedias de la Biblia.

Reglas de interpretación

            Las reglas de interpretación las proporciona la hermenéutica, las cuales pasamos a considerar. En las Escrituras hay muchos estilos literarios; cada uno de ellos tiene sus peculiaridades que el intérprete debe respetar. Allí encontramos, entre otras cosas, prosa, poesía, historia, profecía, estilo apocalíptico, parábolas, alegorías y proverbios. Entonces, para que podamos entender el mensaje, necesitamos determinar el estilo literario que está usando el autor y, entonces, analizar el texto mediante el empleo de las reglas de interpretación acordes con ese estilo.

            También debemos tener en cuenta los contextos bíblico e histórico. El primero se refiere a los textos que rodean al que estamos estudiando. Con muy pocas excepciones, como es el caso de la mayoría de los proverbios, los textos no están aislados, sino que se relacionan con lo que le antecede y le sigue.

            El contexto histórico se refiere a las circunstancias en que se encontraba el escritor y sus primeros destinatarios. Debemos encontrar respuestas para las siguientes preguntas: ¿Quién escribió el texto? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para quién? ¿Por qué? Especialmente en el caso de los libros del Antiguo Testamento, a veces también es posible conocer la situación política, económica, social y religiosa de Israel en la época cuando se escribió el libro, como asimismo la situación política internacional, que a menudo ejercía influencia sobre la vida espiritual del pueblo de Israel.

Reinterpretación

            Con algunos textos, generalmente proféticos, sucede algo interesante. Por lo general, la primera preocupación de un profeta era dar un mensaje para sus días y sus contemporáneos. Es verdad que hay algunas excepciones, como es el caso de ciertas porciones del libro de Daniel, cuando la profecía se refiere a un futuro distante (Dan. 12).

            Pero también es cierto que algunos textos tienen más de un significado, de manera que cierto pasaje puede ser importante para los contemporáneos del profeta y, al mismo tiempo, para otra generación que aparecerá en un lejano futuro. El mismo profeta puede ignorar que su mensaje tiene otro significado además del inmediato, pero el Espíritu de Dios, que está detrás del mensajero humano, determinó que sus palabras tuvieran un sentido más completo de lo que inicialmente parecía. (Henry Virkler, Hermenéutica, p. 17.)

            Para que establezcamos la diferencia que existe entre interpretación y reinterpretación, examinaremos lo que se encuentra en Oseas 11:1, donde leemos: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”. El contexto demuestra claramente que Dios está hablando del pueblo de Israel, al que consideraba como su hijo.

            Por lo tanto, para Oseas el hijo es Israel y el llamado de Egipto fue el que hizo por medio de Moisés, y que dio como resultado el Éxodo. Ésa es, en resumen, la interpretación del texto.

            Con todo, aproximadamente ocho siglos después, Mateo, otro escritor inspirado, en su Evangelio (2:15), después de contar la huida de José, María y el niño Jesús a Egipto con el fin de escapar de la matanza de Belén, cita parte del mismo versículo de Oseas y dice que se cumplió cuando Jesús volvió de Egipto con sus padres. Entonces, de acuerdo con Mateo, el hijo es Jesús, y el llamado de Egipto ocurrió en el comienzo de la era cristiana (2:19, 20).

            Por eso, antes de que Mateo hiciera esa declaración, jamás habría podido alguien, al estudiar el libro del profeta Oseas, llegar a semejante conclusión. La interpretación del texto no lo permite. Mateo sacó la cita de su contexto, y la utilizó en otro completamente distinto. Sucede que cuando el Espíritu Santo indujo a Oseas a escribir las palabras “de Egipto llamé a mi hijo”, ya había decidido que se refirieran en primer lugar al pueblo de Israel, cuando salió de Egipto, y en segundo lugar a Jesús, cuando regresó con sus padres a la tierra de Israel. Por lo tanto, lo que Mateo hizo fue correcto, porque estaba escribiendo bajo la inspiración del Espíritu de Dios.

            Si las cosas son así, en nuestro estudio de la Biblia podemos encontrar algún texto que es citado posteriormente por otro autor inspirado, sacándolo de su contexto original y dándole un nuevo significado. En ese caso decimos que el texto fue reinterpretado, y tratamos de descubrir ese nuevo significado. Conviene tener en cuenta que la interpretación de un texto original puede no revelar su significado más amplio o más completo. La única manera de saberlo consiste en que otro autor bíblico, también inspirado, lo declare así.

            Es necesario afirmar que nadie tiene derecho a reinterpretar un texto a su gusto y paladar. Un texto sólo puede ser reinterpretado por alguien inspirado por Dios, como es el caso de los profetas. Lo que podemos hacer es descubrir si algún personaje inspirado posterior reinterpretó el pasaje bíblico que estamos analizando. Añadamos, además, que la inmensa mayoría de los pasajes bíblicos no admiten una reinterpretación.

Aplicación

            En el caso de la aplicación, el estudioso de la Biblia quiere descubrir la lección espiritual que se puede derivar del texto para el tiempo actual.

            Lo podemos hacer al aplicar el mismo capítulo 11 de Oseas. ¿Qué provecho espiritual podríamos obtener de sus primeros versículos? Vemos cómo trata Dios al pecador. Obra con nosotros como un padre amoroso, al satisfacer nuestras necesidades y al cuidarnos. Es paciente con nosotros y no se desanima tan fácilmente, a pesar de nuestros pecados. Está listo para perdonar y ayudar. Con todo, si rechazamos su amor cosecharemos el amargo resultado de nuestra infeliz decisión.

            Destacamos el hecho de que, si no hay una reinterpretación antes de la aplicación, o si la interpretación fuera errónea, se corre el riesgo de formular una aplicación que no concuerda con la verdad. Una exposición bíblica que se limita a interpretar (sin aplicar) no merece el nombre de sermón. Es sólo un comentario bíblico verbal. Para que sea sermón es necesario que haya una aplicación.

Los escritos de Elena de White

            Cuando usamos los comentarios que hace Elena de White sobre el texto bíblico que estamos estudiando, debemos determinar desde qué ángulo lo analiza ella. ¿Lo está interpretando? ¿Lo está reinterpretando? ¿O sencillamente lo está aplicando?

            A veces sus comentarios parecen abarcar casi todo lo que se puede decir sobre determinada porción de la Biblia. Es lo que sucede en un capítulo del libro Testimonios selectos, tomo 2, que comienza en la página 170, bajo el título de “Josué y el ángel”. Allí comenta la profecía de Zacarías 3. En ese capítulo comienza la interpretación mostrando el significado de dicha profecía para los contemporáneos del profeta Zacarías, en el año 520 a.C., que habían regresado del exilio babilónico y estaban reconstruyendo sus ciudades y el templo. Después pasa a la aplicación, y explica cómo procura Satanás desanimamos hoy, y cómo defiende Cristo a los que creen en él. Finalmente reinterpreta el texto, demostrando que la profecía se refiere “con fuerza particular a la experiencia del pueblo de Dios” en el tiempo de angustia que habrá inmediatamente antes de la venida de Cristo.

            Cuando la Sra. de White interpreta un texto bíblico, lo hace con fidelidad. Pero en muchos de sus escritos ella sólo aplica, y extrae lecciones espirituales de los pasajes bíblicos. En esos casos, al estudiar con ahínco en procura de una interpretación, podemos tener una comprensión mayor de esos textos.

            También debemos considerar que algunas veces ella no interpreta ni aplica el texto, sino que lo está reinterpretando, dándole un significado diferente del que pretendía el escritor original. Puesto que ella tenía el don profético, su actitud es perfectamente correcta y debemos aceptarla. Recordemos, sin embargo, que en ese caso también hay otro significado para el texto, que ella no está tomando en cuenta en ese momento.

            En verdad, hay textos bíblicos acerca de los cuales la Sra. de White nunca hizo comentario alguno. Hay textos que sólo interpretó, y de otros sólo extrajo lecciones prácticas para la vida. Al basamos en eso, llegamos a la conclusión de que, aunque su comentario acerca de cualquier texto sea siempre verdadero, es posible que no abarque toda la verdad contenida en él y, en ese caso, no sería la palabra final con respecto a ese pasaje, porque mediante su estudio, desde otro ángulo, podríamos entenderlo mejor.

            Nunca olvidemos que, al referirse a sus escritos, ella misma declaró que “los Testimonios no han de ocupar el lugar de la Palabra” (El evangelismo, p. 190). Por lo tanto, el hecho de que seamos tan privilegiados por disponer de los escritos de Elena de White no debe servir de pretexto para que nos quedemos contentos con lo que ella nos dejó, nos pongamos cómodos y dejemos de estudiar con dedicación las páginas de la Biblia. Y esto es especialmente cierto para los que tienen la misión de pastorear al rebaño de Cristo.

Sobre el autor: Profesor del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, en Engenheiro Coelho, SP, Brasil.