Puede ser que su presidente lo sea de un campo local, de una unión, división o del campo mundial; o puede ser que su dirigente inmediato no sea conocido como presidente, en caso de que usted trabaje en una institución médica, en una casa editora, o en un establecimiento de enseñanza o en una fábrica de productos alimenticios, en los cuales a su jefe se lo designe generalmente con el título de director o gerente.

Sea como fuera, a usted le atañe la pregunta que originó el título de este artículo, puesto que forma parte del cuerpo de obreros y de colaboradores en la causa de Dios en la tierra. Pero cualquiera sea el puesto que ocupe, es indudable que tiene un presidente, aunque entre él y usted pueda haber otro dirigente.

He pensado en este asunto desde el día en que me uní al ministerio adventista. Y algo serio, que nos debe llamar la atención en esta hora final de la obra de Dios, es lo siguiente: ¿Tratamos a nuestro presidente de la manera como deseamos que nos traten los miembros de nuestras iglesias? ¿Lo tratamos con la misma dignidad que nos agradaría recibir de otros? ¿Hemos puesto en práctica la regla de oro de Mateo 7:12?

En los últimos años ha existido de parte del ministerio cierta aprensión debido al hecho de que muchos hermanos, y también iglesias casi enteras, han faltado el respeto a sus ministros, especialmente a los pastores de las iglesias locales. Para comprender la situación, comencemos con la realidad de que en el mundo existen tres categorías o tipos de conducción:

  1. CONDUCCIÓN AUTOCRÁTICA: régimen de espíritu totalitario que se concentra en la autoridad del líder.
  2. CONDUCCIÓN DEMOCRÁTICA: régimen en el cual el gobernante y los gobernados tienen participación conjunta, y en el cual el punto más alto de las decisiones recae sobre el primero.
  3. CONDUCCIÓN LIBRE: en ella, en líneas generales todos tienen participación de orden o de mando, a pesar de lo cual el dirigente jamás debe dejar de ser reconocido como tal.

Dentro del ministerio hay muchos que piensan que como pastores hemos de rendir cuentas exclusivamente a Dios, el verdadero Amo de la obra. Es cierto que Dios es el Señor de la obra y por lo tanto no es apenas nuestro mayor dirigente, sino nuestro dirigente supremo. Entretanto, es bueno que tengamos en cuenta que este Señor supremo entregó dones a los hombres, y entre ellos no podría faltar el don de “gobernar” (1 Cor. 12:28, versión Moderna), o dicho en un lenguaje corriente en la época de las comunicaciones: el don de dirigir un cuerpo de obreros, a los cuales, en gran medida, tenemos que dar explicaciones, aunque por otra parte la cuenta suprema se la debamos rendir personalmente a Dios. Teniendo en cuenta los tres tipos de conducción que existen actualmente en el mundo, es útil que consideremos estas preguntas específicas:

¿Qué clase de líder es su presidente?

¿Qué clase de conducción prefiere usted?

Es casi seguro que su presidente inmediato no sea el mío. Pero lo que importa es que usted conoce su nombre, su fisonomía, sus impulsos, sus características importantes y una serie de detalles de su presidente. Es bueno recordar que además de ser un hombre escogido por Dios para ser su dirigente —función muy importante en su causa—; seguramente es un hombre distinto de usted, no sólo en su modo de pensar o de obrar, sino que es distinto también de todos los demás presidentes de la obra de Dios esparcidos por el campo mundial, y que a pesar de sus deficiencias (que las tenemos todos), seguirá siendo presidente suyo hasta el día que Dios lo disponga.

Ese hombre es aquel a quien tantos consideran equivocado en sus decisiones, cuando en realidad está acertado y viceversa. De aquí surgen las tremendas tentaciones de criticar y desprestigiar a la persona de su presidente. Entonces es cuando alguien dice: “Si yo fuera el presidente no habría hecho esto”, o “si yo estuviera en lugar del presidente procedería de esta manera”. Quién sabe si usted mismo ya no habrá hablado de este modo, sin pensar jamás que, estando en lugar del presidente, habría obrado peor que él.

En lo tocante al tipo de conducción que a usted le parece ideal, no es extraño que sea exactamente el contrario al que prefiere su presidente. En el caso que comentamos, generalmente el presidente ejerce su conducción de acuerdo con el carácter de sus dirigidos. Por extraño que parezca existen personas a quienes se las puede dirigir con el régimen de conducción libre.

Por otra parte, fíjese cómo considera este otro punto: ¿Puede decir libremente qué clase de líder es usted? Tenemos que reconocer que no es muy fácil responder esta pregunta al pie de la letra.

¿Es usted pastor de iglesia o ha ejercido esa función? En una iglesia usted puede triunfar con un tipo de conducción, en tanto que en otra fracasaría totalmente al aplicar el mismo método. ¿Por qué? ¿No se deberá a que las personas de cada iglesia y de cada comunidad son diferentes? Seguramente en su experiencia se habrá entristecido alguna vez debido a que los hermanos, o tal vez sus colegas en el ministerio han hablado mal de usted en su presencia y también en su ausencia. Ahora sí puede pensar en su presidente. ¿No ha hecho usted lo mismo con él? ¿Cómo hemos tratado a nuestro presidente? No es de admirarse que algunos hermanos laicos, quizá inconscientemente, desprestigien al ministerio adventista, si usted asume la misma actitud hacia sus propios compañeros en la obra y hacia el cuerpo de ministros de Dios. Es indiscutible que podemos discordar de la opinión de nuestros colegas en la obra y también de la de nuestro presidente. No vemos ningún pecado en esta actitud. Pero hay algo que jamás nos debemos permitir en nuestro sagrado ministerio: comentar ciertas particularidades de la obra en la presencia de nuestros hijos o en la de ciertos laicos, aunque conozcamos la existencia de hermanos laicos dignos de plena confianza en lo que respecta a los asuntos del cuerpo de ministros. Esta es una de las mayores causas del menosprecio satánico con el cual suele atacarse al ministerio adventista.

Siguen a continuación algunas preguntas verdaderamente valiosas, a fin de que examinemos individualmente el modo en que tratamos a nuestro presidente o líder inmediato:

  1. ¿Oro siempre por mi presidente?
  2. ¿Acato sus sugerencias, aunque sean contrarias a mi manera de pensar y de obrar? ¿Lo censuro por eso?
  3. ¿Lo considero como a un hombre de Dios (que ocupa esa importante función por la voluntad de Dios)?
  4. ¿Me alegro cuando me invita a orar con él?
  5. ¿Le participo personalmente o por correspondencia mis triunfos, o lo abrumo con problemas?
  6. ¿Qué hago cuando no atiende mis reclamos? ¿Trato de desprestigiarlo en la primera oportunidad que se me presenta?
  7. ¿Comento sus deficiencias con mi esposa o con colegas delante de la presencia de extraños o de mis hijos?

¿No sería bueno que cerráramos de una vez por todas nuestra boca y controláramos de tal manera nuestros actos, a fin de que, poseídos del poder del Espíritu Santo, no sólo tratemos de identificarnos mejor con nuestros líderes, sino que lo hagamos para que nuestras iglesias sean mejor inspiradas de aquel profundo respeto prescripto en la Palabra de Dios y tan necesario al cuerpo de ministros, (Heb. 13:17, 1 Tim. 5:17), cuerpo éste que trabaja agresivamente a fin de concluir la predicación del Evangelio y que finalmente contemplará a su Líder supremo: Cristo? ¿Está dispuesto a tomar esta decisión?

Sobre el autor: Pastor en Ibicarai, Bahía, Brasil