El equilibrio del éxito como pastor y padre se logra cuando la familia ocupa su debido lugar en la vida del padre pastor.

No es raro ver a un pastor de éxito que, sin embargo, anda cabizbajo, pensativo y amargado, porque sus hijos están viviendo un cristianismo superficial y están abandonando la fe, e incluso convirtiéndose en enemigos de la iglesia. Es un cuadro realmente triste, en el que algunos pastores que alcanzan multitudes con el poder de su palabra tienen la desdicha de ver a sus hijos cada vez más lejos del poder de la Palabra.

Esta situación suscita una pregunta: ¿será posible que el pastor sea amado y respetado por la congregación y que al mismo tiempo lo sea por sus hijos? Me gustaría compartir con ustedes el hecho de que mediante actos sencillos podemos reducir la tensión que puede existir entre el pastorado y la paternidad.

La prioridad de la familia

Por favor, pastor, no crea que por el hecho de haber oído hablar al respecto millones de veces ya lo sabe todo y no necesita que se le recuerde más el asunto. Después de todo, hay un universo de diferencia entre saber y hacer. Necesitamos reflexionar juntos. ¿Cómo ven su esposa y sus hijos la realidad de su vida? ¿Ha hecho usted de su familia la primera iglesia que debe atender? Cuando un dirigente de la obra lo llama para que lleve a cabo cierta tarea urgente, ¿posterga usted los compromisos que tiene con su familia?

La familia necesita creer que ella ocupa el primer lugar en su corazón. ¿Le ocurrió que su padre estuviera participando de una junta, y que usted entró en la oficina despacito para ver qué estaba sucediendo? Y entonces la mirada de su padre se encontró con la suya. Él le sonrió, le dio un fuerte abrazo y le dijo: “Hijito, papá te quiere; regresa con mamá; dentro de un rato estaré con ustedes”. Y después de un beso salió de allí radiante, sintiéndose amado, sintiendo que usted era lo más importante del mundo para su padre. Y la congregación se sentía segura de que su pastor era un hombre de Dios. Es claro que debe haber equilibrio; pero nunca podremos exagerar al hacerle saber a la familia que ocupa el primer lugar en nuestra vida.

Organización

Anotar los compromisos familiares en la agenda es algo sencillo y da resultados. Cuando se consulta al pastor acerca de la posibilidad de atender cierta localidad, o llevar a cabo una determinada tarea, siendo que ya hay un plan con la familia, basta decir que ya tiene un compromiso muy importante para ese momento. Si se presenta la situación en que necesita postergar o modificar un plan con la familia, quédese tranquilo porque los suyos van a entender

todo perfectamente bien, pues saben que ellos son lo más importante en su vida, y que esto es sólo una excepción.

Papá: la agenda se inventó para que usted no se pierda en medio de la multitud de compromisos. Disponga en ella de espacio para su esposa y sus hijos.

Calidad versus cantidad

En cuanto a la calidad del tiempo, lo que el hijo de un pastor necesita es que su padre, en el tiempo reservado para él, esté presente en cuerpo, mente y espíritu. No ayuda mucho salir durante un feriado a pasear cuando al encontrarse con el primer miembro de iglesia o un colega, el padre deja la familia y se va a atenderlos. Y mientras lo hace, la madre y los hijos pasean solos…

Tampoco ayuda mucho cuando el padre deja sus deberes para jugar con su hijo, y mientras lo hace su actitud pone de manifiesto que su pensamiento está en los problemas de la iglesia. En realidad, los hijos desean un padre que cuando está con ellos sea de ellos y de nadie más. Que nada ni nadie lo separe de ellos en ese momento.

Para que se sientan realizados y seguros, además de la calidad del tiempo que usted les dedica, los hijos necesitan una cantidad mínima de él, que satisfaga sus necesidades de afecto. Si el tiempo es de buena calidad, pero en poca cantidad, sus hijos pueden llegar a sentirse frustrados.

El equilibrio entre la calidad y la cantidad es consecuencia de la sabia administración del tiempo que la iglesia le permite a usted dedicar a su familia. Hacer del culto familiar, de las horas de comida, de los días feriados, momentos sagrados para la familia, no es ningún milagro. Basta un poco de buena voluntad. Las demás horas del día, los seis días de la semana y los once meses del año bastan para que un pastor organizado y que confía en Dios pueda llevar personas a Cristo y prepararlas para el cielo. Y si lo hace, su familia también irá a la tierra nueva.

Amistad cristiana

La amistad cristiana trasciende los límites de los momentos de juego o de conversación informal. Significa compartir las alegrías y las dificultades de la vida cristiana. Se trata de considerar en familia los asuntos doctrinales, eclesiásticos y denominacionales con el mismo entusiasmo con que se habla de otras cosas. Por ejemplo, cuando el padre, la madre o el hijo descubren algo interesante en la Biblia o en alguna publicación cristiana, deben compartir ese descubrimiento con entusiasmo y con toda la familia. Cuando esa clase de amistad se cultiva muy temprano en el seno del hogar se consolida la vida verdaderamente cristiana.

Ya que estamos hablando de amistad, los hijos también necesitan que su padre sea su amigo, que se interese por sus actividades aunque sean insignificantes, como por ejemplo la primera pieza tocada en la clase de música. Para ellos esas cosas equivalen a poner los pies en la luna o ganar el premio Nobel. Si esa amistad no se consolida en la infancia ni se construye en la adolescencia, si llega a producirse será un milagro. El tiempo pasa y no vuelve.

Vivir en los extremos es una tendencia humana; es difícil lograr el equilibrio. Los hijos conocen la tensión que experimenta el pastor —que a la vez es padre— entre el autoritarismo y la permisividad. El tiempo que pasa fuera de casa, bastante largo por cierto, unido a la presión que ejerce la hermandad sobre él, pueden impulsar al padre a ser severo o permisivo. Pero usted, papá, no se preocupe tanto por lo que los demás piensan o quieren, ni trate de compensar sus ausencias con condescendencias.

Lo que los hijos desean realmente es un padre amigo que juegue con ellos en el jardín, que salga con ellos para disfrutar de un picnic o para jugar al fútbol; un padre que cuando dice “no” es no, y

cuando dice “sí” es sí. Un padre en el que se encuentren el amor y la justicia. Un padre al que se le puedan hacer confidencias acerca del sexo, el amor, los sueños y las frustraciones. Un padre que a pesar de todo los ame tales como son, con defectos y virtudes. Y las iglesias aman al pastor que ama a sus hijos.

El equipo pastoral

Los hijos no tienen que hacer ningún esfuerzo para formar parte de la familia pastoral: todo lo que tienen que hacer es nacer en su seno. Para que la familia del pastor llegue a ser un equipo pastoral es necesario trabajar toda la vida. Los hijos quieren formar parte de ese equipo, que entra en el campo unido, que trabaja unido; en el que todos tienen la oportunidad y la capacidad de ministrar donde las habilidades y los temperamentos se ajusten mejor. No quieren ser sólo miembros de la familia pastoral, donde el pastor lo hace todo y los hijos son espectadores con la obligación de dar buen ejemplo. Los hijos no decidieron ser hijos de pastor, pero ya que Dios les dio ese privilegio, ciertamente quieren participar.

Es verdad que el deseo de trabajar para Dios no nace de la noche a la mañana. Por lo tanto, la idea del equipo pastoral debe cultivarse desde el vientre de la madre. El incentivo para la participación debe ser constante. Los hijos deben actuar aunque los padres estén presentes, o incluso cuando los padres desarrollan cierta actividad mejor que ellos. A veces sucede que el padre y la madre son expertos en determinada actividad y nunca invitan a sus hijos a participar. Entonces se vuelven espectadores pasivos o vagos activos. Sus talentos se atrofian mientras sus padres alcanzan el éxito.

Si se los estimula desde temprano a participar en las actividades de la iglesia, como parte del equipo pastoral, no habrá tanto problema con el supuesto exceso de trabajo del pastor. Después de todo, tendrá con quién compartirlo. Habrá mucho menos Una revista para pastores problemas también con la gran cantidad de veces que necesitará estar fuera de casa, pues todos estarán trabajando juntos para Dios, como un equipo bien organizado.

Con todo, no debemos perder de vista el hecho de que a veces serán necesarios ciertos sacrificios por parte de la madre y los hijos en aras de la buena atención del rebaño. Si partimos de esa perspectiva, todo lo demás sólo necesita ocupar su respectivo lugar: una organización eficiente, una correcta relación entre la calidad y la cantidad del tiempo, una relación amistosa y trabajo en equipo.

Una palabra a los hijos

Ahora me gustaría hablarte a ti, que eres hijo. En los momentos cuando la responsabilidad pastoral entra en conflicto con la paternal, siempre ha sido más fácil sacrificar a la familia en favor de la paz en la iglesia. Lo primero que se nos ocurre es que como lazo familiar más fuerte la esposa y los hijos están en condiciones de soportar mejor esos sacrificios. Como el amor verdadero nos une, entenderán mejor el problema.

Aprendí que después de que todos se han ido, cuando surgen los momentos de profunda crisis, la familia es la única que permanece a nuestro lado, sin lanzar piedras, llorando con nosotros, actuando y trabajando para que el sol vuelva a brillar en nuestra vida.

Puedo ver en tu rostro las lágrimas o el silencio agonizante provocados por la decepción de las promesas incumplidas, e incluso por la ausencia de momentos importantes en tu vida. Y aun así, has permanecido al lado de tu padre, sintiéndote orgulloso por todo lo que hizo. Entonces, todo lo que le queda al padre pastor es amarte, hijo, por todo lo que tú representas para él.

Que el fuego del perdón y del amor divino nos una cada vez más y, forjados en ese amor, seamos el fruto más importante en las manos de Dios en la ganancia de personas para el reino de los cielos. Si estamos unidos ahora lo estaremos en la eternidad.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia del barrio Libertad en Salvador, Bahía, Rep. del Brasil.