Como consecuencia de la desilusión del 22 de octubre de 1844, los observadores del sábado quedaron reducidos a un pequeño y disperso grupo, restringido casi totalmente a la región de Nueva Inglaterra, a la que se limitaron durante los primeros años que siguieron al desengaño.
Eran por lo general muy pobres, ya que la mayoría de ellos había vendido sus granjas, casas o negocios, y había entregado todo para el progreso de la causa que amaban fervientemente.
Durante ese período, tan lleno de penurias y desánimo, realizaron los primeros esfuerzos tendientes a establecer un frente unido en lo que a su conjunto de doctrinas se refería. Este objetivo lo lograron en los seis “congresos sabáticos” de 1848. Al escribir acerca del resultado de esas reuniones, Santiago White afirmó: “En lo que a número e influencia se refiere, esto marcó una nueva era para la causa, aun a pesar de que no éramos más de treinta en total. Los hermanos fueron muy animados, y el Hno. Bates comenzó a trabajar más ampliamente a medida que el camino se abría delante de él”. [1]
La doctrina de la puerta cerrada
Después de la conclusión del tiempo profético en 1844, y basados en una interpretación errada de Apocalipsis 14:12, muchos adventistas pensaban que todo lo que les quedaba por hacer era esperar pacientemente la venida del Señor. Esta actitud se originaba en la “doctrina de la puerta cerrada”. Aceptada por dirigentes como José Bates y Santiago White, consistía en la creencia de que no se debían realizar esfuerzos tendientes a la salvación de los que no habían participado del “clamor de media noche” en 1844.
Esto cambió pronto, pues ya en 1852 el pastor White escribió: “Si se dijera que somos partidarios de la teoría de la puerta abierta y el reposo del séptimo día, no tendríamos nada que objetar, ya que ésa es nuestra fe”. [2]
En el sexto y último de los congresos sabáticos de 1848, realizado en Rochester, Massachusets, en noviembre de dicho año, la Sra. de White tuvo una visión, después de la cual dijo a su esposo: “Tengo un mensaje para ti. Has de comenzar a imprimir un pequeño periódico… Será pequeño al comienzo… Se me ha mostrado que desde este pequeño comienzo saldrán rayos de luz que han de circuir el globo”. [3]
En la revista Present Truth, de septiembre de 1849, añadió: “Tenemos apenas un corto plazo para trabajar por Dios. Nada debiera ser demasiado precioso para no sacrificarlo por la salvación del maltratado y disperso rebaño de Jesús”.
Los primeros esfuerzos misioneros
El año 1850 encontró no solamente a José Bates y a Santiago y Elena White visitando al “disperso” rebaño, sino que se les habían unido varios creyentes acerca de los cuales el pastor White decía: “Sienten que no pueden descansar, sino que deben ir lo más rápido posible en busca de las ovejas dispersas que están pereciendo por taita de alimento espiritual”. [4]
Pero la visión misionera era muy limitada, como lo podemos ver en un artículo de 1853, en el cual el pastor White “demostraba” que la señal de la predicación del Evangelio a todo el mundo había sido cumplida ya antes del 22 de octubre de 1844. [5]
Desde el principio nuestros pioneros reconocieron la importancia de la “página impresa”, e hicieron todo lo que estuvo a su alcance para aumentar su circulación para así alcanzar a cuantos fuese posible.
En el verano de 1854 M. E. Cornell y J. N. Loughborough usaron por primera vez un nuevo y efectivo método de evangelización: Las reuniones en carpas.
La conquista del Oeste
Impresionados por la idea de que la obra debía extenderse más allá de los lugares donde se inició, nuestros pioneros avanzaron hacia el oeste. En 1855 apareció en la Review and Herald un artículo firmado por J. Hart, en el cual se decía: “Es evidente que los que trabajan en esta causa deben cambiar sus planes de acción. Hemos sido acusados por nuestros opositores de tener una fe del tamaño de una cáscara de nuez; esto no es así. Pero ellos podrían decir con razón que nuestra obra es de ese tamaño. Debemos avanzar con más decisión hacia nuevos campos. La iglesia debe experimentar un espíritu misionero más decidido. Envíen obreros al campo los que tienen la verdad, y sosténganlos con sus oraciones y sus medios”. [6]
Debido a la creciente importancia que fue adquiriendo el oeste, los hermanos trasladaron la Review and Herald a Battle Creek, Michigan, en noviembre de 1855.
Con la apertura de nuevos territorios en el oeste, la palabra “misionero” cobró un nuevo significado, y ocupó su lugar en el vocabulario de los observadores del sábado. Es interesante notar que este cambio de conceptos fue posible gracias a la implantación del sistema denominado “benevolencia sistemática”, adoptado en una reunión general de los observadores del sábado en Battle Creek en junio de 1859. En la misma reunión se designó una junta misionera, cuyo presidente, el pastor White, escribió durante un viaje de promoción al este de la nación:
“Uno de los propósitos de este viaje es despertar interés por las misiones en las partes del país que parecen estar necesitando la palabra de Dios… Ha llegado el tiempo de aumentar nuestros esfuerzos. Brille nuestra luz y resuene la alarma en el extranjero”. [7]
En idiomas extranjeros
Es posible que lo que más influyó para que los creyentes comprendieran la amplitud de la comisión evangélica, haya sido la aceptación del mensaje por parte de personas que hablaban otros idiomas en Estados Unidos y Canadá. Por lo que sabemos, la primera información que tenemos de una persona que haya trabajado en favor de los extranjeros es una carta aparecida en nuestro órgano oficial del 2 de febrero de 1855, en la cual Gustavo Mellberg, un adventista nacido en Suecia y que vivía en Koskonoug, Wisconsin, discutía con Santiago White la posibilidad de traducir un folleto al sueco o al noruego. [8]
Un año después, Jesse Dorcas, de Ohio, expresa al pastor Urías Smith su anhelo de disponer de un folleto sobre el sábado en alemán para la gente de origen germánico que vivía en su territorio. [9] En respuesta a este pedido, la Asociación General resolvió el 29 de mayo de 1856 preparar ese folleto. [10] Luego de algunas dificultades en encontrar quien lo tradujera, este trabajo quedó a cargo del director del seminario American Israelita, de Cincinnati, Ohio. [11] La traducción fue muy pobre, y el folleto tuvo poca circulación. Pero fue, al parecer, la primera publicación adventista en otro idioma fuera del inglés.
En diciembre de 1857 A. C. Bourdeau, que trabajaba entre la población de lengua francesa desde el año anterior, fue a Battle Creek para ayudar en la traducción del mismo folleto al francés.
El interés por los indígenas del país indujo a W. S. Ingram y R. F. Cottrell a visitar varias veces a los indios sénecas del oeste del estado de Nueva York.
Una tímida mirada hacia el mar
Hasta entonces poco o nada se había hecho para llevar el mensaje a ultramar. Posiblemente la primera manifestación de interés en este sentido sea una carta de José Bates escrita el 13 de mayo de 1855, en la cual dice: “Pensé que algunas de nuestras publicaciones posiblemente serían una bendición si fueran enviadas a algunas de las estaciones misioneras del extranjero, especialmente a las de las islas Sandwich, donde se dan cita tantos millares de nuestros marinos durante la temporada de la pesca de ballenas”. [12]
Por aquella época comenzaron a llegar noticias de observadores del sábado en Europa. A. C. Bourdeau, de Vermont, oyó de labios de un pastor de otra denominación, venido de Francia, que en dicho país había a lo menos diez observadores del sábado, de los cuales dio nombres y direcciones. [13] En la Review and Herald del 19 de noviembre de 1861 apareció una carta de la Sra. Margarita Armstrong, de Tullyvine, Irlanda, en la que contaba que gracias a publicaciones que había recibido de algunos amigos de Estados Unidos, ya había cinco personas en ese país que estaban tratando de guardar la ley de Dios.
Los creyentes de ese entonces consideraban imposible la conversión del mundo, porque pensaban que el Evangelio ya había sido predicado a todo el planeta cuando se dio el mensaje del primer ángel. El mundo entonces lo había rechazado, y ahora era demasiado tarde, según ellos. En 1855, José Bates escribió que Mateo 24:14 ya se había cumplido. En febrero de 1859, en un artículo aparecido en la Review and Herald, Urías Smith opinaba que con la predicación del Evangelio entre los extranjeros de los Estados Unidos se estaba cumpliendo Apocalipsis 10:11.
De vez en cuando se publicaban en nuestro órgano oficial algunos artículos firmados por dirigentes de la iglesia que ponían en evidencia el poco éxito de las misiones enviadas al extranjero por otras organizaciones religiosas, y la futilidad de los esfuerzos que se hacían en ese sentido. El pastor White escribió: “La conversión del mundo está completamente fuera del alcance de los instrumentos que el hombre posee”. [14]
Al mismo tiempo aparece en nuestro círculo una discriminación entre cristianos y paganos en lo que a la evangelización del mundo se refiere. Santiago White escribió: “Los que profesan el mensaje debieran alentar un espíritu misionero, no para predicarlo a los gentiles, sino para dar la solemne amonestación en el territorio ocupado por el cristianismo corrompido”. [15]
Se promueve la predicación del Evangelio doquiera “se abra la puerta para esparcir la verdad”. [16]
Entonces surge la creencia de que el mensaje del tercer ángel era diferente del primero y el segundo, y que debiera ser proclamado al mundo.
El primer resultado positivo de la organización de la Asociación General en 1863, en lo que a las misiones se refiere, fue que en el artículo cinco de sus estatutos se incluyó una provisión para la recaudación de medios con el fin de sostener las misiones.
La obra entre las minorías de lengua extranjera en los Estados Unidos recibió un fuerte impulso cuando en 1863 se convirtió Juan G. Mattison, un nativo de Dinamarca. Aprendió a componer con tipos movibles, para así preparar sus propios folletos con el fin de usarlos en la evangelización de sus compatriotas.
Llamados macedónicos
En la década iniciada en 1860 llegaron llamados de Irlanda, África y California. [17] Desde este último lugar los interesados enviaron 133 dólares al mismo tiempo que pedían se les enviara un misionero. Pero no había hombres disponibles. Todo esto, por supuesto, tuvo poco que ver con el envío de misioneros a los paganos, pues el “mundo” de los hermanos adventistas de aquel entonces parecía restringido a las naciones cristianas.
Hacia el fin de esa década había crecido el concepto de que el mensaje del tercer ángel debía invitar a la gente a salir del mundo. En 1872 Elena de. White escribió: “Hay mucho que hacer. Debiera haber misioneros en el campo, que estuviesen dispuestos a ir, si fuera necesario, a los países extranjeros para presentar la verdad a los que están en tinieblas”. [18]
Un año después el pastor White añadió: “Ya por demasiado tiempo hemos hecho un juego de niños del mensaje que Dios nos ha encargado dar al pueblo. De aquí en adelante nuestros esfuerzos deben corresponder con la magnitud y la importancia de la tarea; en caso contrario, abandonemos nuestra profesión de fe”. [19]
En noviembre del mismo año insistió en la necesidad de imprimir publicaciones en idiomas extranjeros, y afirmó que la Iglesia tenía años de atraso en relación con las providencias divinas, y no por falta de medios.
En abril de 1874 Elena G. de White escribió desde California: “El mensajero divino dijo: ‘Nunca pierdan de vista el hecho de que el mensaje que llevan es de alcance mundial…’ Hablaba con decisión y perfecta seguridad. ‘Todo el mundo… es la viña de Dios… ustedes tienen ideas demasiado limitadas acerca de la obra de Dios para este tiempo… el campo es el mundo. Deben tener una visión más amplia de la obra que tienen que hacer’ ”.[20]
Nuestro primer misionero extranjero
En 1873 llegaron cartas de Dinamarca para solicitar publicaciones. En 1874 las voces del extranjero comenzaron a aumentar. En Suiza se había formado un buen grupo de observadores del sábado. En otros países eran uno o dos.
Según una carta de Albert Vuilleumier publicada en la Review and Herald del 17 de marzo de 1874, un italiano de apellido Ferrari aceptó el sábado y ganó a seis personas más para el mensaje. En el número del 12 de mayo del mismo año, S. N. Haskell habla de adventistas en Noruega, Suecia, Dinamarca, Francia, España, Italia, Rusia, Suiza e Inglaterra. ¡Nueve naciones que esperaban el mensaje!
Las enseñanzas adventistas llegaron a Suiza por medio de M. B. Czechowski, quien trató de interesar a la iglesia para que lo enviara a Europa. Pero los dirigentes “pensaron que todavía no era tiempo de que lo hiciera”. Por eso recurrió a los adventistas del primer día, que lo enviaron a Europa en 1864. Allí, después de tratar de abrir obra en Italia, fue a Suiza, donde fundó un grupo de creyentes adventistas en Tramelán. Posteriormente fue a Rumania, y falleció en Viena el año 1876.
En 1867 los adventistas de Tramelán se comunicaron con la Asociación General para pedir que se les enviara un pastor. Se decidió que Santiago Erzberger fuera a los Estados Unidos para el congreso de la Asociación General de 1869. El Hno. Erzberger llegó a Battle Creek en junio de dicho año, y permaneció allí hasta septiembre de 1870 cuando, después de haber sido ordenado al ministerio, regresó a Suiza.
Hacia 1873 la obra en Suiza había crecido de tal manera que ya se tenían cuatro iglesias con un total de 74 miembros. Pero, a pesar de los muchos pedidos, no se había enviado a nadie a ayudarlos. Finalmente, el 10 de agosto de 1874, la Asociación General votó enviar a J. N. Andrews a Suiza “tan pronto como fuese posible”.
El “tan pronto como fuese posible”, llegó el 15 de septiembre del mismo año, cuando desde el puerto de Boston zarpó J. N. Andrews, en compañía de sus hijos Carlos y María, hacia Europa, para llegar a Suiza hacia fines de octubre del mismo año.
Había comenzado un nuevo y brillante capítulo en la historia de la iglesia adventista, y con “el hombre más capaz de nuestras filas” [21], según la descripción que E. G. de White hizo a los hermanos suizos del pastor Andrews. Corría el año 1878.
Sobre el autor: Es profesor de Teología del Colegio Adventista de Costa Rica.
Referencias:
1] S. White, Life Incident in Connection with the Great Advent Movement as Illustrated by the Three Angels of Revelation Fourteen, pág. 217.
[2] S. White, Review and Herald, 17 de febrero de 1852.
[3] E. G. de White, El Colportor Evangélico, pág. 9.
[4] S. White, Present Truth, marzo de 1870.
[5] S. White, Review and Herald, 28 de agosto de 1853.
[6] S. Hart, Review and Herald, 12 de septiembre de 1855.
[7] S. White, Review and Herald, 1 de junio de 1859.
[8] G. Mellberg, Review and Herald, 2 de febrero de 1855.
[9] J. Dorcas, Review and Herald, 24 de abril de 1856.
[10] J. Dorcas, Review and Herald, 26 de mayo de 1856.
[11] J. Dorcas, Review and Herald, 22 de mayo de 1856.
[12] J. Bates, Review and Herald, 29 de mayo de 1850.
[13] J. Bates, Review and Herald, 29 de mayo de 1850.
[14] S. White, Review and Herald, 12 de agosto de 1856.
[15] S. White, Review and Herald, 4 de septiembre de 1856.
[16] F. Wheeler, Review and Herald, 18 de diciembre de 1856.
[17] H. More, Review and Herald, 24 de marzo de 1864.
[18] E. G. de White, Testimonies, tomo 3, pág. 94.
[19] S. White, Review and Herald, 26 de agosto de 1873.
[20] E. G. de White, Special Testimonies for Ministers and Workers, N° 7, págs. 4, 5.
[21] E. G. de White, Carta 2, 1878.