Aunque la visita a los enfermos de un hospital no sea un hecho tan visible como la predicación, es un ministerio necesario. Los pastores compasivos y hábiles son excelentes ministros de esa esperanza.

     Mi madre se moría de leucemia aguda. Junto a su lecho, consciente de que no se recuperaría, me sentía desesperado y desamparado al verla sufrir. Pero hasta en el valle de la sombra de muerte encontré consuelo en dos personas: un joven médico y mi pastor.

     Me acuerdo del médico por la esperanza que inspiraba con su presencia y sus palabras amables. El pastor puso un toque espiritual muy consolador. Para ellos mi madre era importante y digna de toda atención.

     Durante nueve meses acompañé a mi madre hasta su fallecimiento en el hospital; un drama que viven muchas familias todos los días. Sabía que Dios podía curarla, pero no oré para que se produjera un milagro. Oré pidiendo esperanza; y el Señor me respondió mediante la obra de ese médico y ese pastor.

     Aunque la visita a los enfermos de un hospital no sea un hecho tan visible como la predicación, es un ministerio necesario. Los pastores compasivos y hábiles son excelentes ministros de esa esperanza. Y algunos pastores han descuidado esa obra, posiblemente por tres razones: prioridades confusas, falta de habilidad y temor.

PRIORIDADES CONFUSAS

     Las prioridades confusas son el resultado de considerar las visitas a los enfermos como un ministerio poco importante y poco visible. Pero Jesús definió la prioridad no en términos de visibilidad y popularidad sino de cuidado y compasión.

     A pesar de la popularidad y la publicidad que le podían traer las multitudes, Jesús se detuvo a atender las necesidades de la gente, darles consuelo y devolverles la salud. Para él, servir a los individuos era muy importante, tal vez más aún que atender a las multitudes.

     La prioridad de Jesús era la necesidad de las personas, cualesquiera que fueran, no importa dónde estuvieran ni cómo estuvieran. Nuestras prioridades se distorsionan cuando no empleamos lo mejor de nuestro tiempo en pastorear el rebaño (1 Ped. 5:2).

FALTA DE HABILIDAD

     Junto con la prioridad, el pastor debería tener habilidades prácticas para que su ministerio en favor de los enfermos de los hospitales sea eficaz. Esas habilidades incluyen el respeto a los pacientes y al hospital.

     Antes de visitar a alguien en un hospital, debemos informarnos si el paciente aún está allí. También debemos respetar las disposiciones del hospital. El paciente tiene un agudo sentido del olfato y se puede sentir incómodo con perfumes fuertes, por ejemplo. Hasta la ropa que usamos durante la visita puede comunicar un mensaje erróneo. Nos debemos lavar las manos antes y después de la visita.

     Antes de entrar en la habitación, necesitamos saber el nombre del paciente y de la enfermera que lo atiende. Eso contribuye a que la visita tenga un toque personal. Al llegar a la habitación debemos leer los avisos y aceptar las disposiciones de la institución en cuanto al uso de guantes, batas, barbijos y demás. Llame a la puerta antes de entrar, y ábrala suavemente. Respete al paciente. Puede saludarlo con un apretón de manos, pero hágalo con cuidado.

     Aunque no se demore mucho, trate de que el paciente sienta que usted lo está atendiendo. Un toque suave, una palabra amable, una oración atenta o una sonrisa pueden ser consoladores. No haga preguntas inconvenientes. Tampoco necesita predicar. Oiga. Deje que el paciente diga lo que desea. Con frecuencia él quiere más su presencia que sus respuestas.

     Si el paciente no puede hablar, tampoco hable mucho usted. Es posible que no tenga la energía suficiente para oír. Un gesto cuidadoso y una sonrisa pueden implicar más empatía que las palabras. Si el paciente se siente tentado a decir algo que usted no alcanza a comprender, preste atención de todos modos y responda de manera que le dé ánimo.

     Sus manos a veces pueden proclamar el evangelio con más eficacia que el mejor sermón. Al orar, tome la mano del paciente, si fuera conveniente. Concéntrese en el paciente, no en sí mismo. No se apresure, no obre de manera que el paciente crea que para usted él es sólo un compromiso más. Oiga y ore.

El TEMOR

     Para algunos pastores visitar a los pacientes en el hospital puede ser algo temible. Visité una vez un hospital para atender a un matrimonio cuyo único hijo sufría de muerte cerebral. Aunque el padre trataba de serenarse, la esposa estaba destrozada. La situación empeoró cuando llegaron los abuelos. ¿Qué les diría usted a esos padres y a esos abuelos cuyos sueños giraban en torno de ese muchacho? Yo no tenía palabras. Hasta orar parecía difícil. Me sentía sacudido por un conjunto de temores.

     No es el temor a la incompetencia, la debilidad intelectual o el cansancio emocional. Aparece para recordarnos que no estamos al mando de la situación. Como pastores, debemos recordar que el temor, en esas circunstancias, puede ser un paliativo para nuestro ego. En esas ocasiones debemos guardar silencio, para permitir que el Señor nos revele cuán humanos somos y cómo podemos compartir el sufrimiento ajeno.

     Si se puede ver a Dios por medio de la humanidad del pastor, eso produce esperanza hasta en las peores circunstancias. Ejercer el ministerio en un hospital significa que somos el toque personal de la presencia de Dios a la gente que necesita de él.

Sobre el autor: Pastor asociado de la Iglesia Cristiana Japonesa de San Leandro, California, Estados Unidos.