¿Cómo deberíamos tratar las faltas de los demás? Con demasiada frecuencia la corrección está ausente o es contraproducente. El consejo dado en este artículo es tan necesario hoy como cuando fue escrito en 1888. Se lo publica aquí por primera vez.

Las Escrituras hablan claramente con respecto al curso de acción que debe seguirse con el que yerra: “Vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.[1]

Convencer a alguien de sus errores es una obra muy delicada; porque, por medio del ejercicio constante, ciertos modos de actuar o pensar se convierten en una segunda naturaleza; por medio del hábito se crea una inclinación moral; y es muy duro para quienes se equivocan poder ver sus errores. Muchos están ciegos a sus propias faltas, las que son plenamente discernidas por otros. Siempre hay esperanza de arrepentimiento y reforma en quien reconoce sus faltas. Pero algunos son demasiado orgullosos para confesar que están en el error, aun cuando sus errores sean ampliamente señalados y los vean. De un modo general admitirán que son humanos, sujetos a equivocarse; pero esperan que los demás confíen en ellos como si no estuvieran equivocados. Tales confesiones no valen nada para Dios.

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.[2] “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal”.[3] “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay pecado”.[4] “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado

Rechazar la corrección

No es seguro actuar como lo hizo Saúl —caminar en contra de los mandamientos del Señor y luego decir: “He cumplido la palabra de Jehová”,[5] rehusado con terquedad confesar el pecado de desobediencia. La terquedad de Saúl hizo que su caso fuera desahuciado. Y vemos que otros están siguiendo su ejemplo. En su misericordia el Señor envía palabras de reprobación para salvarlos, pero ellos no se someten para ser corregidos. Insisten en que no han hecho nada malo, y así resisten al Espíritu de Dios. El Señor declaró por medio de Samuel: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey”.[6] Así se presenta el corazón terco en el caso de Saúl, para conmover a cada alma que está en peligro de actuar como él.

Es muy desalentador trabajar por esta clase de personas. Si se les señala su curso de acción incorrecto como peligroso, tanto para ellos como para otros, tratan de excusarlo echando la culpa sobre las circunstancias, o dejando que otros sufran la censura que merecidamente les pertenece. Se llenan de indignación porque alguien podría considerarlos como pecadores. El que los reprueba es mirado como quien les ha hecho una injuria personal.

Rápidos para criticar

Sin embargo, estas mismas personas que son ciegas ante sus propias faltas, muy a menudo son rápidas para percibir las faltas de otros, criticar sus palabras y condenarlos por algo que hicieron o descuidaron hacer. No se dan cuenta de que sus propios errores pueden ser mucho más graves a la vista de Dios. Son semejantes al hombre representado por Cristo como buscando arrancar una mota del ojo de su hermano mientras tiene una viga en su propio ojo. El Espíritu de Dios pone de manifestó y reprueba los pecados que yacen ocultos, escondidos en las tinieblas, pecados que si son acariciados se multiplicarán y arruinarán el alma; pero quienes piensan que ellos están por encima de cualquier reprobación resisten la influencia del Espíritu de Dios. En sus esfuerzos por corregir a otros no manifiestan paciencia, bondad y respeto. No muestran un espíritu desinteresado, la ternura y el amor de Jesús. Son cortantes, ásperos y totalmente perversos en sus palabras y su espíritu.

Rápidos para criticar

Sin embargo, estas mismas personas que son ciegas ante sus propias faltas, muy a menudo son rápidas para percibir las faltas de otros, criticar sus palabras y condenarlos por algo que hicieron o descuidaron hacer. No se dan cuenta de que sus propios errores pueden ser mucho más graves a la vista de Dios. Son semejantes al hombre representado por Cristo como buscando arrancar una mota del ojo de su hermano mientras tiene una viga en su propio ojo. El Espíritu de Dios pone de manifestó y reprueba los pecados que yacen ocultos, escondidos en las tinieblas, pecados que si son acariciados se multiplicarán y arruinarán el alma; pero quienes piensan que ellos están por encima de cualquier reprobación resisten la influencia del Espíritu de Dios. En sus esfuerzos por corregir a otros no manifiestan paciencia, bondad y respeto. No muestran un espíritu desinteresado, la ternura y el amor de Jesús. Son cortantes, ásperos y totalmente perversos en sus palabras y su espíritu.

Cada crítica despiadada hacia otros, cada pensamiento de estima propia, es “el dedo amenazador, y el hablar vanidad”.[7] Esta exaltación del yo con orgullo, como si estuvieran sin faltas, a la vez que magnifican las faltas de los otros, es ofensivo para Dios. Es quebrantar su ley que dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo’’.[8] “Amaos los unos a los otros con amor fraternal”.[9] No tenemos derecho a quitarle nuestra confianza a un hermano por causa de algún informe maligno, alguna acusación o suposición de equivocación. Frecuentemente el informe es elaborado por quienes están en enemistad con Dios, los que están haciendo la obra del enemigo como acusadores de los hermanos.

Alguien no tan cuidadoso como debió haber sido de las palabras de Cristo, “Mirad, pues, cómo oís”,[10] permitió que sus oídos no santificados escucharan estos errores, sus sentidos pervertidos imaginaran el mal y su lengua maligna comunicara la equivocación. Mas de una vez el hombre no se acercará abiertamente para conversar con quien él piensa está en el error, pero irá a otros y, bajo la máscara de compañerismo y simpatía por el descarriado, repartirá imputaciones. Algunas veces concuerda abiertamente con quien en secreto busca injuriar. Las suposiciones son establecidas como hechos, sin dar a la persona acusada de incorrección una declaración clara y definida de sus supuestos errores, y sin darle una oportunidad para responder a los cargos. Esto es todo lo contrario de las enseñanzas de Cristo. Es la manera sutil como siempre obra Satanás.

Quienes hacen tales cosas se han colocado como jueces por admitir pensamientos malignos. Quien se dedica a esta tarea comunica a sus oyentes una medida de su propio espíritu de tinieblas e incredulidad; sus conjeturas malignas siembran en sus mentes las semillas de la amargura y la sospecha con respecto a que Dios ha delegado realizar cierta tarea. Si piensan que alguno comete un error, se posesionan de ese error, lo magnifican y lo comunican a otros, y de esta manera muchos son dirigidos a levantar reproches contra su prójimo. Observan ansiosamente todo lo que es incorrecto, y recrean sus ojos en esas cosas, mientras son incapaces de apreciar todo lo que es recomendable y justo.

A través de esta aceptación de evidencias conocidas “de oidas”, el enemigo obtiene grandes ventajas en asambleas y comisiones. Quienes quieran estar del lado de lo correcto, si supieran de qué se trata, tienen que nadar con cuidado en los fétidos charcos de las conjeturas malignas, porque de lo contrario serán extraviados por las conjeturas de aquellos en quienes confían. Sus oraciones se obstaculizan, su fe se paraliza, y pensamientos despiadados y suspicacias no santas vienen a hacer su obra de alienación entre los hermanos. Dios es deshonrado y las almas corren peligro.

Beneficios de no albergar dudas

Cuando se hace un esfuerzo por averiguar la verdad con respecto al asunto que se nos ha presentado como censurable, quienes han sido los acusadores frecuentemente no están tan deseosos de garantizar al acusado el beneficio de la duda como en determinar la confiabilidad de sus informes malignos. Parecen determinados a que las cosas sean así como ellos las han declarado, y tratan al acusado como culpable sin darle una oportunidad para explicar o expresar la verdad del caso. Cuando se manifiesta tal espíritu de determinación feroz para hacer de un hermano o una hermana un ofensor, y a los acusadores no se les puede hacer ver y sentir que su propio curso de acción está equivocado, ¿qué nos muestra esto? —que el poder transformador del enemigo ha estado sobre ellos, y que su carácter refleja los atributos de ese enemigo.

Satanás sabe bien que toda su fuerza, junto con la de sus ángeles y hombres malignos, no es sino debilidad cuando se opone a los siervos fieles y unidos del gran Rey, aun cuando éstos puedan ser pocos. A fin de vencer al pueblo de Dios, Satanás obrará sobre elementos del carácter que no han sido transformados por la gracia de Cristo; hará de estos elementos el poder controlador de la vida. A menos que esas personas estén convertidas, sus propias almas se perderán, y otros que los miraron como hombres guiados por Dios serán destruidos juntamente con ellos porque llegan a ser tan culpables como ellos. Satanás intenta crear sospechas, envidias y celos, dirigiendo a los hombres a cuestionar aquellas cosas que, creyéndolas, serían beneficiosas para sus almas. Los suspicaces todo lo interpretarán erróneamente. Considerarán a un átomo como un mundo, y a un mundo como un átomo. Si se permite que prevalezca este espíritu, desmoralizará a nuestras iglesias e instituciones.

El hablar mal de otro en secreto, dejando al acusado en la ignorancia de los errores que se le atribuyen, es una ofensa a la vista de Dios. Arrepiéntanse delante de Dios quienes han sido inducidos a realizar esta obra, confiesen su pecado, y entonces alimenten la tierna planta del amor. Cultiven las gracias del Espíritu, cultiven la ternura, la compasión los unos por los otros, pero ya no obren más del lado del cuestionamiento del enemigo.

Antes de dar crédito a un informe maligno, deberíamos ir al denunciado de estar en el error y preguntarle, con toda la ternura de un cristiano, si esas declaraciones son verdaderas. Unas pocas palabras habladas con bondad fraternal pueden mostrarle al que averigua que los informes estaban completamente sin fundamento, o que el mal fue muy magnificado.

Y antes de pasar un juicio desfavorable a otros, deberían ir al que ustedes piensan que está errado, referirle vuestros temores, con vuestra propia alma subyugada por el misericordioso amor de Jesús y ver si no pueden obtener alguna explicación que cambiará vuestras impresiones desfavorables.

Amor, el elemento aglutinante

Cristo pidió en oración que sus discípulos pudieran ser uno, así como El es uno con el Padre. Por lo tanto, cualquiera que dice ser un hijo de Dios debería hacer un esfuerzo especial para corresponder esta oración y trabajar por esta unidad. Cuando esto suceda, los seguidores de Cristo serán un pueblo santo, poderoso, unido en amor. Pero si ustedes permiten que el amor desaparezca del alma, y aceptan las acusaciones de los agentes de Satanás contra los hijos de Dios, llegarán a ser siervos del pecado y estarán ayudando al diablo en su obra.

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.[11]

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducía sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, no mintáis contra la verdad”.[12] ¿Qué es mentir contra la verdad? Es pretender creer la verdad mientras el espíritu, las palabras y la conducta están representando los atributos de Satanás y negando a Cristo. Conjeturar el mal, ser impacientes e implacables, todo esto es mentir contra la verdad. La verdad siempre es pura en sus operaciones, siempre bondadosa, exhalando una fragancia celestial sin mezcla con egoísmo.

Aquellos que se deleitan en criticar a sus hermanos, se enorgullecen de su sabiduría superior en discernir manchas en el carácter que otros no han descubierto; pero “esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”.[13]

Aquí el apóstol nos ofrece los frutos de una religión pura y sin mancha. De igual manera se presentan con claridad los frutos de aquella sabiduría que no desciende de lo alto. Mis queridos hermanos y mis queridas hermanas, ¿considerarán estos frutos, tan opuestos en carácter y tendencias, y establecerán qué espíritu están acariciando? Ojalá el Señor abra los ojos de nuestro pueblo para que vea claramente de qué lado está. Los buenos frutos son sin parcialidad ni hipocresía. Cuando la gracia de Cristo habita en el corazón, hay palabras y actos de bondad, tierna compasión de los unos por los otros, y no meramente para unos pocos que nos ensalzan y nos favorecen. La cosecha de paz se siembra en la paz de los que hace la paz. Cristo conoce el espíritu que acariciamos. El Testigo fiel dice: “Yo conozco tus obras”.[14] Los pensamientos del corazón no están ocultos para El. Y en el último gran día seremos juzgados por nuestras palabras y nuestros actos.

Dios no vindicará a ninguno que, en asociación con los que se oponen a nuestra fe o a nuestros propios hermanos, manifiestan hacia ellos un espíritu áspero y denunciatorio. Quienes hacen esto pueden parecer como que tienen celo por la verdad, pero este celo no está de acuerdo con el conocimiento. Estar desprovisto de bondad y ser denunciatorio, mientras se abriga pensamientos malignos y desagradables y juicios severos, nunca es el fruto de aquella sabiduría que viene de lo alto, sino que es el seguro fruto de una ambición no santificada, y como tal motiva la condenación de Jesús.

El lenguaje del cristiano debe ser suave y recatado; porque su santa fe requiere que represente a Cristo ante el mundo. Todos los que están morando en Cristo manifestarán la cortesía bondadosa, perdonadora, que caracterizó su vida terrenal. Sus obras serán obras de piedad, equidad y pureza. Tendrán la mansedumbre de la sabiduría, ejercitando el don de la gracia de Jesús. Estarán dispuestos y deseosos de perdonar, tratando seriamente de estar en paz con sus hermanos. Representarán aquel espíritu que desean se ejerza hacia ellos por su Padre celestial.

El gusto por la autoridad viene del diablo

El enemigo ha estado trabajando, buscando controlar los pensamientos, los afectos y la visión espiritual de muchos que afirman ser conducidos por el Espíritu de verdad. Muchos acarician pensamientos despiadados, envidias, suposiciones malignas, orgullo y un espíritu feroz que los conduce a hacer las obras correspondientes a las obras del maligno. Tienen un gusto por la autoridad, un deseo de preeminencia, de reputación elevada, y una disposición a censurar y a denigrar a otros. Y el manto de hipocresía se arroja sobre este espíritu al llamarlo celo por la verdad.

Quien abre su corazón a las sugerencias del enemigo en suposiciones y celos malignos, frecuentemente interpreta erróneamente estas inclinaciones pecaminosas por tener una perspicacia especial, un discernimiento discriminatorio para detectar la culpabilidad y los motivos equivocados en otros; los considera como un precioso don que se le ha concedido, y se aleja de sus hermanos, con los cuales debería estar en armonía. Se sube al tribunal y cierra su corazón contra aquel que él supone ha errado, mientras piensa en sí mismo como quien está por encima de la tentación. Jesús se separa de él, y le permite caminar a la luz de las chispas de su propia inflamación.

Que ninguno entre vosotros se gloríe más tiempo contra la verdad por pretender que este espíritu es una consecuencia necesaria de la fidelidad en corregir equivocadamente y permanecer en defensa de la verdad. Tal sabiduría tiene muchos admiradores, pero es muy engañosa y dañina. No viene de lo alto, sino que es el fruto de un corazón que necesita regeneración. Su originador es el mismo Satanás. Como acusadores de otros, no se den crédito a ustedes mismos por discernimiento; porque visten los atributos de Satanás con los mantos de justicia. Yo los llamo, mis hermanos, a purificar el templo del alma de todas estas cosas que corrompen. Ellas son raíces de amargura.

Cuán verdaderas son las palabras del apóstol: “Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”.[15] Una persona en una institución o en la iglesia que da rienda suelta a pensamientos despiadados y malas conversaciones, puede excitar las pésimas pasiones del corazón humano; y muy a menudo la levadura obrará hasta que ha permeado a todos los que se asocien con él.

El enemigo de toda justicia gana la victoria, y el resultado de su obra es dejar sin efecto aquella oración del Salvador de que sus discípulos puedan ser uno como El es uno con el Padre. Mientras los hombres y las mujeres están enceguecidos por sus ideas erróneas de lo que constituye el carácter cristiano, la levadura del mal que existe en sus corazones naturales está obrando activamente; y existe tal falta de bondad y dureza de corazón, se acaricia tal prejuicio y resentimiento, que Satanás toma el trono del corazón, y Cristo es excluido. Entonces el diablo y sus ángeles se regocijan.

La verdadera sabiduría

La sabiduría que viene de lo alto no nos conduce a tales resultados malignos. Es la sabiduría de Cristo —“primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos”.[16] Los que manifiestan estos frutos se han colocado del lado de Dios; su voluntad es la voluntad de Cristo. Creen en la Palabra de Dios, y obedecen plenamente sus mandatos. No consultan sus sentimientos, ni exaltan sus opiniones por sobre las de los demás. Estiman a los demás como mejores que ellos mismos. No se esfuerzan tercamente por llevar a cabo sus propósitos, sin considerar la influencia que sus planes tendrán sobre otras almas que son preciosas a la vista de Dios. Para tener unidad y paz en nuestras instituciones y en la iglesia, deben sacrificarse nuestras ideas y prioridades favoritas. No se debe sacrificar ningún principio de la verdad divina, de ninguna manera, pero a menudo deben doblegarse nuestras tendencias heredadas y cultivadas. Ningún hombre es perfecto, ninguno está sin defecto.

Yo les pregunto, mis hermanos y hermanas a quienes van dirigidas estas líneas, ¿están acariciando un espíritu que se agrada en ser rogado? ¿Es vuestra costumbre mirar sobre la conducta de otros con una luz favorable, razonable, para excusarlos de algún error, así como vosotros deseáis ser excusados? ¿O tratáis de exaltar el yo, y lo hacéis al manifestar que vuestros hermanos y hermanas están en el error? Inquieran, si estuvieran en su lugar, si incluso harían el trabajo tan bien como ellos lo han hecho. ¿Están listos para responder la oración de Cristo de rendir vuestra voluntad en obediencia a la suya, para que pueda ser mantenida la paz y la armonía de la iglesia?

Yo sé que éste no ha sido el espíritu que muchos han acariciado. Oh, cuántos han estado, en suma, demasiado deseosos de rebajar a otros y justificarse a sí mismos. Han estado defendiendo su conducta cuando a la vista de Dios ha sido incorrecta, decididamente contraria a la Palabra de Dios, y es registrada contra ellos en los registros celestiales y allí estará hasta que se arrepientan y confiesen su error. La verdadera sabiduría es plena de misericordia y buenos frutos. Hay suficientes fanáticos en el mundo que se imaginan que todo lo que concierne a ellos es perfecto, mientras escarban defectos en los motivos y principios de otros. ¿Considerarán a estas cosas como son en realidad?

Ustedes no son lo que Dios desearía que fueran, ni lo que deben ser si alguna vez estarán salvos en el reino de los cielos. El poder convertidor de Dios debe entrar en vuestros corazones y transformar vuestros caracteres, antes de que puedan adornar el evangelio de Cristo con una vida bien ordenada y una conversación piadosa. Entonces, en ese corazón no habrá malas expresiones, ni malas conjeturas, ni acusaciones hacia vuestros hermanos, ni obras secretas para exaltar el yo y menoscabar a otros. Cristo reinará en vuestros corazones por fe. Vuestros ojos y vuestra lengua serán santificados, y vuestros oídos rehusarán escuchar los malos informes o las insinuaciones de creyentes o no creyentes. Vuestros sentidos, apetitos y pasiones estarán bajo el control del Espíritu de Dios. Ellos no serán dados al control de Satanás para que él los emplee en obrar injustamente.

La caja de las ofrendas por las transgresiones

Muchas confusiones y maldades en la iglesia son causadas por un uso equivocado de la lengua, por carecer del control del habla, antes que por alguna otra cosa. Que los miembros de cada familia comiencen a obrar contra esto en su propio hogar. Sean humildes delante de Dios. Sería bueno tener una caja de ofrendas por las transgresiones a la vista, y un reglamento, con el cual todos los de la casa estén de acuerdo, que cualquiera que habla sin bondad de otro o palabras apasionadas echará dentro una ofrenda por la transgresión de no menos de diez centavos de dólar. De esta manera todos estarían en guardia contra estas palabras perversas, que hacen daño a sus hermanos, y mucho más a ellos mismos. Ningún hombre puede por sí mismo domar ese miembro ingobernable, la lengua; pero si ustedes vienen a Dios con corazones contritos en humilde súplica, con fe, El hará la obra por ustedes.

 Por medio de la ayuda de Dios ustedes pueden refrenar su lengua; hablen menos, y oren más. Nunca cuestionen los motivos de vuestros hermanos, porque Dios ha declarado que los juzgará a ustedes así como ustedes los juzgan a ellos. Abran sus corazones a la bondad, a los dictados del Espíritu de Dios, a los alegres rayos del Sol de justicia. Ustedes necesitan un discernimiento iluminado. Fomenten los pensamientos bondadosos y los afectos santos. Cultiven el hábito de hablar bien de otros. Que ni el orgullo ni la justicia propia los prive de hacer una confesión franca y plena de vuestros actos incorrectos si desean el perdón de Dios. Si no aman a aquellos por quienes Cristo murió, no tienen un genuino amor por Cristo. Vuestra adoración será una ofrenda corrompida delante de Dios. Si conservan pensamientos indignos, juzgando mal a vuestros hermanos y murmurando maldades de ellos, Dios no oirá vuestras oraciones llenas de suficiencia y exaltación propia. Cuando vayan hacia quienes ustedes piensan que están haciendo lo malo, deben tener un espíritu de mansedumbre, bondad, lleno de misericordia y buenos frutos.

Que no se muestre vuestra parcialidad hacia uno o más de quienes son vuestros favoritos, para descuidar a otros de sus hermanos a quienes no aman. Cuídense, al menos, de tratar ásperamente con quienes, ustedes piensan, están cometiendo errores, mientras otros, más culpables y merecedores de reprobación, y quienes deberían ser incluso severamente reprendidos por su conducta no cristiana, son mantenidos y tratados como amigos especiales. Pablo, en su epístola a Tito, le ruega que exhorte a los hermanos a estar “dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador”.[17] La misericordia y el favor de Dios hacia nosotros es un ejemplo de cómo deberíamos tratar al que yerra. Cuando los que claman creer la verdad humillen sus corazones delante de Dios y obedezcan su palabra, entonces el Señor escuchará sus oraciones.

Si vuestros hermanos han errado, ustedes deben perdonarlos. Ustedes no deberían decir, como alguien ha dicho a quien tenía la obligación de conocer mejor: “No pienso que sientan suficiente humildad. No pienso que sientan su confesión”. ¿Qué derecho tienen para juzgarlos, como si pudieran leer sus corazones? La Palabra de Dios dice: “Si se arrepienten, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale”.[18] Y no sólo siete veces, sino setenta veces siete deberían perdonarle —exactamente como tan a menudo Cristo los perdona a ustedes.

Aquí se manifiesta plenamente el don de Dios a los hombres. Es el libre perdón de todos los pecados, sin el pago por parte del hombre de algún equivalente. El Señor ofrece esta lección a fin de que el hombre pueda ver cómo debería tratar a sus prójimos — esto es, él debería perdonar a sus hermanos que yerran así como Dios por consideración a Cristo ha perdonado sus pecados. Si al fin y al cabo es un vencedor, no será por su propia justicia, sino por medio de la justicia de Cristo y la gran paciencia, el gran perdón y la gran misericordia de Dios. Si él no abriga bondad, amor y un espíritu de bondad hacia sus hermanos, no será del número de los que recibirán el perdón de Dios.

 La lección que Jesús imprimió en sus discípulos es que el cristiano no puede acariciar un espíritu vengativo ni en pensamiento ni en acción. La tendencia de toda la obra de Cristo fue contrarrestar las enseñanzas de los escribas y fariseos, quienes estimulaban la revancha y la venganza.

Jesús enseña que el pobre no debe levantarse contra quienes están en el poder, ni resistir su opresión, a la vez que pronuncia una terrible maldición sobre los que tiranizan sobre el pobre. “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán”.[19] Dios ordena al siervo a ser fiel a su amo, y a tener contentamiento por consideración de Cristo; pero asegura al amo que él también tiene un Amo que le pagará una medida plena por sus actos. “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. [20]Nosotros no recibimos perdón porque perdonamos, sino como perdonamos. El fundamento de todo perdón es que Cristo murió; que mientras todavía éramos pecadores El murió por nosotros. El arrepentimiento y la fe son las condiciones de nuestra salvación. Lección tras lección, el estudiante en la escuela de Cristo descubre que él puede aprender a confiar, no en sus propios méritos, sino en los méritos de la justicia de Cristo.

El perdón de otros es esencial

Las condiciones de la salvación se presentan de diversas maneras para que se puedan hacer impresiones efectivas sobre mentes diversas, y que nadie pueda ser engañado. Abrahán fue justificado por fe, esa fe que obra obediencia. Sean hacedores de la palabra todos los que claman creer la verdad presente, la cual claramente enseña que debe abrigarse el espíritu de perdón, que ello es indispensable para que recibamos el perdón que proviene de Dios. El pecador que es perdonado y aceptado a través de Cristo, perdonará a su hermano voluntaria, libre y ampliamente.

“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos”.[21]

He aquí un hombre de alta posición que había sido enriquecido con una enorme cantidad de posesiones. Pero ni bien hubo un examen de sus registros fue hallado infiel; debía a su señor diez mil talentos.[22] Esto, al cambio más bajo, significaba un monto no menor que quince millones de dólares. Cuando el rey vio la evidencia de la infidelidad de su siervo, mandó que fuera vendido juntamente con su esposa e hijos, su casa, sus tierras y todo lo que tenía, para que pudiera efectivizarse el pago. El susto se apoderó del hombre infiel cuando vio la ruina delante de él, y rogó por una postergación: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”.[23] Pero su Señor sabía que nunca podría pagar la deuda. Mientras el siervo reconocía la justicia de la sentencia contra él, rogó por misericordia. Entonces “el señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda”.[24]

¡Qué gozo fue esto, qué alivio de la sombra de su conducta equivocada, que lo circundaba como una nube! Salió de la presencia de su señor con el total de la deuda cancelada. Pero se dieron ciertas circunstancias que probaron el verdadero espíritu de este hombre —ya sea que manifestaría el mismo perdón y la misma misericordia que se había mostrado hacia él, ya sea que su gozo y gratitud fueran de una naturaleza egoísta, y su corazón no estuviera enternecido.

“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda”.[25]

Aquí Cristo ilustra el espíritu de egoísmo y severidad que aquel hermano ejerció hacia su otro hermano. Ambos eran humanos, ambos estaban necesitados de misericordia, paciencia y clemencia. Pero uno a quien Dios había perdonado mucho no perdonó una pequeña ofensa en sus amistades. Así también muchos profesos cristianos observan a quienes juzgan en error con un espíritu insensible, implacable, el cual es fruto del orgullo, la suficiencia propia y la dureza de corazón; así muestran que no es apreciado el gran amor de Dios por ellos, porque no tienen ablandados sus corazones.

Cuando este hombre, cuya gran deuda había sido perdonada, se encontró con otro inferior a él en posición y oficio, el cual le debía sólo una pequeña suma, se llenó de ira y con amenazas y violencia le reclamó el dinero que le debía. Entonces, cuando el pobre deudor cayó a sus pies y usó la misma súplica que él había elevado delante de su señor, no tuvo misericordia. Acusó al hombre de mala intención para pagarle, y desatendió sus ruegos y lágrimas. El, que había sido perdonado tanto, no perdonó nada. Reclamó sus derechos y, tomando ventaja de la ley, afligió al distresado deudor al encerrarlo en prisión.

Esta conducta apesadumbró a quienes fueron testigos del hecho, porque ellos conocían la historia completa de su perdón, así que elevaron una queja al rey. Entonces se excitó la ira del rey, y ordenó que se presentara el hombre delante de él. “Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”[26] Y su señor lo entregó a los carceleros hasta que pudiera pagar todo lo que debía.

Aquellos cuyos nombres están en los libros de la iglesia, quienes claman ser hijos e hijas de Dios, ¿considerarán su relación con Dios y con sus amistades? Al mismo tiempo que debemos depender completamente de la misericordia de un Salvador que perdona los pecados, ¿permanecerán nuestros corazones duros y faltos de simpatía? ¿Puede alguna provocación autorizar sentimientos faltos de bondad, o debería causarnos resentimientos crueles o buscar venganza? ¿Podemos arrojar la primera piedra de condenación hacia un hermano cuando Dios está extendiendo su misericordia hacia nosotros y perdonando nuestras transgresiones contra El? Dios debería iniciarnos juicio porque nuestra deuda sería hallada inmensa, y sin embargo nuestro Padre celestial nos perdona la deuda. Los hombres serán tratados por Dios, no de acuerdo con su propia opinión, no de acuerdo con su confianza propia, sino de acuerdo con el espíritu que revelen hacia sus hermanos que se equivocan. Un espíritu de dureza y severidad es el espíritu de Satanás.

El orgullo de corazón, si es acariciado, crea envidia, malas sospechas e incluso venganza. Hay peligro, entonces, de que las palabras o las acciones sean exageradas en ofensas gravosas, Intencionales, y que alguien de quien ustedes piensan que les ha hecho una injusticia, sea tratado con frialdad, indiferencia o desprecio. Sin embargo, de estas mismas personas se encarga el Señor; ángeles del Señor ministran sobre ellas. Aquél que lee el corazón puede ver más bondad genuina en ellos que en quien abriga sentimientos enfermizos contra ellos por supuestos errores. “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale”[27] Trátenlos, a él y a sus errores, como desean que Dios los trate a ustedes cuando lo ofenden. El amor no se regocija en la maldad; la venganza tampoco.

Sin tratos profanos

Que vuestro celo sea por vosotros mismos, para mostrar con una buena conversación vuestra obra con mansedumbre de sabiduría. Eviten toda palabra áspera, toda acción sin bondad. Amaos como hermanos; sed amables; sed corteses. No escandalicen la verdad por una envidia y disputa áspera, porque tal es el espíritu del mundo. Que ese trato no santo ni se nombre más entre ustedes.

En cierta ocasión los discípulos vinieron a Jesús con la pregunta: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar”.[28] Los pequeños a los cuales se refiere aquí, que creen en Cristo, no son jóvenes en años sino niños en Cristo.

He aquí una advertencia para quienes descuidan egoístamente o tratan con desprecio a sus débiles hermanos; una advertencia para los que no son perdonadores y son exigentes, juzgando y condenando a otros, y así desanimándolos. “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego. Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”.[29]

Aquí se presenta plenamente la obra de Cristo; y es una obra similar la que se espera que realicen sus seguidores. Ellos deben usar sus talentos dados por Dios para salvar lo que está perdido. No es el santo sino el pecador el que necesita la compasión, el trabajo ferviente y el esfuerzo perseverante.

Las almas débiles y temblorosas, aquellas que tienen muchos defectos y rasgos objetables de carácter, son el encargo especial de los ángeles de Dios. “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”.[30] Si se les hace alguna injusticia, es lo mismo que si se lo hicieran a Jesús. Cristo identifica sus intereses con los de aquellas almas que El ha comprado a un costo infinito.

Los ángeles están siempre presentes donde más se los necesita —están con los que tienen que pelear las batallas más duras, cuyas luchas son consigo mismos, contra sus inclinaciones y tendencias heredadas, cuyos ambientes hogareños son los más desanimadores. Los seguidores de Cristo, ¿trabajarán junto con Dios? ¿Buscarán todos los que están en nuestras instituciones la armonía, la paz y la unidad en Cristo Jesús? ¿Trabajará alguien con Satanás para desanimar a las almas que tienen que contender tanto contra él? ¿Serán empujados, por palabras y actos, al terreno de batalla de Satanás?

Jesús nos asegura que su venida a nuestro mundo fue para salvar a los que estaban perdidos, a los que estaban muertos en transgresiones y pecados, a quienes eran extraños y enemigos de Dios. Ahora bien, los mismos hombres hacia quienes Cristo ha mostrado misericordia y perdón, ¿descuidarán o despreciarán a quienes Jesús está buscando para llevarlos al hogar de su corazón de infinito amor? La obra de Cristo es rescatar a quienes se han descarriado de Dios; y El requiere que cada miembro de iglesia obre conjuntamente con El en traerlos de regreso.

Si aquellos que, por ser inmisericordes, no perdonadores, se colocan del lado de Satanás, solamente escucharan y oyeran la reprobación del Salvador: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”,[31] ¿levantarían alguna mano? Estas palabras de Jesús a los fariseos les trajeron sus propios pecados a su memoria. Condenados en sí mismos, se alejaron uno tras otro.

Corrigiendo sin el Espíritu de Cristo

Hermanos y hermanas, si son obreros juntamente con Dios no hay excusa para que no obren para ayudar, no sólo a quienes tienen afecto, sino también a los que necesitan de vuestra ayuda para corregir sus errores. Se me ha mostrado que muchos no tienen el Espíritu de Cristo. La misma obra que Él les ha dado para hacer no la han hecho. Y ellos continuarán descuidando estas obras a menos que el poder convertidor de Dios caiga sobre sus pobres corazones. Entonces serán ricos en buenas obras.

De esta manera Jesús ilustra la obra que recae sobre quienes pretenden creer en su nombre: “¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar lo que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”.[32]

¡Maravillosa lección de misericordia, clemencia, paciencia y amor! Las almas que perecen, impotentes en el pecado y sujetas a ser destruidas por las artes y las trampas de Satanás, son cuidadas por El como un pastor cuida las ovejas de su manada. Jesús se representa a sí mismo como conociendo a sus ovejas. El da su vida por ellas. Y va a buscarlas aun antes de que ellas lo busquen a Él. Hay más regocijo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve que no necesitan arrepentirse.

Trabajen los ministros y el pueblo de acuerdo con el plan de Dios. Cambien su camino por el camino de Dios; entonces serán celosos en animar y fortalecer al débil, no afligiéndolos o causándoles tropiezo por un espíritu duro, no perdonador y acusador.

Hermanos, necesitamos caer sobre la Roca y ser quebrantados. Entonces tendremos el amor derretidor y subyugador de Jesús, la Majestad del cielo y de los ángeles, y no seremos semejantes a los fariseos, quienes eran orgullosos, duros de corazón y sin simpatía. Dios no desea que perezca ni siquiera el alma más vil y más degradada. ¿Bajo qué luz, entonces, pueden considerar toda negligencia hacia quienes necesitan vuestra ayuda?

Muchos de ustedes son obstinados, orgullosos, duros de corazón y condenadores, cuando por lo contrario todo el corazón debería ser despertado para idear formas y medios para salvar a las almas. Ustedes se apartan de vuestros hermanos porque ellos no hablan y actúan para agradarlos, cuando a la vista de Dios ustedes son más culpables que ellos. Ustedes no buscan aquella unidad por la que Cristo oró para que pudiera existir entre los hermanos. ¿Qué impresión hacen estas desavenencias, esta emulación y contienda, sobre vuestras familias y vuestros vecinos, sobre quienes no creen la verdad? “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.[33] ¿Cuántos de ustedes son de corazón no santificado y, a la vez que se sensibilizan ante algún reproche, hacen al otro un ofensor por una palabra? ¿Cuántos de ustedes hablan palabras que no pueden producir unión, sino sólo angustia y desánimo? ¿Cuántos dan motivo para la ira, y ellos mismos se aíran sin motivo?

Reglas para prevenir la división

Jesús, el Redentor del mundo, ha establecido reglas para prevenir tales divisiones no felices, ¿pero cuántos de ustedes, en nuestras iglesias o en nuestras instituciones, han seguido las directivas de Cristo? “Si tu hermano peca contra ti, vé y [¿cuéntale a cada uno tu pleito?] repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, di lo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”.[34]

Cuando alguien viene a un ministro o a los hombres en posiciones de confianza con quejas acerca de un hermano o hermana, pregunten al informarte: “¿Ha cumplido con las reglas que nuestro Salvador ha dado”?, y si ha fallado en cumplir con algún detalle de esta instrucción, no escuchen sus palabras de queja. Rehúsen admitir algún informe contra vuestro hermano o vuestra hermana en la fe. Si los miembros de iglesia actúan contrariamente a estas reglas, se hacen punibles de la disciplina de la iglesia, y deberían ser puestos bajo la censura de la iglesia. Este asunto, tan ampliamente enseñado en las lecciones de Cristo, ha sido pasado por algo con extraña indiferencia La iglesia, o ha rechazado su obra enteramente, o la ha hecho con dureza y severidad, hiriendo y ofendiendo a las almas. Debería tenerse mesura para corregir este cruel espíritu de crítica, de juzgar los motivos de unos y otros, y de pensar que Cristo ha revelado al hombre los corazones de sus hermanos. El rechazo de actuar correctamente, con sabiduría y gracia, la obra que debería haber sido hecha, ha dejado a las iglesias e instituciones débiles, ineficientes y casi sin cristianismo.

Jesús agregó a la lección estas palabras: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”.[35] Esta seguridad de que, después que las reglas de Cristo han sido seguidas al pie de la letra, las decisiones de la iglesia serán ratificadas en el cielo, otorgan un solemne significado a la acción de la iglesia. No se deberían tomar pasos apresurados para cortar nombres de los libros de la iglesia o para colocar a un miembro bajo censura hasta que el caso haya sido investigado y se haya obedecido plenamente la regla bíblica.

Las palabras de Cristo muestran cuán necesario es para los oficiales de iglesia estar libres de prejuicios y motivos egoístas. Las mentes y los corazones humanos, a menos que estén plenamente santificados, purificados y refinados de parcialidad y prejuicio, están sujetos a cometer graves errores, a juzgar mal y tratar sin bondad e injustamente a las almas que son la adquisición de la sangre de Cristo. Pero la decisión de un juez injusto no será registrada en las cortes del cielo. No se hará culpable a un hombre inocente ni se cambiará su carácter en lo más mínimo delante de Dios. Tan seguramente como que los hombres en posiciones de responsabilidad se exaltan en su propia estima, y actúan como pensando que están para señorear sobre sus hermanos, ellos rendirán cuentas de muchas sentencias que el Cielo no puede ratificar.

Por muy grande que sea la confianza depositada en algún hombre, sea cual fuere la autoridad que se le otorga por su posición, que no piense que puede, por lo tanto, ser indulgente en conjeturas, en sospechas, en pensamientos y palabras malignas, porque él también es un cobarde para hablar abiertamente a sus hermanos y hermanas, y para corregir fielmente algunos errores existentes. Su posición y autoridad dependen de su conexión con Dios, del discernimiento y de la sabiduría que recibió de lo alto.

Seamos cuidadosos de cómo dictamos sentencia de condenación sobre alguien por quien podemos estar acariciando aversión porque no comparte nuestras ideas, porque la sentencia se reflejará sobre nosotros mismos, y porque nos hacemos mucho más daño a nosotros mismos que al condenado. Cristo desearía tener a su iglesia fuerte en unidad. Oremos a Dios para que no seamos juzgados de acuerdo con el finito discernimiento del hombre, quien es muy propenso a pervertirse.

“Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.[36] Recuerden, hay un testigo en cada asamblea, Uno que sabe si vuestros pensamientos son santos, amables, tiernos y cristianos, o si son duros, sin bondad y satánicos. Un registro de vuestras palabras y espíritu, y el resultado de vuestro curso de acción, va al cielo. A ustedes no les conviene ser descuidados y desatentos en este asunto.

“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor”.[37] “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta”[38]. El hombre no puede leer el corazón del hombre. Su juicio está formado de apariencias, y éstas son a menudo engañosas. Dios lee las intenciones y propósitos del corazón. No hagáis nada de una manera clandestina; sed abiertos como el día, confiad en vuestros hermanos y hermanas, tratando con ellos como deseáis que Cristo trate con vosotros.

Querelladores constantes

Muchos en nuestras iglesias e instituciones no están santificados por la verdad que profesan. Si tuvieran el Espíritu de Cristo no mencionarían los pequeños deslices, sino que sus mentes estarían ocupadas en la contemplación del amor de Jesús. Necesitan discernimiento espiritual, para que no sean el hazmerreír de las tentaciones de Satanás. No deberían estar continuamente viendo cosas de las cuales quejarse. Si la instrucción que Cristo ha dado fuera seguida en el espíritu que cada verdadero cristiano debería tener —sí cada uno, cuando estuviera apenado, fuera el miembro ofensor y lo buscara con bondad para corregir el error por decirle privadamente su falta— se prevendría mucho esfuerzo penoso. Pero muchos se valdrán de todos los recursos antes que caer sobre la Roca Cristo Jesús y ser quebrantados. Ojalá fracasen tales recursos.

Cristo dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. “Llevad mi yugo sobre vosotros”.[39] ¿Haremos esto? ¿Llevaremos el yugo de Cristo? ¿Seremos renovados en el espíritu de nuestra mente, y diariamente trataremos de cultivar la humildad y la sencillez semejantes a las de los niños, deseando ser el menor y el siervo de todos? Sin este espíritu nuestra vida no está escondida con Cristo en Dios. La vanidad que muchos manifiestan precisamente se opone a la mansedumbre y la humildad de Cristo. Quienes piensan mucho menos del yo y exaltan más a Jesús, serán los más grandes en el reino de los cielos.

Que todo el que espera ver a Jesús llegue a ser como El es, y sea hecho semejante a Él, y así lo siga diariamente para que su carácter pueda ser moldeado según su imagen. Cuando nuestros corazones reflejen su semejanza, no seremos juzgados injustos; honraremos a los que Dios honra, y seremos muy discretos en espíritu, en palabra, en acción, sin que aflijamos a uno de los pequeñitos de Dios. El que ama a Dios porque sus propios pecados han sido perdonados, manifestará un espíritu perdonador hacia otros.

Abuso de disciplina

Al tratar con el que yerra, no debería recurrirse a medidas rigurosas; los medios más benignos tendrán mejor efectividad. Después que los mejores medios han sido perseverantemente tratados sin éxito, aguardad pacientemente y ved si Dios no influirá sobre el corazón del errante. En tiempos pasados se ha abusado de la disciplina. Los hombres que tienen un carácter muy defectuoso se han adelantado para disciplinar a otros, y de esta manera toda la disciplina ha caído en descrédito. La pasión, el prejuicio y la parcialidad —siento mucho decirlo— han tenido abundante espacio para manifestarse, y la disciplina adecuada ha sido descuidada.

Si los que tratan con el que yerra tuvieran corazones llenos de bondad humana, ¡qué espíritu diferente prevalecería en nuestras iglesias! Ojalá el Señor abra los ojos y ablande los corazones de quienes tienen un espíritu duro, no perdonador e inflexible hacia quienes ellos piensan que están en el error. Tales hombres deshonran su cargo y deshonran a Dios. Afligen los corazones de los hijos de Dios, y los compelen a clamar a Él en su distrés. Con seguridad el Señor los juzgará por estas cosas.

Pero quienes son sin sentimientos, duros de corazón, se hacen el más grande daño a sí mismos. Son engañados por su propio curso de acción. El egoísmo dirige a quien lo acaricia a exagerar cada ofensa pequeña, a atribuir gran importancia a pequeños actos, y a imputar culpabilidad a quien es ignorante de estar cometiendo algún error. Este egoísmo obra en el corazón no santificado para crear un deseo de desprecio hacia quienes no lo estiman tan elevadamente, o no le muestran tanto honor como él piensa que se le debe tributar.

Las lecciones que Cristo nos ha dado son para ser estudiadas e incorporadas a nuestra vida religiosa de cada día. Si no perdonan a los hombres sus ofensas, “tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas’’.[40] “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno”.[41] “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”[42]

Cuando el creyente, en vista de todas sus transgresiones, ejerza fe en Dios, crea que es perdonado porque Cristo ha muerto como su sacrificio, estará tan lleno de gratitud hacia Dios que su tierna simpatía alcanzará a quienes, como él, han pecado y están necesitados de perdón. El orgullo no hallará lugar en su corazón. Una fe como ésta será un soplo de muerte para un espíritu vengativo. ¿Cómo es posible para el que encuentra perdón, y quien está diariamente dependiendo de la gracia de Cristo, apartarse con frialdad de quienes han sido sorprendidos en una falta y mostrar hacia los pecadores un espíritu no perdonador? Todo el que tiene una fe real en Dios, aplastará el orgullo bajo sus pies.

Una vislumbre de la bondad y la misericordia de Dios guiarán al arrepentimiento. Habrá un deseo de poseer el mismo espíritu. Quien recibe este espíritu tendrá un claro discernimiento para ver lo bueno que hay en el carácter de los demás, y amará a quienes [necesitan] la simpatía tierna y piadosa del perdón. El ve en Cristo a un Salvador perdonador de los pecados, y contempla con esperanza y confianza el perdón escrito en frente de sus pecados. El desea que la misma obra se haga también por sus asociados. La fe verdadera lleva al alma a estar en simpatía con Dios.

Ojalá Dios se apiade de quienes están a la expectativa, como lo hacían los fariseos, para hallar algo en qué condenar a sus hermanos, y de quienes se enorgullecen de su agudo y prodigioso discernimiento. Eso que ellos llaman discernimiento es frialdad, crítica satánica, agudeza para sospechar y acusar a las almas de intenciones malignas, almas que son menos culpables que ellos mismos. Ellos son semejantes al enemigo de Dios, acusadores de los hermanos. Estas almas, cualquiera sea su posición o experiencia, necesitan humillarse delante de Dios. ¿Cómo pueden orar: “Perdóname como yo perdono a los demás”?

“Con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia”.[43] Dios no garantiza el perdón a quien cuya penitencia no produce humildad, y cuya fe no obra por amor para purificar el alma. Necesitamos estudiar el ejemplo del que fue manso y misericordioso; quien, cuando fue injuriado, no denigró de nuevo. Un espíritu vengativo no será consentido por un verdadero cristiano.

Los padres deberían enseñar a los hijos a ser pacientes bajo las injurias, deberían enseñarles aquel maravilloso precepto insertado en la oración del Señor que dice que debemos perdonarnos unos a otros así como desearíamos ser perdonados. El que posee el Espíritu de Cristo nunca se cansará de perdonar. Yo les ruego que sean cristianos bíblicos. Manuscrito 11, de 1888.


Referencias

[1] Gál. 6:1.

[2] Juan 1: 9.

[3] Prov. 28:13

[4] Vers. 14.

[5] Vers. 5.

[6] 1 Sam. 15:13.

[7] Vers. 22, 23.

[8] Isa. 58: 9.

[9] Lev. 19:18; Rom. 12:10.

[10] Luc. 8:18.

[11] 1 Cor. 13:1-7.

[12] Sant. 3:13, 14.

[13] Vers. 15-18.

[14] Apoc. 3:15.

[15] Sant. 3:16.

[16] Vers. 17.

[17] Tito 3:1-6.

[18] Luc. 17:3, 4.

[19]Sant. 5: 1.

[20] Mat. 7:12.

[21] Mat. 7:12.

[22] Mat. 18: 23, 24.

[23] Vers. 26.

[24] Vers. 27.

[25] Vers. 28-30.

[26] Vers. 32, 33.

[27] Luc. 17: 3.

[28] Mat. 18:1-6.

[29] Vers. 7-11

[30] Vers. 10.

[31] Juan 8:7.

[32] Mat. 18:12-14.

[33] Juan 13: 35.

[34] Mat. 18; 15-17.

[35] Vers. 18.

[36] Vers. 19, 20.

[37] 1 Ped. 2: 1-3.

[38] Sant. 5: 9.

[39] Mat. 11: 29.

[40] Mat. 6:15.

[41] Mar. 11: 25.

[42] Mat. 5: 44.

[43] Luc. 6: 38; Sant. 2: 13.