“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento.” (1 Cor. 3:10.) En este tercer capítulo de la primera epístola a los corintios, el apóstol emplea una expresión enérgica relativa al verdadero carácter del obrero cristiano. Esta es una de las descripciones más impresionantes que se nos dan en las Escrituras con relación al abarcante contenido de la obra de los siervos de Dios. El apóstol no solamente plantea los más profundos principios que deben gobernar su conducta y actividad, sino que refuerza su enseñanza con todo el poder contenido en su ejemplo personal. Una cosa es conocer los principios relativos a la obra, y reconocer su valor, y otra completamente distinta revelarlos plenamente en la obra individual.
Este versículo es un verdadero mapa en relieve de los deberes y privilegios de los obreros cristianos. Vemos principios concernientes a zonas de nuestra experiencia en las cuales hemos tenido muy poca práctica. Nos saltan a la vista como las montañas y los ríos de un mapa en relieve. El apóstol nos hace una descripción maestra que impresiona como pocas cosas en la vida.
Los edificios del mundo revelan el carácter del hombre que los hizo. Las estructuras humanas nos revelan los pensamientos y motivos de la humanidad. La arquitectura es una actividad humana significativa; hay pocos seres humanos que no hayan deseado ser arquitectos o constructores. El apóstol, con su acostumbrada pericia, aprovecha la oportunidad de dar al pastor una figura de lenguaje de carácter permanente que le ayudará a perfeccionar su ministerio.
Las grandes obras de ingeniería reclaman el respeto y la admiración de todos nosotros. Los grandes constructores de la historia humana han suscitado la admiración de la raza. Sin duda en los días de los apóstoles debe haber habido edificios fuertes y estables que contrastaban con edificaciones ruinosas y a punto de caerse. La impresión que causaron en la mente del apóstol los edificios de su tiempo, el hecho de aquilatar la relación entre el arquitecto y la construcción, pusieron de relieve en su mente y corazón principios que podían ser aplicados a la obra del predicador. Vio edificios destinados a soportar los vientos y las inclemencias de los siglos, y pensó que la obra del obrero cristiano debe no sólo resistir para el tiempo sino para la eternidad.
Veamos algunas de las lecciones que nos enseña la referencia que el apóstol hace de sí mismo como “perito arquitecto.” Nótese que la expresión “perito arquitecto” ha sido elegida como la frase clave del versículo. Algunos arquitectos no son “peritos” de modo que él no podía conformarse con la palabra “arquitecto” solamente. Algunos “peritos” no son arquitectos. Por eso eligió la maravillosa expresión “perito arquitecto.”
El perito arquitecto es consciente de su responsabilidad individual
El apóstol establece este principio en muy pocas palabras: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento.” Nótense los pronombres “me” y “yo” que están en esta frase. No se puede acusar al apóstol diciendo que su declaración revela una indebida confianza en su fuerza, porque atribuye la gloria de la obra acabada al hecho de que trabajó dirigido por la gracia de Dios. En este tipo de trabajo, la gracia ocupa el primer lugar, y el “yo,” el segundo.
Es interesante notar que cuando Pablo fue llamado en el camino a Damasco, la voz pronunció dos veces su nombre: “Saulo, Saulo.” Creemos que esta repetición de su nombre resonó en los oídos de Pablo durante todo su ministerio. Se lo había llamado por nombre, no una, sino dos veces. Llamamos a la gente repitiendo su nombre para señalarle su responsabilidad individual. Tenía una responsabilidad individual, que nadie podía asumir por él plenamente. Leamos las epístolas del gran apóstol y descubriremos cuán convencido estaba de su responsabilidad personal. En una de ellas dice: “Reputo todas las cosas pérdida . . .” (Fil. 3:8.) Después, dos versículos más adelante, escribe: “A fin de conocerle…” En Filipenses 3:14: “Prosigo al blanco …” y “yo Pablo soy hecho ministro,” en Colosenses 1:24. Y después, cuando explica en Efesios 3 la gloria del propósito de Dios para su tiempo, escribe: “Del cual yo soy hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dada… (Vers. 7.)
Nos aventuramos a declarar que muchos corazones y mentes dependen demasiado de una organización o institución para hacer la obra que solamente puede ser hecha por los esfuerzos individuales y la gracia de Jesucristo. A fin de llegar a ser un perito arquitecto, el obrero debe dejar de apoyarse en los demás y estribar sólo en el Dios de nuestra salvación. Todos recibimos una ayuda maravillosa del auxilio y cooperación de los demás, y debemos auxiliar a los demás y cooperar con ellos. Pero hay algunas situaciones vitales en que debemos obrar solos. Dios llama a sus siervos para que estudien la Biblia solos, con la compañía del Espíritu Santo. Debemos implorar solos ante Dios en oración y súplica. Se nos insta hoy para que salgamos a conquistar el mundo para Cristo y tenemos una responsabilidad individual que nadie puede asumir por nosotros.
A Daniel se lo echó solo en el foso de los leones. José, apenas un muchachito, fue llevado solo a Egipto. Juan el Bautista sufrió solo en la prisión de Heredes. Jesús pasó solo por el Getsemaní. Aferrémonos de la gracia del Señor Jesús y aprendamos a trabajar solos en armonía con la gracia que se nos ha dado.
Pablo, como perito arquitecto, comprendió que solamente se le había encargado una parte de la obra de Dios
Nunca pretendió el apóstol hacer toda la obra de Dios. Dijo que había puesto el fundamento. Esa era la parte que le correspondía en su época. Mas adelante reconoció que otros vendrían después de el y pondrían la superestructura del edificio. En su predicación, el apóstol se limitó a las doctrinas que constituían la verdad presente para su tiempo. Isaías, el profeta, dedicó mucho tiempo a predicar la doctrina del Dios único y viviente en contraposición a los muchos falsos dioses de su época. Pero el mensaje de Pablo era otro. Comprendió la obra que se le había señalado cuando declaró: “Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a este crucificado” Consagró su vida a llevar a cabo la parte del plan de Dios para su tiempo.
Todos los grandes obreros comprenden sus limitaciones. La comprensión de este hecho resulta evidente por el espíritu diligente e industrioso que manifiestan en la realización de la obra que tienen entre manos. Comprenden que sólo una parte de la obra les pertenece, y tratan de hacerla bien, como peritos arquitectos. Un Livingstone realizará sus ideales de explorador de un continente, como parte de su obra evangélica. Un Carey pondrá sus ojos en la India. Un Henry Martyn dirá que su obra consiste en “arder para Dios.” Un predicador adventista reconocerá que su obra especial consiste en predicar el Evangelio del Señor que pronto vendrá de nuevo a la tierra, no en el futuro, no a cincuenta años de distancia, ¡sino ahora! Un Moisés dará su ley en medio de los truenos ‘del Sinaí, y un Noé construirá su arca como una parte de la gran trama del plan de Dios.
Reconocer la parte que Dios nos ha dado en su obra, y después dedicarnos a hacerla como peritos arquitectos, equivale a entrar en una vida de influencia y poder crecientes. No es nuestra parte definir las grandes verdades fundamentales de la iglesia; esa obra la realizaron los que nos antecedieron. Nuestra obra consiste en predicar las grandes doctrinas, en vivirlas, defenderlas y explicarlas en forma persuasiva al mundo incrédulo. Esto es ser un perito arquitecto. Los que lo hagan contribuirán a que el reino de Dios crezca y prospere en la tierra. Oro a Dios para que el ministerio adventista reconozca inconfundiblemente la elevada importancia de hacer su parte en el plan de Dios para este tiempo, y ahora mismo.
El perito arquitecto reconoce la importancia de que el mismo sea un obrero diligente
He observado que los arquitectos constructores de primera clase son ellos mismos obreros diligentes. Muchas veces he observado cuánto se preocupa un arquitecto por el edificio que está construyendo. Cada día se presenta en la obra para consultar los planos, observar los detalles, conversar con sus ayudantes, arreglar los materiales, corregir los defectos. Los arquitectos son trabajadores. Alguien ha dicho muy acertadamente: “No hay substituto para el trabajo.” “Labor omnia vincit” es un axioma en nuestro mundo.
En el versículo que estamos comentando se nos presenta Pablo como el constructor, como el arquitecto obrero. No podemos leer sus escritos sin convencernos de su actividad personal. Estamos convencidos también de que trabajaba con su mente y corazón, y con cada fibra de su ser. Ponía todo su ser en la obra del ministerio evangélico. “Empero yo de muy buena gana despenderé y seré despendido por vuestras almas…” Ese es el espíritu de su obra.
En el segundo capítulo de la primera epístola a los tesalonicenses se nos da probablemente una de las descripciones más notables del apóstol Pablo mientras trabajaba. En Tesalónica trabajó después de haber sido “afrentado” en Filipos, cuando muchísimos hubieran considerado eso más que suficiente para no trabajar o dejarse estar. Él y sus compañeros trabajaron con toda ternura, o para emplear sus propias palabras, “como la que cría, que regala a sus hijos.” ¡Qué impresión maravillosa y duradera debe haber hecho en los conversos de Tesalónica la manifestación del gran espíritu de ternura del apóstol!
La obra de Pablo no se reducía a un horario de ocho horas diarias, sino que sus esfuerzos proseguían “día y noche.” La labor efectiva del apóstol y sus ayudantes produjo sus frutos, porque leemos: “Habiendo recibido la palabra de Dios que oísteis de nosotros, recibisteis no palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios.” La diligencia en el ministerio bendito por la gracia de Jesucristo producirá en nuestros días los mismos resultados que en los de Pablo. Nada perjudicará más rápidamente la influencia del pastor que el hecho de que la gente se dé a la idea de que no es diligente y que es infiel en su trabajo diario. Todos tenemos que cuidarnos de no trabajar demasiado. Por otra parte, nuestro cometido requiere que dediquemos todo nuestro tiempo y trabajemos intensamente mientras tenemos trabajo por delante. Un perito arquitecto es un obrero fiel y cabal.
El perito arquitecto comprende su relación con los que le han precedido, con los que le sucederán, y con sus compañeros de labor
El principio de la cooperación se presenta en nuestro versículo con las siguientes palabras: “Coadjutores somos.” El apóstol declara que ha puesto el fundamento y en el mismo versículo reconoce que otros han construido la superestructura sobre ese fundamento. El apóstol estaba asociado con algunos pastores colegas suyos y también con laicos en la obra en favor de la gente de su tiempo. En el último capítulo de la epístola a los Romanos nos presenta una larga lista de colaboradores. Al comienzo de casi todas las epístolas envía saludos de los que estaban trabajando con él. Cuando Pablo dio instrucciones a Timoteo acerca del ministerio, le dio una cantidad de sugerencias en cuanto a su relación con los demás. Por ejemplo, le explicó específicamente cómo tratar a los ancianos.
El pastor que respeta los sentimientos del prójimo, como asimismo a sus compañeros de labor, está bien encaminado en el sendero del éxito. Los que edifican congregaciones enseñándoles a mirar a Jesús en lugar de concentrar su atención en cualquier pastor, están haciendo una obra firme. Los conversos debieran ser instruidos no de acuerdo con las ideas peculiares de algún hombre, sino que debieran tener una comprensión amplia de los principios del reino. La triste verdad es que, en algunos casos, muy pocos por supuesto, y sin ánimo de hacer mal, se ha enseñado a algunos conversos de acuerdo con las ideas peculiares de alguien, y como resultado la experiencia de los conversos se ha malogrado y ha sido unilateral. Esto no es edificar como perito arquitecto.
Como peritos arquitectos edifiquemos a los conversos de manera que no sólo tengan confianza en nosotros como pastores, sino que respeten en general a los ministros de la iglesia. Trabajemos de tal inocuo que en cualquier momento que se llame a otro pastor para proseguir la obra que hemos estado llevando a cabo, se produzca un mínimo de interrupción en el cambio. Podemos facilitarles la tarea a nuestros sucesores o dificultársela. Podemos edificar a los conversos manifestando respeto por los hombres que nos han precedido.
No necesitamos despedazar el carácter de los que pasaron antes que nosotros, aunque no seamos capaces de obrar ahora como ellos lo hicieron antes. Grandes resultados nos aguardan si como pastores tenemos un respeto profundo y sagrado por nuestros colegas, los que nos han precedido, los que nos han sucedido y hacia aquellos que íntima o remotamente están relacionados con nosotros. Cuando nuestro corazón se una al de nuestros compañeros de trabajo, no importa que sus métodos nos gusten o no, sentiremos un poder, una paz y una confianza en Dios crecientes, que se manifestarán en toda nuestra experiencia.
“En todas las cosas que tienden al sostén del hombre, se nota la concurrencia del esfuerzo divino y del humano. No puede haber cosecha a menos que la mano humana haga su parte en la siembra de la semilla. Pero sin los agentes que Dios provee al dar el sol y la lluvia, el rocío y las nubes, no habría crecimiento. Tal ocurre en la prosecución de todo negocio, en todo ramo de estudio y en toda ciencia. Y así ocurre también en las cosas espirituales, en la formación del carácter, y en todo ramo de la obra cristiana. Tenemos una parte que cumplir, pero debemos tener el poder de la Divinidad para unirlo con el nuestro, o nuestros esfuerzos serán vanos.
“Cuando quiera que el hombre alcanza algo, sea en lo ‘ espiritual o en lo temporal, debe recordar que lo hace por medio de la cooperación con su Hacedor. Necesitamos grandemente comprender nuestra dependencia de Dios. Se confía demasiado en los hombres, y en las invenciones humanas. Hay muy poca confianza en el poder que Dios está listo para dar. ‘Coadjutores somos de Dios.’ Inmensamente inferior es la parte que lleva a cabo el agente humano; pero si está unido con la divinidad de Cristo, puede hacer todas las cosas por medio de la fuerza que él imparte.’
“Necesitamos tener una (confianza mucho menor en lo que el hombre puede hacer, y una confianza mucho mayor en lo que Dios puede hacer por cada alma que cree.”—”Lecciones Prácticas del Gran Maestro” págs. 76, 133.