“El cielo y la tierra no están más alejados hoy que cuando los pastores oyeron el canto de los ángeles” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 32).
“El cielo se acerca a la tierra por esa escalera mística, cuya base está firmemente plantada en la tierra, mientras que su parte superior llega al trono del Infinito. Los ángeles están constantemente ascendiendo y descendiendo por esta escalera de deslumbrante resplandor, llevando las oraciones de los menesterosos y angustiados al Padre celestial, y trayendo bendición y esperanza, valor y ayuda, a los hijos de los hombres. Esos ángeles de luz crean una atmósfera celestial en derredor del alma, elevándonos hacia lo invisible y eterno. No podemos contemplar sus formas con nuestra vista natural; solamente mediante una visión espiritual podemos discernir las cosas celestiales. Solamente el oído espiritual puede oír la armonía de las voces celestiales” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 123, 124).
¡Ojalá la humanidad pudiese reconocer hoy aquel canto! La declaración hecha entonces, la nota pulsada, irá ampliando sus ecos hasta el fin del tiempo, y repercutirá hasta los últimos confines de la tierra. Cuando el Sol de justicia salga, con sanidad en sus alas, aquel himno será repetido por la voz de una gran multitud, como la voz de muchas aguas, diciendo: “Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 31).