Al fin y al cabo, ¿cómo nos imaginamos a la esposa del pastor? ¿Cómo la que resuelve los problemas de la iglesia, modelo de virtudes, esposa ideal, madre intachable, ama de casa impecable, ejemplo en el vestir, administradora responsable, directora de Dorcas, cuna y coro, pianista de la escuela sabática y organista del culto de oración?
¡Imposible! ¡Por supuesto que es imposible! Sin embargo, ése es el cuadro que hemos pintado, u otro bastante parecido, al intentar describir a la esposa del pastor. Usted habrá leído algunos libros que tratan acerca de las responsabilidades de la esposa del pastor, y le habrá pedido a su esposa que los lea. Si ella lo hizo, no habrá podido evitar el llanto.
Y eso no es todo. Más de una promisoria estudiante de teología los ha leído también y se ha dicho para sus adentros: “Esto no es para mí; no soy capaz”. Y habrá orientado su interés en otra dirección. En muchos casos quizá fue mejor que lo haya hecho así. Pero, ¿no cometemos una injusticia con estas hermanas, con el ministerio y con nuestras iglesias al crear esta imagen artificial?
La norma es elevada. Lo es para el pastor y debe serlo para su esposa. En verdad, para que él sea un dirigente en una comunidad cristiana, su esposa debe estar a su lado de una manera muy especial. Sin embargo, la razón por la cual se traslada a los pastores de un distrito a otro es porque ningún hombre es fuerte en todos los aspectos de su ministerio. Esta es la causa por la cual se hace rotar a los obreros a fin de que las iglesias se fortalezcan con sus talentos y no se perjudiquen en forma permanente por sus debilidades.
Pero a su querida esposa se la trata de otra manera. Alguien aparece por allí y dice: “En esta iglesia la esposa del pastor generalmente se encarga del departamento primario”. Si ése es “su vestido de gala”, su especialidad, aceptará el puesto. Pero aparece otro que afirma: “En nuestra iglesia la esposa del pastor generalmente toca el órgano”. Y para cuando se la ha sometido al bombardeo de todo lo que “hace generalmente la esposa del pastor”, ya se siente agotada u oprimida por un complejo de culpa.
Puede ser que su situación sea parecida a la del hombre que le preguntó al empleado del hotel cuál era el promedio de propina que le daban por llevar las valijas hasta las habitaciones. El empleado respondió que equivalía a unos cinco dólares. Al turista le pareció que era mucho, pero pagó. Entonces el empleado miró el billete y dijo: “Gracias, señor. Usted es el primero que ha llegado al promedio”.
Tal vez la frase “en nuestra iglesia la esposa del pastor generalmente”… abarca a un conjunto de esposas de pastor que han servido en diversos puestos, todas dentro de sus posibilidades. Pero la iglesia podrá quedarse esperando que cada nueva esposa de pastor llene todos los cargos dejados por todas las anteriores.
Como miembros de iglesia, obreros y educadores, ciertamente tenemos que presentarles a estas jóvenes —y a las mayores también— un cuadro más realista de lo que se espera de ellas.
La primera responsabilidad de la esposa del pastor es su esposo. El programa de trabajo de su marido implica exigencias inusitadas, de todos modos. A menudo está ausente. Pocas veces puede disponer de una velada en casa. El teléfono suena incesantemente…
Si puede aumentar su rendimiento, ser a la vez padre y madre cuando él está ausente, proveerle un refugio en su mundo de múltiples presiones, ¿qué mayor contribución se le podría pedir?
Si además de esto tiene la capacidad, el deseo, el tiempo y la resistencia física para hacer más, está bien. Su iglesia se levantará y la llamará bienaventurada. Pero no exijamos más de ella.
Es posible que si le exigimos menos a ella recibiremos más de él. Si ella es la ayuda idónea del pastor para atender sus necesidades más profundas, entonces, al suplirlas, estará ampliando su ministerio en el sentido más elevado del término.
Sobre el autor: Profesor de la Universidad Andrews