El desarrollo de una relación sólida debe ser un proyecto permanente en la vida del pastor y su esposa. El éxito en este aspecto es una señal definida de la eficacia del pastor como siervo de Cristo.
John Wesley, el fundador de la Iglesia Metodista, se vio en problemas con su esposa, en cierto momento de su vida matrimonial. En una explosión de ira, la mujer, enfurecida, lo tomó por los cabellos y lo arrastró por toda la casa. No sabemos quién tenía la razón, ni siquiera si había una razón para semejante agresión. El hecho es que el pastor tiene en su esposa a alguien con quien se debe relacionar muy bien. A veces, sin embargo, por causa de las exigencias del trabajo, algunos terminan enfrentando ciertas dificultades en este aspecto de la vida.
En su relación con su esposa el pastor llega a ser consciente de su propia debilidad, de su humanidad y de su naturaleza pecaminosa; porque ella lo conoce íntimamente, comparte sus secretos, alegrías y tristezas. Muchos pastores tienen éxito cuando ayudan a resolver sus problemas a otra gente, mientras que fracasan en su intento de establecer una relación feliz con su propia esposa.
Los problemas
¿Por qué les resulta difícil a muchos pastores vivir una vida conyugal pacífica y armoniosa? Consideremos algunas de las razones de esta situación:
Por el hecho de ser dirigente, el pastor tiene, a veces, una personalidad fuerte. Por eso, está más inclinado a crear y dirigir que sencillamente aceptar las ideas de los demás, o poner en práctica los planes ajenos.
El pastor se entrega en cuerpo y alma a su tarea, y eso le exige lo mejor de su tiempo y sus energías. Las demás responsabilidades ocupan el segundo, tercero o cuarto lugar en su lista de prioridades.
El pastor está constantemente ayudando y atendiendo a la gente. Muchas veces el hogar se convierte en un albergue, una pensión, un restaurante, una oficina, un consultorio o un escondrijo. Por lo común, la presión del trabajo, el desgaste emocional, el aspecto profesional y ético de su profesión lo inducen a separar totalmente de su familia toda actividad pastoral, con lo que la esposa queda al margen de cualquier participación. Eso reduce su sentido de dignidad y utilidad.
El pastor no es dueño de su tiempo. Con frecuencia está fuera de casa en viajes y tareas, y de ese modo le roba a la familia los momentos que con justicia le pertenece.
El pastor y su familia viven en constante exposición, como si frieran en el supermercado la oferta del día. Los pequeños problemas familiares se comentan y se amplían hasta alcanzar proporciones irreales. Y muchas veces surgen malos entendidos entre el pastor y su esposa en cuanto a cómo resolverlos, especialmente si él es perfeccionista y cree que su familia debe ser el modelo en todo.
La esposa del pastor no le puede confiar sus problemas a otro pastor; sólo a su marido. Y, muchas veces, él no tiene tiempo de oírla. En otros casos, no demuestra sensibilidad para comprender los problemas de ella.
La desarmonía y las tensiones pueden surgir porque la esposa nota que su marido tiene mucha paciencia en su trato con otra gente, mientras que es impaciente en el hogar. Muchas veces él dedica hora tras hora a atender los problemas de los miembros de la iglesia, e inmediatamente después trata con impaciencia a su esposa por pedirle un minuto de su atención para solucionar algún problema, con lo que hiere sus sentimientos.
El pastor dedica una buena proporción de su tiempo a aconsejar matrimonios que tienen dificultades, y es muy humano que su esposa abrigue el temor de que algunas de esas mujeres le transfieran sus afectos. Se necesita mucho equilibrio, habilidad y tacto para que ninguna sombra de duda o sospecha recaiga sobre la conducta del pastor, en este sentido.
El pastor siempre está en posición de privilegio. Constantemente recibe gratificaciones espirituales, emocionales y materiales por la obra que lleva a cabo. Experimenta el gozo del cumplimiento de las promesas de Dios al ver que la gente se convierte como fruto de su trabajo. Si no comparte esas alegrías y victorias con su esposa, ella puede ceder a la tentación de dejarse dominar por el desánimo, la duda, la frustración y el sentimiento de que no sirve para la obra.
Los hombres que llegan a ser buenos pastores, por lo común, deciden casarse con mujeres de personalidad fuerte, sensibles, con convicciones y entusiastas. Y, a menos que se hagan esfuerzos para establecer puntos de contacto entre esas dos personalidades, se abrirá un abismo. La esposa se puede sentir descalificada y disminuida en su posición social y en su utilidad.
Las soluciones
El desarrollo de una relación sana y fuerte debe ser un proyecto permanente en la vida del matrimonio pastoral. No hay reglamento que determine esa responsabilidad. El éxito en este aspecto tan especial es una fuerte indicación de que el pastor es, efectivamente, un siervo de Cristo.
¿Cómo puede el pastor relacionarse bien con su esposa? ¿Cómo pueden mantenerse siempre abiertas las puertas de la comunicación? Consideremos las siguientes sugerencias:
Aparte siempre algún tiempo para una conversación informal, para un intercambio de ideas acerca de la familia y otros asuntos Haga de esto una práctica regular.
El pastor y su esposa deben orar el uno por el otro, ya sea en presencia o en ausencia del resto de la familia. La oración en familia tiene la particularidad de conservar los mejores sentimientos y el afecto del matrimonio, y desarrolla respeto hacia las actitudes y los sentimientos del otro.
El marido y su mujer deben leer juntos libros y artículos, y discutir su contenido. Eso ayuda mucho para madurar en el trato conyugal. El pastor podrá ser más lógico en sus análisis, y la esposa más afectuosa. Cada uno contribuirá de acuerdo con su propia personalidad.
Una buena manera de establecer la comunicación conyugal consiste en que la esposa evalúe el sermón de su esposo. Si lo hace con sinceridad y con una actitud constructiva, lo estará ayudando a ser más eficiente en su trabajo. Al mismo tiempo, ella recibirá mayor información teológica.
De vez en cuando, el pastor y su esposa deberían dedicar algún tiempo para estar a solas. Puede ser por algunas horas del día o de la noche, e incluso por algunos días. Es indispensable que los dos vivan momentos de felicidad, atención mutua y oración. Ningún compromiso de trabajo, ninguna actividad de la clase que sea, debe interferir en esos momentos.
En la medida de lo posible, el pastor debería contarle a su esposa los sucesos del día. Eso la mantendrá informada acerca de las aspiraciones, las realizaciones, los peligros, los desafíos y los fracasos que experimenta su marido. La esposa, a su vez, debería compartir con él sus experiencias en el hogar, en la iglesia o en la comunidad.
De vez en cuando, el pastor y su esposa deberían recordar su vida pasada. Puesto que ambos se dedicaron al servicio de Dios, es importante que hagan un inventario para verificar dónde están parados, cuáles son los puntos débiles que se deben fortalecer, y los puntos fuertes que se deben recordar humildemente y con gratitud a Dios.
El amor se debe reafirmar mediante palabras y actos. El pastor debe dedicar tiempo para decirle a su esposa cuán reconocido está por su participación en el ministerio. Y la esposa debe sentirse apreciada, amada, valorizada, reconocida y necesaria al lado de su marido, el pastor. Eso se debe hacer constantemente. La confianza mutua produce alegría y felicidad.
Aunque haya sido llamado por Dios para llevar a cabo una misión sublime, el pastor no es un ángel, ni está libre de flaquezas y de pecado. La esposa también tiene brazos, y no alas. Pero ya que decidieron vivir y trabajar juntos, debe haber entre ellos un continuo intercambio de sentimientos, palabras y actos de bondad, simpatía y amor.
Sobre el autor: Pastor jubilado. Reside em Hortolandia, São Paulo, Rep. de Brasil.