En los días en que vivimos como cristianos, somos testigos de los esfuerzos que se realizan en la iglesia para mantener la vigencia de los principios y las normas que deben caracterizarnos como adventistas del séptimo día y que han de llevarnos al reino eterno.
Según se va acercando “aquel día”, el día de la segunda venida de Jesús y el día en que será derramada la ira de Dios de una manera inmisericorde, hemos de ser testigos de calamidades, desastres y apostasías aun dentro de la iglesia a menos que, como creyentes, aprendamos a caminar con Dios como lo hizo Enoc y a mantener firmes las normas cristianas que deben regir nuestras vidas.
No hay duda de que Satanás anda como león rugiente buscando a quien devorar, puesto que la misma Biblia nos dice en 1 Pedro 5:8, “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”.
Dice también San Juan, el discípulo amado: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17). Satanás está dando su última acometida en contra del pueblo de Dios que enseña los mandamientos de Dios y lucha por vivir en armonía con ellos. El enemigo sabe muy bien que la mejor manera de debilitar y dividir a la iglesia es por medio de una negación de sus normas.
Una vez que la iglesia rebaje sus normas para así conformarse al mundo, quedará impotente; ya no podrá levantar su voz y decir: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apoc. 18:4).
Si las normas de la iglesia del Dios viviente llegan a ser iguales a las del mundo, el propósito por y para el cual existe la iglesia queda anulado. No solamente trae una mala influencia el descuido de las normas de la iglesia sobre aquellos que están fuera, sino que destruye la confraternidad de los santos, puesto que, esta confraternidad llega a tener significado solamente cuando “andamos en luz, como él está en luz” (1 Juan 1:7).
Es un acto de hipocresía cuando decimos que andamos en la luz y no lo hacemos, más bien andamos conforme a las normas del mundo. Este hecho convierte nuestra profesión en una mentira.
Un factor muy importante que debemos reconocer es que la iglesia de Cristo está compuesta por cristianos que han sido llamados a dejar el mundo y a seguir a Cristo. Y si fuimos llamados a dejar el mundo y seguir a Cristo, ¿por qué vamos a traer el mundo juntamente con sus normas y prácticas a la iglesia?
Otro factor significativo es el del crecimiento espiritual, y éste viene como resultado de nuestra asociación con aquellos que son de la fe de Jesucristo, con aquellos que tienen ambiciones, deseos y creencias como las nuestras; nuestra asociación debe ser primordialmente con los que buscan primeramente el reino de Dios y su justicia, porque, ¿qué concierto tiene la luz con las tinieblas?
Precisamente es aquí donde radica el problema que está latente en el corazón de muchos cristianos y por lo tanto en la iglesia pues ellos son sus partes componentes. ¡He aquí el mayor problema! ¿Cuál es este problema? Es que estos que se denominan cristianos, pero que no lo son, no han sido convertidos al Evangelio ni a Jesucristo, no han nacido de nuevo.
A éstos les sucede lo de Nicodemo: no han nacido del agua ni del Espíritu, otros no han nacido del Espíritu, serán solamente cristianos nominales, tibios, fríos y aun indiferentes a los cuales las normas de la iglesia no les interesan.
Estos nunca comprenderán el valor de ser un verdadero miembro de la iglesia, puesto que el verdadero valor de ser miembro, feligrés, puede ser comprendido debidamente por aquel que ha nacido de nuevo. “Para gozar debidamente de los privilegios de un adventista del séptimo día, uno debe nacer de nuevo. Para regocijarnos con los redimidos, debemos ser redimidos”.
Por esta razón hay miembros que no se gozan en la iglesia. No encuentran placer en medio de sus feligreses, no encuentran gozo en su programa espiritual y recreativo; por la sencilla razón de que no están con toda su mente, fuerza y corazón en la iglesia; porque no han aprendido a abandonar el mundo. Se han olvidado de las palabras del profeta que dicen: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amos 3:3). Por esta razón encuentran difícil el cumplimiento de las normas de la iglesia. No reconocen que no se puede obtener una madurez espiritual al tratar de servir a dos señores.
Como cristianos debemos decidir a quién hemos de servir. Debemos ser sinceros, honrados e íntegros, pero no cristianos indecisos, invertebrados e hipócritas.
Aunque fueron escritas hace siglos, las palabras de Josué deben ser consideradas seriamente pues son oportunas para estos días en que vivimos. “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). También son apropiadas las palabras de San Pablo que dicen: “¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Cor. 6:15).
Debemos acordarnos siempre de que la mejor manera de combatir y refutar el error es con la verdad y que uno de los mejores medios de evangelizar al mundo es el vivir de acuerdo con las normas de la iglesia. Hay hoy en día una creencia que está adquiriendo cierta cantidad de seguidores. Esta es la de que “Dios está muerto”. No entraremos en detalles ahora, pero sí diremos que al descuidar – las normas de la iglesia podemos adherirnos, podemos convertirnos en seguidores de estos desequilibrados espirituales que quieren hacer ver que Dios está muerto.
Esta nueva ola de moralidad, creencias y teorías, no es nueva. Son precisamente las antiguas tretas y artimañas que el diablo usó en el pasado que están siendo v resucitadas. Están opuestas a la Palabra de Dios, la cual dice que el pecado es la transgresión de la ley.
Por lo tanto, estas luchas que tienen lugar en el corazón del no convertido, deben ser desarraigadas. ¿Cómo? La respuesta está escrita en Efesios 6:10, 11, 13, donde dice: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo… Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.
No es tiempo de que la iglesia se conforme con el mundo y lo imite. Acordémonos que estamos en el mundo pero que no somos del mundo, puesto que nuestra ciudadanía es celestial.
Es más bien un tiempo cuando Sion debe levantarse y resplandecer. Es más bien un tiempo cuando los centinelas que están sobre los muros de Sion deben despertar y dar a la trompeta un sonido cierto para que las huestes del ejército del Príncipe Emanuel se apresten para la batalla.
En esta undécima hora del mundo necesitamos pararnos firmes y poner en alto los principios de justicia y los estandartes de la verdad. Si cedemos ahora y bajamos las normas, entonces destruiremos la iglesia que amamos; la feligresía en la iglesia que amamos, no tiene ningún significado puesto que unos aceptarán y otros rechazarán. Si la iglesia da cabida a la falsedad, participación en diversiones mundanas y pasa por alto los principios de la moral, entonces, ¿para qué hacerse miembro de la iglesia?
Ciertamente, en estos días cuando el enemigo anda como león rugiente, deberíamos orar: “Hazme entender el camino de tus mandamientos”. “Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro puro. Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas y aborrecí todo camino de mentira” (Sal. 119:127, 128). “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado. Y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:8)
Sobre el autor: Pastor de Caracas, Venezuela