¿Por qué el director de la revista Liberty, a quien se supone aislado en su oficina, escribe acerca de la técnica de realizar llamados de altar? ¿Qué sabe él acerca de este importante recurso del evangelismo?

En primer término, y lo más importante, el autor ha realizado llamados de altar. Y, como pastor y evangelista, ha bautizado gente como resultado de ellos. Todavía sigue haciéndolos, durante una Semana de Oración en algún colegio, o en una serie de reavivamiento, que lleva a cabo una o dos veces por año.

Además, hace llamados de altar mientras promueve la circulación de la revista Liberty los sábados de mañana. Hace poco, en una de nuestras iglesias más grandes, realizó un llamado definido al finalizar la lección de la escuela sabática que trataba de la justificación. Esa mañana algunos feligreses tomaron decisiones muy necesitadas.

Dejemos ahora de hablar en tercera persona, y hagámoslo en forma más directa. Les ruego que comprendan que no estoy haciendo un estudio abarcante acerca de los llamados de altar. Solamente quiero compartir algunas convicciones que me sirven de guía al realizar los llamados. Destaco el hecho de que los llamados de altar de éxito necesitan un toque personal.

  1. Procuro no olvidar nunca que el Espíritu Santo debería ser el instrumento que trae las, almas al altar. Y digo “debería ser”, porque una pluma inspirada nos dice que también Satanás tiene sus conversos en cada reunión. Cuando empleamos las técnicas de Satanás: el humor, la adulación, la zalamería, la presión social, los llamados al orgullo, avaricia, posición y temor, podemos esperar aumentar su congregación, pero no la del Señor.

En suma, debemos estar en el lugar de Cristo y emplear sus métodos: seriedad, franqueza, ternura, amor, convicción, ánimo, razón, sensibilidad, y rogar: “Reconciliaos hoy con Dios”. Si hubiera un lugar para el humor en el sermón, por cierto que no existe en el llamado de altar. Seriedad, por favor. Están ocurriendo acontecimientos de importancia universal. Los espectadores de otros mundos están observando con enorme interés lo que ocurre en la tierra. El Hijo de Dios está intercediendo ante el Padre. El Espíritu Santo está obrando en los corazones. Como embajadores de Cristo, debemos entregar la invitación, llevar al oyente hasta el “umbral”, y ayudarle a abrir la puerta al Salvador que llama. En esta obra no debemos emplear al Espíritu, sino dejar que el Espíritu nos utilice mientras trabajamos en colaboración con él.

  • No encaro rigurosamente los sermones con la idea de hacer un llamado obligatoriamente después de predicar uno, y de no hacerlo después de otro. Tampoco determino que siempre la respuesta tomará una forma definida y no otra. Por supuesto que me preparo cabalmente, y he organizado mis sermones para obtener una respuesta específica. La experiencia me ha enseñado que puedo esperar esa respuesta. Pero solamente Dios conoce los corazones; a veces he tenido que abandonar mis planes de hacer un llamado de altar, y hasta el sermón que me había propuesto predicar, porque he sentido que un llamado no sería propicio.

La sensibilidad a las necesidades de una congregación se adquiere con la experiencia, experiencia con Dios y con la predicación. Al comienzo de mi ministerio yo era inadaptable, y cuando daba estudios bíblicos seguía una línea rígida de acción. Ahora procuro adaptarme a las situaciones y aprovechar las providencias de Dios.

Hace un tiempo asistí a una iglesia de muchos miembros, en el oeste del país, y encontré a los feligreses tiritando de frío. En la semana habían llenado el tanque de combustible, pero la iglesia estaba fría. Justamente antes del sermón, un anciano me dijo que habían descubierto una filtración en el tanque, y estaba vacío. La gente había acudido a encontrarse con Dios en una iglesia tibia, y se encontraron con él en una fría. Yo había ido a predicar sobre libertad religiosa, y lo hice. Pero introduje mi tema mediante la parábola de las vírgenes necias, a una congregación desagradablemente consciente de la necesidad de tener combustible en sus lámparas. ¿Habría perdido usted la oportunidad de realizar un llamado de altar?

Justamente antes de la escuela sabática, en una iglesia del sur, el automóvil de un feligrés fue chocado junto a la iglesia. El, su esposa e hijos fueron llevados al hospital en una ambulancia, desconociéndose la extensión y gravedad de las heridas. (Después supimos que no había graves). Yo debía predicar esa mañana, pero no presenté el sermón que había preparado. En lugar de eso empleé la hora de la escuela sabática para bosquejar un nuevo sermón. Posiblemente esa congregación no volverá a estar tan receptiva para aprehender las lecciones que surgieron del texto central: “Entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3:15). Naturalmente que hice un llamado de altar.

En otras palabras, un llamado de altar no debe ser simplemente una cuestión de rutina, una obligación adicional impuesta a la congregación, sino más bien el resultado de experimentar la providencia de Dios, de observar la obra del Espíritu Santo en los corazones.

Sin embargo, debemos reconocer que al predicador le corresponde un papel vital en la preparación de la congregación para un llamado de altar. A continuación explicaré un método que he utilizado con éxito.

  • Expongo al comienzo de mi sermón la clase de respuesta que espero recibir de la grey. Comencé a emplear esta técnica después de comprobar que daba buenos resultados en la recolección de fondos. “La gente necesita tiempo para vencer la resistencia del bolsillo”, me había dicho Cyril Miller, presidente de la Asociación de Chesapeake y exitoso recolector de fondos. “Dígales al comienzo del sermón lo que espera de ellos”.

¿Por qué no utilizar el mismo método en los llamados de altar? Produce buenos resultados. Ensaye algo como esto: “Esta noche vais a salir del templo como personas nuevas, caminando con paso fácil, sin llevar más la carga del pecado. Como Criatiano, en El Peregrino de Bunyan, dejaréis vuestra carga junto a la cruz. Y como Bunyan escribió: ‘Entonces Cristiano estuvo feliz y aliviado’. Esta noche os invitaré junto al altar. El Espíritu Santo impresionará vuestros corazones y vosotros responderéis”. Durante el sermón, me refiero varias veces a la respuesta que espero recibir.

He encontrado que esta presentación al comienzo es de mucha ayuda, especialmente cuando hay que ceñirse a un horario fijo, como el sábado en la mañana. En un sentido, todo el sermón se convierte en un llamado de altar, y no es necesario insistir al final.

He oído al pastor Elden Chalmers, de la Asociación Kentucky Tennessee, hacer algo similar. Antes del sermón, le presenta a la congregación, con palabras bien escogidas y llenas de confianza, las bendiciones que recibirá del tema de su sermón. Las expresiones de confianza y seguridad condicionan a la grey para esperar una bendición. ¿Para qué dejarlos en la duda durante la primera media hora del sermón acerca de las bendiciones que esperáis que reciban, y de la manera como esperáis que las reciban?

  • No siempre digo al comienzo del sermón la respuesta que espero recibir de la congregación. Hago esto cuando no estoy limitado por el tiempo y cuando conviene una manifestación espontánea, o cuando hago un llamado progresivo. El llamado progresivo es particularmente eficaz, porque conduce al feligrés desde una fácil respuesta inicial (que él considera final) hasta el altar. Rubén Engstrom de la iglesia de Mountain View, California, es un maestro en esta técnica. Después de preparar cuidadosamente a la gente y de dirigirla en oración, sugiere como por casualidad que algunos pueden desear que se los recuerde especialmente para ayudarles a ganar la victoria sobre algún problema específico. “¿Hay alguno que desee manifestarlo levantando la mano?” Y luego: “¿No quisierais manifestar delante del Señor vuestra necesidad poniéndoos de pie?” Luego: “Quisiera orar especialmente por vosotros los que habéis expresado vuestra necesidad y la necesidad del poder de Dios para vencer. ¿Quisierais adelantaros sosegadamente hasta el altar?” Después de observar al pastor Engstrom, al comienzo de mi ministerio, comprendí cuán bruscos y forzados eran algunos de mis llamados.

Ocasionalmente hago notar cuán difícil es dar testimonio en público: “Levantarse solo, atreverse a dar testimonio en público, es algo que requiere valor; pero, a la luz del Calvario, ¿podemos decir que sea demasiado difícil dar testimonio por el Señor?” He descubierto que este método es bueno especialmente para los jóvenes, después de la Semana de Oración.

  • Tengo cuidado de no confundir a los miembros o a las visitas llamando la atención sobre ellos. Recuerdo una reunión a la que asistí en una iglesia protestante en la que el evangelista ordenó a todos cerrar los ojos. “Puedo ponerlos en aprietos si no lo hacen”, amenazó. Luego pidió que los diáconos cerraran las puertas para que nadie saliera mientras él realizaba su llamado. Permanecí sentado pero no escuché. Tampoco volví a esa iglesia.

Podemos confundir y molestar a las visitas llamando la atención sobre ellas. Exigir que un visitante se adelante hacia el altar es peligroso. Si se lo hace juiciosamente, puede obtenerse una decisión. Lo hago únicamente en el caso de una visita que conozco bien y que creo que responderá favorablemente. Con frecuencia he visto que visitantes tratados con poco tacto en un llamado no han regresado.

También los miembros de iglesia pueden ser puestos en apuros si somos exigentes con sus amigos a quienes ellos han llevado a la iglesia. Un profesional me dijo que nunca más invitaría a nadie a las reuniones de cierto pastor. “No asistía mucha gente a las reuniones, y el pastor parecía sentir que su reputación estaba amenazada —dijo este miembro—. Presionaba sin misericordia a la gente. Mis amigos se resintieron por sus llamados”. Otros miembros dieron un informe parecido.

Prefiero que una persona regrese a su casa sin haberse decidido, pero como amigo dispuesto a recibir mis visitas y llamados personales, y no que lo haga dispuesto a no volver jamás.

  • Hablo muy poco durante un llamado de altar. En estos días de frenética actividad, de anunciadores de radio y televisión para quienes el silencio es anatema, nos sentimos inclinados a pensar en que el silencio es una señal de incompetencia de parte del predicador. ¡No lo creáis así! Debierais ver a George Vandeman en acción durante uno de sus largos llamados —y nosotros también deberíamos hacerlos una o dos veces en nuestras campañas. Uno se olvida que está en el púlpito. Pero durante la quietud se ven evidencias de que el Espíritu Santo está obrando. Algunas expresiones como: “Dios le bendiga, hermano” o “Sí, venga; Dios ve sus lágrimas y camina junto a usted”, servirán para anunciar a los que luchan en oración por obtener la victoria que otros la han ganado y se adelantan hacia el altar. Deje transcurrir períodos de tres o cuatro minutos sin pronunciar una palabra. Himnos de llamado y entrega, tocados suavemente son eficaces. Lea unos pocos versículos de la Biblia (Ose. 11:1-4; Isa. 53) lentamente, con solemnidad. Un pasaje bíblico vale más que mil palabras bien hiladas.
  • Hago llamados de altar. Sí, no hay otra alternativa, porque la forma de hacer un llamado de altar, después de todo, es hacerlo. Los invito a unirse conmigo en el ministerio del altar.

Más de una vez me he preguntado si no perdemos oportunidades áureas de invitar a los feligreses a realizar nuevas decisiones. La sierva del Señor declara:

Escudriña tu propio corazón: lo que te apena porque lo ves en otros, puede ser que lo encuentres en ti mismo. J. C. Whittier.

“En cada congregación hay almas que vacilan, casi persuadidas a entregarse plenamente a Dios. Las decisiones se realizan para este tiempo y la eternidad; pero con mucha frecuencia el ministro carece del espíritu y el poder del mensaje de verdad en su propio corazón, y por eso no dirige invitaciones directas a las almas que tiemblan en la balanza. El resultado es que las impresiones no penetran profundamente en los corazones de los que se reconocen como pecadores; y salen de la reunión sintiéndose menos inclinados a aceptar el servicio de Cristo que cuando entraron. Deciden esperar una oportunidad más favorable, pero ésta nunca llega” (Testimonies, tomo 4, pág. 447).

Sí, hay personas que sufren derrotas. Almas cansadas por la lucha. Hombres y mujeres que han encontrado que la cruz es demasiado pesada y dolorosa para llevar, y la han abandonado. Todavía asisten a la iglesia. Todavía miran hacia vosotros, orando y esperando recibir aliento y también una invitación para comenzar de nuevo. Ha habido veces cuando yo también he necesitado un llamado de altar. Y entonces he orado: “Señor, ayúdale a realizar un llamado. Necesito realizar una nueva decisión”.

Mirad vuestra congregación el próximo sábado. ¿Cuánto tiempo hace que contestasteis sus oraciones pidiendo la oportunidad de reconsagrarse a su Señor? Puede ser que yo esté en la congregación, orando con los miembros. ¿Nos dejaréis ir sin invitarnos al altar?

Sobre el autor: Director de la revista Liberty