Leemos en Mateo 9: 35: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”.

 Subrayé a propósito la palabra “enseñando” porque era lo que más hacía nuestro Salvador. Primero enseñaba, después predicaba. Jesús era reconocido más como maestro que como predicador. El joven rico preguntó a Cristo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mat. 19: 16).

 Sabemos que de las noventa veces que se menciona a Cristo en los evangelios, sesenta veces aparece como “rabí”, que quiere decir “mi maestro”. Sí, Jesús dedicaba más tiempo a la enseñanza que a la predicación. Fue el mayor Profesor que el mundo haya conocido, porque un maestro sólo es maestro en la realidad cuando consigue imprimir sus ideas en la mente de sus alumnos, influyendo así en la conducta; llevándolos a la transformación de hábitos y actitudes.

 Para poder enseñar se requiere paciencia y perseverancia, lo que no siempre, por nuestra humanidad, estamos dispuestos a desarrollar.

 Muchas veces para el dirigente es más fácil hacer el trabajo misionero que enseñarle a un hermano a hacerlo.

 Es así que para que las reuniones misioneras del primer sábado del mes sean interesantes, es necesario que antes haya preparación y enseñanza. Esta reunión debería ser una de las más interesantes de la iglesia para motivar constantemente a los hermanos. Un miembro de la iglesia decía que el sábado dedicado a la actividad misionera iba a la iglesia como quien va al dentista: porque no puede dejar de ir, como tampoco puede dejar de ir al dentista. En cuanto a la motivación, los pedagogos nos dicen que:

 Cada cien personas hay cinco excelentes, que no necesitan motivación alguna. Quince que precisan alguna motivación de vez en cuando. Sesenta que precisan ser motivadas constantemente. Quince que necesitan una fuerte motivación, porque son inconstantes. Cinco que no reaccionan ante ninguna motivación. No se atreven a hacer nada.

 Por lo tanto, la reunión misionera es de una importancia capital porque, en gran medida, la motivación de la iglesia depende de ella.

 Debemos cambiar la idea de que la reunión misionera debe estar compuesta por algunos anuncios relacionados con aspectos misioneros y luego un sermón. Es verdad que las tradiciones no se mudan fácilmente, y parecería que si en algunas iglesias no se oye un sermón misionero, no es un sábado misionero.

 La sierva del Señor nos dice: “Los hermanos han oído demasiados sermones; pero, ¿se les ha enseñado a trabajar para aquellos por quienes Cristo murió? ¿Se les ha propuesto y presentado algún ramo de trabajo de tal manera que cada uno haya visto la necesidad de tomar parte en la obra?” (Servicio Cristiano, pág. 75).

 En realidad ha habido demasiados sermones cuando debería haber habido más instrucción. Olvidándonos de que Cristo fue más maestro que predicador, hemos desarrollado en la iglesia la idea de que el misionero ideal es el predicador. Es bueno que haya hermanos que puedan predicar, pero aunque no todos puedan ser predicadores, la mayoría puede enseñar. Entonces, lo que deberíamos hacer en las reuniones misioneras son programas activos que tengan siempre algunas instrucciones misioneras.

 Leemos en cuanto a la instrucción a los hermanos: “Debe haber un plan bien organizado para el empleo de obreros a fin de que éstos vayan a todas nuestras iglesias, grandes y pequeñas, para instruir a los miembros sobre cómo trabajar por la edificación de la iglesia, y también por los no creyentes. Es educación, preparación, lo que se necesita. Los que trabajan en visitar las iglesias deben dar a los hermanos y hermanas instrucción en los métodos prácticos de realizar obra misionera” (ibíd., pág. 74).

 “La mayor ayuda que puede darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios, y a confiar en Él, y no en los ministros” (ibíd., pág. 75).

 “Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz. Deben darse instrucciones cuidadosas que serán como lecciones del Maestro, para que todos puedan usar prácticamente su luz” (loc. cit.).

 “Muchos trabajarían con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados. Cada iglesia debe ser una escuela práctica para obreros cristianos” (loc. cit.).

 Nos impresiona el éxito de los apóstoles en aquellos días tan difíciles, sin las comodidades actuales y completamente desprovistos de las facilidades de comunicación de nuestros días. Sabemos que la gran preocupación de Pablo era la instrucción, y ese fue el secreto de la expansión del cristianismo en aquellos días.

 Leemos en Servicio Cristiano, pág. 77, lo siguiente: “Y cuando los apóstoles se iban a otra ciudad, la fe de esos conversos no disminuía, sino que se acrecentaba. Habían sido fielmente instruidos en el camino del Señor y enseñados a trabajar abnegada, fervorosa y perseverantemente por la salvación de sus prójimos. Esta solícita educación de los neófitos era un importante factor del notable éxito que obtuvieron Pablo y Bernabé al predicar el Evangelio en tierras paganas”.

 Vayamos ahora por pasos:

 1. El pastor debe convocar la Junta Misionera por lo menos una vez por mes. Lo ideal sería fijar el día y la hora con anticipación.

 2. Los miembros de la Junta Misionera son: el anciano de iglesia (que será el presidente), el director misionero, el secretario misionero de la iglesia, el director de Jóvenes, el director de la sociedad de menores o cualquier otra persona designada por la junta de la iglesia.

 3. En esta reunión se debería realizar una evaluación del movimiento misionero de la iglesia para verificar dónde están sus puntos débiles. Se debe analizar si hay necesidad de cambio de territorios o folletos, etc.

 4. En la reunión se hace un balance del material misionero existente, para que no haya fallas en la continuidad de su distribución a los hermanos los sábados por la mañana.

 5. En esta reunión se elabora el programa misionero del siguiente primer sábado del mes. El programa puede ser variado. Debe tener por lo menos un incidente misionero reciente de algún hermano. Las Dorcas deben hablar de sus actividades durante unos diez minutos. Será interesante analizar el funcionamiento misionero de la iglesia en general y las buenas perspectivas que hubiera. Alguien presentará un estudio misionero de unos doce a quince minutos. Durante otros quince minutos dos o tres personas harán una presentación animada de cómo dar un estudio bíblico, cómo pasar diapositivas, cómo conseguir inscripciones para La Voz de la Esperanza, etc. Entre una parte y otra debería haber música especial.

 6. El pastor debe dar todo el apoyo posible al programa, colaborando y participando. No debiera, en el momento en que la iglesia llegue a estar “funcionando a toda máquina”, dejar el programa a cargo de los hermanos y dirigirse a otra iglesia para aprovechar esa oportunidad. La iglesia fue fundada para ser una agencia misionera, y cuando ella esté funcionando como tal, no puede ser abandonada.

Sobre el autor: es el director de los departamentos de Acción Misionera y Escuela Sabática de la División Sudamericana.