El evangelismo está nuevamente en el centro de la atención; en las iglesias y en los colegios por igual ¡os cristianos se están preguntando cómo pueden ser más eficientes en conquistar a hombres y mujeres para Cristo.
Pocos hombres en esta generación han sido más eficientes en esta tarea que el Dr. Francisco A. Schaeffer, conocido escritor y apologista cristiano, famoso por su ministerio en favor de la juventud en L’Abrl, Suiza.
Os invitamos a examinar las respuestas que él dio a algunas preguntas muy profundas.
Dr. Schaeffer, ¿qué es lo realmente básico para cumplir una tarea eficaz en el evangelismo?
Me parece que todo lo relacionado con el evangelismo se centra en Dios y en la clase de Dios que tenemos. Debemos empezar reconociendo que Dios es un Dios personal, una frase que yo uso a menudo. Él está allí… el Dios que está allí. Tiene que estar allí objetivamente. No puede ser una proyección de nuestra mente.
Después de haber visto que Dios está objetivamente allí, que tiene una existencia objetiva, entonces debemos ver que tiene un carácter; Dios es santo. Por ejemplo, no puede tener la vaguedad de los dioses orientales que contienen todas las cosas. En ese caso la crueldad sería igual que la falta de crueldad, la moral como tal carecería de significado y lo mismo sucedería con la justicia social. El evangelismo también perdería su significado. Se reduciría a un mero proselitismo.
El tercer punto clave es nuestra visión del hombre. A fin de que el evangelismo sea significativo debemos creer que el hombre es digno, grandioso. Lo único que le otorga verdadera grandeza al hombre es el hecho de haber sido creado a imagen de Dios. Entonces debemos preguntarnos: ¿Dónde apareció la falla en el hombre?… Tiene que haber habido una verdadera caída, delimitada en el tiempo y en el espacio, de otra manera el evangelismo se convierte en una pieza teatral.
Debido a la existencia de un Dios santo, es posible considerar que el hombre puede tener una culpa genuina, y no sólo sentimientos de culpabilidad de origen sociológico o psicológico. La culpabilidad del hombre no está originada en alguna deficiencia abstracta o de “fabricación”, sino en una actitud de rebelión en contra de ese Dios siempre presente.
Usted habla acerca de una culpa real, de un Dios personal, objetivo, de la caída en el pecado, del diablo, de la santidad. Estas ideas son completamente ajenas a la mentalidad de la mayoría de nuestros contemporáneos. ¿Cómo se hace para comunicar el Evangelio al hombre moderno?
Los evangelistas Moody y Sankey, al trabajar poco antes de 1900, podían entrar directamente en el tema de la salvación, porque estaban hablando a personas que por lo menos tenían algún recuerdo de contenido cristiano. Por lo tanto, no necesitaban echar la base de un Dios personal y un Dios con un carácter. Podían usar la palabra Dios, y todo el mundo sabía que se referían al concepto judeo-cristiano de Dios.
Pero nosotros a menudo actuamos como si el concepto prevaleciente a nuestro alrededor fuese todavía el mismo que en los días de Moody, y eso es un error. Con la mayoría de las personas hoy día yo prácticamente nunca empiezo con cómo se obtiene la salvación; Empiezo con un Dios que existe, que está allí. Si Dios no existe, entonces la salvación es tan sólo una estratagema más, como la marihuana que usan algunos para “viajar”.
Sin embargo, hoy ciertamente la gente se da cuenta de que está perdida. ¿Por qué, entonces, la palabra salvación habría de ser una expresión carente de significado?
Moody era sabio. Supongamos que en lugar de predicar en Liverpool y Londres a fines del siglo pasado hubiese sentido el llamado de ir al África y predicar a los pigmeos. Jamás habría cometido la torpeza de predicar 45 minutos y luego hacer un llamado. No habría tenido una base suficiente. La mayoría de la gente en el siglo XX se parece mucho más a los pigmeos en lo que se refiere a su comprensión básica de Dios que a los habitantes de Liverpool en 1890. Pero los evangélicos no hemos comprendido eso. Hemos caído tan bajo intelectualmente que no comprendemos cuán diferente es la forma en que piensa el hombre del siglo XX.
¿Qué les diremos a los no cristianos acerca de los incidentes como la matanza de los cananeos dirigida por Josué? Al evangelizar a los hombres modernos, ¿podemos proclamar el juicio de Dios?
Yo creo que debemos proclamar el juicio de Dios. Lo que no entienden los hombres modernos es que, si Dios ha de ser santo, ha de juzgar. Dios no puede ser un Dios santo si las calificaciones que exige son bajas; para que uno apruebe el examen de Dios debe obtener el 100% de los puntos. De otra manera no tenemos nada absoluto con lo cual evaluar las cosas: todo es relativo, y Dios queda prendido en la red de lo relativo. Dios envió un juicio a través del diluvio, Dios juzgó a Sodoma y Gomorra, juzgó mediante la espada de Josué, y juzgará en el juicio final.
Pero, habiendo dicho esto, pienso que debemos proceder con sumo cuidado. El carácter de Dios presenta dos facetas simultáneas: la santidad y el amor. Yo recalco el hecho de que como cristianos tenemos una sola vocación, y no una docena. No importa si estamos trabajando en el evangelismo, en las relaciones raciales o en la justicia social, nuestra única vocación es proclamar y ejemplificar la existencia primero, y luego la santidad y el amor del Dios que está allí.
Uno de los versículos más conmovedores y hermosos de la Biblia, y a la vez uno de los más aterradores, es aquel del Apocalipsis que habla de la ira del Cordero. Cada vez que lo leo podría llorar. Ahí está Aquel que vino para que nadie necesite conocer la ira de Dios, y ese mismo Ser habrá de juzgar al mundo.
De manera que yo no veo ninguna antítesis entre el amor y el juicio, y pienso que debemos proclamar a ambos.
¿Cómo podemos reconciliar el amor y Ja justicia de Dios en nuestra proclamación?
Hace unos años desperté a la realidad de que uno puede proclamar en la carne el juicio de Dios, de tal manera que eso llegue a la gente como algo duro, inflexible; en la carne se puede proclamar el amor de Dios, y parecerá debilidad. Pero lo que no se puede hacer en la carne es proclamar simultáneamente ambas cosas. Es algo que sólo Cristo puede hacer a través de nosotros si miramos a él. Cuando abrimos la Biblia, ella habla a los dos, tanto al orador como al oyente. Esto es la clave de todo.
Muchas personas rechazan la predicación evangélica no precisamente debido al concepto del juicio, sino por causa de que muchos de aquellos que lo proclaman parecieran estar fortaleciéndose a sí mismos pisoteando a los demás. La ortodoxia bíblica separada de la compasión es ciertamente la cosa más horrible del mundo.
¿Hay otros peligros que necesitamos esquivar en el evangelismo?
Otro peligro sería el de considerar al evangelismo como algo que está aislado de todo aquello que es su consecuencia lógica. Demasiado a menudo la única meta que se persigue es la de ver al alma ir al cielo, y sanseacabó. No se va más allá del “salvar el alma”, de un concepto muy estrecho de la espiritualidad —emplear tantas horas leyendo la Biblia y en la oración— y de la observancia de una serie de tabúes.
Por supuesto, los evangélicos han enseñado que el cristianismo implica ciertas responsabilidades para el presente, pero a menudo han actuado como si lo único que les interesara fuese ver al alma en el cielo. Naturalmente los hombres tienen vocaciones diversas, y no es cuestión de tirarnos piedras el uno al otro tan sólo porque tenemos diferentes vocaciones. Algunas personas son llamadas a poner más énfasis en la puerta de entrada a la salvación, y otras a los resultados sociológicos o culturales. No hay cuestión en cuanto a la propiedad de que se recalquen los diferentes aspectos, pero cada uno debiera tener algo de todos.
Aun al presentar el cristianismo a los no creyentes, debemos incluir muy cuidadosamente algunos conceptos acerca de a dónde conduce. Si se invita a una persona a aceptar a Cristo como Salvador sin darle alguna idea de la advertencia de Jesús tocante al hombre que edificó la torre, pienso que no se está siendo honrado. (“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” Luc. 14:28.) Hablamos mucho acerca del llegar a ser cristiano, pero muy poco en cuanto a lo que debiera significar la obra de Cristo en mi vida presente después de llegar a ser cristiano.
Por otra parte, pienso que nadie debiera interesarse tanto en los resultados intelectuales y culturales del cristianismo que jamás sienta y practique la compasión por las almas perdidas.
En su libro La Plaga, Camus describe a las ratas que introdujeron la plaga en Orán. Camus mismo es el hombre, y la plaga es el dilema de la humanidad. Según él lo ve, tiene que elegir si ha de aliarse con el médico y luchar contra la plaga, en cuyo caso estará luchando en contra de Dios, o bien unirse al sacerdote y no realizar ninguna acción humanitaria, evitando de esa manera el luchar en contra de Dios.
La posición cristiana está en contraste con esto. Entendemos que la plaga está en el mundo no porque Dios la haya puesto sino a causa de la caída en el pecado. Cuando Jesús estaba frente a la tumba de Lázaro, reclamó la divinidad, pero la expresión griega [que se usa en Juan 11:35] indica muy claramente que él estaba indignado al par que lloroso. Habiéndose atribuido la divinidad, no estaba expresando indignación contra sí mismo. Su enojo estaba dirigido hacia la plaga del mal y la muerte.
Recalco lo de Camus porque pienso que es vital que la gente en esta generación comprenda que los cristianos tienen un fundamento para la justicia social, cosa que los existencialistas no tienen.
¿Por qué, entonces, los evangélicos no se destacan en ese aspecto?
Cuando pienso en nuestra falta de actividad en el campo de la justicia social a veces me pregunto si no se deberá al hecho de que no creemos realmente en la anormalidad de la condición actual del mundo. Pero si Dios no hizo al mundo de esta manera, entonces tenemos una base para luchar en contra de la injusticia social que Camus, los teólogos liberales y el hombre moderno no tienen.
Debemos recordar que somos nosotros, y sólo nosotros, los que tenemos una base suficientemente fuerte para creer en la unidad de la raza humana. Seríamos capaces de discutir a muerte con los liberales que niegan que todos desciendan de Adán, pero nuestra actuación en cuanto a las relaciones interraciales no concuerda con nuestra creencia.
El hombre es una sola raza, una carne, una sangre. Jesús recalcó enfáticamente esta verdad en la parábola del buen samaritano. Todos los hombres son mis prójimos. Yo debo hacer hincapié en mi responsabilidad como prójimo de todos los hombres, o no estaré destacando el amor de Dios juntamente con la santidad de Dios.
Me conmueve cada día más el énfasis de la Biblia en el hecho de que la iglesia primitiva era una comunidad en la cual todo se compartía, aun las necesidades materiales. Amo la iglesia de Antioquía. Allí estaba todo lo que se esperaba que fuese una iglesia. En la iglesia había un hombre llamado Niger, que ciertamente debe haber sido negro. Allí había esclavos, y en el otro extremo del espectro social, estaba el hermano de leche de Herodes. Eso era ciertamente notable.
Usted ha acuñado la frase “el amor es la piedra de toque definitiva”. ¿Podría ampliar ese concepto?
En realidad, yo dije que es el amor evidente hacia todos los verdaderos cristianos lo que constituye la piedra de toque definitiva. Esto se deriva de dos declaraciones de Cristo que realmente me sacuden. La primera, de Juan 13, afirma que si el mundo no ve verdadero amor entre los cristianos, tiene derecho de sacar la conclusión de que no somos discípulos de Cristo.
La segunda declaración, de Juan 17, es que a menos que haya una unidad visible entre los cristianos, el mundo tiene el derecho de sacar la conclusión de que el Padre no envió al Hijo. Esto no significa necesariamente una unidad en cuanto a organización, pero habla de un amor que sería advertido por el mundo.
Ahora bien, esto tiene ciertamente que gravitar sobre la justicia racial. Como iglesia hemos flaqueado bastante en este aspecto. Si en mi vida no se manifiesta una unidad práctica con un cristiano de diferente color o de diferente nivel social o educativo, entonces sucederá lo que Cristo nos dijo: el mundo sacará su conclusión. O la gente dirá que no somos cristianos, o llegará a la conclusión más horrible todavía de que el cristianismo es falso.
¿Cómo puede nuestra vida en las iglesias testificar de este amor?
Yo no creo que la iglesia merezca este nombre a menos que practique los principios de la religión cristiana. En primer lugar, tiene que ser doctrinalmente ortodoxa, y luego tiene que haber comunidad. Cada comunidad cristiana debiera ser una demostración de que las diferencias entre los hombres, no sólo de color sino de toda clase, pueden ser superadas por nuestra comprensión, (1) de que el Dios infinito y personal existe; (2) de que ese Dios es tanto santidad como amor; (3) de que él nos ha creado a todos a su propia imagen y que todos tenemos el mismo origen; y (4) de que una vez redimidos somos un solo cuerpo y somos hermanos en Cristo.
La alienación que el cristiano puede y debe subsanar es triple. Primero está la enajenación o separación de Dios. Esto exige la justificación delante de Dios, y a continuación una vida que se desenvuelva en la realidad de Dios, tanto experimental como existencialmente. La segunda alienación es psicológica, la enajenación de mí mismo. La vida social, el vivir juntos en una comunidad cristiana debiera ser una situación terapéutica en la cual nos ayudamos unos a otros. Las enajenaciones de la sociedad están en la tercera categoría. La comunidad cristiana debiera mostrar que como provenimos de un solo origen y tenemos una sola salvación, las cosas secundarias no nos dividen, ni en teoría ni en la práctica.
El mundo debiera estar en condiciones de mirarnos y ver algo de la curación de todas estas alienaciones. Sin esto todas las formas de defensa del cristianismo y de evangelización son insuficientes.