Usted me ha invitado a dirigirle estas palabras exhortatorias en ocasión de su ordenación al ministerio cristiano. ¿Qué puedo decir en seis minutos que mis colegas y yo no hayamos podido impartirle en seis semestres? Ya no hay más perlas teológicas que arrojar. El repertorio teológico se ha acabado.

Ya que no puedo decir nada en cuanto a cómo tener éxito en el ministerio sin repetirme a mí mismo, o repetir a mis colegas, he escogido hablar acerca de cómo fracasar en el mismo. Hay expertos en esta cátedra de cómo fracasar en ministerios especializados: cómo fracasar en el ministerio de la educación cristiana; cómo fracasar como administrador de una asociación; cómo fracasar como predicador; cómo fracasar como consejero espiritual. Pero treinta años de experiencia en varias facultades de teología me han convertido en una especie de experto general en fracasos ministeriales. Permítame compartir con Ud. algunas consideraciones.

Un camino real al fracaso es deshacerse de todos los libros de teología que Ud. pueda vender pocas semanas después de ser ordenado, olvidarse que existen las bibliotecas, suscribirse a algún club literario de los que envían un libro por mes, para salvar las apariencias, leer ávidamente tan sólo el diario de la mañana y las revistas mensuales de sermones envasados.

Será de gran ayuda el que Ud. nunca escriba sus propios sermones, ni medite sus oraciones pastorales, ni planee sus cultos. Si Ud. depende de la inspiración de la noche anterior, podrá, como verá bien pronto, entreverar metáforas, partir infinitivos, dejar colgados participios, sepultar ideas bajo un alud de verbosidad, modernizar al Señor con los últimos adelantos del mundo y de la parroquia, y generalmente no decir nada y no lograr nada, con mucho más efecto que el que Ud. lograría empleando quince o veinte horas con su pluma o su máquina de escribir.

Hay diversas otras maneras de fracasar en el ministerio. Aunque parecen llevar a diferentes direcciones, llevan todas al mismo destino.

Cuando Ud. es llamado a un distrito, puede decirle a la congregación que sus pesados deberes administrativos y las exigencias de sus estudios harán casi imposible que pueda poner en práctica el anticuado plan de visitación. Cuando sus feligreses necesiten ayuda, sencillamente tendrán que ir a verlo a Ud. Usted anunciará horarios regulares de oficina como consejero matrimonial, logoterapeuta, reavivador de fe, o lo que sea; pero no habrá de ir a conocer a su gente en sus hogares, en su trabajo o en sus recreaciones. El hecho de que algunos hombres tengan éxito en el ministerio a pesar de un programa tal no invalida la regla. Esta se cumple un 99,44% de las veces.

Por entraño que pueda parecer, Ud. puede estar casi seguro de su fracaso al invertir este proceso. Simplemente emplee todo su tiempo recorriendo los hogares de su distrito, tomando parte en todas las reuniones de jóvenes, mujeres y hombres, asistiendo a reuniones vecinales, cívicas y denominacionales, apoyando toda buena causa que cualquiera proponga, y participando de innumerables banquetes con los leones, los rotarios, la Cruz Roja y las agrupaciones cívicas. Esto lo sustraerá al cariño de su esposa e hijos, minará la iniciativa de la congregación y lo convertirá a Ud. en una calamidad.

Otra manera de fracasar en el ministerio, aunque le llevará algún tiempo, es la de vaciar sus reservas espirituales sin hacer provisión de volver a llenarlas. Nunca lea la Biblia, como no sea desde el púlpito o cuando esté buscando afanosamente algún texto. Ore solamente en público. Hable todo el tiempo. Haga de sí mismo el centro de todo círculo en que se mueva. Nunca se tome una verdadera vacación (siempre habrá algún púlpito que ocupar durante el verano). Evite la lectura de biografías como al mismo diablo. Con el tiempo, aun el menos avisado de sus parroquianos descubrirá que Ud. es una cisterna vacía.

No me alcanza el tiempo para hacer justicia a mi tema. Nada he dicho sobre el uso de los caballos de batalla teológicos preferidos; sobre el uso de la jerga teológica con términos tales como desmitologizar, la muerte de Dios, escatología realizada, existencialismo, dialéctica; en cuanto a predicar sobre cualquier cosa menos la Escritura. No he mencionado la contribución al genuino fracaso que hace el éxito superficial. Tampoco he hablado sobre cómo fracasar cultivando la arrogancia racial, nacional, confesional o denominacional. Hay algunas maneras de fracasar en el ministerio que Ud. tendrá que explorar por sí mismo.

Pero si bien es posible fracasar ignominiosamente en el ministerio sin proponérselo específicamente, también es gloriosamente posible tener éxito en el mismo. Para hacerlo Ud. debe estar preparado para dar a su elevada vocación lo mejor que tiene. Para un ministerio de éxito, debe Ud. invertir muchas de las reglas para el fracaso.

El hombre perdió su verdadero concepto de Dios. Limitamos a Dios. Él es meramente la extensión de nuestros propios deseos e imaginación y muy poco más que eso. Lo convertimos en un pigmeo, una deidad en miniatura, según nuestros propios y mezquinos moldes. Necesitamos volver al concepto bíblico de Dios, un Dios santo, justo y bueno. Un Dios de amor. —Billy Graham.

Después de su ordenación, un hombre puede seguir con la tarea de acrecentar su competencia intelectual y profesional con una disciplina de estudio y de aplicación de lo que aprende. (El eufemismo corriente para designar esta práctica esencial es “un programa de educación continua”). Puede aprender a predicar con poder mediante una preparación adecuada hecha con oración, y prestando una cuidadosa atención al contenido, al estilo y a la base bíblica de lo que tiene que decir. Puede llegar a conocer a sus feligreses y a servirlos sin convertirse en un hombre de organización y hasta sin descuidar su hogar y su familia. Como el hombre de la bienaventuranza del salmista —el hombre que tiene su fortaleza en Jehová de los ejércitos— un pastor tal puede, al transitar por el valle de lágrimas, hacer de él un lugar de manantiales.

Y ahora los que hemos sido sus antiguos profesores, junto con el concilio que recomendó su ordenación, y sus futuros colegas, lo encomendamos a Ud. a un ministerio tal.

Sobre el autor: El autor es profesor de Nuevo Testamento en la Andover Newton Theological School. Está titulado por tres universidades norteamericanas. Este corto ensayo es un discurso exhortatorio que pronunció recientemente en la ceremonia de ordenación de un ex alumno.