Como sabemos, mayordomía es el uso abnegado y desprovisto de egoísmo que hacemos de la vida. En resumen, es el uso sabio de la vida.

El blanco de la mayordomía es procurar ayudar al cristiano a vivir tan sabiamente la vida, bajo la dirección de Dios y la influencia de su Santo Espíritu, que al final de su carrera haya alcanzado un carácter que lo habilite para entrar en las mansiones eternas y ver restaurado en él el carácter de su Hacedor, cumpliendo de esta manera con el propósito de su Dios. “Un carácter formado a la semejanza divina es el único tesoro que podemos llevar de este mundo al venidero”.[1] ¡Cuán importante es, entonces, el desarrollo del carácter en esta vida!

1. La empresa de restaurar la imagen de Dios en el hombre

En esta importante empresa de restaurar un carácter a semejanza de Cristo, Dios y el hombre trabajan juntos. El hombre va rindiendo voluntariamente su yo al Señor y permitiendo que en su lugar reine la autoridad y el dominio del Señor. Pero el Señor no nos deja solos. El otorga al hombre el poder necesario, por medio de la fe, para mantener en sujeción al viejo hombre.

Una cosa que ayuda mucho al hombre a rendir progresivamente su yo al Señor, es la generosidad o benevolencia. “La gloria del Evangelio consiste en que se funda en la noción de que se ha de restaurar la imagen divina en una raza caída por medio de una constante manifestación de benevolencia”.[2]

Si existe algo que se opone a la benevolencia es el egoísmo del corazón humano. Por eso, la mayordomía cristiana procura ayudar al cristiano en forma práctica, para que vaya eliminando el egoísmo de su corazón.

De allí que las enseñanzas y la práctica de la mayordomía exija un proceso planificado, gradual y sistemático. No es algo que debiera enseñarse para ser practicado sólo cuando haya necesidad, o en algún momento futuro de la vida. Tampoco está relacionado con algún aspecto vital, ni debe ser dejado hasta que el cristiano “haya alcanzado la madurez”, o para un período determinado de la vida.

La enseñanza y la práctica de la mayordomía forman parte de un proceso educativo que se extiende a través de toda la vida y abarca todos sus aspectos. Se necesita toda una vida para esta educación, porque el desarraigo del egoísmo y la formación de un carácter a semejanza divina no son obra de un día, sino de toda la vida.

Siendo que el egoísmo ataca cada aspecto de la vida y cada rincón de nuestra existencia, la mayordomía debe abarcar esos mismos aspectos manchados por el egoísmo. La práctica de la benevolencia es uno de los dones más preciados que el Cielo nos ha concedido para restaurar esta imagen pura heredada del Señor. Pero, ¿dónde, cuándo y cómo se inicia este proceso de enseñanza de la mayordomía cristiana?

Básicamente, Dios estableció dos instituciones por medio de las cuales desea enseñar la mayordomía a sus hijos: el hogar y la iglesia. Se comprende que dentro de esta última, entra también la escuela de iglesia.

2. Enseñanza y práctica de la mayordomía en el hogar

Los padres pueden encontrar, en casi toda ocasión, oportunidad para enseñar a sus hijos y practicar con ellos algo relativo a la mayordomía.

Durante la infancia, la mayor parte del tiempo de los niños transcurre en el círculo del hogar, donde cada incidente puede contribuir a una educación en la mayordomía.

Dios estableció que el hogar sea el centro de acción de los padres para enseñar a sus hijos los principios de su Palabra y para guiarlos en sus caminos. “En su sabiduría el Señor ha decretado que la familia sea el mayor agente educativo. En el hogar es donde se ha de empezar la educación del niño. Allí está su primera escuela, allí con sus padres como maestros, debe aprender las lecciones que han de guiarlo a través de la vida: lecciones de respeto, obediencia, reverencia, dominio propio”.[3]

Los padres debieran ser los primeros y más influyentes profesores de los niños, pues tienen la oportunidad de enseñarles por precepto y por ejemplo. Si esto es válido para cada una de las etapas del crecimiento de los niños, lo es particularmente en los primeros años, cuando la criatura aprende por imitación y observación. A medida que los niños crecen en sabiduría y comprensión, los padres tendrán continuas oportunidades para instruirlos y guiarlos en los principios y prácticas de la mayordomía cristiana.

El crecimiento hacia la madurez es lento. Es muy importante que en la infancia se coloque el fundamento conveniente. Los hábitos y actitudes formados en los primeros años de la vida hacen sentir su efecto a través de la vida posterior.

¿Quién no ha visto a un niño llorando y exclamando: “¡Mi pelota!” “¡Mi muñeca!”? El primer aprendizaje del niño está relacionado casi completamente consigo mismo. El niño es el centro de su propia educación. En la educación de la mayordomía, el énfasis se debe hacer en el pasaje ascendente del yo infantil al “su”, al “tú” y al “nosotros”. Este modo de enseñar la mayordomía ayudará al niño a cultivar los dones de la responsabilidad, el respeto, la abnegación y la benevolencia.

“Una de las barreras más eficaces contra la creciente marea de maldad, es el cultivo de hábitos de abnegación y benevolencia. A los niños se les debe enseñar a mirar con repugnancia los hábitos de egoísmo y codicia. Dios tiene sagrados derechos sobre ellos, y es necesario que se los instruya, mandamiento tras mandamiento, precepto tras precepto, para que reconozcan y concienzudamente respeten esos derechos”.[4]

Desde los primeros años el niño debiera aceptar la responsabilidad del uso sabio de los dones que Dios le concedió a través de la vida. “Los niños de cada familia han de ser criados con la educación y la amonestación del Señor. Deben controlarse las propensiones al mal, deben subyugarse los temperamentos violentos; y los niños deben aprender que son propiedad del Señor, comprados con su propia sangre preciosa, y que no pueden vivir una vida de placer y vanidad, a fin de realizar su propia voluntad y llevar a cabo sus propias ideas, y a pesar de eso seguir perteneciendo al grupo de los hijos de Dios”.[5]

¡Qué hermosa oportunidad tienen los padres de instruir y dirigir a sus hijos en los principios de la mayordomía de la vida! En la vida cotidiana pueden enseñarles que, a causa de que todas las cosas pertenecen a Dios, ellos deben usarlas sin abusar de ellas. Con ejemplos de amor y sacrificio, los padres pueden demostrarles lo que significa compartir nuestros dones con otros, así como Dios comparte su mayor Don con cada uno de nosotros.

3. Enseñanza de la mayordomía en la iglesia

El hogar no es la única institución divinamente establecida para ofrecer instrucciones y preparación en los principios y prácticas de la mayordomía cristiana. Dios también confió a la iglesia esta responsabilidad.

Leyendo Mateo 28:18-20 vemos que una parte importante del mandamiento y que frecuentemente no recibe la atención necesaria, es aquella que hace referencia a todas las edades existentes en una congregación: niños, jóvenes y adultos. Sobre la iglesia descansa la solemne responsabilidad de alimentar a todos sus corderos y ovejas; los de más edad, los jóvenes y los pequeños. Todos pertenecen a Dios, y todos fueron comprados por su sangre. Por ello, se debe ejercer un cuidado especial sobre los niños.

“Dedique la iglesia un cuidado especial a los corderos del rebaño, ejerciendo toda influencia de que sea capaz para conquistar el amor de los niños y vincularlos con la verdad”.[6]

En la iglesia, como en el hogar, la presentación de los principios de mayordomía cristiana exigen el proceso enseñanza-aprendizaje; la responsabilidad de la iglesia es valerse de este proceso para cumplir con la obligación de proveer este tipo de educación a todos los niveles de la congregación. La iglesia debería ser consciente de los beneficios y bendiciones que se alcanzan a través de la enseñanza de la mayordomía cristiana.

Cada niño, desde la más tierna edad, debiera ser concientizado acerca de la importancia de la mayordomía en su vida. Los departamentos de Mayordomía de todos los campos de la DSA cuentan con el material necesario para realizar una semana de orientación y de enseñanza de la mayordomía cristiana para los niños de la iglesia. Este material fue preparado para ser usado en reuniones paralelas a las de la Campaña de Mayordomía para adultos. Pero puede ser utilizado en ocasión de una semana de oración o cualquier otra oportunidad conveniente.

La enseñanza y el aprendizaje de la mayordomía forman parte del proceso general de enseñanza-aprendizaje cristiano. La práctica de la mayordomía no es la realización de un simple conjunto de reglas, sino un estilo de conducta, un modo de vida que habilita a una persona para crecer.

El resultado del proceso de aprendizaje de la mayordomía debiera revelarse en una persona profundamente agradecida, generosa y responsable. La iglesia debe hacer su parte en el logro de este éxito.

La educación de la mayordomía debiera formar parte de un programa que esté constantemente en marcha. Este privilegio no debiera alcanzar sólo a la generación presente, sino a todas las generaciones que la seguirán antes que el Señor vuelva. El hogar y la iglesia participan de esta responsabilidad. Ambos deben trabajar en íntima cooperación. Ambos son mayordomos, administradores responsables del sagrado tesoro y deben hacer conocer las maravillosas obras del Señor a los niños de nuestra congregación.

Al respecto, el salmista David nos recuerda: “Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos”.[7]


Referencias

[1] Palabras de vida del gran Maestro, pág. 267.

[2] Consejos sobre mayordomía cristiana, pág. 16.

[3] El hogar adventista, pág. 161.

[4] Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, pág. 157.

[5] Conducción del niño, pág. 40.

[6] El hogar adventista, pág. 326.

[7]  Sal. 78: 6, 7.