Estudiar para predicar
La iglesia hoy, hemos dicho, languidece por falta de grandes predicadores.
Anhela las corrientes de agua viva que apaguen su sed espiritual. Esa sed nunca será satisfecha hasta que grandes predicadores preparen grandes sermones basados en un gran estudio de grandes temas. Los que quieren ayudar a la iglesia deben dirigir la atención hacia los vastos temas en torno de los cuales está formada la Biblia: Dios el Padre, Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo, la Trinidad, la expiación, la inspiración de las Escrituras, la segunda venida en relación con la escena contemporánea. Hay temas tan grandiosos que aguardan nuestro estudio que no tenemos tiempo para gastar en pensamientos insignificantes; a la verdad, retrasaremos nuestro progreso espiritual y comprometeremos nuestro desarrollo espiritual si perdemos el tiempo en asuntos secundarios y descuidamos revelaciones bíblicas mayores.
La iglesia también necesita ministros que emprendan estudios originales — no de ternas originales, porque ahora ya no los hay sino un estudio original por cuanto es nuestro propio y no una refundición de los pensamientos de otros. Esto sólo puede venir de nuestra propia lectura y nuestra propia reacción frente a lo que el Espíritu sugiere mientras leemos y cuando comenzamos a estudiar. Debemos, pues, dejar que nuestra propia personalidad se desarrolle, bajo el control del Espíritu Santo, de manera que el producto de nuestro estudio lleve el sello de nuestra propia mente.
Será más fácil alcanzar un ideal tal si nos entrenamos temprano en pensar por nosotros mismos. Es bueno comenzar con la Biblia y quedar con la Biblia hasta que hayamos extractado de un pasaje todo lo que en ese momento hayamos podido sacar. Una vez dado este paso, podemos comenzar a leer lo que otros han escrito.
Sus pensamientos suplementarán, antes que sumergir, lo que ya hemos descubierto: su vetusta autoridad puede sostener las conclusiones que ya hemos alcanzado con oración, y dar mayor peso al mensaje que hemos preparado en forma independiente.
Si queremos que nuestro estudio produzca una corriente de exposiciones interesantes necesitamos estar al tanto de las muchas diferentes formas de explorar los tesoros de la Biblia. El método preferido de la mayoría de los adventistas, y por lo tanto, el que debe ser usado con moderación, es el estudio por tópicos, que colecciona sentencias bíblicas sobre un asunto dado; pero hay muchos otros métodos de acercamiento que pueden usarse con provecho —la presentación del mensaje concentrado de un libro completo, el relato de un incidente significativo de la historia sagrada, la presentación de una biografía que tenga una aplicación actual, el rastreo del cumplimiento de una profecía, la exposición de un pasaje específico o, lo que quizá requiere el arte más fino de todos, el examen detallado de un solo texto.
Concentraos en tópicos específicos
Detengámonos en estas pocas sugestiones y consideremos algunos tópicos específicos. Hallaremos que es estimulante hacer un estudio fresco y personal de nuestras principales doctrinas considerando su validez por nosotros mismos en lugar de tomarlas por completo de un libro de texto denominacional. Debiéramos hacer nuestra cada interpretación de modo que podamos presentarlas con el respaldo de nuestra profunda convicción personal. No debería ser difícil para nosotros dominar el contenido de los libros menores, como Rut, Oseas o Habacuc, Marcos, Santiago o Judas, y preparar una realmente interesante, informativa e inspiradora charla o serie de sermones basados en ese dominio. El uso de una imaginación activa y santificada traerá a la vida las escenas bíblicas; veremos vivir ante nuestros ojos acontecimientos ocurridos hace mucho; los detalles vividos añaden color a la historia: personajes fallecidos resucitarán para inspirar a nuestros oyentes con sus ejemplos piadosos.
En el campo de la biografía la Biblia no tiene igual; cada vida ofrece sus lecciones, si sólo nos tomamos la molestia de reconstruir al hombre y su tiempo. Una riqueza de material homilético aguarda que lo empleemos en el reino de los temas teológicos: el reino de Dios, el reino de los cielos, el reino de la gracia, el reino de la gloria. Podemos pasar toda nuestra vida ministerial siguiendo las huellas de tales temas, juntamente con los otros estudios.
Sin duda debiéramos, aunque más no fuera para nuestro propio beneficio, preparar una serie sobre la vida de nuestro Salvador, considerando su preexistencia, su encarnación, su niñez, su juventud, su ministerio del comienzo y del fin, la semana de la Pasión, la resurrección, la ascensión, su ministerio celestial. Y para cerrar nuestra lista, aceptemos la placentera tarea de preparar sermones sobre textos bien conocidos: Juan 3:16; Gén. 1:1; Exo. 3:14; Rut 1:16, 17; Sal. 23:1; Hech. 1:8; Gál. 2:20. La selección es casi inagotable. Será para nuestro beneficio intelectual y espiritual el experimentar con todas estas formas y el utilizarlas por turno de manera que ni nosotros ni nuestros oyentes se cansen por el abuso de alguna de ellas.
Se necesita estricta disciplina mental
En todo este estudio debemos ejercer firme integridad y una estricta disciplina mental que rechace el pretexto fácil y nos lleve a investigar en busca del apoyo textual válido para las lecciones que deseamos enseñar. Debemos tratar de descubrir el significado inmediato de cada pasaje en su contexto, y ser muy cuidadosos acerca de su aplicación secundaria. Debemos tratar de comprender concienzudamente la intención del autor al escribir su libro, y evitaremos la aplicación actual irreflexiva de palabras que fueron escritas hace miles de años. Trataremos de encontrar cómo Dios quisiera que interpretáramos el mensaje que estamos precisamente estudiando.
Sin precipitación
Tales métodos de estudio de la Biblia no deben hacerse de prisa. Exigen el empleo del tiempo libre y la preparación de nuestros pensamientos con buena anticipación sobre el momento en que han de ser usados. Los grandes pensamientos, como los grandes árboles, necesitan tiempo para crecer. Primero deben sembrarse las ideas en forma de semilla, luego deben tener tiempo para brotar, para echar raíces en nuestra mente, y para producir follaje mental y un fruto que llegue a madurar. Necesitamos, pues, tener en nuestra mente semillas de pensamientos que germinarán y estarán listas para ser transplantadas en el jardín donde crecen los sermones. Nada posibilitará este proceso tanto como el acto de memorizar un texto de tal forma que esté alojado en nuestro pensar y listo para ser usado como tema de meditación cuandoquiera se presente la oportunidad. Un texto que es acariciado en nuestra mente llega a ser nuestro, siempre podemos usarlo para la contemplación, está a nuestra entera disposición, para ser examinado, para ser observado por los cuatro costados, para ser mentalmente masticado y saboreado hasta que nos dé todo su sabor espiritual. Un texto memorizado puede también ser puesto delante del Señor en oración y bajo la tutela del Espíritu Santo: Dios puede darnos su interpretación de sus propias palabras y hacerlas infinitamente más ricas de lo que nuestra mente diminuta pueda hacerlo.
Finalmente, hermanos, pongamos nuestras mejores facultades mentales y espirituales a disposición de nuestro Señor cuando nos disponemos a estudiar lo que él ha redactado. Empleemos nuestros pensamientos más profundos y elevados en la contemplación de la Palabra de Dios, porque ella merece lo mejor que hay en nosotros. Demos lo más de que somos capaces para la comprensión de lo sublime, alimentando un “divino descontento” que nos inste a ir siempre más adelante en el sendero de la verdad. Y en todo nuestro estudio, conservemos nuestro sentimiento de la presencia de Dios, quitando el calzado de los pies de nuestra mente, sabiendo que los lugares donde se posan nuestros pensamientos son santos.
Sobre el autor: Presidente de la Unión Británica