Indudablemente, el mayor desafío para evangelizar que siempre se presentó al pueblo de Dios es la penetración con el mensaje en nuevas ciudades y territorios.

Cada ciudad, pequeña o grande, cada villa o aldea, cada familia aislada y aun cada individuo que todavía se halla en las tinieblas debe ser un aguijón para la conciencia de la iglesia para que no descanse hasta ver concluida la obra.

La grandiosa misión de Mateo 24:14 debe estar siempre delante de nuestros ojos. Momento tras momento debemos sentir que sobre nuestros hombros descansa esa responsabilidad. Como individuos y como iglesia no podemos apoltronarnos, especialmente en la hora en que vivimos, y permanecer indiferentes ante la tarea que debe ser hecha, o satisfechos con lo que ya hicimos.

Debemos tomar conciencia de que es necesario que Jesús venga pronto, pero que sólo lo hará cuando la obra sea terminada. Si somos sinceros, si vivimos nuestra profesión de fe, si no estamos en la iglesia sólo para hacer número, sentiremos el clamor “pasa a Macedonia y ayúdanos” elevándose de todas partes. Sentiremos también que somos los únicos que podemos prestar una ayuda eficaz, y que si no lo hacemos, la sangre será requerida de nuestras manos.

Me detengo a pensar cuántas ciudades habrán enviado al cielo este clamor. De todas las ciudades se elevan dos tipos de clamores. Uno de ellos es éste al cual nos acabamos de referir. El otro es el clamor del pecado. Hablando de Sodoma y Gomorra, Dios dijo: “El clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo” (Gén. 18:20). Pero el clamor del pecado no fue tan fuerte como para sobrepujar el clamor de la salvación proveniente de las almas sinceras. Lot y sus hijas fueron salvados de la destrucción. (Véase 2 Ped. 2:7, 8.)

Así, cada ciudad envía a Dios un clamor a causa de sus pecados; algunas más fuerte, otras más suave. Como en el caso de Sodoma, la condenación es inminente. “Las ciudades modernas se están volviendo rápidamente como Sodoma y Gomorra” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 326). “Se me pide que declare el mensaje de que las ciudades llenas de transgresión y pecaminosas en extremo, serán destruidas por terremotos, incendios e inundaciones” (Evangelismo, pág. 24).

Es cierto que muchas de estas ciudades siguen levantadas porque el clamor de la salvación que proviene de millares de sus habitantes ha llegado a los oídos de Dios.

Pero he aquí una declaración estremecedora: “Dios no puede tener paciencia por mucho más tiempo” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 332).

¿Qué haremos? ¿No sentimos el peso de la responsabilidad? “Con frecuencia se nos ha dicho que nuestras ciudades deben escuchar el mensaje, pero somos sumamente lentos en obedecer esa instrucción. Vi a Uno que estaba en pie con los brazos extendidos en una plataforma elevada. Se volvió y señaló en todas direcciones diciendo: ‘Hay un mundo que perece en la ignorancia de la santa ley de Dios, y los adventistas del séptimo día están durmiendo’” (Evangelismo, pág. 28).

Repito, hermanos, la sangre será requerida de nuestras manos. ¿No será ahora el momento indicado para levantarnos y penetrar en estos centros que desconocen la verdad que poseemos? “¿Podemos esperar que los habitantes de las ciudades vengan a decirnos: ‘¿Si Uds. vienen a enseñarnos, les ayudaremos de tal y tal modo’?” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, págs. 334, 335).

¡Qué hermoso sería si este año cada iglesia abriera obra en un lugar nuevo! ¡Si las familias, dentro de sus posibilidades, se mudaran a lugares donde la verdad todavía no penetró y sirvieran para iluminar a almas sinceras, cumpliendo así lo que dice el espíritu de profecía! ¡Si las iglesias estuvieran tan bien organizadas y consagradas al Señor que pudiesen mantenerse y prosperar, concediéndole tres, cuatro o hasta cinco meses al pastor para que éste levante una nueva iglesia en una ciudad nueva! ¡Si pudieran ir todavía un poco más lejos hasta el punto de costear una serie de conferencias en una ciudad vecina, independientemente de los fondos de la asociación! ¡O que grupos de miembros se trasladaran a esas ciudades, formando centros de predicación y llevando almas a la decisión!

Esto puede parecerles un sueño a algunos. Pero en realidad es la gran meta que Dios presenta a su iglesia. “El egoísmo que se manifiesta al mantener grandes congregaciones, no es el plan del Señor. Entrad en todo nuevo lugar posible… Ha llegado el momento de llevar a cabo una obra mucho más agresiva en las ciudades y en todos los campos descuidados donde no se ha trabajado” (Evangelismo, págs. 39, 48).

“Ha llegado el momento”. La Sra. de White tiene razón. Ahora es el tiempo de avanzar. No podemos dejar para después porque “se está aproximando el tiempo cuando se dictarán leyes que cerrarán puertas que ahora están abiertas al mensaje” (Id., pág. 28).

Ante nosotros está el gran desafío. ¿Aceptaremos el reto, o seremos cobardes? ¿Seguiremos contentándonos con las migajas, o saldremos para realizar grandes conquistas para el Señor?

¡Responda ya! ¡Ahora es el tiempo! ¡No deje para mañana!—

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación Rio-Minas