Tres claves para su interpretación. Primera parte.

El Apocalipsis es el libro más difícil de interpretar del Nuevo Testamento, principalmente por el extenso uso que hace de un simbolismo sumamente elaborado”.[1] Con esta desafiante declaración, George Ladd comienza su comentario acerca del último libro de la Biblia. Muchos estudiosos están de acuerdo con Ladd. Pero, hay por lo menos tres claves de interpretación que nos ayudan a resolver las dificultades de este libro.

Juan describió sus visiones apocalípticas en un estilo totalmente hebreo, porque en realidad él pensaba en ese idioma. Un estudio detenido de la sintaxis del griego utilizado por Juan demuestra que normalmente él usaba el texto hebreo del Antiguo Testamento como su fuente original.[2] Este hecho nos obliga a buscar el significado teológico de las sistemáticas alusiones de Juan al Antiguo Testamento y a su historia de la salvación. Como cristiano de origen hebreo que era, Juan adoptó el idioma y el estilo del pacto de Israel como medios de expresión. Esto era totalmente familiar para los cristianos de origen judío que conocían los libros de Moisés, los Salmos y los Profetas. Una importante característica literaria ilustra esto y tiene importancia para la interpretación: “El paralelismo, como estilo literario, es demasiado obvio como para ignorarlo. El autor constantemente irrumpe en la versificación, en la cual el paralelismo de la poesía hebrea se adopta cuidadosamente”.[3]

El Apocalipsis menciona más de seiscientas veces la historia del pacto con Israel. Este hecho señala la primera clave para entender el Apocalipsis: las visiones simbólicas de Juan tienen sus raíces en el significado teológico de la Biblia hebrea. Un conocimiento del Antiguo Testamento es, por lo tanto, absolutamente esencial para captar el significado del lenguaje profético de Juan en el Apocalipsis. “El Antiguo Testamento, en general, desempeña un papel tan importante, que es necesaria una correcta comprensión de su uso para tener una idea adecuada del Apocalipsis en su totalidad”.[4]

Un uso creativo del Antiguo Testamento

No necesitamos imponer un método de interpretación filosófico y preconcebido al Apocalipsis, como la literalidad o la alegoría, pero sí necesitamos hacernos las preguntas que revelan el propio método de Juan para unir la Palabra de Dios, de las Escrituras hebreas, con el testimonio de Jesucristo en el Nuevo Testamento, y cómo combinaba a Israel con la iglesia apostólica de Cristo.

Juan presenta tres claves de interpretación en el mismo comienzo del libro. La introducción contiene la clave maestra: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto […]. De la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo” (Apoc. 1:1, 2).

Una lectura cuidadosa de estas palabras revela las tres claves que se encontraban en la mente de Juan, y que constituyen las pautas que nos van a ayudar a entender el Apocalipsis: Dios, Jesucristo y su singular revelación a la iglesia.

Consideremos primero cada una de estas autoridades divinas en su relación mutua: (1) La nueva revelación de Jesucristo le fue dada por Dios, “su Dios, su Padre” (1:6), el Dios del pacto realizado con Israel. Esto implica que el Antiguo Testamento es la Palabra fundamental de Dios. (2) Este Dios revela una nueva orientación de la historia de la salvación, porque ha confiado su soberano gobierno al Señor Jesús resucitado, que ahora revela su plan a sus siervos. (3) Juan resume todo lo que se le mostró, diciendo: “La palabra de Dios, y el testimonio de Jesucristo” (1:2). Estas dos frases sitúan a Dios y a Jesús en el mismo nivel de autoridad divina, porque la estructura gramatical de ambas es similar.

Tanto Dios como Jesús revelan ahora su testimonio unido, como un legado sagrado para que la iglesia lo reciba y lo acepte como la suprema norma de su fe y su culto, aun frente a la persecución y la muerte. Con algunas variantes, Juan usa estas dos frases como sello para describir a la iglesia fiel a lo largo del Apocalipsis en tiempos de apostasía y persecución. (Ver 1:9; 6:9; 12:17; 14:12; 20:4.)

El estilo literario de Juan al desarrollar su tema

¿Cómo presenta Juan sus claves de interpretación en el Apocalipsis? Cualquier pretendido principio de interpretación resultará inadecuado, como lo advierte con toda razón Martin Kiddle: “Nos damos cuenta ahora de que es inútil intentar elaborar una clave sustituta, como si el libro tuviera que revelar lo que nosotros queremos que revele. En lugar de eso, debemos tratar de penetrar en la mente del autor para apreciar su perspectiva, su interpretación de los tiempos en que estaba viviendo y el remedio que propone para ellos”.[5]

El estilo de Juan consiste en resumir el principal tema de su libro en la introducción, o prólogo, para desarrollarlo ampliamente después, en sus visiones. Por ejemplo, observemos la notable semejanza que existe entre los prólogos del Evangelio de Juan (Juan 1:1-18) y del Apocalipsis (Apoc. 1:1- 8). En ambos, Juan da testimonio de la gloria divina y del autorizado testimonio de Cristo (Juan 1:1-3, 18; Apoc. 1,5).

Mientras que en el Evangelio de Juan el prólogo culmina con la gloria de la encarnación (“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” Juan 1:14), el del Apocalipsis termina con el glorioso regreso de Cristo (“He aquí que viene con las nubes” Apoc. 1:7.) El Apocalipsis aparece, entonces, como la continuación de la historia del evangelio, y se funda en el testimonio que brindó Jesús aquí, en la tierra.

Hacia fines del siglo I ya no era necesario insistir, como en las décadas anteriores, en que Jesucristo había cumplido las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y que la iglesia era la heredera escogida de sus promesas. El asunto urgente en ese momento era el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento en cuanto al regreso de Jesús.

La relación que existe entre el Apocalipsis y Daniel

Juan insiste en que su libro es “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio”. Esta introducción informa a la iglesia que el Apocalipsis de Jesucristo posee la misma inspiración que las Escrituras hebreas. Al terminar, el Señor se identifica invocando la palabra profética de Dios: “Yo Jesús he enviado a mi ángel para dar testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Apoc. 22:16).

El Apocalipsis de Juan pretende ser el “testimonio” celestial “de Jesucristo” para la iglesia, por medio del cual el Señor resucitado revela el plan elaborado por Dios para la era de la iglesia. Jesús se identifica como el Mesías descendiente de David, prometido por los profetas de Israel (Isa. 11:1; Núm. 24:17). Por lo tanto, el testimonio de Jesús estará básicamente en armonía con la Palabra profética de Dios.

¿Cuál es, entonces, el contenido de este testimonio para las iglesias que esperan su regreso?

Juan lo dice: “Para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (En griego: ha dei genesthai). Estas palabras aluden explícitamente a las que usó Daniel al hablar con el rey de Babilonia: “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días” (Dan. 2:28). “Lo que ha de acontecer en lo porvenir” (vers. 45, ha dei genesthai, LXX).

El uso que hacen Daniel y Juan de la palabra dei (“ha de”) para referirse al futuro de la humanidad es sumamente significativo. No se trata de un destino ciego, sino de las providencias del Dios de Israel para ese futuro eterno.

Este Dios no solo conoce el futuro, sino también “muda los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes” (Dan. 2:21). Y ha decidido cuál será el final de la historia de acuerdo con su propia voluntad (ver Dan. 2:44, 45).

Walter Grundmann lo aclara de la siguiente manera: “Este es el dei del Dios misterioso; también lleva a cabo sus planes en favor del mundo durante la consumación escatológica”.[6] Este divino “ha de” del plan del Señor incluye no solo la plaga de la violencia humana (Mat. 24:6), sino también gira en torno de la bendición de la muerte expiatoria del Mesías (Mat. 16:21; Mar. 10:45), la proclamación del evangelio del Reino de Dios (Mar. 13:10) y la promesa de la “restauración universal” del paraíso (Hech. 3:21).

La alusión a Daniel en Apocalipsis 1:1 sugiere decididamente que este libro se debe entender en relación con las visiones simbólicas de Daniel relativas a los planes y los propósitos de Dios con respecto al futuro. Las visiones de Daniel forman parte integral de la primera clave que se debe usar para conocer y entender el Apocalipsis.

Recientes investigaciones eruditas confirman la idea de que Daniel es “el más influyente” de los profetas hebreos mencionados por el Apocalipsis.[7] Esto no significa que los dos escritores apocalípticos abarcan los mismos límites de la revelación divina; el Apocalipsis del Nuevo Testamento extiende la fe profética de Israel por medio de un nuevo principio de interpretación relativo al cumplimiento de la historia de la salvación: el cumplimiento cristológico.

El cumplimiento histórico de las profecías mesiánicas de Israel durante el ministerio terrenal de Jesús ya había sido el tema central del testimonio de Cristo en los cuatro evangelios. El tema del Apocalipsis es asegurar a la iglesia que las profecías escatológicas relativas a Israel encontrarán su consumación final en Cristo y en su pueblo del Nuevo Pacto. Esto resulta claro al comparar las promesas hechas a las siete iglesias, en las siete cartas de Apocalipsis 2 y 3, con las promesas que encontramos en las visiones relativas a la Nueva Jerusalén para los seguidores de Dios y del Cordero en Apocalipsis 20 a 22. De este modo, el Apocalipsis asegura el “pronto” cumplimiento de las profecías selladas de Daniel.

Cuando comparamos Daniel 2:28 con Apocalipsis 1:1, por ejemplo, descubrimos la íntima relación que existe entre los dos libros. “Lo que ha de acontecer en los postreros días”; “Las cosas que deben suceder pronto (Dan. 2:28; Apoc. 1:1).

Aparentemente, Juan reemplaza la frase de Daniel “en los postreros días” por “las cosas que deben suceder pronto”. La palabra de Juan es “pronto”. Su énfasis en el “pronto” o rápido, cumplimiento de los pronósticos simbólicos de Daniel establece un progreso decisivo en la historia de la salvación. Mientras que el libro de Daniel debía quedar sellado “hasta el tiempo del fin” (Dan. 12:4), Juan anuncia el comienzo del cumplimiento de las visiones de Daniel en el futuro; cumplimiento que traerá el Reino de Dios a la tierra.

La visión de Juan acerca del permanente ministerio de Cristo

Juan proclama que Dios tomó una nueva iniciativa en la historia de la salvación en Jesucristo, por medio de su muerte, su resurrección y su exaltación al trono del cielo. Este nuevo acto de Dios en Cristo es el momento definitorio de la fe cristiana. Por eso, Juan se refiere a su Señor diciendo: “El testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra” (Apoc. 1:5).

Estos títulos vinculan el testimonio terrenal de Jesús con su ministerio presente y futuro en el cielo. En la siguiente visión del rollo sellado con siete sellos que está en la mano de Dios, Juan subraya el nuevo papel de Jesús como Gobernante de toda la humanidad, en una instancia crítica de la historia de la salvación (Apoc. 6).

Es significativo el repetido énfasis que se hace en cuanto a la dignidad de Jesús para gobernar la humanidad y el universo: “He aquí el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apoc. 5:5). Estas declaraciones acerca del Señor resucitado solo se pueden entender a partir de las Escrituras hebreas y de Sus promesas mesiánicas (ver Gén. 49:10; Isa. 11:1-10). ¿Cómo aclara Juan la victoria de Jesús en la tierra?

Juan relaciona la “victoria” (nikao) de Jesús con su muerte: “Y miré, y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, que estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos” (5:6). Juan está viendo al Mesías sacrificado; en otras palabras, el Mesías “león” venció cuando se convirtió en el “Cordero” inmolado de Dios. La naturaleza de la “victoria” de Jesús es crucial para Juan, porque es el modelo de la que debe lograr cada cristiano, y que aparece en cada una de las cartas a las siete iglesias (ver Apoc. 3:21; 2:7, 11, 17, etc.)

Gregory Beale lo explica muy bien. “Cristo venció al mantenerse leal al Padre a pesar del sufrimiento y al final de la muerte (vea 1:5). Fue derrotado físicamente, pero espiritualmente venció”.[8]

En Apocalipsis 5 Juan explica de qué manera el Padre, en una solemne ceremonia en la sala del trono celestial, delega la soberanía del mundo en el Señor Jesús resucitado. El Cordero de Dios tomó el rollo (biblion) de los eternos propósitos divinos “de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Apoc. 5:7).

El Señor crucificado y resucitado comenzará a abrir los siete sellos del rollo celestial (6:1), porque está autorizado para ejecutar los juicios de Dios que conducen al establecimiento del Reino de Dios en la tierra. En consecuencia, el universo entero entona un himno de alabanza a Dios y al Cordero (Apoc. 5:13, 14). De esta manera, la visión de Apocalipsis 5 aparece como un cumplimiento inicial de la visión profética de Daniel acerca de la venida del “Hijo del hombre” junto al Padre para recibir su señorío sobre la iglesia y el mundo, incluso antes de que comience el juicio final.

Stefanovic explica de esta manera el cumplimiento progresivo de la Palabra profética de Dios: “Al tomar el biblion -rollo-, todo el destino de la humanidad queda en manos del Cristo entronizado; por lo tanto, este es ciertamente el libro del destino. Sobre la base de su contenido él juzgará; es, entonces, el libro del juicio”.[9]

Los apóstoles y la palara profética

Los apóstoles confirman el cumplimiento progresivo de la Palabra profética de Dios. En el día del Pentecostés, Pedro proclamó que Jesús había sido exaltado “a la diestra de Dios” como “Señor y Mesías”, y que los anunciados “últimos días” de la era mesiánica ya habían llegado (Mar. 1:15).

La prueba visible de la entronización celestial de Cristo fue el derramamiento del espíritu de profecía sobre el remanente de Israel que creía en Cristo, en cumplimiento del anuncio de Joel (Hech. 2:16, 17, 33- 36; Joel 2:28, 29). El autor apostólico de Hebreos también confirma la revelación progresiva del Señor: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo” (Heb. 1:1, 2; Rom. 16:25, 26; 1 Ped. 1:10-12). El Dios que inspiró a los profetas de Israel habló de una manera más completa y superior por medio de su Hijo, Jesucristo.

Juan, incluso, eleva el testimonio histórico de Jesús al nivel de una verdad definitoria con respecto a la salvación: “Porque éste es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:9, 11, 12).

Resulta claro que la relación entre la promesa divina y su cumplimiento en Jesucristo, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, es un testimonio progresivo a medida que este continúa surgiendo del mismo pacto de Dios. El testimonio histórico de Jesús, tal como aparece en los evangelios, es la clave autorizada para la comprensión del significado de la Palabra de Dios en Moisés y los Profetas.

El testimonio de Jesús, “el Alfa y la Omega” del Apocalipsis (Apoc. 22:13), es la aplicación cristológica inspirada de las profecías apocalípticas de Daniel, Ezequiel, Joel y Zacarías, ya que estas se refieren, más allá del trasfondo del Israel literal e histórico, a la era de la iglesia.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor emérito de Teología Sistemática del Seminario Teológico Adventista, Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan. Estados Unidos.


Referencias

[1] George E. Ladd, A Commentary on the Revelation of John (Un comentario acerca del Apocalipsis de Juan) (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1972), p. 10.

[2] Vea R. H. Charles, Studies in the Apocalypse (Estudios acerca del Apocalipsis) (Edinburgo: T y T Clark, 1915), cap. 3; y The Revelation of St. John, International Critical Commentary [El Apocalipsis de San Juan, Comentario crítico internacional) (Nueva York: Charles Scribners, 1975), l:lxvi; “Juan traduce directamente del texto del Antiguo Testamento”

[3] Charles, Ibíd., p. 88.

[4] Gregory K. Beale, John’s Use of the Old Testament in Revelation (Cómo usa Juan el Antiguo Testamento en el Apocalipsis) (JSNT Suppl. Ser. 1966. Sheffield, Ac. Press, 1988), p. 61.

[5] Martin Kiddle, The Revelation of St. John |EI Apocalipsis de San Juan) (Londres: Hodder y Stoughton, 1946), p. xxii.

[6] Kittel, Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento), t. 2, p. 23.

[7] Beale, The Book of Revelation (El libro del Apocalipsis) (Grand Rapids, NIGTC: Eerdmans, 1999), p. 77. El uso que hace Juan del Antiguo Testamento, cap 2.

[8] Beale, Ibíd., p. 353.

[9] Rankov Stefanovic, ‘The Background and Meaning of the Sealed Book of Revelation 5” (El trasfondo y el significado del libro sellado de Apocalipsis 5) (Tesis doctoral, Universidad Andrews, 1995), p. 322.