Recomendaciones que ayudarán a equilibrar la obra pastoral con las necesidades de la familia

Como hijo de pastor usted aprende pronto que prácticamente todo gira alrededor de la iglesia. Al menos así percibía yo las cosas cuando estaba creciendo. Mi padre pastoreaba una iglesia grande. Nuestros sábados eran extraordinarios. Los servicios de la mañana, la comida informal con todos los hermanos al mediodía, las reuniones por la tarde, la despedida del sábado y la recreación por la noche; no había un solo momento aburrido.

Mi padre pasaba muchas horas en reuniones de junta y otras actividades relacionadas con la iglesia que a menudo lo mantenían fuera de la casa durante la noche. Nuestro teléfono sonaba constantemente. Algunas veces los miembros llamaban simplemente para saber a qué hora despediríamos el sábado, o para preguntar por el teléfono de alguien.

Cuando llegaban las vacaciones, el último lugar al cual íbamos antes de salir del pueblo era la iglesia. Mi padre o tenía algo que dejar en su oficina o debía recoger alguna correspondencia para el correo. Nosotros esperábamos dentro del carro en el estacionamiento mientras mi madre trataba de entretenernos a mis tres hermanos y a mí. Aquellos fueron días inolvidables.

Equilibrando la familia y la obra

¿Me estoy quejando? Sinceramente no. Yo acostumbraba decir a mi padre que jamás sería pastor por todo aquello que había visto “tras bambalinas”. Ministrar las vidas de las personas puede ser algo muy satisfactorio. Ahora que soy pastor, he descubierto que cuando se equilibran adecuadamente la familia y la obra, lo positivo puede superar a lo negativo.

Aunque nuestra iglesia siempre ha considerado al matrimonio y la familia como algo sagrado, la actitud de la administración parecía indicar que el orden de las prioridades del pastor debería ser: (1) Dios, (2) la iglesia y (3) la familia. Esa era la situación cuando entré al ministerio a mediados de la década de 1970. A través de los años he visto que estas prioridades han cambiado, de modo que ahora se aceptan en este orden: (1) Dios, (2) la familia y (3) la iglesia. Este cambio se produjo por necesidad, ya que el ejercicio del ministerio ha destruido a muchas familias pastorales.

No pretendo tener todas las respuestas, pero puesto que crecí como hijo de pastor y he pastoreado durante 15 años iglesias grandes y pequeñas, pude recoger algunos pedacitos y piezas del rompecabezas llamado “supervivencia familiar”. No es algo sumamente profundo. Sin embargo, usted descubrirá que hay algo más de lo que aparece a simple vista.

Recomendaciones para la supervivencia pastoral

Para ser un líder efectivo de la iglesia:

1. Beba diariamente de la Fuente del agua de la vida.

2. Sepa que la familia es un precioso jardín que debe ser cultivado diariamente.

3. Busque formas de ser constructivo y positivo en el hogar.

4. Sepa cómo elevar un cometa y cómo jugar al béisbol.

5. Escuche atentamente a los miembros de su iglesia que comen en su mesa.

6. No gaste más dinero del que gana.

7. Sepa cuándo alejarse de las actividades de la iglesia.

8. Incluya a su esposa en sus compromisos tan frecuentemente como le sea posible.

9. Sepa cuándo ignorar la grabadora del teléfono.

10. Tome vacaciones regularmente con su familia.

11. Delegue responsabilidades de la iglesia.

1Z Sepa cómo dirigir los cultos familiares, dar masajes en la espalda y acostar a los niños en la cama.

13. Sea sensible a los sentimientos de otros.

14. Admita sus errores y aprenda de ellos.

La primera obra del ministro

Como líderes, la obra más importante que realizamos para nuestras iglesias no es la que hacemos en la plataforma, en reuniones de la junta o en los hogares de los miembros. Nuestra contribución más significativa será la forma en que ministremos a los miembros de nuestra propia familia, aquellos que constituyen nuestro núcleo familiar. Se ha dicho con razón: “Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. Ante todo está el bienestar espiritual de su familia. En el día del ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable. El mayor bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos… Debe existir en la familia del predicador una unidad que predique un sermón eficaz sobre la piedad práctica”.[1]


Referencias:

[1]  Elena G. de White, Obreros evangélicos, págs. 215, 216.