“SI su conversación (o sermón) es insípidao si Ud. se siente desprovisto de vida, muerto para todas las nuevas concepciones, si su espíritu está debilitado y se siente pesado o prosaico, lea más libros. Es el método más práctico, más corto y más atrayente para reunir el conocimiento que estimula la imaginación, amplía la mente, proporciona equilibrio, visión y profundidad de comprensión, y desarrolla una personalidad verdaderamente culta.’’—Juan D. Snider, en “Z Love Books.”

Ciertamente un buen libro abre los tesoros de los siglos, inspira y ennoblece. El ministro que sabe aprovechar los beneficios de la buena lectura obra con sabiduría y ha asentado la base del progreso.

El crecimiento continuo.—El lema de Miguel Angel era “Ancora Impara” (aprendiendo todavía); y esta determinación de progresar sin interrupción fué el móvil que hizo de él un gran artista, elevándolo por encima del numeroso grupo de los artesanos.

El ministro que no estudia continuamente se estanca. Si él mismo no persevera bebiendo de la fuente espiritual, no podrá impartir el agua de vida que emana de la Palabra. La Hna. White escribe al respecto: ‘‘El corazón que recibe la palabra de Dios no es como un estanque que se evapora, ni como una cisterna rota que pierde su tesoro. Es como el torrente de la montaña alimentado por manantiales inagotables, cuyas aguas frescas, centelleantes, saltan de roca en roca, y refrescan a los cansados, a los sedientos y cargados.”—“Obreros Evangélicos” pág. 265.

En busca de tiempo. — La mayoría de los pastores cumple un plan de trabajo recargado, de modo que resulta difícil encontrar el tiempo necesario para el estudio y la lectura productivos. Sin embargo éstas son actividades que deben realizarse, y el ministro que desee apropiarse el beneficio que reportan tendrá que ordenar su plan de trabajo de manera tal que pueda darle cabida al estudio.

Podrían dedicarse al efecto las primeras horas de la mañana o las últimas de la noche, antes de retirarse a descansar. Pero el mejor plan consiste en fijar un tiempo para el estudio, dentro del programa diario. Algunos ministros aprovechan para leer los momentos que les depara un viaje en tren o en cualquier otro medio de locomoción. Y hay quienes leen mientras esperan en las antesalas.

La selección de los libros. — ¿Cómo puede el ministro obtener todo el beneficio posible de la lectura? Pues seleccionando con sabiduría los libros que se propone leer. Ello evitará que pierda un tiempo valioso en lecturas superficiales.

No todos los hombres alimentan los mismos gustos ni las mismas preferencias; de modo que los temas que elige cada uno son muy dispares entre sí. Sin embargo el ministro no puede atenerse a la lectura de ciertos temas en particular, y desentenderse de oíros de igual valor y utilidad, poique la misma naturaleza de su oficio exige que esté informado respecto de una gran diversidad de conocimientos. No deben escapar a su mirada escrutadora los temas teológicos y doctrinales, ni los acontecimientos políticos, sociales y científicos.

El mundo moderno encierra graves peligros para quienes se dedican únicamente a la lectura de revistas y periódicos, sin prestar atención a los libros que analizan temas de verdadera profundidad. Numerosas revistas ofrecen artículos valiosos en sus páginas, pero el ministro debe habituarse a seleccionar los que tienen valor real, y pasar por alto los demás, aunque parezcan atractivos. Se dice que un hombre ocupado puede leer el diario estando de pie. Ello nos indica que bastan unos minutos para dar un vistazo a los títulos y leer sólo los artículos más interesantes.

Los libros y el presupuesto. — La adquisición de libros a menudo constituye un verdadero problema desde el punto de vista financiero. Es una buena recomendación revisar el presupuesto mensual e incluir una partida destinada a comprar un buen libro. Es posible conseguir libros excelentes a precios módicos en los negocios que se dedican a la venta de libros usados. Las bibliotecas públicas prestan libros sin ocasionar ningún gasto. Una buena idea con- si te en intercambiar libros con otros pastores.

La meditación. —Tomás Fuller dijo: “Los libros como los amigos deben ser pocos pero bien seleccionados. Siempre puedes pretender crecer fuerte si comes y lees sabiamente. Pero demasiado recargo en la naturaleza te traerá como consecuencia más en enfermedad que en alimentación. Es el pensamiento y la digestión lo que hace que los libros sean útiles y que proporcionen salud y vigor a la mente.”

Además de seleccionar sabiamente los libros, es necesario digerirlos: pensar y meditar en su contenido. Ello proporcionará nuevas ideas, traerá a la mente pensamientos afines y dará material para presentar excelentes ilustraciones. El hecho de comentar con otras personas los libros leídos es una buena manera de fijar su contenido.

“ Los libros son el fuerte colorido de la experiencia. Se los debe tomar cuidadosamente, gota a gota, no descuidadamente como engullendo el contenido de una botella; si se quiere obtener lo mejor de ellos, dedíquese un cuarto de hora a su lectura y tres cuartos de hora a pensar en lo que se ha leído.”—Dr. Lyman Abbott.

El ministro necesita disponer de un rincón que pueda llamar suyo, donde pueda dedicarse a la oración, a la meditación y al estudio concentrado. Podrá ser la biblioteca de su casa o una oficina, donde pueda trabajar sin sufrir interrupciones. Además, así podrá disponer de los útiles de trabajo al alcance de la mano: papel, tinta, cuadernos, archivos, libros, etc. Ese gabinete de trabajo no necesita ser grande, ni estar amoblado con suntuosidad. Basta un rincón sencillo; pero ese lugar se transforma en el originador de la potencia que manifiesta el ministro detrás del púlpito.

La memorización.— El pastor debiera memorizar algunos de los pasajes más interesantes que encuentra en la lectura. Esto vale de manera especial para los textos de la Biblia y algunos hermosos pasajes del espíritu de profecía. Resulta muy práctico copiar en tarje- titas las citas para separarlas de vez en cuando, a fin de fijarlas en la mente. Contrariamente a lo que creen algunos, la memoria no se embota con el uso; sino que por el ejercicio mejora y se torna más aguda. Es decir que el poder de memorizar es directamente proporcional a su ejercicio. Mi padre, el pastor J. W. Westphal, memorizó los libros de Romanos y Gálatas; y el mismo hecho de repetirlos vez tras vez hizo que su mente captara con tanta claridad su contenido, que finalmente despertó a la gran verdad de la salvación por la fe, y a la vida victoriosa.

El archivo. — No obstante los esfuerzos que se hagan, es prácticamente imposible que una persona recuerde todo lo que lee. Una pequeña parte permanece en la memoria y lo demás se pierde. De modo que resulta indispensable conservar en un archivo lo que uno considere de interés. Demás está decir que el material que se destina al archivo ha de ser muy bien elegido, tanto los artículos, los recortes, los relatos y las ilustraciones.

La utilidad que presta el archivo depende de que se lo haya organizado sabiamente. Hay varios métodos que pueden seguirse para archivar el material; pero uno de los más eficaces es el que recomienda la utilización de sobres. Algunos prefieren utilizar sobres cuya dimensión es de 25 cms. de ancho por 35 cms. de largo; y otros se valen de sobres de 20 cms. por 27.

Estos sobres, con el correspondiente título del contenido, debieran archivarse en orden alfabético. de manera que fácilmente pueda saberse qué encierran. En cada recorte debiera estamparse el nombre y la fecha de la publicación de que procede. Aquí bien podemos aplicar el consejo que en cierta oportunidad me dió un ministro: “Planee su trabajo y luego trabaje de acuerdo con lo que ha planeado.” El archivo en sí mismo no es necesario que sea costoso. Basta una caja de cartón de tamaño adecuado, hasta que se consiga algo permanente.

Hay revistas que merecen coleccionarse encuadernadas o no. Entre otras mencionaremos El Ministerio, que contiene abundante material orientador e ilustrativo. En este caso vale más conservar toda la revista, que recortar los artículos.

Cada país tiene sus propios héroes y leyendas históricas; de manera que el ministro hará bien en dedicar especial atención a esas cosas, en lugar de coleccionar exclusivamente anécdotas e ilustraciones procedentes de personajes y pueblos extranjeros.

Problemas prácticos.— ¿Es posible que el ministro, además del tiempo que debe dedicar a la preparación de sermones, dedique una parte de él al estudio? Ciertamente lo es. Pero conviene evitar los extremos en este respecto. El que se ensimisma en el estudio y descuida su preparación en el sentido de no tener la capacidad de resolver los problemas que se presentan en la iglesia, puede tener la seguridad de que no se ha consagrado en cuerpo y alma a la vibra del Señor. Debiera conservarse el equilibrio entre el estudio y el trabajo social activo entre los miembros. El pastor necesita estar cerca de ellos, y ser capaz de hacer amistades con facilidad. Sus relaciones sociales son vitales.

La Hna. White nos amonesta en “Obreros Evangélicos,” pág. 352: “Muchos ministros se ocupan incesantemente en leer y escribir, lo cual los incapacita para la obra pastoral. Consumen en estudios abstractos un tiempo valioso que debieran dedicar a ayudar a los menesterosos en el debido momento… Con frecuencia un pastor descuida vergonzosamente los deberes que le incumben, porque carece de fuerza para sacrificar sus inclinaciones personales al retraimiento y el estudio. El pastor debe visitar a sus feligreses de casa en casa, enseñando, conversando y orando con cada familia, y atendiendo al bienestar de sus almas.”

“Esto era menester hacer, y no dejar lo otro.” Por lo tanto el verdadero ministro no será negligente con su trabajo activo en favor de los demás ni tampoco dejará de tomarse el tiempo necesario para dedicarse a las valiosas horas de inspiración y estudio.

Sobre el autor: Presidente de la Asoc. Ministerial de la Div. Interamericana.