Durante toda mi vida adulta he visto luchar a la iglesia para alcanzar a los jóvenes. No creo que hayamos encontrado todavía la senda que conduce a ello.

Hace poco, asistí a una reunión cristiana. Como he trabajado en favor de los jóvenes una buena parte de mi vida, me interesaba saber que planes se estaban trazando en este sentido, y por eso asistí a esa reunión de jóvenes con mi hijo de 15 años, para ver qué pasaba.

Vi una presentación en multimedia, cuyo tema era una sincera entrevista con el presidente de la Asociación, que respondió a una serie de preguntas relacionadas con los adolescentes, y lo hizo en forma encantadora v con admirable sencillez.

Lo que siguió me dejo abrumado.

Varios jóvenes dirigieron el servicio de canto. Tocaban guitarras eléctricas, y usaban un teclado y una batería con tambores. Cuando terminó el segundo himno, varios de los jóvenes estaban bailando en los pasillos… y yo estaba absolutamente confundido.

Más asombroso aún fue lo que se filtró en mi mente mientras miraba y escuchaba. Por años me había ganado la reputación de ser un adventista liberal. No hace tanto tiempo, yo dirigía los cantos guitarra en mano, mientras que otros directores lo hacían en forma más “discreta”. Por eso, me sorprendí cuando estos pensamientos se deslizaron en mi mente.

“Esas mismas cosas que habéis explicado que ocurrían en Indiana, el Señor me ha mostrado que volverían a ocurrir justamente antes de la terminación del tiempo de gracia. Se manifestará toda clase de cosas extrañas. Habrá vocerío acompañado de tambores, música y danza. El juicio de algunos seres racionales quedará confundido de tal manera, que no podrán confiar en él para realizar decisiones correctas. Y a esto consideran como la actuación del Espíritu Santo” (Mensajes selectos, t. 2, p. 41).

Decidí asumir el incidente de la mejor manera posible y, sin valor para enfrentar en forma directa a los dirigentes, llegué a la conclusión de que la Asociación había invitado a ese grupo en un intento de “alcanzar a los jóvenes” Por años he trabajado con gente honesta, preocupada porque, con la televisión y las películas, los juegos electrónicos e Internet, los jóvenes ya no se pueden satisfacer con la “chatura” de las reuniones religiosas.

Ahora temo, sin embargo, que nuestros intentos de “adaptarnos” a la cultura moderna solo van a servir para producir “cristianos nominales”.

Etapas de crecimiento

Antes de los 5 ó 6 años, los chicos están ansiosos por saber que Jesús los ama, y ellos lo aman a su vez. Pero demasiado a menudo algo sucede: la misma gente que siendo pequeños les gustaba pasar al frente y que les contaran historias religiosas para niños, aparecen ahora en la última fila de bancos de la iglesia, en mangas de camisa, sin corbata y con la mente muy lejos del servicio religioso.

Muchos adolescentes no están seguros de sus sentimientos hacia Dios, pero siguen preguntándose si el Señor podría amar a alguien como ellos. Creo que la clave para conservar a nuestros jóvenes y recuperar a los que se han ido consiste en traducir la seguridad de su condición ante Dios a un idioma que ellos puedan oír y entender.

El problema que yo tengo con el programa de los jóvenes no son los tambores ni el ritmo de la música. En efecto, si ustedes leen cuidadosamente la cita de Elena de White que aparece más arriba, notarán que ella no está condenando directamente los tambores; lo que más le preocupaba, en cambio, era que lo que estaba pasando allí, hecho en nombre de Dios, estaba confundiendo el sentido racional de algunos.

Cuando pienso cuidadosamente en esto, tengo que llegar a la conclusión de que, en nuestros esfuerzos por llevar a otros a Cristo, debemos tener cuidado de no introducir nada que confunda o debilite los sentidos de la gente a la que estamos sirviendo. No nos podemos permitir pasar por alto ni explotar el componente racional de los individuos; al contrario, debemos recurrir a ese factor crucial de la conciencia humana, de tal manera que la gente entienda que ser cristiano implica una decisión consciente y racional.

Tenemos que integrar cuidadosa e intencionalmente, en nuestros métodos de evangelización, lo que los expertos en pedagogía infantil han aprendido acerca del desarrollo del conocimiento, para aplicarlo especialmente a nuestros hijos.

Jean Piaget identifica cuatro etapas en el desarrollo cognitivo: el periodo de desarrollo sensorial y motriz (desde el nacimiento hasta los 2 años); el de pensamiento preoperacional (desde los 2 hasta los 6 ó 7 años); y el de las operaciones concretas (desde los 6 ó 7 hasta los 11 ó 12); el de las operaciones formales (desde los 11 ó 12 hasta la edad adulta). Quisiera concentrarme en las últimas dos.

Demasiado y muy pronto

En muchas iglesias, se intenta alcanzar a los niños cuando están en el período de las operaciones concretas. Algunos dicen que, si no ganamos a nuestros hijos ni los bautizamos antes de los 10 u 11 años, lo más probable es que los perdamos. Pero a esa edad o en esa etapa, si bien es cierto que están capacitados para entender y repetir la doctrina religiosa, todavía no pueden resolver problemas abstractos ni abarcar todas las conclusiones lógicamente posibles derivados de una causalidad. En otras palabras, estamos tratando de alcanzarlos cuando todavía no concluyeron su proceso de racionalización psíquica.

Sólo cuando los niños llegan a la etapa de las operaciones formales son capaces de razonar con lógica y entender lo abstracto. En ese momento, también son capaces de entender el pensamiento teórico.

Esto suscita una pregunta incómoda: ¿No será que nuestro deseo de bautizar a nuestros hijos a tan temprana edad proviene de la inseguridad de que nuestra fe no resista el escrutinio lógico y analítico de nuestros jóvenes? ¡Espero que no sea este el motivo! De todas las denominaciones cristianas, la nuestra parece ser la única en la que todas sus doctrinas se ajustan lógica y cabalmente en un todo integrado.

Algunas recomendaciones

En nuestro intento de apurar a nuestros hijos para que se salven, en realidad, ¿no los hemos perjudicado? Si esto fuera así, ¿qué podemos hacer para alcanzar a nuestros jóvenes?

Primero. Debemos renunciar a la idea de que tenemos que competir con la tecnología moderna y sus efectos especiales, tan comunes en el mundo del entretenimiento. Por supuesto, podemos usar la tecnología para que nos ayude, pero el hecho de creer que tenemos que competir con el mundo del entretenimiento degrada el evangelio al nivel de una mercadería, y el papel del pastor al de un especialista en entretenimientos. No hemos sido llamados a entretener, sino para que, en sociedad con Dios, alcancemos las mentes y los corazones de la gente.

El lenguaje que usamos nos suele traicionar. ¿Predicamos desde la plataforma o desde el pulpito? ¿Estamos delante de la audiencia o de la congregación? Nuestros diáconos, ¿son ujieres o son diáconos? La iglesia, no importa qué haga, nunca podrá competir con la industria del entretenimiento. Ésta intencionalmente se dirige y especula con las emociones; la adoración tiene que ver con el alma entera.

La segunda cosa que tenemos que hacer, y la debemos hacer bien, es enseñar a nuestros hijos, empezando cuando tienen entre 11 y 12 años, a pensar en las cosas espirituales y aplicarlas en sus vidas cotidianas. Las doctrinas son importantes. Lo que creemos acerca del estado de los muertos, la Segunda Venida y el sábado se va a convertir en más importantes a medida que nos acerquemos al fin. Pero las doctrinas, por más cruciales que sean, no bastan. A menos que podamos estimular a nuestros hijos a fin de que piensen acerca del lugar que ocupa Dios en sus vidas, lo único que van a hacer es calentar un banco… si es que permanecen en la iglesia.

Debemos reconocer francamente cuáles son los temas con los que luchamos, y debemos descubrir una manera eficaz de hacerlo delante de nuestros jóvenes. Debemos mostrarles cómo se puede aplicar la Palabra de Dios en nuestras propias vidas, si queremos que aprendan a hacerlo en las suyas.

La triste verdad es que muchos de nosotros en realidad estamos pegados en la etapa de las operaciones concretas, y estamos amenazados por los que abiertamente ponen en tela de juicio nuestras ideas y aplican en forma abstracta la Palabra de Dios.

Otra tarea que debemos hacer es integrar a nuestros jóvenes en el liderazgo y el ministerio activo. No me refiero a llevar a los niños de las divisiones infantiles el decimotercer sábado para que canten un par de himnos en la iglesia; tampoco estoy hablando de tener un “sábado de los Conquistadores”, en el que un chico lee en voz alta el sermón que su padre le ayudó a escribir. Me refiero a que debemos darles a nuestros hijos auténticas e importantes responsabilidades. Los jóvenes deben saber que realmente están contribuyendo a desarrollar la vida de la iglesia y a ejercer influencia sobre la gente que los rodea. Los chicos de 11 y 12 años pueden ayudar en el departamento de Cuna, de manera que los padres puedan asistir al estudio de la lección en la Escuela Sabática. Los de 13 y 14 años, pueden ayudar en el jardín de infantes con los cantos, enseñando la lección y colaborando con las manualidades. Los de 15 y 16 años son más que capaces de ayudar con los Primarios. Si la iglesia está preocupada por las pérdidas que se producen en las clases de los jóvenes de mayor edad de la Escuela Sabática, esas clases se pueden dividir en dos equipos que pueden ayudar con las clases de menor edad o en cualquier otra actividad de la iglesia, en forma alternada, y asegurar así la asistencia semanal de esos jóvenes.

Los jóvenes pueden ayudar de muchas otras maneras. No hay razón alguna por la que un muchacho de 16 años no pueda organizar y desarrollar una cantidad de ministerios activos. En lugar de rebajar las normas e intentar entretener a los jóvenes, debemos darles responsabilidades y confianza, y ayudarlos a avanzar hacia la edad adulta.

Finalmente, debemos escuchar a nuestros jóvenes. Cada pastor debería dedicar tanto tiempo a escuchar las preocupaciones de los miembros de su iglesia que se encuentran entre los 11 y los 18 años, como el que dedica a dirigir devocionales para la escuela primaria o los Conquistadores. El pastor debería estar perfectamente al tanto de toda posible preocupación que puedan tener los jóvenes; pero, si no los escucha, no se relacionarán plenamente con él.

Aunque no creamos que los pastores estamos en lugar de Dios, nos estaremos engañando a nosotros mismos si no nos damos cuenta de que, en una forma muy concreta, el pastor representa a la iglesia, especialmente ante los jóvenes.

Conclusión

Durante toda mi vida adulta he visto luchar a la iglesia para alcanzar a los jóvenes. No creo que hayamos encontrado todavía la senda que conduce a ello.

Mientras nos preguntamos de qué manera podemos alcanzar a nuestros jóvenes, nos olvidamos de que Dios usó a muchos adolescentes para que lo ayudaran a poner los fundamentos del muy importante movimiento de los últimos días, que es la Iglesia Adventista. Usó a una niña de 17 años para que fuera su mensajera y, a partir de allí, la siguió utilizando hasta que llegó a los años dorados de su vida.

En el siglo XIX, mucha gente muy joven asumió responsabilidades de manera estable y regular. Tal vez si trasladamos el foco de los “jóvenes” a los “adultos jóvenes”, y de ahí a los “adultos”, podríamos volver a dar un verdadero significado a la forma como esa “generación emergente” considera a la iglesia.

Sobre el autor: Especialista en salud mental y psiquiatría. Trabaja en el instituto de Salud Mental Lakeshore en Knoxville, Tennessee, Estados Unidos.