Recursos para enfrentar y superar situaciones de crisis.

Revista: Ministerio Adventista

No es imposible que en el ministerio Pastoral se produzcan crisis sin previo aviso, y que asuman diferentes formas. La muerte de un miembro de la familia, un accidente, un matrimonio que se desmorona, un hijo que se vuelve al mundo, un conflicto teológico, un desafío al liderazgo del pastor, una queja, una reunión de junta que resulta negativa, una iglesia que se parte en dos, la acción de alguien que desea acumular poder, un conflicto entre personas… y la lista sigue.

Nuestra tendencia humana a sentirnos personalmente amenazados y vulnerables hace que cada crisis sea, a la vez, temible y potencialmente destructiva. Las crisis, no importa cuáles sean sus orígenes, rápida y fácilmente se convierten en un desafío a nuestro propio ser. Las asumimos personalmente. Nos preocupa cómo vamos a reaccionar ante ellas; esperamos ser adecuados y competentes. Nos identificamos con la gente que está pasando por la crisis y nos sentimos vulnerables. Dejamos que ello decida cuál es nuestro valor personal como pastores y personas.

¿Cómo reaccionamos ante esas crisis? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué no debemos hacer? Los siguientes consejos pueden ser útiles:[1]

Lo que no se debe hacer:

  • No acepte la idea de que usted es la víctima. Porque no lo es. No está desamparado. La gente tiene diferentes personalidades y perspectivas. El hecho de que no esté de acuerdo con usted no significa que usted sea una víctima desamparada. Cierta vez, creí que algunos miembros eran opositores, y sus críticas nublaban mis pensamientos y mis percepciones. Hablé con algunos pastores acerca de esta situación, y cuán difícil se había vuelto servir en esa iglesia. Uno de ellos me miró y me preguntó: “¿Hace cuánto que te sientes víctima de tu iglesia?” Era todo lo que se necesitaba para que yo cambiara de perspectiva, porque me di cuenta de que yo no era una víctima. Decidí seguir sirviendo en esa iglesia y dejar de quejarme de ella. Decidí no ser la víctima.
  • No se ponga a la defensiva. ¡Cierre la boca y respire hondo! Escuche atentamente. Trate más de entender que de que lo entiendan. No dé explicaciones; dé razones o presente argumentos.
  • No se dé demasiada importancia. Lo que enfrenta no es una catástrofe. ¡Relájese! Usted no es el primer pastor a quien critican, ni va a ser el último tampoco. Concéntrese en lo que puede aprender de esta crisis. Está bien ser humano; se puede fallar. Después de todo, hasta el gran apóstol tuvo que exclamar: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Cor. 2:16). La respuesta era clara: nadie. Usted es solo un siervo de Dios. No necesita ser Dios. Por favor, ¡afloje!
  • No se ponga tenso. Dios lo cuida. Él lo puede ayudar a manejar este asunto.
  • No trabaje demasiado. No necesita demostrar, mediante un torbellino de actividades, que puede resolver todos los problemas. Tampoco trate de resolver los problemas ajenos.
  • No trate de controlar todo. Todo lo que conseguirá, si trata de controlar a los demás, será un conflicto de voluntades. ¿Polarizan a su iglesia los conflictos de voluntades? Póngase detrás de alguien en la carretera y tóquele la bocina para que se haga a un lado o acelere. Ni siquiera Dios trata de controlar a la gente. Le da libertad de elección.
  • No se aleje de la gente. Cuando alguien se siente herido, la tendencia natural es alejarse de los que lo trataron mal. No importa cuánto le duela, búsquelos y dedíqueles tiempo. Si se aleja de ellos -física o emocionalmente-, aumentará la incomprensión y atizará el fuego del conflicto. Tiene que estar allí, comprometido Edwin Friedman llama a esto la manifestación de “una presencia libre de ansiedad”.[2] Debe estar presente y no debe ser una presencia ansiosa, si usted espera que el problema se solucione.
  • No trate de agradar a la gente. Los pastores estamos poderosamente motivados por el deseo de que la gente nos quiera. Esto es comprensible, pero no es lo mejor. Debemos preocuparnos más del bienestar de los hermanos que de si les agradamos o no. Dios no nos ha llamado a satisfacer todas las necesidades de los miembros de la congregación, sino a que lleguen a ser devotos seguidores de Jesús.
  • No sea manipulador. Manipular consiste en tratar de que la gente haga lo que no quiere, a veces arreglando las circunstancias de manera que, llegado el momento, no tendrán más remedio que hacer lo que nosotros queremos. Esto normalmente ocurre entre bambalinas.
  • No vacile. Si usted vacila, pondrá ansiosos a los demás. Un antiguo proverbio relacionado con la carpintería reza: “Mide dos veces; pero corta una sola vez”. Con cuidado, con oración y meditación, decida lo que se debe hacer, y entonces hágalo sin vacilar. La gente que obra sabiendo lo que tiene que hacer tranquiliza a los demás y reduce la tensión.
  • No polarice ni permita que se produzcan polarizaciones. No trace líneas de separación; no excluya a los que no están de acuerdo con usted. No ponga a la gente en campos opuestos y no permita que nadie lo haga. Cuando se produce la polarización, cada cual se siente en la obligación de defender su posición. Es muy fácil que un desacuerdo se convierta en un “nosotros contra ellos”. Cuando eso ocurre, la razón desaparece, la tensión aumenta; el conflicto se complica.
  • No permita que lo “triangulen”. Una “triangulación” se produce cuando usted se ve forzado a participar de un conflicto entre dos personas, entre dos grupos o entre dos ideas contrapuestas. Dos miembros de iglesia en conflicto le cuentan cada uno su versión de la historia, y cada cual espera que usted se ponga de su parte. Salga de este triángulo, y no escuche lo que cada uno dice del otro.
  • No se dedique a solucionar los problemas siempre que alguien los sufra. Cuando alguien tiene un problema (aunque sea por su propia culpa), la tendencia natural del pastor es ir a rescatarlo. En la mayoría de los casos, la gente es más capaz de lo que creemos; no necesitan que se los rescate. Pueden solucionar solos sus problemas. Esto los ayudará a crecer. Además, nuestros esfuerzos por rescatarlos suelen impedir que las verdaderas causas del inconveniente salgan a la superficie, y de ese modo este nunca se resuelve.

Lo que sí se debe hacer:

  • Comparta su visión. Comunique a la gente cuáles son sus sueños, sus metas para su iglesia y para sus miembros. Pínteles un atractivo cuadro acerca de un futuro mejor. En lugar de responder a los ataques o las críticas, diga qué está tratando de hacer y adonde quiere llegar.
  • Sea siempre optimista. Puede solucionar sus problemas, porque Dios está con usted. Él es fiel, y no lo abandonará. Continúa siendo su Roca, su Fortaleza, su Bastión. La gente que se opone a usted es buena; no son malos. Ocurre que tienen su propio punto de vista.
  • Conserve su buen humor. Trate de encontrar algo divertido aun en las peores circunstancias. La desesperación atrae las tormentas.
  • Fortalezca a los demás. Ayude, incluso a sus opositores, a decir lo que quieran decir. Manifiésteles confianza en su disposición a hacer lo correcto y a enfrentar la crisis.
  • Manténgase conectado. La gente que tiene conflictos con los demás tiende a apartarse. ¡Resista esta tendencia! Manténgase en contacto con todos, especialmente con los que le han creado las situaciones más difíciles. No los evite; trabaje para que en el futuro haya una relación más fuerte aún.
  • Discrepe de buena manera. Manténgase cortés y respetuoso. Si siente que se está acalorando emocionalmente, tómese un descanso y cuente hasta diez.
  • Mantenga firme el timón, y trate de que el barco siga su curso. No dé vueltas por todas partes, en el intento de agradar a todo el mundo. Escuche cuidadosamente a la parte contraria. Eso no significa que necesariamente hará los que ellos quieran.
  • Maneje bien las triangulaciones. Una regla básica para manejarlas bien es esta: Reúna a las partes de modo que se encuentren en uno de los vértices del triángulo, en lugar de mediar entre las dos. ¿Cómo se puede hacer esto? Rehúse guardar los secretos de ellos. Abra las puertas y las ventanas, y deje entrar tanta luz como se pueda. Nada de reuniones privadas. Nada de conversaciones privadas. ¡Nada de secretos!
  • Manténgase en sintonía con Dios. Los conflictos deberían inducirlo a doblar sus rodillas. El Señor es su verdadero refugio y fortaleza. Manténgase conectado con él. Ore; escuche su voz. Si él lo llama a arrepentirse por lo que ha hecho o dicho, arrepiéntase y arregle sus cuentas con él. Si cree que le debe decir a alguien más que está arrepentido de lo que hizo o dijo, hágalo; pero asegúrese de que no lo está haciendo solo para complacer a la gente.
  • Sea franco y directo. Las “agendas ocultas” crean problemas. Diga exactamente lo que quiere decir; y que eso sea realmente lo que quiere decir. Pablo se refiere al mutuo beneficio de “seguir la verdad en amor” y cómo esa actitud nos ayuda a “crecer” (Efe. 4:15).
  • Mantenga bien definidos sus límites. Sepa “de qué está hecho” usted, y qué materiales no forman parte de su persona. Piense que su vida es su patio: hay un muro que lo separa del patio del vecino. Lo que está en su patio es suyo; pero lo que está del otro lado del muro pertenece a su vecino. Determine para sí mismo, bajo la conducción divina, cómo se siente, y pida que el Espíritu Santo haga lo mismo en los demás.

Conclusión

Los conflictos son difíciles; todos tenemos nuestros temores secretos. Cuando alguien “pulsa nuestros botones”, reaccionamos porque están tocando nuestros temores secretos. Si eso sucede, nos asustamos, entramos en pánico y comenzamos a defendernos. Nuestros cuerpos entran en la modalidad “huye o pelea” El ritmo del pulso aumenta Se nos dilatan las pupilas. La sangre acude a nuestros músculos y se aleja de los órganos internos. Ya no somos racionales. Esto nos ocurre más o menos a todos. Las buenas nuevas son que usted tiene tiempo entre el estímulo y la reacción; y lo puede usar para elegir una reacción diferente de la que se produce normalmente.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia de Kettering, y miembro adjunto del personal docente del Colegio Kettering, Ohio, Estados Unidos.


Referencias

[1] Estoy en deuda con mi amigo Calvin Thomsen por la mayor parte de esta lista.

[2] El libro del Dr. Friedman, Generation to Generation (De generación a generación], se refiere a la teoría del síndrome familiar