La novela transformada en película, El Código Da Vinci.
De acuerdo con un viejo proverbio, “una mentira mil veces repetida se convierte en verdad”. Si observamos desde una perspectiva realista de la existencia, concluiremos que “una mentira mil veces repetida continúa siendo una mentira”. Pero es interesante notar que, en el universo posmoderno en que vivimos, una mentira bien argumentada parece convencer a multitudes ávidas por creer en algo. Si esa mentira es bien producida y cuenta con los efectos especiales de Hollywood, su fascinación se hará todavía más irresistible.
Fue lo que sucedió con el best seller del periodista Dan Brown, titulado El Código Da Vinci. Transformado en guión para las pantallas de cine, continúa generando millones de dólares a través de la película que tiene en su elenco al famoso Tom Hanks. No vi la película, pero leí el libro y percibí que, aun cuando se trate de ficción, las entrelineas del argumento dejan un espacio abierto a la posibilidad del realismo. A fin de cuentas, la trama mezcla hechos reales, como la cuestionable conversión de Constantino y el cambio del sábado al domingo, con hechos ficticios como la existencia de una orden secreta llamada Priorato de Sion.
La intención del autor parece haber sido la de dejar al lector con una pregunta en mente: ¿Es solo ficción? ¿O existen verdades históricas detrás de este drama? Eso es realmente una gran estrategia de marketing, pues algunas veces la insinuación ejerce mayor efecto que la afirmación. Si alguien quisiera cuestionar el material, el autor diría: “¡Es solo una novela!” Pero, si se le deja algo de espacio para la credulidad, el material está repleto de sugerencias que dejan dudas en la mente de muchos que no están familiarizados con la Palabra de Dios.
La novela
La trama comienza presentando la escena de un asesinato: Jacques Sauniére, curador del museo de Louvre, en París, y celebrado como especialista en la “madre diosa” y en lo “sagrado femenino”, es encontrado muerto en una de las galerías del museo. Antes de morir, según los indicios, Sauniére tuvo tiempo suficiente como para, aun agonizando, poner su propio cuerpo en la posición de un famoso diseño de Leonardo Da Vinci titulado “El hombre vitruviano”, donde el artista retrató la imagen humana con brazos y piernas extendidos dentro de un círculo. Junto al cuerpo de Sauniére había incluso pistas misteriosas que incluían números, anagramas y un pentagrama diseñado con su propia sangre.
La novela incluye otros personajes como Sofie Neveu, una criptóloga que también es nieta de Sauniére, y Robert Langdon, profesor de Harvard y especialista en “simbología religiosa”, materia que no existe en ningún lugar del mundo académico.
La muerte de Sauniére habría sido encomendada por el Opus Dei, una organización católica de hecho existente pero que, en el libro, tiene la tarea de impedir que una verdad “terrible” destruya por completo la tradición cristiana. Esa verdad decía, entre otras cosas, que Cristo estuvo casado con María Magdalena y que ella se quedó embarazada de él, en ocasión de su muerte en la cruz. Puesto que Pedro desaprobaba esa unión y deseaba el liderazgo del grupo, María tuvo que huir hacia Gália, la actual Francia, y allí nació en el anonimato la hija de Jesús, que recibió el nombre de Sara. Si todo hubiese sido cierto, conforme a los planes originales de Cristo, sería María Magdalena la líder de los discípulos, y no Pedro.
Mientras el cristianismo crecía en el mundo occidental, especialmente después de la unión con Roma, los descendientes de Jesús continuaron escondidos en Francia y terminaron uniéndose en matrimonio con la familia real de los merovingios, lo que les otorgó el derecho real al trono francés. Entonces, se originó una guerra entre el cristianismo oficial de Roma y el cristianismo anónimo de los descendientes de Jesús y María Magdalena. El primero utilizaba el poder para intentar aniquilar a los herederos de Jesús que, según el libro, guardaban cuatro secretos:
1. La existencia de documentos antiguos que contaban la verdadera historia del cristianismo, incluyendo la posición conyugal de María Magdalena en relación con Cristo.
2. El Santo Grial, que muchos buscaban, no era un cáliz sagrado, sino los huesos de María Magdalena.
3. Los descendientes de Cristo eran los verdaderos herederos del trono francés.
4. La devoción cristiana debería incluir a lo “sagrado femenino”; es decir, la restauración de la doctrina de una diosa consorte al lado de Dios.
Para proteger ese conjunto de “verdades teológicas”, nada más perfecto que la fundación de una orden secreta llamada Priorato de Sion. Sus agentes, diseminados por el mundo, no solo protegían los secretos y los descendientes de Cristo, sino también perpetuarían el mensaje de modo codificado en bibliotecas y galerías de arte. Sauniére, el curador del Louvre, sería uno de esos agentes secretos. Leonardo Da Vinci sería otro, lo que explica el título de la novela.
Errores primarios
Mirada superficialmente, la historia parece interesante, y muchos se asustan por su contenido, suponiendo que representa una argumentación seria contra la veracidad de la Biblia. Sin embargo, su trama está llena de errores históricos e informaciones contradictorias. Veamos algunos de ellos: En la página 274, Dan Brown dice que “los descendientes de Cristo generaron una dinastía que hoy es conocida como merovingia y fundaron París . Ahora, París ya existía mucho antes del nacimiento de Cristo. A mediados del siglo III a.C., una tribu galesa llamada parisii colonizó la isla que existe en medio del río Sena y fundó la villa de Lutuhezi, posteriormente llamada Lutetia Parisorum, o París. Los merovingios (que surgieron bastante después de eso) apenas convirtieron París en la capital de Francia, y eso en el año 508 a.C.
En la página 130, Brown transcribe la escena de una conferencia que el personaje Robert Langdon dictó ante un grupo de prisioneros. Allí, él explica que el principal cuadro de Da Vinci fue llamado intencionalmente “La Monalisa” para presentar de manera codificada la existencia de una esposa de Dios. Según el autor, el nombre Monalisa sería un código creado por Da Vinci para hablar de dos divinidades egipcias: el dios Amón y su compañera, la diosa Isis. Por lo tanto, La Monalisa sería una conjunción de esos dos nombres egipcios, formando una pareja divina. Todo eso para recordar al lector que Dios Padre tenía una diosa compañera.
Brown, o su personaje Langdon, también afirma que Lis era el pictograma antiguo usado para escribir el nombre de Isis, de allí el título La Monalisa. Con todo, el pictograma antiguo usado por los egipcios, o incluso la forma utilizada por los griegos y por la lengua copta, jamás admitía esa lectura propuesta por Dan Brown. El fonema para Isis, en los jeroglíficos, sería transliterado más o menos como Awset, y no “Lisa”. En griego, con la pronunciación más cercana al español, tendríamos Ezios. En copto, se habría leído Ese o Esi nunca Lisa.
Además, Isis jamás fue compañera de Amón. Según la religión egipcia, la esposa de ese dios era Mut. Isis era consorte de Osiris, el principal dios del panteón egipcio.
El Priorato de Sion
Brown también sustenta que el Priorato de Sion habría sido una sociedad u orden secreta europea, fundada en 1099 d.C. En 1975, según él, la Biblioteca Nacional de París habría descubierto pergaminos conocidos como “Los Dossiers Secretos”, que identificaban a un sinnúmero de miembros del Priorato de Sion, que actuaban como agentes dobles en favor de la causa. Entre ellos, estaría el físico Isaac Newton, el pintor Sandro Botticelli, el dramaturgo Víctor Hugo y el inventor Leonardo Da Vinci. Hasta Walt Disney es incluido entre los “agentes”.
Aquí hay una serie de errores sistemáticos. En primer lugar, Brown confunde el Priorato de Sion con la Orden de Sion, extinta orden monástica de caballeros fundada hacia el fin del período de las Cruzadas. El Priorato de Sion mencionado en el libro es, en verdad, un movimiento político idealista más reciente, que surgió luego de la Segunda Guerra Mundial, y no tiene relación con la antigua orden templaría.
Su existencia fue anunciada en 1962, luego de haber sido formalmente establecido en 1956, conforme a documentos enviados al archivo de Saint Julien, en Francia. El fundador de ese movimiento, Pierre Plantard, muerto en febrero de 2000, fue varias veces condenado por racismo, fraude, falsedad ideológica y abuso de confianza, conforme al dossier realizado en los años ’80 por el periodista Jean Luc Chameil. El acompañó los pasos de Plantard y denunció sus actitudes ilegales a través de grandes periódicos de Francia, Suiza e Inglaterra. Ese “priorato” no tiene ningún vínculo con la Orden de Sion, fundada en la Edad Media, y que terminó disuelta por el rey Luis XIII de Francia, en 1619.
Dan Brown también intenta hacer creer al lector en la autenticidad de los “dossiers secretos”, esos pretendidos documentos que contendrían los nombres de todos los supuestos grandes maestros del priorato y estarían archivados en la Biblioteca Nacional de París. Pero, todo no pasa de un fraude de Plantard. El mismo confesó ante el juez Thierry Jean Pierre, en una audiencia en septiembre de 1993, haber forjado esos documentos, despositándolos en la Biblioteca como supuesta “donación” para el acervo cultural. Su intención era crear una historia de la ascendencia real que le rindiese, sino el trono de Francia, al menos una indemnización o pensión vitalicia por parte del gobierno francés.
Jesús y María
La Biblia no ofrece el menor indicio de que Jesús y María Magdalena hubieran tenido cualquier relación marital. Sin embargo, Dan Brown argumenta que, cuando Jesús, después de la resurrección, le dijo a María que no lo tocara porque todavía no había subido al Padre (Juan 20:17), usó el verbo haptó, que también aparece en 1 Corintios 7:1, con el sentido de relación sexual con mujeres. En ese pasaje, Pablo utiliza una expresión idiomática —“tocar mujer”-, que realmente significa “mantener relaciones sexuales”. Pero, utilizado solo, el verbo haptó tiene el sentido sencillo de asegurar, tener o tocar. Aparece también en otros pasajes que ni por lejos significan relaciones sexuales. Son los casos de las madres que pedían que Jesús tocara a sus hijos (Luc. 18:15) y de la multitud que tocaba a Jesús, pues sentía que de él salía poder (Luc. 6:19).
La impropiedad de esa tesis también puede ser vista en uno de los documentos citados por el libro, con la intención de probar que Jesús fue esposo o amante de María Magdalena. Se trata del seudoevangelio de Felipe, documento apócrifo tardío, erradamente atribuido a ese apóstol, que fuera producido más de doscientos años después de la muerte de Jesús. El sencillo hecho de que se trata de un documento ficticio tardío ya desmerece bastante su contenido, con fines de relevamiento histórico. Además, existen algunos errores que pueden ser destacados. Dan Brown comete dos errores básicos en el uso que hace de esa fuente: en primer lugar, él, o su personaje llamado Sir Leigh, dice que el libro de Felipe fue escrito en arameo y que sería uno de los documentos cristianos más antiguos. Sin embargo, además de ser un documento tardío y de contenido dudoso, el falso Evangelio fue escrito en griego. La única copia que existe es una traducción copta encontrada en Egipto.
La versión presentada por Brown sugiere agregados que no pueden ser mencionados como pertenecientes al texto original. Veamos el primer texto, en la página 263 del libro: “Y la compañera del Salvador es María Magdalena. Cristo la amaba más que a todos los discípulos y acostumbraba a besarla con frecuencia en la boca. El resto de los discípulos se ofendía por esto y expresaba su desaprobación. Le decían: ‘¿Por qué la amas más que a todos nosotros?’ ”
Esta cita ignora el hecho de que los textos antiguos, ya sean papiros o pergaminos, muchas veces poseen lagunas provocadas por la acción del tiempo y, a menos que haya otra copia del texto, se hace imposible saber lo que estaría escrito allí. Si leemos la misma sección de Felipe, citada por Brown, respetando las lagunas del manuscrito original, el sentido sería bien diferente: “Y la compañera de […María Magdalena]. […La amó] a ella más que [todos] los discípulos [y acostumbraba] a besarla en su […los] demás […] veían su amor por María y le preguntaron: ¿Por qué [la] ama más que a nosotros? Y el Señor respondiendo le dijo: los amo tanto como a ella […]”
Como se ve, existe una laguna luego de la expresión “besarla en su…” Cualquier agregado hecho aquí, ya sea “boca”, “mano” o “rostro”, será entera responsabilidad del editor y no del escriba original.
El cuadro de la cena
Con respecto al cuadro de la Santa Cena, pintado por Da Vinci, ¿qué hay de tan especial en él? Esa pintura está en el centro de los argumentos de Dan Brown, puesto que, según la tesis presentada en la novela, sería María Magdalena, y no Juan, quien se reclina junto a Cristo. La famosa obra está pintada en una pared del convento dominicano de Santa María Della Grazie, en Milán, Italia. En ella, Da Vinci buscó retratar el momento exacto en que Cristo reveló a sus discípulos que uno de ellos habría de traicionarlo. El mirar de espanto es evidente en el semblante de todos, incluso en el de Judas, que aparece con una bolsa de monedas en las manos.
Brown llama la atención hacia el discípulo que se encuentra inmediatamente al lado derecho de Cristo y que, por ser el único sin barba, sería descrito como una mujer y no un hombre. La conclusión de él es que habría sido María Magdalena, la “esposa” del Salvador. La Biblia, por otro lado, revela que Jesús tenía doce discípulos, y no solo once, y el libro no parece objetarlo. Si la persona a la derecha de Cristo hubiera sido María y no un discípulo, sería bueno preguntarse: ¿Por qué Da Vinci no pintó a trece discípulos (María y los demás) en lugar de pintar doce?
De acuerdo con la especialista en historia del arte Elizabeth Levi, el hecho de que ese discípulo sea el único sin barba no indica que se trataba de una mujer. Citada por Amy Welborn, en el libro Decoding Da Vinci, página 112, ella explica: “En su Tratado sobre la Pintura, Leonardo comentaba que cada figura debería ser pintada de acuerdo con su posición social y la edad”. Es decir, un joven siempre sería pintado con cabellos largos y rostro afeitado, transmitiendo la idea de que todavía no había madurado. Entonces, si el retrato de Juan, pintado por Da Vinci, lo muestra con trazos delicados y rostro afeitado, eso no indica femineidad, sino inocencia e inmadurez juveniles. Esa misma regla fue seguida por otros pintores renacentistas, como Jean Daret, Ghirlandaio y Castagno. Por lo tanto, en la pintura de la Santa Cena, Juan es retratado imberbe, para destacar su juventud en relación con los demás apóstoles.
Dan Brown incluso insinúa que en el cuadro hay una mano desprovista de cuerpo, lo que para él sugiere una señal de que la vida de María (supuesta discípula al lado de Cristo) corría peligro. Pero una mirada más detallada muestra que se trata de la mano de Pedro que, según el Evangelio, llevaba consigo una espada con la que cortaría la oreja de Maleo, siervo del sumo sacerdote, en el Getsemaní.
Muchas otras cosas podrían ser escritas para mostrar las inconsistencias del libro de Dan Brown en contraste con la firmeza de la Biblia. Sin embargo, lo que fue mencionado es suficiente para ayudar a percibir que El Código Da Vinci no pasa de ser un intento infundado de desacreditar la Palabra de Dios. Su esfuerzo, por otro lado, será inútil. Los hombres pasan y el saber se desactualiza, pero la Palabra del Señor permanece para siempre.
Sobre el autor: Profesor del Seminario de Teología de la UNASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. de Brasil.