Necesitamos aprender a ser humildes y a depender de Dios.

La información que el Éxodo brinda sobre los primeros años de la vida de Moisés es escueta y precisa. Nos dice que era un niño hermoso que nació en el hogar de Amram y Jocabed (6:20). Registra que creció y se graduó en Egipto (2:11), pero que debió volver a las aulas por un largo tiempo (2:15). Moisés es un ejemplo de una preparación en etapas: en Egipto, en Madián, y aun en el desierto.

Su experiencia fue aprender, desaprender y reaprender… hasta convertirse en el gran conductor de Israel. Alvin Toffler ha dicho: “los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer y escribir, sino los que no sepan aprender, desaprender y reaprender”.[1]

¿Qué aprendió Moisés, al volver a las aulas? Desaprendió muchas cosas y reaprendió lo más importante. ¿Qué espera el Señor que sus líderes aprendan en este tiempo? En busca de una respuesta, resulta útil una nueva lectura de Éxodo. Con base en este documento inspirado, notamos al menos tres aprendizajes significativos, en la vivencia de Moisés.

Acerca de sí mismo: Aprendió la lección de la humildad y la dependencia de Dios

Le costó a Moisés aprender la humildad. Nos cuesta a nosotros también; a veces, toda una vida. Cuando Dios lo envió a Faraón, para liberar a Israel, Moisés dio evidencias de haber desarrollado un concepto modesto acerca de sí mismo: “Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxo. 3:11). Pero, el Señor insistió y Moisés se mostró consciente de sus limitaciones: “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxo. 4:10). Pregunta más adelante: “¿Cómo, pues, me escuchará Faraón, siendo yo torpe de labios?” (Éxo. 6:12).

Y repite una vez más: “He aquí, yo soy torpe de labios […]” (Éxo. 6:30).

Lo interesante es que Dios no parece preocuparse por nuestras limitaciones, sino por nuestra arrogancia y autosuficiencia. Escribió Elena de White: “Al elegir a hombres y mujeres para su servicio, Dios no pregunta si son instruidos, elocuentes, o ricos en bienes de este mundo. Pregunta: ‘¿Andan con tal humildad que yo pueda enseñarles mis caminos? ¿Puedo poner mis palabras en sus labios? ¿Serán representantes míos?’ Dios puede emplear a cada uno en la medida en que pueda derramar su Espíritu en el templo de su alma. El trabajo que él acepta es el que refleja su imagen. Sus discípulos pueden llevar, como credenciales para el mundo, las señales indelebles de sus principios inmortales”.[2]

Moisés había aprendido, también, la lección de la dependencia de Dios; cualidad relacionada íntimamente con la humildad y con el reconocimiento de las propias limitaciones. En un momento de enorme crisis frente al Mar Rojo (Éxo. 14:13-15), Moisés clamó a Dios. Cuando el pueblo, sediento, murmuró en contra de Moisés frente a las aguas amargas de Mara, volvió a clamar a Dios (Éxo. 15:25). Los hijos de Israel altercaron con Moisés por la falta de agua; entonces, el gran líder clamó una vez más a la fuente de toda solución (Éxo. 17:4). Después de la gran apostasía con el becerro de oro, Dios prometió a Moisés su presencia (Éxo. 33:14). Allí, Moisés expresó su necesidad de Dios con palabras llenas de belleza: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éxo. 33:15).

Frente a la adversidad, la deserción y la incomprensión, la lección más importante tiene que ver con la dependencia de Dios y de su presencia.

Acerca de su prójimo: Aprendió a delegar e interceder

Aprender a delegar es también una consecuencia de la humildad y la dependencia de Dios. Es entender que no podemos hacerlo todo; que otros pueden ser usados por Dios de una manera eficaz.

La historia de la visita de Jetro a Moisés es fascinante y aleccionadora (Éxo. 18:13-27). Moisés trabajaba desde la mañana hasta la noche, pero su suegro no estaba favorablemente impresionado. Le dijo: “No está bien lo que haces”. Su consejo fue concreto y certero: (a) Somete tus asuntos a Dios; (b) Dedícate a enseñar al pueblo la voluntad de Dios; (c) Elige hombres virtuosos, y ponlos por jefes del pueblo, (d) Dedícate a las grandes cosas; y (e) Comparte tu carga.

Hace años, me encontraba ocupando en hacer lo que podía en mi primer distrito pastoral. Andaba en bicicleta, por falta de recursos, cuando un anciano me encontró en la calle y me dijo: “Quisiera ayudarte, pero no sé qué es lo que esperas de mí”. Son muchos aquellos que podrían hacer su parte y multiplicar las acciones, si solo aprendiéramos a confiar y a delegar.

Moisés aprendió a interceder por otros delante de Dios. Oró por el pueblo en el momento de mayor apostasía (Éxo. 32:7-14); pidió a Dios que Israel se arrepintiera, y Dios lo hizo. Rogó por el perdón divino (Éxo. 32:30-33), con palabras conmovedoras: “Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (vers. 31, 32).

Es decir, que aprendió a confiar en otros y a amar a su pueblo. Aprender a delegar, a confiar, a amar y a orar por otros, aun en sus malos momentos, son todas lecciones difíciles, pero imprescindibles para todo líder espiritual.

Acerca de Dios: Aprendió que Dios odia al pecado y ama al pecador

Moisés bajaba del monte con las tablas de la Ley escritas con el dedo de Dios; pero el pueblo estaba indiferente a esa realidad, en medio de una fiesta idolátrica en derredor del becerro de oro. Entonces, arrojó las tablas y las quebró al pie del monte (Éxo. 32:19, 20). Sin embargo, el siervo de Dios no fue reprendido, porque expresó la indignación del Señor en contra del pecado.

Había aprendido que el pecado no es menos malo porque los hombres lo ignoren. Así, sus siervos deben llamar al pecado por su nombre, y deben rechazar el mal como Dios lo hace.

Moisés aprendió a admirar el carácter de Dios, y expresó un deseo que el Señor concedió. “Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxo. 33:18). Dios lo hizo, y Moisés comprendió más profundamente que Dios es “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado […]” (Éxo. 34:6, 7). No puede existir anhelo más grande que el de conocer a Dios, para darlo a conocer a otros sin distorsiones, en una comunicación sin “ruido”, tal como él es en realidad.

Se podría decir que hubo un Génesis y un Éxodo en la vida de Moisés; un nuevo comienzo y una nueva “salida”. En forma similar, los líderes de este tiempo necesitan “volver a las aulas” para desaprender y reaprender. Las lecciones aprendidas por Moisés lo convirtieron en uno de los conductores más grandes de la historia. Las mismas lecciones potenciarán nuestra vida de servicio en favor del Señor y de su pueblo.

Acerca de nosotros mismos, necesitamos aprender a ser humildes y a depender de Dios. Acerca de nuestro prójimo, debemos aprender a confiar en otros y a amar, de modo que podamos delegar e interceder. Y acerca de Dios, hemos de recordar que el Señor desprecia el pecado y ama al pecador.

Sobre el autor: Doctor en Teología, es profesor de Teología y director del Centro White en la Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina.


Referencias

[1] Alvin Toffler, El correo de la Unesco, marzo de 2000.

[2] Elena de White, Testimonios selectos, t. 5, p.