Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para< hurtar, y matar, y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). La vida más abundante está llena de los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, longanimidad, etc., etc. (Gál. 5:22, 23). La salud espiritual se manifiesta en la abundancia de esos frutos, y por el contrario, la debilidad espiritual se encuentra desprovista de ellos y en su lugar surgen los frutos de la carne: la vieja naturaleza que yace en el inconsciente. Encontramos enumerados estos frutos de la carne en Gálatas 5:19-21, y son: “adulterio, fornicación, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes a éstas.” En el versículo 26 Pablo habla de ellos y los califica de vanos. Convierten los frutos del Espíritu en dolor y desánimo. Como médicos espirituales, ministros de Jesús, espera que apliquemos la Palabra en tal forma que se obtenga salud espiritual.

Para comprender apropiadamente cómo aplicar la Palabra y dónde hacerlo, en otros términos, para aconsejar el tratamiento apropiado, necesitamos apreciar las necesidades espirituales de cada uno de nuestros pacientes. El inconsciente está constituido por ese intrincado cúmulo de pensamientos y razonamientos que se ha ido formando a través de toda la vida. Ciertos estímulos originan siempre las mismas reacciones debido a las impresiones del pasado que se encuentran atesoradas allí.

Ahora bien, muchas de esas reacciones surgen del inconsciente en forma de determinados pensamientos para que la conciencia los considere. Pero a ésta no le resultan aceptables. Reprime los pensamientos de odio, envidia, culpabilidad y otros y los obliga a volver al inconsciente. Este proceso produce conflictos en la vida que pueden evolucionar de tal manera que den como fruto, no sólo una vida desgraciada, llena de temor y culpabilidad, sino que pueden producir aun el quebrantamiento físico y mental de la persona. Los médicos están de acuerdo en que esta clase de problemas determinan las enfermedades físicas mucho más de lo que comprendemos actualmente.

“La relación que existe entre la mente y el cuerpo es muy íntima. Cuando uno está afectado, el otro simpatiza con él. La condición de la mente influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas de las enfermedades que padecen los hombres son resultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el descontento, el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad, la desconfianza menoscaban las fuerzas vitales y llevan al decaimiento y a la muerte.”—“El Ministerio de Curación,” pág. 228.

Podemos ilustrar este fenómeno basándonos en la conocida expresión: “Tal y tal cosa me produce una dolorosa sensación en el cuello.” En efecto, el dolor puede tornarse muy real, y a menudo ocurre como resultado de un odio persistente reprimido por la conciencia. El sentimiento de culpabilidad reprimido es otra fuente de perturbación. Muchas de estas dificultades pueden ser resueltas por el consejo del pastor y entonces se puede restaurar la vida abundante.

La presión ejercida por el inconsciente o la vieja naturaleza en forma de temor, tentaciones, orgullo, odio, culpabilidad o lo que sea, hace frente a la “contrapresión” ejercida por la conciencia que trata de reprimir esos sentimientos. A fin de gozar de la paz y alegría y de una vida abundante, debemos aliviar esa presión de alguna manera. Este es a menudo el propósito del consejero espiritual. Hay tres maneras de aliviar esa presión.

1. Por eliminación. Consiste este método en reeducar la conciencia, convenciéndola de que lo que le pasa es correcto. A primera vista resalta que este proceder es peligroso cuando se trata de un pensamiento reprimido que es moralmente malo. En tal caso lo único que se logrará será incrementar el sentimiento de culpabilidad y la persona se sentirá peor que nunca. A veces aplican este método los consejeros mundanos que no tienen normas morales correctas. ¿No nos permite comprender esto, por lo menos en parte, que nosotros como obreros cristianos debiéramos conocer, aunque sea en sus elementos el arte cristiano de aconsejar y que debiéramos hacernos idóneos para servir a los necesitados? ¿No podríamos evitar así el desánimo que influye en la pérdida de muchos de nuestros miembros de iglesia? Este método, no obstante, es bueno en aquellos casos en que la persona tiene una concepción falsa o errónea de los valores. El autor de estas líneas recuerda un incidente ocurrido hace poco a un paciente que había sido hospitalizado por varias semanas y que pudo recobrarse con rapidez sobre todo debido a esta clase de curación espiritual.

2. Se puede dominar dicha presión por medio de la conversación (catharsis). Este método tiene gran valor, pero a menos que se lleguen a comprender los aspectos profundos del problema que afecta a la persona que reclama nuestro consejo y que se haga algo efectivo para tratar de resolverlo, el alivio será sólo momentáneo. Habría mucho que decir en cuanto a la catharsis. Pensemos en sólo una de las oportunidades que brinda al consejero. A medida que la persona habla de sus problemas y ahonda en ellos, le revela la causa de la herida y expone los lugares adoloridos de su existencia: permite examinar sus malestares mentales y espirituales. El pastor puede examinar entonces el lugar exacto en que es necesario aplicar el bálsamo de la Palabra, y está en condiciones de aconsejar el tratamiento espiritual adecuado. A medida que la persona experimenta los beneficios que resultan de la aplicación de Cristo a sus propias debilidades, asimilará, por así decirlo, el carácter y las virtudes del Señor.

El buen consejero pastoral escuchará al que acude a él en demanda de ayuda y lo hará cabalmente, sin interrumpirlo demasiado, mientras observa para descubrir los lugares en que puede aplicar la curación bíblica o cualquier otro tratamiento que se pueda aconsejar. Descubrirá el área dañada, el lugar herido, la arista que resalta, y no aconsejará, por lo mismo, ciegamente. ¡Cuántas terribles equivocaciones se han cometido por aconsejar a ciegas, por no descubrir todos los detalles del problema de las personas que acuden en demanda de ayuda!

3. Se puede aliviar la presión por la transformación de la naturaleza: “Sin el proceso transformador que sólo puede producir el poder divino, las propensiones originales del pecado permanecen en el corazón con toda su fuerza, y forjan nuevas cadenas para imponer una esclavitud que nunca podrá ser quebrantada por el poder humano.”—“Evangelism” pág. 192.

Este es un método que se destaca con caracteres inigualables para el médico del alma. En este tercer método nos dirigimos a la raíz del problema y trasmutamos el temor en confianza, el odio en amor y la tentación en el deseo de hacer la voluntad de Dios. Esta es la salvación: el nuevo nacimiento.

La religión llega a nuestra mente por el camino que recorren todas las demás impresiones: por medio de los sentidos; pero cuán profundamente se atesoren dependerá de las impresiones que le permitamos hacer. Dichas impresiones tendrán como límite el grado de consagración al servicio de Dios de nuestra voluntad. La religión, lo mismo que los demás estímulos, llega primero a la conciencia. Lo triste es que en la mayoría de los casos no llega más allá. ¡Oh, sí! Hace una obra definida: convence a la conciencia en cuanto a lo que es correcto y lo que no lo es. De ese modo ésta es capaz de ejercer una presión muy grande sobre la vieja naturaleza y mantenerla aparentemente en sujeción. De acuerdo con las apariencias externas, la persona vive una perfecta existencia cristiana, pero en el interior las viejas presiones del orgullo, la tentación, los temores, etc. aguardan aún la oportunidad de manifestarse. Esa oportunidad se produce a menudo cuando se pasa por un período de pesar, depresión u otra crisis semejante. La presión ejercida desde afuera y la que ejerce el inconsciente resultan demasiado grandes, y de nuevo la voluntad se rinde a la esclavitud de la vieja naturaleza. ¿No podría ser ésta una de las causas de las apostasías que se producen en nuestras filas?

El remedio para este problema de la religión superficial es fácil de prescribir, pero no tan fácil de aplicar. Creo que lo encontramos en la advertencia de Cristo presentada en Mateo 22:37. “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente.” Necesitamos amar a Dios con toda la conciencia, no sólo con parte de ella. El amor es un poder que debe impregnar toda la mente. Debemos guiar a nuestros hermanos para que experimenten en realidad lo que es el amor de Dios. Él nos creó para que experimentáramos ese amor; tal es el significado de las palabras de Isaías 43: 7: “Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los crie, los formé y los hice.” Dios glorificado en nosotros y nosotros, a nuestra vez, glorificados en él, es en realidad una esplendorosa y amante relación. En su Palabra Cristo nos presenta como a su novia siendo él el novio. Analicemos este símbolo: el verdadero amor entre un hombre y una mujer. Un joven se encuentra con una señorita y en seguida ambos perciben sus mutuas características. Se sienten atraídos el uno hacia la otra. Al descubrir más características individuales y al comenzar a comprenderse realmente, crece el amor y pareciera que impregnara todo el ser. Sus caracteres se ensamblan y comienzan a pensar en forma semejante y a reaccionar de la misma manera. Han llegado a ser el uno semejante a la otra. Después de años de matrimonio pareciera que esta semejanza se acentuara más y más.

Si nosotros, como médicos espirituales podemos presentar a nuestros hermanos en nuestros consejos y en nuestra predicación una visión del amor de Dios, tal como se manifiesta en la cruz del Calvario, si podemos lograr que se apropien de tal visión, se encenderá un amo¿ tan grande en su corazón que saturará hasta lo más profundo del ser y eliminará la presión de los complejos que producen conflictos anímicos, gracias a la transformación lenta pero segura del carácter, hasta que éste se amalgame de tal modo con el carácter divino que por medio de Cristo lleguen a recibir la “vida más abundante” que rinde los frutos del amor, el gozo, la paz, y todos los demás frutos del Espíritu. Quiera Dios ayudarnos para que tengamos esta experiencia del amor divino, y podamos impartirla a los demás.

Sobre el autor: Capellán del Sanatorio Adventista de Nueva Inglaterra.