Si las apostasías continúan produciéndose en la proporción en que ocurren actualmente, pronto habrá más ex cristianos que cristianos. Los pecadores emplean este hecho para poner en duda el poder de Dios. “¿No puede Cristo conservar a los suyos?” preguntan. La respuesta es que sí puede. Sin embargo, le ha confiado a la iglesia la tremenda responsabilidad de colaborar en esta empresa divina. Cada ministro tiene su responsabilidad individual dada por Dios en este sentido. Hasta nosotros llega la orden, con la misma fuerza de los Diez Mandamientos: “¡Cerrad esa puerta! ¡Bloquead las salidas! ¡Detened la marea de la apostasía!”
El hecho de que no todos los que entran en la iglesia cristiana están cabalmente convertidos y son plenamente sinceros, es una preocupación seria para la organización. Los que se atrevieron a abandonar su fe son denominados apóstatas, y lo son. Sin embargo, en el pensamiento del concienzudo pastor surge una pregunta perturbadora: “¿Cómo pude haberlos salvado?” Y la perplejidad del ministro aumenta cuando se percata de que la apostasía no está disminuyendo, sino aumentando. Sus helados vientos amenazan la salud de toda la iglesia. Este desalentador éxodo de los pecadores y los desilusionados le da significado al título de este artículo: “¡Cierre esa Puerta!” (es decir, la puerta de atrás).
¿Quién tiene la culpa?
Es lamentable, pero no por ello menos cierto, que la mayor parte de los apóstatas abandonan la iglesia después de diez años de feligresía. Pero ¿quién es el culpable de este estado de las cosas? ¿El evangelista? No hay duda de que dista de ser perfecto, y sería el primero en admitir que si conociera un método mejor lo adoptaría. Pero ¿es correcto cargar a una persona con la responsabilidad de las almas cuando se ha trasladado a otro campo, y probablemente se encuentra a cientos de kilómetros de la escena? Decir: “Pero si son genuinos no se irán de la iglesia”, es tener una falsa filosofía, porque tiene poquísima base en la realidad.
¿Por qué se aconseja a los pastores a alimentar el rebaño de Dios? ¿Por qué se los insta a visitar y aconsejar a la feligresía? La respuesta es clara. Ningún agricultor haría una siembra y la dejaría sin cuidado suponiendo que lo bueno sobrevivirá. No, los “recién nacidos” en el reino no se quedan meramente por su cuenta. ¿Qué padre que lee este artículo dejaría a su bebé sin atención pensando en que “si tiene algo de bueno sobrevivirá”?
Bueno, y entonces, ¿a quién culpar? ¿Al pastor? Tiene la responsabilidad de mantener lo que tiene y de añadirle algo más. El mejor pastor admite su necesidad y anhela mejores respuestas. Veamos esto. El ministro no es un superhombre. Pero necesitaría serlo para llevar a cabo todo lo que su trabajo le exige. En ayunos sectores se afirma cada vez más la convicción de que en realidad no se espera que él lo haga todo. Pero ¿en qué queda el antiguo aforismo: “Un dirigente debe dirigir”? La respuesta es sencilla. Un dirigente que se desvía yendo tras todas las cosas llegará a ser un dirigente estéril.
Algunos sugieren que haya una mayor distribución de responsabilidades entre miembros laicos calificados. La Biblia y el espíritu de profecía concuerdan con esto. Cualquier programa de promoción de las actividades de la iglesia que convierta en hombre-máquina a quien Dios ha llamado como ganador de almas, es una triste caricatura. El pastor es un evangelista; su iglesia es un centro de evangelismo. La ganancia de almas debe exigir su primera atención. Deje que las otras cosas sean atendidas por otros.
¿Pero a quién se ha de culpar por la proporción de apostasías? ¿A la organización de la iglesia? El que escribe, durante años ha tratado con administradores y todavía no ha encontrado a uno que sea infalible. Desafortunadamente, hay imperfecciones dondequiera que la mano del hombre toca el “arado evangélico”.
¿Pero de qué otro modo podría dirigirse y promoverse una operación mundial? La insistencia en el cumplimiento del deber no es un atentado contra la libertad; más bien la asegura. ¿De qué otra manera podría comprenderse el poder cohesivo del todo, sino a través de la organización administrativa? Se espera que los administradores, dentro de lo razonable, exijan; y que los promotores inspiren. El pastor tiene amplia libertad en la ejecución metodológica del programa. Considerando esta libertad, podemos concluir acertadamente que quienes culpan el programa, en ausencia de esta excusa, culparían el estado atmosférico del tiempo. Mientras se hace circular la culpa, la puerta del fondo sigue abierta de par en par, y continúa el éxodo de los apóstatas.
¿Estamos en una rutina?
Una parte del problema está en Ja enfermedad de hacer las cosas usuales en la forma usual. En un concilio de evangelismo reciente, el autor tuvo la oportunidad de escuchar a un ministro que se había esforzado por hacer que el culto de oración del miércoles resultara inusitadamente interesante. Su rostro brillaba de excitación mientras hablaba de los cientos de personas que se reunían para el servicio semanal. Otro obrero contó cómo había transformado el servicio del domingo de noche de un “hueso seco” para los santos en una fiesta para el público en general.
Durante ciertas campañas, algunos pastores bombardean a los fieles con un montón de actividades promocionales, y dejan poco lugar para la predicación de la cruz. Otros planean las cosas cuidadosamente y las llevan a cabo mientras visitan a los feligreses y con ayuda de comisiones aliviando de este modo el servicio sabático. ¿No es éste el mejor procedimiento? La rutina engendra apostasía. ¿No hay una tremenda necesidad de música refrigerante y de sermones edificantes? El púlpito no es un lugar para la “misma vieja sopa calentada un poquito”. La predicación llena del espíritu que funde la antigua verdad en un nuevo molde volverá a llenar los asientos. El virus del conformismo amenaza nuestras vidas. El germen de la vida está siendo ahogado por la rutina. Los santos que se sofocan ruegan porque se les dé un poco de aire fresco. Y nosotros, los que cuidamos las puertas de salida, debemos dejar que vivan.
Cerrando la puerta
La proporción de apostasías no es una cosa que tenga que aceptarse como algo irremediable. La apostasía en gran escala no es inevitable. El número de los santos que desertan debe reducirse. ¿Pero cómo?
1. El evangelista debería integrar al pastor en el programa de evangelismo. Esto facilita Ja transición cuando el evangelista termina las conferencias.
2. El pastor debería custodiar a las almas con el mismo celo que desplegaría si hubiera sido él quien las trajo a la iglesia. En cierto lugar, el pastor que ha reemplazado al evangelista, frecuentemente se refiere a él en sus sermones. Esto contribuye a que la congregación lo quiera.
3. Los nuevos conversos deberían ser integrados con tacto en el programa financiero de la iglesia. En tanto que el diezmo y las ofrendas voluntarias son una parte básica del desarrollo cristiano, el tiempo y el tino deberían proveer la atmósfera para el crecimiento de las demás gracias.
4. Deberían formarse grupos de visita con el único propósito de establecer contactos sistemáticos con los recién convertidos. Un hermano me contó cuán solitario se había sentido cuando, después de su bautismo, cesaron las visitas prebautismales. Este es nuestro talón de Aquiles. Cerremos esta abertura y atajaremos la corriente de la apostasía.
5. Poco después de! bautismo debería dárseles alguna responsabilidad a los nuevos miembros. Ninguna cosa afirma mejor a un converso como un buen trabajo. Un laico activo es menos probable que apostate.
6. Un ministro llevaba a cabo clases bíblicas semanales en su iglesia. Las tenía el viernes de noche. Para hacerlas interesantes, desarrollaba un variado programa. Incluía pruebas de conocimientos bíblicos, música especial, recompensas por la asistencia; y cada noche enseñaba una doctrina de la iglesia. Esto no sólo establecía a los nuevos conversos sino que atraía a visitantes.
7. Finalmente, ninguna cosa puede. cerrar mejor la puerta de la apostaría que una predicación bíblica centrada en Cristo. Debería recordarse que el texto de un sermón es nada más que una avenida que conduce a Cristo. Cada sermón debería versar acerca de Cristo. Todo lo demás no para de ser una conferencia. El pastor debería preocuparse menos de ajustar su mensaje a las ideas de Ja gente, que de revelar a Cristo a las masas. ¡Cristo atraerá!
Para cerrar la puerta e impedir que salgan aquellos que por debilidad, temor o desilusión caerían en el vacío, se requiere que todos rindamos lo mejor que tenemos. Los lamentos no serán de beneficio’, ni la inculpación servirá de algo. Lo único que será de utilidad es Ja acción resuelta e inmediata. Un alma ganada, y luego perdida, es peor que un alma que nunca se ganó. La apostasía tampoco debería enfriar el ardor de los que ganan a los perdidos. No vivimos en un tiempo cuando hay que dejar de bautizar porque algunos se van. Este hecho más bien debe estimular a una mayor productividad. Los tiempos que corren exigen que salvemos lo que tenemos y que aumentemos los bautismos. ¿Queréis hacer que canten los ángeles y que Dios manifieste gozo? Entonces cerrad la puerta de la iglesia que conduce a la apostasía, y las estrellas de la mañana cantarán, y todos los hijos de Dios darán exclamaciones de alegría.
Sobre el autor: Secretario adjunto de la Asociación Ministerial de la Asoc. General