¿Haymaneras de prevenir la apostasía?
Para nosotros, la predicación del evangelio es el eje en torno del cual se mueve la iglesia. Entendemos que ésa es la razón por la cual Jesús la instituyó. Su misión consiste en predicar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo y, al concluir esa tarea, será reemplazada por el reino eterno de Cristo.
Una de las cosas maravillosas de la iglesia es que siempre está empeñada en atraer conversos, para bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en cantidades cada vez mayores. Jamás debemos perder esa mentalidad, pues si lo hacemos perderemos nuestra razón de ser.
Pero si la iglesia hubiera retenido a todas las personas que bautizó, ¿cuántos miembros tendría hoy? ¡Ésta es la cuestión crucial! Queremos tratar este tema de forma práctica, fundada en la experiencia diaria de la iglesia. No vamos a concentrar la discusión sobre el tema en sí, sino en lo que podemos hacer para evitarlo. Proponemos una vacuna y no paliativos, pensando en el aforismo: “Es mejor prevenir que curar”.
Las causas
Generalmente cuando alguien se refiere a la necesidad de prevenir las apostasías, surge la idea de estudiar más las doctrinas características de la iglesia, con el fin de confirmar a los creyentes. Es costumbre, cuando termina una campaña de evangelización, organizar con este objeto una clase de estudios más avanzados. Es claro que toda iniciativa para estudiar la Biblia y conocerla mejor siempre es bienvenida; pero la apostasía no es básicamente un problema de falta de conocimiento de las doctrinas, ya que se producen apostasías entre personas de elevado conocimiento bíblico.
La apostasía es fundamentalmente un problema social, no teológico. Sólo el 2% de la gente que deja la iglesia lo hace porque no cree en sus enseñanzas. El 98% restante abandonó la fe porque tuvieron problemas de relación, y generalmente lo expresan afirmando: “En la iglesia no existe el amor”, “Nadie se preocupó de mí cuando estaba con problemas”, “Me sentí solo, ya que perdí a mis amigos cuando me hice creyente”, “En la iglesia hay grupos de amigos, muy cerrados, que no le dan oportunidad a los demás”.
Vivimos en un mundo superpoblado. Estamos en una era de comunicaciones rápidas, por medios que antes ni siquiera podíamos imaginar. El éxodo rural saca a la gente del campo y produce aglomeraciones en las ciudades, que crecen de forma descontrolada. Paradojal- mente, la gente se siente cada vez más solitaria. Es bueno recordar que la iglesia está llena de estas personas: viudos, divorciados, solteros, individuos que reflejan la realidad del mundo, y que están buscando la solución de sus problemas.
La soledad es una enfermedad generalizada en el mundo actual, porque el hombre no fue creado para vivir solo. Dios mismo dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén. 2:18). Y eso va más allá del matrimonio, porque un hombre y una mujer que se casan no terminan siendo sólo dos personas. En verdad, son la base de la familia, que es la célula de la sociedad. Fuimos creados para vivir en sociedad, y a esa necesidad la llamamos “instinto gregario”.
La sociedad está tratando de solucionar el problema, y sugiere diferentes formas de acción. La ciencia tiene su forma de intentar resolver esta enfermedad, tan generalizada, por medio de la psiquiatría y la psicología. Existen profesionales preparados que se dedican a oír a estas personas para orientarlas y encontrar la solución de sus inquietudes. Pero por encima de todo esfuerzo e ingenio humanos está el ejemplo de Jesucristo. Se refirió a todo lo que estuviera relacionado con el bienestar humano, social e individual. Era sumamente sociable, y lograba que los que quisieran estar con él se sintieran muy bien. Usó un método que no se puede mejorar, sino que se lo debe seguir con la total seguridad de alcanzar el éxito. Se trata de la “empatía”.
Si existe una institución que no puede fallar en la aplicación y el desarrollo de este método, es precisamente la iglesia.
La voz de los estudios practicados
Los estudios realizados en el área del crecimiento de la iglesia nos dan informaciones que nunca se habían conocido antes, que nos ayudan a encontrar las causas de algunos problemas detectados en las congregaciones. Uno de esos estudios demuestra que en los primeros seis meses después de su bautismo, una persona define si va a seguir en la iglesia o si la va a abandonar. Si en ese período recibe de la iglesia amigos que reemplacen a los amigos y familiares que perdió o que lo abandonaron por causa de la fe que abrazó, ciertamente permanecerá. En caso contrario, se irá.
Otro estudio revela que una persona lucha por dos años para integrarse a la familia de la fe. En ese período, o sus familiares y amigos se vuelven creyentes, o la iglesia le proporciona nuevos amigos. Si eso no pasa, va intentar satisfacer esa necesidad fuera de la nueva comunidad.
Analicemos de forma práctica la experiencia de un nuevo miembro de iglesia que se bautizó en un fin de semana cualquiera. Es el único adventista de la casa; enfrenta la oposición de la familia; los amigos se apartan de él porque su estilo de vida es ahora completamente diferente. El primer viernes por la noche después de su bautismo quiere hacer el culto de recepción del sábado y apartarse de todo lo que interfiere con su relación con Dios. Pero la familia escucha la misma música de antes, enciende el televisor, sigue con la misma clase de conversación y, ¿qué se puede hacer? Se va a un lugar reservado de la casa, hace su culto solo, medita, come algo y se va a dormir más temprano que de costumbre.
El sábado llega temprano a la iglesia, se sienta en algún lugar que termina siendo su clase de escuela sabática. El maestro, que por casualidad no asistió al bautismo, pasa la lista de costumbre y le pregunta si es visita. Él no entiende nada; el día del bautismo le dijeron “hermano”, lo felicitaron con simpatía, le dieron un regalo e hicieron una fiesta.
Cuando termina el culto, todos los conocidos se saludan, forman un círculo de amigos y se dedican a esas conversaciones tan beneficiosas y necesarias, propias del encuentro sabático, y que satisfacen nuestras necesidades sociales. Inmediatamente se va a su casa, se encierra en su habitación, descansa un poco hasta el momento de ir al encuentro joven. Al final del programa sucede algo maravilloso en la iglesia: la actividad social del sábado por la noche con esos grupos de amigos que conversan con alegría, mientras comparten los acontecimientos positivos y negativos, y juegan juntos.
Pero, ¿dónde podemos ubicar al nuevo converso en esta feliz confraternización? Allí los grupos son más cerrados que en los encuentros fortuitos que se producen después del culto. Él camina por un momento entre esos diferentes grupos y en medio de esas actividades, pero no recibe tanta atención como esperaba. Hay tanta gente confraternizando, y a pesar de eso se siente solo, y se va a casa más temprano. ¿Qué hará? Los amigos de antes lo dejaron; la familia no lo acepta muy bien porque, según ellos, se volvió un aburrido antisocial. Le queda la soledad.
Cuando está alegre, ¿con quién puede compartir esa alegría? Si está triste, ¿en quién puede confiar? Si hace proyectos, ¿quién lo puede aconsejar? Necesita satisfacer sus necesidades sociales, y por eso la iglesia debe desarrollar un programa para recibir a esos nuevos hermanos, para compensar lo que “perdieron” al aceptar a Cristo y al comprometerse a adoptar un nuevo estilo de vida.
Es necesario que se desarrolle muy claramente en la iglesia el concepto de que la obra en favor de una persona no termina cuando se bautiza, si queremos que la puerta de la apostasía se cierre definitivamente. Esto es tan importante como dar estudios bíblicos a los que no conocen a Cristo. Nuestro objetivo no es sólo bautizar gente sino salvarla. El bautismo es sólo parte de ese proceso. Los individuos se tienen que integrar a la iglesia; tienen que convertirse en discípulos como resultado de la convivencia cristiana.
Responsabilidad individual
Generalmente hablamos acerca de lo que la iglesia tiene que hacer para evitar las apostasías, pero nosotros componemos la iglesia. La iglesia soy yo. Entonces este problema debería ser mi preocupación, y debo averiguar qué puedo hacer con el fin de solucionarlo. Si le ofrezco mi amistad a una persona que se acaba de bautizar, estaré haciendo mi parte para que permanezca en la congregación. Pero, ¿qué implicaciones tiene este gesto mío? Es posible que tenga que estar dispuesto a pagar cierto precio, cambiar algunas actitudes en mi manera de ser. No debo imaginar, por ejemplo, que porque ya tengo un círculo de amigos con los cuales me siento feliz, ya no necesito más amigos. Puede ser verdad, pero debo recordar que yo no soy el necesitado sino el nuevo hermano. Tengo que pensar en él y sus necesidades.
La posibilidad de tener un nuevo amigo tiene sus riesgos: no conozco a la persona, ni sé si mis antiguos amigos aceptarán a uno más en el círculo. Debo estar dispuesto a superar esas barreras en favor de la salvación de ese hermano recién llegado a la iglesia. Esto es una obra en favor de la salvación de los demás. Necesito expandir mi círculo social entro de la iglesia para que entren nuevas personas. La familia aumentó; es necesario hacer ajustes. ¿Qué tal si programamos comidas, recreaciones y excursiones donde podamos estar juntos? ¿O prestamos atención a las enfermedades y los problemas financieros que requieren nuestra ayuda? Nosotros tenemos que estar presentes en esas situaciones. Es posible que el nuevo converso ya no tenga sus antiguos amigos.
Al tratar de integrar al nuevo converso a la comunidad de los creyentes, trate de descubrir qué le interesa, qué prefiere, y planifique sus actividades sociales de tal manera que él se sienta cómodo y feliz.
Bases espirituales
La gestación de un hijo de Dios es un proceso que comienza en el instante cuando se establece el contacto, pasando por el despertar del interés en el evangelio, los estudios bíblicos, las decisiones, hasta el nacimiento, que es el bautismo. Ahí tenemos al bebé espiritual que necesita aprender a vivir como adventista. La madre, es decir, la iglesia, por medio de sus miembros que actúan como amigos, le enseñará el estilo de vida adventista, desde las prácticas más sencillas hasta las más exigentes. Eso se debe hacer con el mismo amor, la paciencia, el cariño, la tolerancia y la perseverancia que los padres ejercen cuando se trata de sus propios hijos.
¿Cuántas cosas sabemos hacer cuando nacemos? No sé cómo era su caso, pero yo hacía pocas cosas: comer, dormir, llorar. De allí en adelante tuve que aprender todo lo que sé, y todavía tengo mucho que aprender. ¿Cuánto tiempo nos toma aprender lo básico y conducirnos solos en la vida?
Al tratar con los recién nacidos en la iglesia debemos conservar el equilibro, ya que muchas veces pensamos que por el hecho de ser personas adultas saben hacer muchas cosas. Inclusive pueden ser profesionales de éxito. Pero en el aspecto espiritual, y en el estilo de vida que la Biblia nos enseña, no tienen experiencia alguna. Por lo contrario, se tienen que desprender de muchas cosas que como consecuencia de años de práctica son más difíciles de olvidar que aprender nuevos hábitos.
En ese proceso de aprendizaje, el nuevo converso necesitará en algunos momentos del cariño y la paciencia de alguien dispuesto a orientarlo. Es desesperante cuando un nuevo creyente no está vestido, por ejemplo, de acuerdo con las normas de la iglesia. Lo peor sucede cuando aparecen algunos “guardianes de los principios”, “padres de la iglesia”, “madres del Israel moderno”, diciendo: “¡Vean al recién bautizado! ¡Miren cómo se viste!” Es normal que el nuevo converso todavía se confunda un poco con la clase de ropa que se usa en diversos lugares, a pesar de ser adulto. Es posible que todavía no haya asimilado debidamente las enseñanzas, o no tenga la ropa adecuada, ni esté en condiciones de comprar ropa nueva. Sólo está usando lo mejor que tiene y haciendo lo mejor que sabe. Pero el amigo, con tacto y mucho amor, lo va a orientar para que viva como un adulto espiritual.
Hace poco el nuevo converso se divertía con el mundo. Ahora tiene que ser diferente y no sabe bien cómo hacerlo. Necesita recrearse como cualquiera, y sin duda procurará hacerlo. ¿Qué pasa cuando alguien lo ve en un lugar inadecuado, participando de algo que no condice con nuestros principios? ¿Será esto motivo para un escándalo? Alguien tendrá que preguntarle: “La persona que te dio los estudios bíblicos, ¿no te dijo que eso no se hace?” Recordemos: sólo se trata de un bebé espiritual. ¿Cuántas veces les tenemos que repetir a nuestros hijos lo que queremos que hagan, hasta que aprenden?
La mejor solución no es llevar el asunto a la junta de la iglesia, sino considerar la necesidad de que alguien se ponga a su lado y le enseñe, por precepto y ejemplo, cómo podemos recrearnos según la orientación que nos da la Biblia.
Aun cuando haya sido orientado en el curso de los estudios bíblicos acerca de que todas las compras se deben hacer hasta el viernes, y que entre la puesta del sol de ese día y la del sábado no compramos ni vendemos nada, puede ser que algún sábado de mañana el nuevo converso llegue a la iglesia con algunos productos que compró en la feria que queda entre su casa y el templo. Aprovechó que estaba de paso, y hasta le pidió al diácono que le guardara los paquetes hasta la terminación del culto. El bebé sólo hizo algo equivocado, y echarlo a la calle sería un escándalo mucho mayor. Alguien tendrá que enseñarle con paciencia, amor y perseverancia.
Sí, alguien tendrá que enseñarle a trabajar, descansar, relacionarse con el otro sexo, educar a los hijos, etc., para que lo haga como adventista del séptimo día. En la vida real pasan cerca de dos años hasta que nuestros hijos aprenden a conducirse solitos y a defenderse por sí mismos. Lo mismo acontece con los que nacen en el reino de Dios. Para eso se necesita mucho amor, tacto y paciencia con los que se acaban de convertir.
Los ancianos y los diáconos
El anciano es el pastor escogido por la congregación para que la pastoree. Cuando Jesucristo le preguntó tres veces a Pedro si lo amaba, por tres veces también le recomendó que pastoreara el rebaño, incluidos los corderos. De acuerdo con el tema que estamos desarrollando, los corderos son los más nuevos de la congregación. Atenderlos debe ser nuestra prioridad.
En Hechos 20:17 al 38 se registra el último encuentro de Pablo con los ancianos de Éfeso. En esa oportunidad el apóstol les recomendó el cuidado de la iglesia, ya que no volvería a verlos.
Por lo tanto, desde el punto de vista bíblico, el responsable de pastorear la congregación local es el pastor que ella misma escoge, es decir, el anciano. Es evidente que el pastor nombrado por la Asociación o la Misión es responsable de todo el distrito, y debe entrenar a los pastores locales para ayudarles a ministrar las necesidades del rebaño. El anciano de la iglesia tiene que cuidar de una manera muy especial a los recién bautizados y tomar las medidas necesarias para que la iglesia se organice de tal forma que la gente no se sienta sola. Que se puedan relacionar con la mayor cantidad posible de miembros, y de esa manera encontrar amigos que reemplacen a los que quedaron atrás.
¿Qué medidas prácticas puede aplicar el anciano para cumplir su papel de guardián de los bebés espirituales? A continuación van algunas sugerencias:
1. Prestar atención especial a los recién bautizados y a las visitas. En los días de culto los saludará con entusiasmo, sinceridad, simpatía y amor cristiano, y demostrará verdadero interés en su bienestar.
2. Elaborar un plan de visitas sistemáticas a los recién convertidos. Al principio una visita semanal; después, una cada dos semanas; a continuación una cada mes, hasta que estén firmes y especialmente que hayan entablado amistades entre los hermanos. Si el nuevo creyente falta a los cultos se lo debe visitar inmediatamente. Es posible que esté enfrentando problemas.
3. Coordinar todas las actividades de la iglesia de manera que haya espacio para la integración de los nuevos miembros. Eso incluye las actividades sociales, la obra misionera, el servicio comunitario, el hogar y familia, etc.
4. Acercar a los nuevos miembros a los más antiguos. Algunos hermanos se pueden sentir olvidados si ven que a los nuevos se les presta mucha atención. El anciano debe equilibrar este procedimiento, y tratar de que los más antiguos comprendan también su responsabilidad por el cuidado de los más nuevos.
Los diáconos y las diaconisas también son una gran bendición en la atención de las necesidades de los creyentes. Para eso se los eligió en los días de los apóstoles (Hech. 6:1-7). Sin duda constituyen una forma magnífica de “cerrar la puerta trasera” de la iglesia, para impedir el éxodo de miembros. Hay algunas tareas definidas que pueden realizar, como ser:
1. Darle la bienvenida a los que llegan. Esa tarea, llevada a cabo con una sonrisa y un saludo cariñoso, le gana la confianza a la gente y le hace sentir que el amor de la iglesia está a su disposición.
2. Llevar a cabo un plan de atención de las necesidades de los miembros. Después del bautismo, el nuevo creyente debe recibir la visita de los diáconos y las diaconisas. Al principio, una visita semanal, mediante la cual se conocen las necesidades y se pueden hacer planes para satisfacerlas.
3. Integrar a los nuevos conversos. Se los puede invitar a que acompañen durante las visitas, especialmente a los ancianos, los enfermos, las viudas, etc., lo que despertará en el recién bautizado el deseo de servir también a esos hermanos. La terapia ocupacional es el remedio que Dios nos dejó para curar el desánimo. El altruismo es una virtud divina que todos debemos desarrollar.
4. Hay que enseñarles a atender las necesidades físicas de la iglesia. Siempre hay alguna mejora que se puede hacer en el aspecto físico del templo, que los miembros pueden efectuar. Participar de esas actividades es una bendición para los nuevos conversos. El amor y el cariño desarrollados por la participación en la manutención de la casa de Dios genera un apego a la iglesia; crea el sentimiento de que “aquí puse lo mejor de mí mismo para mi buen Dios. Aquí está mi esfuerzo, mi buena voluntad. Aquí está mi casa. Me quedaré aquí”.
Sentirse útil es un factor que contribuye a la felicidad de cualquiera. Los diáconos y las diaconisas les brindan felicidad a los nuevos miembros cuando los integran en las diversas actividades en favor de los demás miembros de la iglesia.
Sobre el autor: René Sand es director asociado de Ministerio Personal y Escuela Sabática de la División Sudamericana.