Notas para una reflexión acerca de las tecnologías en la contemporaneidad.

    Es habitual decir que una característica que define a las sociedades desarrolladas es la presencia de las tecnologías digitales. Sin embargo, qué significan esas tecnologías para la humanidad es todavía una cuestión abierta. Una muestra de ello es que este momento histórico ya recibió los más diversos nombres, como sociedad posindustrial, era de la comunicación, sociedad posmoderna y era de la cibercultura, por mencionar los más consolidados, siendo cada uno de ellos es una evidencia de énfasis distintos.

    El abordaje más básico de este fenómeno es, claramente, recurrir al maniqueísmo incrustado en el pensamiento occidental y situar las tecnologías digitales en la dicotomía del bien contra el mal, diciendo que ellas son intrínsecamente buenas o malas. Otro abordaje muy común es decir que estas son neutras, o sea, que la cuestión está, en realidad, en la forma de utilizarlas. En este texto, discuto brevemente las tecnologías contemporáneas y su inserción en la sociedad a partir de otros puntos de vista.

    Las tecnologías digitales abren, para sus usuarios, posibilidades de autonomía que hasta entonces eran impensables en la trayectoria de la humanidad. Huelga mencionar la cantidad de cosas que ahora se pueden hacer más fácilmente por medio de las tecnologías digitales, sin depender de intermediarios. Esta constatación, a veces, suscita la impresión de que esas tecnologías son en sí democratizantes y, por lo tanto, buenas. Es lo que defienden algunos reconocidos pensadores, como Domenico De Masi.[1] Según esta perspectiva, estas sociedades están retirando de las manos de las élites la primacía en el dominio de la sociedad. Hay quienes dicen, inclusive, que estamos entrando en una era “poscapitalista”.

     Pero no es tan simple el tema. Veamos un ejemplo. Aunque la economía mundial todavía genera mayor facturación para las empresas que actúan en otros sectores, las organizaciones que producen equipos o servicios digitales están escalando rápidamente en los rankings. En realidad, estas empresas ya se han convertido en las más grandes, considerando otros aspectos. Apple, Amazon, Microsoft, Google (bajo el nombre Alphabet) y Facebook son, actualmente, en ese orden, las cinco empresas con mayor valor de mercado del mundo.[2] Es decir, aunque queramos pensar que estas empresas nos están dando autonomía con sus productos, tienen un modelo de negocios que las beneficia económicamente aún más que a sus usuarios. Esto no parece exactamente una democracia, cuya premisa es que el poder sea distribuido de forma más igualitaria, dando más libertad a las personas.

    De ahí la constatación de Krishan Kumar, para quien, “hasta ahora, por lo menos, [la sociedad tecnológica] es una sociedad proyectada, como las antiguas, por y para unos pocos: las ricas y poderosas clases, naciones y regiones del mundo. […] Sus objetivos y efectos son rigurosamente definidos por los objetivos tradicionales de las élites políticas y económicas: expandir el poder del Estado, tanto contra sus propios ciudadanos como contra otras naciones; y aumentar la productividad y los beneficios de las empresas capitalistas, sobre todo a través de la creación de un mercado global integrado”.[3] En este sentido, la sociedad tecnológica no es, en sí, una revolución. También fue forjada por élites políticas y económicas que obtienen grandes dividendos –en términos de poder– al tener al mundo organizado (tecnológicamente) como está.

    Existe el argumento de que las tecnologías digitales están permitiendo, al menos, una gran producción y difusión de contenidos alternativos, al margen de lo que desean los centros de poder y los grandes conglomerados de medios. Sin embargo, los datos no son alentadores. La mayor parte de los contenidos a los que se accede en Internet proviene de los mismos grandes productores de medios que ya dominaban el mercado de la información anteriormente. En 2010, el 80 % de todo el tráfico de Internet mundial estaba concentrado en el 7 % de los sitios, y el 67 % de ellos eran controlados por corporaciones de medios anteriores a la existencia de la web. El cuadro no ha cambiado significativamente desde entonces.[4]

    Esto no significa necesariamente negar que haya posibilidades liberadoras en las tecnologías digitales. Es verdad que la opción más común es usar productos y servicios de empresas que representan el pináculo del sistema vigente. Sin embargo, también hay posibilidades más descentralizadas, cuyos mayores ejemplos de éxito, tal vez, sean iniciativas como Wikipedia (en las que la producción colectiva de conocimiento es pública, con gestión multilateral, en lugar de ser propiedad de un grupo de accionistas) y el software libre (cuyos códigos tampoco tienen “dueño”, pudiendo ser utilizados libremente por cualquier persona, como el sistema operativo Linux y la suite LibreOffice, que es una alternativa a softwares como Word, PowerPoint y Excel). Son soplos de una lógica realmente diferente.

    Además, aunque las empresas de medios tradicionales todavía se vean más favorecidas en la economía de atención de Internet, es un hecho que existe una posibilidad mayor de distribuir y tener acceso a informaciones alternativas. Hay aquí un potencial que, como mínimo, necesita ser explorado. Es por estas y otras razones que no se puede decir, simplemente, que estas tecnologías son buenas o malas para la sociedad. Se debe analizar caso por caso y considerar sus potencialidades, pero también analizar los usos reales que las personas están haciendo. Sin embargo, conviene resaltar que es muy temprano –y faltan evidencias, en realidad– para decir que estas tecnologías contribuyen a una mayor democracia y más libertad. Esto indica que, si logramos transformar esta sociedad en un orden social mejor, eso vendrá no tanto por las tecnologías disponibles, sino por las elecciones políticas y sociales de los ciudadanos que la componen.

    La cuestión, entonces, pasa a ser la siguiente: si las posibilidades de una vida mejor depende mucho más de los ciudadanos que de las tecnologías, ¿no podemos decir, entonces, que esas tecnologías son neutras? La gran pregunta ¿no es acerca de la forma en que usamos la tecnología?

    Ciertamente, esta dimensión existe. Podemos utilizar tecnologías más democráticas, podemos decidir usarlas para estudiar (en vez de consumir material pornográfico, por ejemplo) y podemos optar por un uso más moderado, sin excesos. Estas son cosas que realmente podemos hacer. Sin embargo, hay un aspecto fundamental que escapa de nuestra elección. Se trata de la interferencia de esas tecnologías en nuestra noción de lo que es posible e imposible, en suma, de lo que es real.

    Un ejemplo puede ilustrar este argumento. Si hace 518 años, Pedro Álvares Cabral, estando en suelo brasileño, hubiera aparecido en tiempo real al rey Manuel I, que aguardaba noticias en Lisboa, automáticamente habría sido interpretado como brujería. Como ese tipo de comunicación era considerado imposible, habría sido necesario explicar el hecho recurriendo a alguna otra dimensión de lo posible. La magia y la constante intervención de entes sobrenaturales eran consideradas más plausibles.

    Hoy en día, esa posibilidad es la más banal. Con todo lo que vemos hacer a las tecnologías, nadie cuestiona la comunicación en tiempo real. Es decir, independientemente del uso de las tecnologías, nuestra concepción de lo que es posible e imposible ha cambiado, y eso está fuera de nuestra elección. Cuantas más posibilidades descubrimos al observar el desarrollo tecnológico, más somos invadidos por la percepción de que las cosas materiales y naturales son sustituibles por sistemas tecnológicos. En la comunicación en tiempo real, nuestra presencia se vuelve superflua –sustituible por textos, imágenes y sonidos transmitidos por una máquina–; y en el funcionamiento del cuerpo, descubrimos que incluso el corazón puede ser prescindible, pudiendo ser sustituido por máquinas sin grandes pérdidas para el mantenimiento de la vida.[5]

    Poco a poco, vamos descubriendo, también, que una serie de otras funciones de la naturaleza pueden ser alteradas a medida que desarrollamos tecnologías digitales que permiten convertir sus acontecimientos en informaciones. Todavía es fuerte el argumento de que los razonamientos, sentimientos y emociones jamás podrán ser sustituidos por códigos de computadora. Sin embargo, ya existen también varias investigaciones que han avanzado en esa dirección.[6] La evolución de los sistemas de inteligencia artificial está haciendo que este asunto sea cada vez más controvertido, que haya menos consenso.

    Al considerar hechos como estos, pensadores como Bruno Latour concluyen que no hay diferencia entre naturaleza y tecnología, lo que significa que todos los secretos de la realidad son accesibles para nosotros, si descubrimos la forma correcta de intervenir en ella.[7] Aunque la acción humana se haya caracterizado históricamente por una intervención más o menos consciente en su entorno, hoy las tecnologías nos están dando una noción mucho más profunda de lo que es posible hacer.

    Ante este cuadro, el lector podría sentirse perdido y preguntarse cuál sería la actitud correcta ante las tecnologías y su inserción en el mundo actual. Es una preocupación legítima. Una de las principales respuestas que se han dado al respecto es la tradicional “no-tiene-otro-modo”, que normalmente significa adherir a las circunstancias por completo. Sin embargo, una vez más, esta respuesta esconde cuestiones más complejas. Primero, según lo dicho arriba, hay adhesiones y usos distintos. Algunas elecciones tecnológicas pueden reforzar la centralización de poder en algunos pocos grupos, mientras que otras pueden favorecer una sociedad más democrática.

    Además, el “no-hay-otro-modo” esconde la existencia de una serie de estilos de vida alternativos. Hay muchas personas que rechazan el smartphone y optan por celulares tradicionales para no estar conectados todo el tiempo a Internet, evitar distracciones en el día a día, y dejar de entregar informaciones valiosas sobre sus patrones de uso y consumo. Y hay incluso alternativas más radicales, como la de la permacultura, que adopta un estilo de vida orientado hacia la comunidad local. Así, se reduce bastante la necesidad de tecnologías producidas en lugares distantes y del consiguiente consumo intensivo de energía, que contribuye al agotamiento de los recursos de la Tierra. Por lo tanto, es incorrecto decir: “no hay otro modo”. Todo depende del estilo de vida que queremos, con qué intereses estamos alineados. Dependiendo de la respuesta, hay una serie de alternativas.

    Paralelamente, en relación con la concepción de lo posible y lo imposible que la tecnología trae aparejada, la cosa es más complicada. Usar de una u otra forma estos dispositivos, o aun dejar de usarlos, no va a cambiar significativamente nuestra concepción sobre lo que es real. De cierta forma, somos “rehenes” de esta nueva perspectiva del mundo. ¿Qué podemos hacer en relación con ella? Tal vez, lo más importante es mantener las posibilidades abiertas. ¿Cuántas veces en la historia de la humanidad nuestros antepasados estuvieron convencidos de que tenían las explicaciones correctas para lo posible y lo imposible? Y ¿cuántas veces fueron sorprendidos por lo que vino después? Es lógico que ahora se haga más difícil porque, aparentemente, el desarrollo tecnológico se impone como una realidad inexorable, y hace que parezca que la única cuestión pendiente es cómo usarlo. Pero, si no sucumbimos al silencio y nos mantenemos haciendo preguntas, seguiremos abiertos a otras posibilidades. Entonces, lejos de ser una cuestión meramente práctica –la tradicional y poco reflexionada ansiedad del “cómo usar las tecnologías”–, la tecnología contemporánea es mucho más compleja e impone una agenda que, si se toma en serio, obliga a la reflexionar detenidamente. La conclusión parece todavía distante en el horizonte. Por eso, más que nunca, es tiempo de pensar y preguntar.

Sobre el autor: Docente en UNASP, Engenheiro Coelho, Brasil.


Referencias

[1] 1 Domenico de Masi, Criatividade e Grupos Criativos: Descoberta e invenção (Río de Janeiro: Sextante, 2005).

[2] Vea detalles, inclusive los valores de mercado, en <https://goo.gl/oHs6r8>.

[3] Krishan Kumar, Da Sociedade Pós-industrial à Pós-moderna: Novas teorias sobre o mundo contemporâneo (Río de Janeiro: Jorge Zahar, 2006), p. 71.

[4] Jonathan Hardy, Critical Political Economy of the Media: An introduction (Londres: Routledge, 2014).

[5] Ver el tema “À espera de transplante, americano vive 555 dias sem coração”, en http://g1.globo.com/ bemestar/noticia/2016/06/a-espera-de-transplan-te-americano-vive-555-dias-sem-coracao.html

[6] Ver, por ejemplo, André Gorz, O Imaterial: Conhecimento, valor e capital (San Pablo: Annablume, 2005).

[7] 7 Bruno Latour, Agency at the Time of the Anthropocene. New Literary History, t. 45, no 1, 2014.