Cinco de sus hijos, Juan, Jorge, Andrés y Benjamín, llegaron a ser ministros prominentes de la iglesia.
(Este artículo es una colaboración del Centro de Investigaciones Whlte de Villa Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina).
El 9 de septiembre de 1994 se conmemorará el primer centenario de la organización de la primera iglesia adventista del séptimo día en la República Argentina y en el territorio de la División Sudamericana[1]
La iglesia mundial, y los más de un millón de miembros bautizados en ocho países sudamericanos, se gozan con los 65 miembros que adoran actualmente en la capilla campestre cerca del área de la Universidad Adventista del Plata.
Viajemos al pasado en alas de la imaginación y observemos lo que ocurrió hace un siglo en las fértiles granjas de la provincia de Entre Ríos, en el centro de Argentina. Un joven ministro de habla alemana, Francisco H. Westphal, acababa de llegar desde el Estado de Illinois, ubicado en la lejana Norteamérica.
El grupo de creyentes se reúne en la casa de adobe hasta ocuparla al máximo de su capacidad. Algunos están de pie y escuchan desde la puerta que permanece abierta. Se siente el aire helado del final del invierno austral. Se elevan cánticos de gozo y oraciones de alabanza a Dios. Después del sermón de dedicación, el pastor Westphal organiza una iglesia compuesta de 36 miembros y hace una apelación para que otros más se les unan. Es así como la nueva iglesia llega a ser parte del movimiento adventista encargado de predicar en todo el mundo a Cristo y su pronta venida.
Los miembros eligen como anciano a Jorge Riffel, y también eligen a otros dirigentes del grupo. La nueva iglesia empieza entusiastamente su carrera de servicio misionero.
Cuán interesante sería examinar el libro de la iglesia. Desafortunadamente, la lista de los primeros miembros hace mucho que se perdió. Juan Riffel, nieto del primer anciano, elaboró una lista de los apellidos de las familias que considera conformaban este grupo: Hetze, Riffel, Weiss, Schmidt, Bernhardt, Roscher, Frick, Zimmerman, Yanke, Jacobi, Dirivecheter, y otros.[2]
Sabido es que muchas otras familias vivieron en aquella comunidad adventista. Las mismas se unieron a la iglesia después del 9 de septiembre o figuran entre los “otros”. Incluyen a los Brunner, Frank, Schnider, Zerfass, Jegel, Block y Schimpf.[3]
¿Cómo llegó a saber Francisco Westphal de la existencia de este grupo de observadores del sábado que se reunía en la lejana Argentina? Jorge Riffel, su líder, había estado orando por un pastor desde hacía algún tiempo, y escribió cartas a la Asociación General, en Battle Creek. L. C. Chadwick, de la Asociación General, hizo un viaje de exploración a Suda- mérica y los visitó en julio de 1892. Al regresar, recomendó que un ministro de habla alemana fuera enviado a trabajar en aquella zona. Pero el grupo tuvo que esperar dos años más.
En respuesta al pedido Francisco Westphal zarpó desde Nueva York el 18 de julio de 1894, en compañía de su esposa María y sus dos pequeños hijos.[4] El hermano de la señora Westphal y su esposa, el señor y la señora Thurston, los acompañaron, y ellos fueron llamados a conducir el ministerio del colportaje en Brasil. El largo viaje comprendía una travesía en trasatlántico y un cambio de barco en Southampton, Inglaterra. El matrimonio Thurston se quedó en Río de Janeiro.
Al llegar a La Plata, Argentina, en un frío y lluvioso día, la familia de misioneros se alegró al encontrarse con R. B. Craig, un dirigente del colportaje, que los esperaba en el muelle. Después de un corto viaje en tren a Buenos Aires, la capital del país, la familia Westphal descansó del largo viaje en el hogar de los Craig.
Al cabo de una semana el joven pastor dejó su familia al cuidado del colportor y su esposa, y viajó por el río Paraná hacia el norte en busca del grupito de adventistas. Se embarcó el domingo 26 de agosto.
Al venir de un clima estival en Illinois, Westphal no estaba preparado para el frío invierno argentino. Sin ropas abrigadoras o cobijas, pronto fue víctima del resfrío y de la gripe.
Llegó a la medianoche al pequeño puerto de Diamante y buscó en vano a alguien que lo llevara a la pequeña comunidad adventista cerca de Crespo. Posteriormente supo que su carta no había llegado y que por tal motivo los creyentes no sabían cuándo vendría. Puesto que todavía no sabía hablar español, tuvo muchas dificultades para comunicarse y pedir información.
Tras descansar unas pocas horas en un hotel, se aventuró a conseguir transporte para Crespo. Un granjero de habla alemana le dijo que sabía dónde vivían los adventistas. Lo invitó a pasar la noche en su casa y le prometió que encontraría a alguien que lo llevara a su destino al día siguiente.
El joven misionero descubrió que las condiciones de vida eran bastante primitivas. La casa del granjero consistía en un cuarto y una cocina. A la hora de dormir llevó al visitante a la cocina donde desplegó una manta en el piso de tierra. Westphal notó que la cocina también servía de gallinero y corral para gansos y patos. A fin de que el visitante estuviera abrigado el granjero le ofreció su sobretodo ruso bastante grande. El misionero trató de acomodarse lo mejor que pudo esperando conciliar el sueño.
¡Pero no tuvo suerte! En pocos minutos descubrió otro inconveniente, esta vez, no por causa de las aves, sino de los piojos y las pulgas que habitaban en el sobretodo. De un salto se puso en pie y decidió salir afuera a caminar. Pero el ladrido de los perros lo hizo desistir y regresó de nuevo a la cocina. Posteriormente declaró que “por fin llegó la ansiada mañana, y estaba feliz por ello”. En poco tiempo encontró a alguien que lo llevara a su destino.
Los creyentes adventistas dieron a Westphal una cordial bienvenida, tan entusiasta como si hubiera sido el apóstol Pablo. Habían estado orando y ansiando la llegada de ese día durante muchos años. Los jóvenes corrieron a invitar a los vecinos para que asistieran a una reunión que se realizaría esa misma noche.
El misionero supuso que la gente se retiraría temprano y así él también podría irse a descansar. Especialmente deseaba deshacerse de las pulgas y los piojos que lo molestaron la noche anterior y durante todo ese día.
Apretujados en la humilde casa como sardinas, la multitud escuchaba ansiosamente el mensaje del evangelio. Después de transcurrida una hora, Westphal concluyó su sermón e invitó a la gente a que regresara la siguiente noche. Ellos oraron, cantaron y sencillamente siguieron sentados. Más tarde escribió: “Miraron con ojos verdaderamente hambrientos de la verdad”, y pidieron que continuara. Así que predicó por espacio de una hora más. Nuevamente los despidió. Y otra vez cantaron himnos, y se quedaron sentados. “Me sentí obligado a predicar un tercer sermón, que escucharon con un interés incansable”, registra el paciente misionero.
Cerca de la una de la madrugada, el exhausto predicador finalmente persuadió a la gente a que regresara a sus hogares.
Muchos se decidieron por Cristo durante esa primera reunión y durante las noches siguientes. En menos de dos semanas de reuniones nocturnas y visitaciones durante el día, el evangelista misionero tenía ya un grupo de unas 36 personas listas para formar una iglesia. Se dio cuenta que el problema más grave era el consumo de bebidas alcohólicas.
El interés en el mensaje del tercer ángel continuó aumentando. La feligresía ascendió a sesenta en poco tiempo.
Dado que Francisco Westphal tenía otros compromisos que atender, la nueva iglesia debía depender de líderes laicos, como Jorge Riffel y Reinhardt Hetze.
En vista de que no había un lugar apropiado para que todos los adoradores pudieran reunirse, los miembros hicieron planes inmediatamente para construir una iglesia.[5] La familia Hetze donó el terreno y los otros miembros hicieron adobes y levantaron las paredes. Algunos vecinos no adventistas ayudaron también en la obra donando su tiempo. Ya con las paredes levantadas, colocaron los tirantes para sujetar la paja que habían juntado para la colocación del techo. Al igual que en sus hogares, el piso era de tierra. Los asientos eran de tablas sin respaldo.
Puesto que la capilla de cuatro paredes no tenía divisiones para la Escuela Sabática, los niños se reunían con los adultos. Los miembros adultos escuchaban mientras los pequeños tenían su lección y los niños permanecían en silencio mientras los adultos estudiaban la suya. Durante la época calurosa los pequeños se reunían afuera debajo de los árboles.
La primera capilla no tenía ni púlpito ni plataforma. Alguien donó un tablón para que fuera colocado al frente del salón. Los que dirigían el culto se sentaban en las sillas. De éstas no había dos que fueran iguales.
La iglesia de adobe sirvió a la congregación desde 1895 hasta 1906, fecha cuando se construyó un edificio más amplio, con paredes de ladrillo, en otro lugar.
La capilla de los pioneros permanece sólo como un recuerdo sagrado. Los miembros la desmantelaron cuando se mudaron al nuevo edificio. Hasta donde sabemos, no existe ninguna fotografía del lugar.
Al igual que los adventistas de otras partes, estas familias también deseaban que sus hijos tuviesen una educación cristiana. Le pidieron al pastor Westphal que trajera a su esposa desde Buenos Aires para que les enseñara. Fue por eso que en su siguiente viaje le acompañaron María y su hijo Carlos. Su pequeña hija había muerto. Mientras su esposo estaba ausente, la señora Westphal se reunía con los niños y les enseñaba a cantar y a orar. Sus únicos libros de texto eran una Biblia en alemán y un himnario. Trabajó con mucha dificultad a causa del idioma. El pastor, su esposo, era de ascendencia alemana, ella no.
Poco tiempo después, un maestro de habla alemana se hizo cargo de la educación de los niños. Iba de casa en casa enseñando, y permanecía con la familia unos días. Les daba a los estudiantes una buena iniciación en la lectura y la escritura. Desafortunadamente, su hábito de la bebida se llevó lo mejor de él y desapareció después de tres meses. Así terminó la escuela ese año. Cuando se construyó la iglesia de ladrillos, ésta también sirvió como escuela. Los padres pagaban a los maestros. Pero hacia fines de la década de 1930 se inició una escuela permanente bajo la supervisión de la asociación. En 1952 se construyó el edificio del plantel. Veintenas de misioneros y obreros de la iglesia tienen sus raíces en la escuela de Crespo Campo.
Durante los primeros años el pastor Westphal visitó muchas veces a las familias que construyeron esta pequeña iglesia en Argentina. Y no cabe duda que le contaron acerca de sus raíces en Rusia y de cómo conocieron por primera vez el mensaje adventista. Nunca se cansaban de relatar las historias a sus hijos y sus nietos, así que no cabe duda que la compartieron con su pastor. Resumiremos algunas de las historias que llegaron hasta nosotros.
Catalina II gobernó Rusia desde 1762 hasta 1796. Era hija de un príncipe alemán y fue a Rusia a la edad de 15 años para casarse con el presunto heredero. Asumió el poder a la edad de 33 años y promovió la colonización extranjera en gran escala. Los alemanes, incluyendo a los antepasados de las familias involucradas en la historia de Crespo Campo, fijaron sus colonias en el sur. Debido al excesivo trabajo, algunos de sus descendientes emigraron a Norteamérica un siglo después.[6]
Tres hombres jóvenes con sus esposas, todos nacidos de estos alemanes residentes en Rusia, figuran en nuestra historia. Eran Federico y Jorge Riffel y Reinhardt Hetze.
A mediados de la década de 1870 los hermanos Riffel decidieron emigrar al Nuevo Mundo. Federico, el mayor, tomó a su esposa Cristina y se dirigió al Estado de Kansas ubicado en las planicies de Norteamérica. Emprendieron tareas agrícolas en el condado de Marión y prosperaron. En agosto de 1883, Federico tenía suficiente dinero como para comprar su propia granja cerca de Hillsboro.[7]
Jorge eligió el sur del Brasil como hogar para su familia compuesta de su esposa María y su hijo David de tres años.[8]
Después de haber permanecido cuatro años en el Estado de Río Grande del Sur, la familia se mudó a la provincia de Entre Ríos, Argentina, donde se encontraron con varios amigos alemanes de Rusia. Pero el infortunio tocó a su puerta. Después de unos pocos años la cosecha falló y una plaga de langostas lo forzó a mudarse otra vez. Federico le escribió contándole de su prosperidad en el estado productor de trigo del centro de los Estados Unidos, y lo urgió a trasladarse.
Y así, después de una década de separación, los hermanos Riffel se encontraron cultivando la tierra en el mismo condado en Kansas. Fue entonces cuando ocurrió un incidente que cambió por completo el curso de sus vidas.
L. R. Conradi, evangelista alemán de 29 años, procedente de Michigan, Estados Unidos, asistido por S. S. Shrock, pastor adventista residente en aquella zona, realizó reuniones en Hillsboro y Lehigh. En un informe publicado en el boletín de la iglesia, Conradi alabó a Dios por la excelente respuesta que tuvieron. Se organizaron dos iglesias con un total de 251 miembros.[9]
Ambas familias Riffel asistieron regularmente a las reuniones, y se conmovieron con los mensajes proféticos de la Biblia. Cuando el evangelista hizo un llamado para que aceptaran a Cristo y obedecieran sus mandamientos, ellos respondieron con gozo. Al parecer, ya habían leído libros adventistas antes que llegara Conradi, ya que existe un registro en el que se menciona a un colportor alemán.[10]
Mientras cultivaba el fértil suelo de Kansas, Jorge pensó en sus amigos de Argentina. Les escribió cartas entusiastas sobre su nueva fe y les envió folletos y libros. Con el tiempo recibió cartas de Entre Ríos que indicaban que la semilla había caído en suelo fértil. Un amigo le escribió diciendo que guardaría el sábado siempre y cuando tuviera a alguien que lo acompañara en su observancia.[11]
Esta noticia movió a Jorge a la acción. Él y su esposa se convencieron de que debían regresar a la Argentina como evangelistas laicos. Oraron fervientemente pidiendo la dirección de Dios. Su hijo David, que a la sazón tenía 15 años de edad, fue bautizado por H. H. Shultz, en 1888, y cooperó voluntariamente en la aventura misionera.
Federico, padre de diez hijos en ese entonces, decidió permanecer en Kansas. Pero Jorge encontró a otras tres familias adventistas alemanas que estaban dispuestas a acompañarlo a la Argentina. Las familias de Oswaldo Frick, Adán Zimmerman y Augusto Yanke vendieron todo, empacaron sus efectos personales y se embarcaron rumbo a la Argentina a fines de 1889.
Al llegar las tres familias a Buenos Aires, involuntariamente se demoraron en el proceso migratorio. Jorge y su familia no podían esperar más. Se embarcaron por el río Paraná con dirección al norte, a la provincia de Entre Ríos. Llegaron al pequeño puerto de Diamante un viernes por la tarde a comienzos de 1890. La fecha exacta se desconoce.
Mientras descendían al muelle, Reinhardt Hetze los saludó con una gran sonrisa. Era un amigo alemán que habían conocido en Rusia y que había llegado a la Argentina después de que los Riffel partieron a Kansas.[12]
Hetze subió a los Riffel a su carro y emprendió el viaje de regreso a su hogar en Barranca Blanca, que distaba unos 16 kilómetros de allí. Mientras viajaban durante esa cálida tarde de verano, Jorge sacó su Biblia y le dio a su amigo un estudio bíblico sobre la doctrina del sábado. Hacía ya tiempo que Reinhardt había escuchado que el sábado era el día santo, pero se había resistido a obedecer. Fue en ese momento que decidió aceptarlo y observó fielmente el día sagrado hasta su muerte ocurrida unos cincuenta años después.
Al llegar, María Gerlach dio a los tres viajeros la bienvenida a su hogar. Al día siguiente Jorge dirigió una Escuela Sabática allí. Uno de los miembros más jóvenes del grupo era Hanna, de 4 años, hija de Hetze, que años después recordó que el tema tratado había sido “Adán y Eva”. Quizás por falta del folleto trimestral Jorge decidió comenzar relatando la Biblia desde el comienzo. (Aunque este humilde hogar ha desaparecido hace mucho, tiempo, el lugar se encuentra cerca de la actual ubicación del Sanatorio Adventista del Plata y de la Universidad Adventista del Plata.)[13]
Contentos con este éxito inicial, los Riffel se dedicaron a evangelizar a la comunidad del área de Crespo donde habían vivido antes de partir a Kansas. Pronto llegaron otras tres familias, y todos se pusieron a cultivar la tierra. Aunque cosechaban maíz y trigo, consideraban que su principal ocupación era la proclamación del mensaje del evangelio.
El grupo de observadores del sábado organizó una villa adventista denominada “La Isla”, que cubría un área entre dos arroyos. Años más tarde Hanna recordaría que había dos hileras de casas separadas por un camino. Fue allí donde el pastor L. C. Chadwick los encontró en su breve visita en julio de 1892.
Las reuniones religiosas se llevaban a cabo en el hogar de los Hetze. Ellos se habían mudado para estar cerca de los otros creyentes. Jorge encontró un buen sitio donde realizar bautismos cerca del hogar de los Schimpf en un arroyo cercano. Había sido autorizado para celebrar este rito antes que llegara un ministro ordenado.
En las décadas que siguieron a la organización de Crespo Campo, los miembros mostraron un interés activo en el crecimiento de la iglesia en toda Sudamérica. Contribuyeron decisivamente al establecimiento del Sanatorio y el Colegio Adventista del Plata en Villa Libertador San Martín. Animaron a sus hijos y sus hijas a ser obreros en la causa. A lo largo de los años, unos 180 llegaron a ser obreros de la iglesia. Muchos trabajaron en otros países de Sudamérica y como obreros en ultramar. Esta es una gran hazaña protagonizada por una pequeña iglesia del pasado.
La familia de Jorge Riffel es un ejemplo notable. Su único hijo, David, se casó con Julia Weiss, hija de otra familia pionera. Este matrimonio tuvo dieciséis hijos, trece varones y tres mujeres, doce de los cuales llegaron a la edad adulta como miembros fieles de la iglesia. Cinco de los hijos, Juan, Jorge, José, Andrés y Benjamín, llegaron a ser ministros prominentes de la iglesia. María, hermana de estos cinco obreros, se casó con Daniel Weiss y sirvieron a la iglesia durante cuarenta años.[14] Muchas de las generaciones posteriores también se unieron a las filas de obreros. Lo mismo ocurrió con otras familias de pioneros.
¡Felicidades compañeros creyentes de la Argentina, en este histórico aniversario! Nos han dejado un buen ejemplo de lealtad y dedicación. Estamos emocionados al saber que muchos de vuestros jóvenes han llegado a ser misioneros. Quiera Dios bendecirlos en su servicio. Esperamos encontrarnos pronto con ustedes, cuando venga Jesús, para llevarnos al hogar.
Sobre el autor: Roberto G. Wearner es pastor jubilado, radicado actualmente en los Estados Unidos de Norteamérica. Hace algo más de dos décadas, trabajó como misionero en el área de la enseñanza en la Unión Austral.
Referencias
[1] Algunos, erróneamente, denominan a esta iglesia como la primera en Sudamérica. Pero este honor le pertenece a la iglesia organizada de Georgetown, Guayana Británica (ahora Guyana) por G. Rupert, en 1887(véase la SDA Encyclopedia, pág. 547).
[2] Carta del 24 de febrero de 1984.
[3] Entrevista del 2 de febrero de 1964 a Hanna Hetze de Bernhardt.
[4] El pastor Westphal relató su historia en The Review and Herald del 30 de octubre de 1894, y en su libro Pioneering in the Neglected Continent, págs. 9-15. Véase también la SDA Encyclopedia, págs. 68, 69.
[5] Entrevista del 2 de febrero de 1964 a Hanna Hetze de Bernhardt, quien tenía unos diez años cuando se construyó la capilla.
[6] The Encyclopedia Británica, págs. 53, 54, 63.
[7] Sandra Van Meter, Marión County Kansas Past and Present. La autora describe el condado donde vivieron los Riffel. Menciona a varias iglesias adventistas y sus dirigentes.
[8] La Revista Adventista, 21 de junio de 1937; Adventist Review, 13 de septiembre de 1984.
[9] Review and Herald, 13 de enero y 17 de noviembre de 1885; 12 de agosto de 1920.
[10] La Revista Adventista, abril de 1966.
[11] The Home Missionary, diciembre de 1895.
[12] Una tradición de la familia sostiene que el encuentro fue fortuito. Un Hetze nostálgico esperaba encontrar amigos entre los recién llegados. Otra tradición dice que había recibido cartas de Riffel y que lo esperaba.
[13] La Revista Adventista, 1 de abril de 1940; entrevista a Hanna Hetze de Bernhardt, 2 de febrero de 1964; carta de Juan Riffel del 8 de abril de 1984.
[14] La Revista Adventista, 21 de junio de 1937; carta de Juan Riffel del 24 de febrero de 1984.