Según Cari Whitaker, famoso terapeuta especialista en temas familiares, un matrimonio saludable es, en verdad, una mezcla de culturas diferentes, aunque la pareja pertenezca al mismo grupo étnico y haya crecido en la misma calle.
Las naciones, tribus, ciudades, aldeas, iglesias y familias han aprendido que la manera como nos relacionamos con nuestras diferencias determina la calidad de vida de la comunidad. Eso es especialmente cierto en la relación conyugal.
Las diferencias personales surgieron con fuerza desde el mismo principio en nuestro matrimonio. Yo (Karen) admiraba la capacidad de Ron para organizar. No siempre me acordaba de su dificultad para comprender la facilidad con que yo perdía cosas como las llaves, los anteojos o hasta el lugar donde había estacionado el auto. También me impresionaba todo lo que ese hombre era capaz de hacer.
Yo (Ron) admiraba el cuidado que Karen dispensaba a su apariencia personal, ¡pero no tenía idea del tiempo que ella invertía cada día para verse tan linda! Apreciaba su creatividad y su constante interés por la información. Lo que no comprendía es que estábamos constantemente comprando más libros de los que podíamos leer y, peor todavía, revisábamos las notas que habíamos hecho pocos minutos antes de comenzar el desarrollo de un tema. Me atraía su desenvoltura, pero no sabía que ella era capaz de llamar a la puerta cerrada de un pasado que yo quería olvidar y que realmente no había hecho planes de abrírsela a nadie.
Podemos admitir de buen grado algunas diferencias. Pero las que hemos mencionado son la punta de un témpano de hielo de diversidades. De acuerdo con un estudio practicado, apenas el cinco por ciento de los matrimonios exhibe diferencias tan notables como las nuestras. Enfrentarlas y trabajar con ellas ha sido nuestro más importante desafío conyugal.
Los orígenes
John Gray, autor del libro Los hombres son de Marte; las mujeres son de Venus, describe acertadamente las diferencias que existen entre hombres y mujeres. Aunque no estemos seguros de que las características que destaca se pueden atribuir al factor sexo, los análisis practicados confirman la idea de que algunas diferencias parecen estar principalmente relacionadas con este aspecto. Un estudio que abarcó a varios grupos culturales reveló que los hombres toman decisiones sobre la base de análisis lógicos; en cambio las mujeres deciden de acuerdo con sus valores íntimos.
Muchas mujeres se preocupan por los efectos que una acción o una decisión puede tener sobre otras personas, mientras que los hombres se concentran en las razones objetivas sobre cuya base se deben tomar esas decisiones. Encuentran satisfacción en un trabajo bien hecho; ellas, en cambio, se sienten satisfechas si lo que hacen satisface las necesidades de la gente que las rodea.
La comprensión de que existen diferencias de tipo sexual en el comportamiento de hombres y mujeres realza la importancia del diálogo entre esposo y esposa.
Pero también hay diferencias de temperamento. Se suele decir que los polos opuestos se atraen. Alguien muy introvertida se puede enamorar de un extrovertido, aunque a éste le intrigue la incómoda pasividad de la otra. Los dos pueden discrepar, por ejemplo, acerca de qué se puede hacer durante la noche. Mientras el introvertido encuentra refugio de un agitado día en la quietud del hogar, el extrovertido puede querer salir a cenar afuera.
Conocer el temperamento del cónyuge con frecuencia puede ayudar a los que difieren en este aspecto a tener una mayor comprensión mutua.
Otro aspecto es el antecedente familiar. Mi padre (el de Karen) era un fantástico cocinero. Muchas veces, mientras mamá se dedicaba a otras tareas, él estaba ocupado en la cocina manipulando los ingredientes de una receta. Yo (Ron) crecí en un hogar donde mamá atendía todas las tareas caseras, incluyendo las comidas, que ella sistemáticamente servía a las 6 de la mañana, a las 12 del medio día y a las 6 de la tarde. Mi padre se sentaba a la mesa a la hora exacta, y esperaba encontrar en ella sus platos favoritos. No es difícil imaginar lo que yo esperaba cuando nos casamos.
En nuestro primer día de hogar, después de la luna de miel, yo (Karen) estaba distraída con algunos proyectos. Cerca de mediodía Ron me recordó que el tiempo estaba pasando. Le agradecí por eso, pero no tenía idea de lo que estaba pasando por su mente. A eso de las 12:30 insistió: “¿No es ya la hora del almuerzo?” Sin imaginarme que eso podría causar algún problema, le respondí que necesitaba terminar lo que estaba haciendo, y que si él tenía apetito había bastante comida en la heladera.
Bien, yo (Ron) sobreviví y aprendí a cocinar, lo que me tomó bastante tiempo y energía. Para hacer frente a las nuevas realidades de una pareja se necesita desarrollar nuevos talentos y habilidades, incorporar nuevos hábitos, rutinas e intereses.
El desafío
Durante el período inicial del casamiento —que David Augsburger en su libro Sustaining Love (Sustentando el amor) dice que es el período de los sueños— la pareja tiende a negar sus diferencias y a intentar ignorarlas. Pero con el transcurso del tiempo esas diferencias comienzan a producir fricciones e irritación. No es raro que uno de los cónyuges trate de cambiar al otro en su esfuerzo por eliminar o reducir la incomodidad. Si no hay una forma de administrar esas diferencias, surgen discordias que pueden llegar a convertirse en conflictos. Entonces, de repente, la pareja se da cuenta de que el sueño le cedió su lugar a la desilusión.
Los conflictos no resueltos generalmente conducen al resentimiento, la amargura y la alienación. A veces uno de los cónyuges capitula frente al otro en aras de la paz. Somete su personalidad y su voluntad a la parte predominante. Muchos sencilla- mente se vuelven indiferentes a su cónyuge y deciden divorciarse. Otros buscan a alguien con quien sueñan ser más compatibles. La verdad es que, en menor o mayor grado, todo matrimonio que se basa en sueños con el tiempo favorece la desilusión. Hay, sin embargo, un camino que pasa por la “desilusión”, pero que conduce al placer del descubrimiento, el crecimiento y la más profunda intimidad conyugal.
La aproximación cristiana
El corazón del problema reside en el hecho de que Cristo ya tuvo que ver con nuestras diferencias. El evangelio se refiere expresamente al abismo que separó a los seres humanos de Dios y a los unos de los otros. En Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo mismo (2 Cor. 5:18). En Gálatas 3:18 y en Efesios 2:13 al 22, Pablo clasifica las diferencias que han dividido a la especie humana a través de los tiempos: religiosas, étnicas, culturales, tribales, nacionales, políticas, sociales y económicas, sin olvidarnos de las diferencias sexuales.
El apóstol podría haber incrementado la lista, incluyendo las diferencias que se manifiestan en el ámbito más íntimo de la familia: salud, hábitos, edad, educación, temperamento, estatura, apariencia, etc. Pero lo importante es que por medio de Cristo Dios reconcilió a toda clase de personas, las unas con las otras.
El argumento de Pablo en Efesios 2:13 al 22 puede ampliarse para abarcar otras diferencias más allá de las que separaban a los judíos de los gentiles, para mencionar todas las divergencias que amenazan todo compañerismo y toda relación íntima. Es bueno notar que la construcción de la unidad es, por sobre todo, obra de Dios. Fuimos unidos a Cristo como consecuencia de un acto divino (1 Cor. 1:30). Fuimos reconciliados con él. La hostilidad que existía murió cuando él murió. Ése es el hecho espiritual objetivo sobre el cual el apóstol podía afirmar que ahora hay “uno” donde antes había “dos”. Ahora hay paz donde antes había hostilidad. En virtud de su cruz, desaparecieron las barreras que separaban a la gente (Gál. 3:28; Efe. 2:16). Pablo avanza inclusive cuando afirma que Cristo es nuestra paz.
Cómo tratar las diferencias
Whitaker describe la manera de administrar las diferencias durante el diario vivir. “La capacidad de tratar las diferencias es un proceso que estabiliza y acentúa mucho la calidad del matrimonio. Cuando las diferencias se consideran como algo inherente o que se debe eliminar, producen separación, provocan reacciones defensivas y causan desavenencias. Pero cuando se las considera oportunidades de crecimiento, se vuelven valiosas. Nuestras diferencias nos ayudan a desarrollarnos personalmente. La capacidad de ensamblarnos realmente, en un proceso bilateral de compenetración mutua, es central para que haya una relación dinámica en vez de estática. Cuando los cónyuges consiguen ser uno, ambos se enriquecen. El camino para llegar al punto de emplear productivamente las diferencias va del conocimiento a la aceptación, al respeto, al contentamiento y, finalmente, a la administración adecuada de las diferencias” (Dancing with the Family: A Symbolic Experiential Approach, [Bailar con la familia: un enfoque simbólico y experimental]), p. 204.
Las diferencias existen. Aunque a muchos de nosotros nos gustaría hacer al resto del mundo a nuestra imagen, el enfoque más natural para lograr relaciones saludables comprenderá la aceptación de las diferencias.
Es importante recordar que las diferencias acerca de las cuales estamos hablando se hallan dentro de una franja normal de una población determinada. Las actitudes y conductas que amenazan la salud y el bienestar de los miembros de la familia, como unidad, se encuentran fuera de esa franja y requieren asistencia especializada.
Derechos que se deben respetar
La comprensión y la aceptación deben producir respeto. Las diferencias proporcionan oportunidades de crecimiento. Con las palabras de Pablo: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:4).
Algunas veces seremos capaces de omitir las diferencias. En otras ocasiones, hablar mucho acerca de nuestras preocupaciones bastará para conseguir los cambios necesarios. Pero habrá momentos cuando los dolores serán profundos, y el único bálsamo para ello será el perdón. Entonces nos podremos alegrar con la buena noticia de que Dios nos perdona más allá de todo cómputo, y el evangelio nos insta a ofrecer el mismo don a nuestro cónyuge.
Perdonar también es doloroso, costoso y difícil. Las cicatrices quedan. Los recuerdos pueden acudir de vez en cuando, hiriéndonos de nuevo, pero con la fuerza del amor de Dios y nuestro compromiso conyugal, podemos seguir avanzando.
La complementación
Los rasgos de la personalidad de un cónyuge frecuentemente complementan los del otro. Es grato verificar que Dios nos conduce juntos por las vías del crecimiento, en el ámbito del matrimonio, y que las características de cada cual son instrumentos provistos por él para implicarnos en una gran obra que debemos hacer en su favor. Nuestro común amor a él nos ayuda a encarar las dificultades de tal manera que produzcan buenos frutos en nuestra relación.
El amor y el valor que él nos concede ajustan los lentes por medio de los cuales nos vemos mutuamente. Cuando nos abrimos a lo que Whitaker denomina “compenetración mutua”, las diferencias pueden ampliar nuestro aprecio por un espectro de trazos e intereses que se extienden más allá de nuestra estrecha esfera. Por medio de una vida de unidad, con la fuerza y el crecimiento que produce el Espíritu Santo, podemos afirmar: “Un día te escogí entre mucha gente. Y lo volvería a hacer hoy”.
Sobre los autores: Directores del Ministerio de la Familia de la Asociación General.