Un marido cristiano debe esperar de su esposa sólo la sumisión a la que refiere la Biblia, que no se impone por la fuerza, sino que es libre y está motivada por el amor.

     Una de las figuras que más usa la Biblia para ilustrar la relación entre Dios y su pueblo es el matrimonio. Las palabras “novio” y “novia” se usan con frecuencia en el Antiguo Testamento. Esos símbolos se encuentran en los libros del profeta Isaías (54:5; 62:4, 5), de Jeremías (2:2; 3:14) y de Ezequiel. En el libro de Oseas hay un relato dramático. Dios rechaza a su esposa, Israel (Ose. 2:2) por causa de su infidelidad, pero está dispuesto a perdonarla y aceptarla otra vez si cambia su conducta. El profeta Jeremías contrasta la desolación y el horror que estaban por sobrevenir a Judá con la alegría de una fiesta de bodas (Jer. 7:34; 16:9; 25:10).

    En los Evangelios, Juan el Bautista es el primero en usar estos símbolos, y compara su alegría por la llegada del Mesías con el regocijo de un novio que se está por casar (Juan 3:29). El mismo Jesús lo hizo en la parábola de las bodas, con el fin de ilustrar la preparación para el encuentro final de Dios con los salvados (Mat. 22:1-14), y la parábola de las diez vírgenes que esperan al novio (Mat. 25:1-13). En el Apocalipsis (21:9, 10), Juan usa las palabras “novia” y “Cordero” para referirse a la unión definitiva de Cristo con su iglesia.

     En la teología de Pablo el tema alcanza profundidad, porque el apóstol entrelaza sabiamente las dos uniones: la humana, con todos sus matices, y el casamiento espiritual. Usa la unión conyugal para realzar la unión de lo temporal con lo eterno.

     Se entiende que la unión conyugal, dentro del plan de Dios, es la experiencia más íntima y profunda que puede existir entre un hombre y una mujer. En ese contexto, los dos se unen de tal manera que se produce una fusión: “Y serán una sola carne” (Gén. 2:24).

    El apóstol emplea ese símbolo para acentuar la profundidad de la relación que el Creador espera que se manifieste en cada familia cristiana. Dios anhela que cada pareja cristiana reproduzca, en su relación conyugal, los rasgos de la unión de Cristo con su iglesia. En la carta de Pablo a los cristianos de Éfeso (5:22, 23) se destacan tres elementos: sumisión, amor y espíritu de sacrificio.

LA SUMISIÓN

     “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos” (vers. 22). Hablar de sumisión femenina en pleno siglo XXI suena como algo pasado de moda, producto del prejuicio y el machismo. Eso se debe a una herencia llena de prejuicios que pasó de Oriente a Occidente. En algunos países aún hoy las mujeres sufren toda clase de discriminaciones. Se les prohíbe salir a la calle, hablar con un hombre o mostrar el rostro. Son víctimas de trabajos forzados, mutilaciones genitales, etc.

     Pero lo que el apóstol quiere decir es exactamente lo opuesto a lo que piensan las feministas y los machistas. En una cultura llena de prejuicios, ofrecía a las mujeres cristianas la oportunidad de recibir un tratamiento digno. Como defensor del evangelio y de la equidad, Pablo desarrolló el concepto de igualdad con respeto y dignidad. Refiriéndose a la igualdad, les había escrito a los gálatas: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gál. 3:28). Aquí está desafiando a los hombres cristianos a poner en práctica esta igualdad.

     En un ambiente desfavorable de insatisfacción e incomodidad femeninas, las declaraciones “estén sujetas a sus propios maridos”, “el marido es cabeza de la mujer” “estén en todo sometidas a sus maridos” y “la esposa respete a su marido” hablan en un tono más alto que los términos comparativos que usa el apóstol después de cada una de esas expresiones que aparentemente se referirían a la inferioridad de la mujer.

     Para cada expresión dirigida a las mujeres usa otra de carácter comparativo. Las expresiones “como al Señor”, “como también Cristo es cabeza de la iglesia”, “así como la iglesia está sujeta a Cristo” y “ame a su propia esposa como a sí mismo” indican que no hay parcialidad. Hay, eso sí, una doble pista por la cual el marido y la mujer deben llegar al mismo lugar.

     Un esposo cristiano sólo debe esperar de su esposa la sumisión bíblica: “Como al Señor” No debe ser una sumisión impuesta por la fuerza, sino libre y motivada por el amor. Jamás debe estar cargada de rebeldía, como si fuera una pesada obligación, sino llena de gratitud.

     Así como el Hijo está sometido al Padre en la obra de la salvación, el creyente debe servir a Jesús libremente, y motivado por el amor y la gratitud. Lo mismo debe suceder en la relación conyugal. La sumisión femenina debe estar motivada por la gratitud y por el respeto. No de- be haber el menor vestigio de inferioridad.

El AMOR

     La sentencia “maridos, amad a vuestras mujeres” (vers. 25) también suena rara en los oídos masculinos. No se le dice lo mismo a las mujeres, del mismo modo que no se sugiere que los esposos estén sometidos a sus esposas. ¿Será el amor sólo un sentimiento masculino? ¿Sólo los hombres deben manifestar amor a las mujeres? ¿No les gustaría a los hombres que sus mujeres los amaran también?

     De nuevo tenemos el problema del contexto cultural en que Pablo vivía. En muchas culturas se considera que los afectos y los buenos sentimientos son muestras de debilidad. A los hombres se les enseña que no deben llorar. La cultura machista ha vuelto al hombre cada vez más insensible a las necesidades emocionales de la esposa y los hijos.

     El apóstol Pablo estaba tratando de lograr que los hombres comprendieran y retribuyesen el afecto que recibían naturalmente de sus esposas, porque la naturaleza de todos es igual, aunque sus necesidades sean distintas. Algunos hombres no saben decir palabras cariñosas a sus esposas, porque nunca vieron ni oyeron que sus padres les manifestaran afecto a sus madres. Algunos, incluso, es posible que no hayan recibido ellos mismos palabras de afecto de sus padres cuando eran niños. ¿Cómo podrían expresar lo que nunca oyeron ni sintieron? Muchos hombres han crecido insensibles a todo lo que se parezca a una intimidad con profundidad emocional. El hombre del siglo XXI necesita aprender a expresar verbalmente sus afectos. Eso no afectará en nada su masculinidad.

     El apóstol introduce otra vez las comparaciones. El esposo cristiano debe amar a su esposa en toda circunstancia. No como obligación, sino mirando al Modelo: Cristo Jesús. Debería amar a su esposa “así como Cristo amó a la iglesia” (vers. 25). Se trata de un amor compartido. Quien da también recibe y, cuanto más da, más debe recibir.

ESPÍRITU DE SACRIFICIO

     Jesús se entregó a la iglesia al punto de dar su vida por ella. Y se sacrificó para santificarla y purificarla. Lo hizo también para presentar “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (vers. 27). “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (vers. 28).

    Así como el Señor Jesús “sustenta y cuida” (vers. 29) a la iglesia, el marido debe estar dispuesto a sacrificarse por su esposa. Por supuesto, esta actitud no se espera del marido incrédulo, pero sí de un marido cristiano. Toda hostilidad que haga sufrir a la esposa está fuera del plan de Dios. Se desafía a la pareja cristiana a mantener una relación motivada por la excelencia del amor y el sacrificio.

     Se desafía a los maridos a seguir el ejemplo de Jesucristo como cabeza de la iglesia visible e invisible. No una cabeza con una mente enferma e insensible, sino una mente sana, que se preocupa no sólo por las necesidades del cuerpo, sino también por el bienestar del ser entero.

IGUALDAD Y RESPETO

     Cuando el esposo cristiano manifiesta una actitud dominante con respecto a su esposa, debe mirar al Modelo divino, pedir perdón por sus actitudes y preguntarse: ¿Debo exigirle a mi esposa una sumisión ciega? ¿Estaría yo dispuesto a sacrificarme por ella como lo hizo el Señor Jesús por la iglesia?

     En 1 Corintios 7:3 al 5, Pablo desarrolla la idea de una sumisión mutua del marido y su mujer: “El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido dominio sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento”.

     En estos versículos, el concepto de igualdad y respeto que trajo al mundo el evangelio de Jesucristo demuestra que cualquier unión matrimonial basada en una relación de superioridad e inferioridad, o de dominio y sujeción, está muy lejos del ideal divino. La sumisión femenina, de acuerdo con el modelo paulino, es una actitud de sumisión mutua. Es la reacción a la expresión del amor del esposo. La iglesia está sometida a Cristo como respuesta a su amor y su sacrificio. Mientras vivamos en un mundo de pecado no hay otro camino para lograr la armonía en el hogar: cada uno debe someterse al otro en amor.

Sobre el autor: Pastor, director de distrito en la Asociación de Río de Janeiro, Brasil.