El término depresión, que puede ser utilizado, a veces erróneamente, para designar tristeza común, síndrome, síntoma, enfermedad o un conjunto de estos elementos, está cada vez más presente en la sociedad contemporánea, retratado en la literatura como fenómeno complejo, con orígenes biológicos, psíquicos y sociales. Sin embargo, ¿cuáles son los mecanismos generadores de tensión y de estrés que pueden funcionar como gatillos, disparadores, para esa enfermedad?

    Según Bronfenbrenner y Morris (Handbook of Child Psychology, 1998), los cuatro elementos involucrados en esa dinámica son: la persona, el contexto, el tiempo y el proceso. Eso indica que la depresión, como experiencia humana, puede trascender el nivel exclusivamente biológico de análisis.

    De esa manera, entre las características deseables en las relaciones humanas para minimizar la posibilidad de desarrollar la enfermedad, se encuentran:

    1. El compromiso conjunto de las personas en actividades que le sean significativas.

    2. Actividades regulares y con personas que el individuo siente que lo quieren bien, no siendo suficiente una mera repetición mecánica o fríamente profesional.

    3. Diálogo bidireccional. Esto es, las personas necesitan tener oportunidad de sentirse seguras y a voluntad, para expresarse sin el temor constante de ser condenadas y rechazadas.

    4. Relaciones afectivas positivas, genuinas y de confianza mutua.

    5. Equilibrio de poder entre las personas, ya sea entre padres e hijos o líderes y liderados; minimizando la sensación de inseguridad en las relaciones jerárquicas institucionales o familiares.

    Las experiencias inmediatas o indirectas de la persona forman parte de un sistema social en estratos interrelacionados. Además de esto, el sistema estructural más amplio de la sociedad, como creencias, valores y cultura, también está inevitablemente comprometido, de forma directa o indirecta, con la calidad de vida individual o del grupo en el que se encuentran.

    Por ese motivo, estudios han revelado que la religión y la familia, como contextos de desarrollo, pueden funcionar de forma ambivalente. Esto significa que pueden ser buenos o malos para la salud mental de la persona, dependiendo de cómo son utilizadas y percibidas por el individuo. Por ejemplo, familia e iglesia funcionan como plataforma psicológica, de modo que atienda diferentes necesidades de los seres humanos, proporcionando significado a la vida, sentido de pertenencia y seguridad.

    Además de esto, sirven como soporte en momentos de crisis, favoreciendo estrategias para afrontar diferentes tensiones en diversas situaciones de la existencia.

    En contrapartida, ambos contextos pueden promover situaciones percibidas e identificadas como estructuras que ofrecen soporte y acogimiento insuficientes, reduciendo el espacio libre necesario para la salud de la persona y del grupo; o frustrando sus expectativas de aceptación y de valorización en la familia y en la iglesia.

    Estas actitudes pueden contribuir a generar, agravar o prevenir situaciones estresantes, que hacen posible activar alguno de los diversos “gatillos” de la depresión, incluso entre dirigentes, o en la iglesia y la familia. La concientización respecto de todo esto nos alerta, como ministros del Señor, en relación con la responsabilidad de construir relaciones más respetuosas, singulares, saludables y placenteras en el ejercicio del ministerio pastoral, por la gracia de Dios.

Sobre el autor: Doctor en Psicología, profesor del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, campus Cachoeira, Bahía, Rep. del Brasil.