Consejos para preservar la salud de la relación conyugal

Era joven, ingenuo e inexperto. Me había casado hacía poco más de tres años y ahora era el flamante padre de nuestro primer hijo. Mi esposa, Dora, también era una joven que estaba cumpliendo su sueño de ser madre. Yo me dedicaba por completo al pastorado, cuidando de mis iglesias y sirviendo a Dios a tiempo completo. En ese momento, mi entendimiento era que, si me entregaba por completo al servicio del Señor, él cuidaría de mi familia.

 Mi rutina habitual consistía en sábados llenos de actividades, visitación, dar clases bíblicas, realizar series de evangelismo y dedicarme a otras diversas actividades pastorales. De repente, ocurrieron cambios dramáticos en la vida de mi esposa. En pocos meses su peso bajó de 60 a 38 kilos. Empezó a estar muy retraída y quieta. Lloraba todo el tiempo, y se volvió incapaz de cuidar de nuestro hijo y de la casa. Literalmente vi que se estaba muriendo. Fue un shock para mí. Inmediatamente me di cuenta de que, en gran parte, yo tenía la culpa. La situación me sirvió como una alerta para despertar.

 Considerando esta experiencia angustiosa de dos décadas atrás, puedo ver claramente la mano conductora de Dios en nuestra historia. Él quería darnos una vida familiar plena y feliz a fin de poder ayudar a otros matrimonios. Sin embargo, mi obstinación por la perfección en el desempeño pastoral a menudo frustraba lo que Dios quería hacer a través de nosotros. A continuación, comparto cinco lecciones que aprendí.

Prioridades correctas

 ¿Alguna vez te has sentido en medio de un fuego cruzado de expectativas en conflicto? Dios te llamó a ser pastor. Pero al mismo tiempo, también te dio una familia y te hizo el guardián de su bienestar físico, emocional y espiritual. Ciertamente, todos hemos tenido momentos en que sentimos que estos dones del Señor se oponían entre sí. Dar prioridad a uno de ellos puede hacernos pensar que estamos descuidando al otro.

 La verdad es que Dios no juega con nosotros.[1] Él nunca nos daría un regalo para que sea destruido por otro que también vino de él. Si hay algún conflicto entre las dádivas que el Señor nos da, es porque no estamos entendiendo su plan.

 Después de que pasamos por la crisis al principio del ministerio, tomamos una decisión importante. La familia debe estar en primer plano y la iglesia, en el segundo. Elena de White escribió de un modo bastante enfático: “Una familia bien ordenada y disciplinada influye más en favor del cristianismo que todos los sermones que se puedan predicar. […] La mayor evidencia del poder del cristianismo que se pueda presentar al mundo es una familia bien ordenada y disciplinada. Esta recomendará la verdad como ninguna otra cosa puede hacerlo, porque es un testimonio viviente del poder práctico que ejerce el cristianismo sobre el corazón”.[2]

 Es cierto que, a veces, tomar esa decisión nos dificulta la vida. En varias ocasiones he tenido que decir “no” a ciertas exigencias en mi ministerio. Sin embargo, estoy agradecido por los líderes, que siempre han entendido mis intenciones, y por Dios, que nunca ha dejado de abrirme nuevas puertas.

Tiempo para la familia

 Recuerdo que un domingo, mientras desayunábamos, sonó mi teléfono celular. El primer instinto fue responder al llamado, pero luego recordé la decisión de poner a la familia en primer lugar. Seguí comiendo con mi esposa y mi hijo. No puedo olvidar la expresión de sorpresa en la cara de mi hijo.

  -Papá, tu teléfono está sonando -dijo–

. ¿No vas a contestar?

 -Estoy desayunando con las personas más importantes del mundo -le respondí-.

¿Qué puede ser más importante que eso?

 No soy orgulloso, pero aquel día sentí orgullo. Ese fue el comienzo de una nueva etapa para mí. Con el paso del tiempo, los miembros de mis iglesias se dieron cuenta de que no era necesario preocupar al pastor todo el tiempo por problemas sin importancia. Comenzaron a respetar y valorar mi tiempo con la familia. Por otro lado, también he desarrollado el entendimiento de que, si algún miembro de iglesia me llama o viene a mí en mi día de descanso o tarde en la noche, el asunto debe ser de gran importancia, y yo debo atender rápidamente.

 Así como estamos atentos a la agenda de compromisos pastorales y al calendario eclesiástico, también debemos prestar atención al tiempo que pasamos en familia. También debemos reservar tiempo sin los hijos para alimentar el matrimonio. Kyle Benson, del Instituto Gottman, fundado por el renombrado consejero matrimonial John Gottman, señaló que una de las diferencias significativas entre la alta y la baja calidad en los matrimonios son las seis horas semanales que las parejas pasan juntas en pequeñas fracciones cada día.[3]

Ayuda profesional

 Durante mis sesiones de consejería, a menudo he escuchado de los pastores: “Por favor, no preguntes mi nombre, porque si saben que tengo problemas, puedo perder mi trabajo. ¿Puedes escuchar mi historia y ayudarme?”

 Es peligroso y agotador quedarse atrapado en ese tipo de situaciones. Si vives bajo la presión de hacerlo todo de forma perfecta, ser un líder invulnerable, que nunca se enferma, no queda exhausto, no se agota, que está siempre lleno de nuevas ideas, siempre en la cima, te estás condenando a la hipocresía. ¿Y si las cosas no salen bien? ¿Qué pasa si la esposa comienza a quejarse de algún conflicto no resuelto que han estado escondiendo bajo la alfombra? ¿Y si el hijo adolescente empieza a usar drogas? ¿Qué pasa si la hija está saliendo con una persona no cristiana? ¿Y si te sientes vacío y sin ánimo para preparar sermones?

 Tus administradores ¿reconocerán tus problemas y te permitirán buscar ayuda profesional? ¿Estarán dispuestos los líderes de tu región a apoyarte? En algunos lugares, sí, pero en otros este es un asunto que se evita.

 Obtener el apoyo de la administración y de la iglesia es solo una parte del problema. La otra cara de la moneda es que el pastor debe buscar ayuda profesional sin sentirse obstaculizado, avergonzado o discriminado. Un problema personal en el matrimonio, la familia o la salud nunca es un problema aislado. Estos problemas suelen estar relacionados con luchas espirituales y/o miedos existenciales. ¿Seguirá la iglesia empleándome si tengo problemas? En mi familia hemos tenido un largo viaje hasta la recuperación total.

 Pero a través de este proceso, aprendimos mucho más acerca de Dios y de nosotros mismos. Un aprendizaje que ninguna institución teológica podría habernos enseñado. Al buscar ayuda profesional, me di cuenta de cuántas posibilidades están disponibles para las personas que las necesitan. He tenido acceso a nuevas herramientas que puedo usar en mi ministerio, además de lo que he aprendido sobre el asesoramiento pastoral.

Grupo de apoyo

 Es muy difícil llevar la capa de un superhéroe espiritual. A menudo nos encontramos en medio de expectativas poco realistas. Lideramos personas como líderes fuertes y equilibrados. La cuestión empeora porque no queremos admitir cuando no lo logramos. He experimentado cuán peligroso puede ser esto para expresar nuestros temores y miedos, para abrir áreas de nuestras vidas que pueden volverse en contra de nosotros en la evaluación ministerial.

 Recuerdo la gran decepción que tuve cuando fui evaluado para la ordenación. El presidente de la Asociación se esforzó por sacar a la luz particularidades de mis luchas internas, que había compartido con un miembro de la iglesia de quien pensaba que era un amigo confidencial. ¿Hay algún lugar seguro donde los pastores puedan abrirse? Tengo que admitir que no es fácil de encontrar. Pero si no tienes ese paraíso, tienes muchas posibilidades de sufrir depresión.

 Hice una encuesta a pastores sobre lo que hacían después de un sábado lleno de actividades. Seis de cada diez pastores no querían ver ni hablar con nadie. Todo lo que querían hacer era sentarse y ver algún programa en la televisión. Esa era la manera que encontraban para lidiar con sus sentimientos y emociones, porque no tenían la seguridad de abrirse con nadie sobre sus preocupaciones.

 Entonces, ¿cuál es la solución? Bueno, para mí, ha sido salir con otros dos colegas de ministerio a caminar, practicar algún deporte, y reunirnos de vez en cuando durante el año para hablar hasta tarde. Esto requiere planificación y disposición, pero el esfuerzo vale la pena. Al convertirme en una persona más tranquila y equilibrada, también me convierto en un mejor esposo, padre y pastor.

Proteger el matrimonio

 Como pastores, ocupamos cargos quepueden despertar pensamientos, emocionese incluso deseos sexuales en nuestrosmiembros, sin ninguna intención deliberadade nuestra parte.[4] Estos pensamientosestán a menudo vinculados con la influenciay la consideración que se le da a nuestroestatus, así como a la atención, amabilidad einterés que brindamos a la gente como partecaracterística de nuestro trabajo.

 Puede fácilmente suceder que después de una hora de conversación pastoral, alguien haya recibido más atención de nuestra parte que de sus padres o de su cónyuge. Como terapeuta, los casos más traumáticos que he visto en las sesiones de consejería son aquellos en los que el pastor está involucrado en infidelidad matrimonial. Para evitar que esto suceda, se deben establecer reglas para proteger los límites del matrimonio.

 Siempre llevo a mi esposa a las conferencias y seminarios que presento, aunque tenga que pagar sus gastos. Cuando estoy en la oficina, si tengo que ver a una mujer que viene sola para recibir consejería o terapia, pido a mi esposa o a mi secretaria que haga algo en la habitación de al lado y dejo la puerta entreabierta.

 También me cuido de no viajar solo en mi auto con una mujer. Mientras que el libro de Proverbios habla de los peligros externos de las tentaciones carnales, el apóstol Pablo advirtió ampliamente acerca de nuestras debilidades internas. “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco” (Rom. 7:15, NVI). Dado que el peligro es real, las medidas de protección también deben ser reales.

 ¿Es posible, como pastor, disfrutar de un matrimonio feliz y satisfactorio? Realmente creo que sí. A través de la atención intencional y continua y de decisiones firmes, el matrimonio puede convertirse en la fuente más poderosa de fortaleza.[5]

 Dios nos ha dado dos grandes regalos: la familia y el ministerio. He aprendido (desafortunadamente), de la manera más difícil, que estas dádivas divinas siempre pueden mejorar, en lugar de destruirse mutuamente.

Sobre el autor: Ph.D., es pastor, terapeuta y director del Ministerio de Hogar y Familia de la Unión Húngara en Pecel, Hungría.


Referencias

[1] Gábor Mihalec y Róbert Csizmadoa, No More Games: How to Build a Faithful and Satisfying Relationship (Grantham, UK: Autumn House, 2018).

[2] Elena de White, El hogar cristiano (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 25.

[3] Kyle Benson, “6 Hours a Week to a Better Relationship”, The Gottman Institute, 9 de diciembre de 2016, gottman.com/ blog/6-hours-a-week-to-a-better-relationship/.

[4] “Ethics and Sex” en Seventh-day Adventist Minister’s Handbook (Silver Spring, MD: General Conference Ministerial Association, 1997), pp. 50, 51; John A. Trusty, Why Some Pastors Cheat… And What Can Be Done to Help Them to Be True (Gaithersburg, MD: Signature Books, 2010).

[5] Gábor Mihalec, I Do: How to Build a Great Marriage (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 2014).