No existe mayor privilegio que trabajar para Dios.

Cuando todavía somos jóvenes, acostumbramos pensar que todas las cosas en la vida son más sencillas de lo que parecen. Por otro lado, con el pasar del tiempo, nos enfrentamos con la realidad y nos sorprendemos.

A los dieciséis años, imaginaba que sería una buena médica y que me dedicaría por mucho tiempo a mi profesión. No obstante, cuando comencé mi noviazgo con un estudiante del segundo año del seminario de Teología, ocurrió un gran cambio en mis planes. Era mi primer novio, pero me tomaba todo muy en serio. Comencé a pensar en cómo armonizaría mi profesión con el trabajo pastoral. Pensé en interminables turnos de guardia en los hospitales y concluí que nuestros planes no se concretarían.

Luego de mucha oración, opté por la odontología. Podría tratar a las personas, no habría guardias, estaría en condiciones de dedicarme al ministerio, lado a lado con mi futuro esposo, y todavía me quedaría tiempo suficiente para dedicarle a mi familia. Todo parecía perfecto. Rendí el examen de ingreso a la universidad, pidiéndole a Dios que no me permitiera aprobar, en el caso de que no fuera su voluntad. Fui aprobada y comencé el curso, como una alumna más del grupo, con 17 años recién cumplidos.

Luego de cuatro años de noviazgo y cuatro de facultad, en solo una semana, nos casamos y me gradué. A pesar de todo, desde el comienzo de nuestra vida de casados y de trabajo pastoral, percibí que las cosas no serían fáciles para mí como dentista. Tener un consultorio odontológico era algo muy caro, y transportar los equipamientos de un lugar a otro era prácticamente imposible. Por eso, necesitaba conseguir trabajo en obras sociales o clínicas de las ciudades donde vivíamos, lo que siempre era un desafío muy grande. Muchas veces, luego de conseguir el trabajo, en poco tiempo necesitaba pedir licencia, por causa de algún llamado o transferencia.

En cualquier área de la vida profesional, nunca es fácil comenzar. Pero pasar la vida comenzando puede ser desgastador. He vivido esa experiencia durante casi tres décadas.

Algunos colegas de ministerio acostumbraban a bromear con mi esposo, diciendo que debía estar muy tranquilo financieramente; a fin de cuentas, estaba casado con una dentista. No le creían cuando les decía que también teníamos apuros económicos. Enfrentábamos dificultades financieras. Mi esposo sugería que cambiara de profesión y comenzara a dar clases. Años atrás, quien tuviera formación superior en el área de la salud podía dar clases de ciencias o biología. Por otro lado, la idea no me entusiasmaba. No me sentía capacitada para ser profesora.

Pasaron muchos años. Hace 27 que me gradué y, ahora, además de todas esas dificultades, enfrento el prejuicio de ser considerada una “dentista desactualizada”. Pero los problemas y el pasar del tiempo me hicieron entender algunas cosas muy importantes. Entre ellas, cito las siguientes:

Dios no planeaba que fuera profesional de la salud. Como me gustaba esa área, solo me permitió trabajar en ella, aun de forma esporádica.

El Señor siempre suplió nuestras necesidades. Dios siempre es fiel en el cumplimiento de sus promesas. Los medios utilizados por él fueron los más diversos, pero el Señor siempre proveía un medio para que tuviéramos todo lo que era necesario.

Ser esposa de pastor fue lo que Dios planeó para mí. Tal vez, haya demorado un poco para entender el verdadero plan que Dios tenía para mi vida. Pero, qué alegría indecible experimenté cuando llegué a esa conclusión. Créelo, ¡eso fue muy importante para mí! Mi Dios no le hizo un llamado solamente a mi esposo. Yo también fui llamada al ministerio pastoral a su lado. ¡Fui escogida por el Señor como su ayudadora!

No sé si ejerces alguna profesión ni si se adapta al trabajo pastoral. No sé nada acerca de tus entradas, ni si tus sueños profesionales se cumplieron. Pero sé lo que aprendí por experiencia propia: no existe mayor privilegio que trabajar para Dios. Durante los años, he experimentado esa alegría junto a mi esposo. Muchas veces, participar del trabajo pastoral me ha hecho sentir que soy “pastora” voluntaria. Y ver los frutos de ese trabajo en sociedad hace que todo haya valido la pena. Estoy inmensamente agradecida a Dios por el privilegio de trabajar en su causa.

Sobre la autora: Esposa de pastor en la Asociación Central del Amazonas.