Pregunta 44 (continuación)

Siglo XVI

MARTIN LUTERO (1483-1546), alemán, reformador y traductor de la Biblia.

La causa inmediata de la posición de Lu- tero sobre el sueño del alma fue el asunto del purgatorio, con su postulado del suplicio consciente de las almas atormentadas. Aunque Lutero no es siempre consecuente, la nota dominante que corre a través de todos sus escritos es que las almas duermen en paz, sin conciencia o dolor. Los muertos cristianos no son conscientes de nada: no ven, no sienten, no comprenden, y no están al tanto de los sucesos. Lutero sostenía y afirmó periódicamente que, en el sueño de la muerte, como en el sueño físico normal, hay total inconsciencia y desentendimiento de la condición de la muerte o del paso del tiempo. [1] La muerte es un sueño profundo, completo y dulce. [2] Y los muertos permanecerán dormidos hasta el día de la resurrección [3], la cual abarca tanto el cuerpo como el alma, cuando ambas se reunirán. [4]

He aquí algunas de las declaraciones de Lutero:

“Salomón juzga que los muertos duermen, y no sienten nada. Porque los muertos yacen allí sin llevar cuenta de días ni de años, pero cuando son despertados, les parecerá haber dormido apenas un minuto” (Traducción inglesa de 1573, An Exposition of Solomon’s Booke, Called Ecclesiastes or the Preacher, 1573, folio 151v).

“Pero nosotros los cristianos, que hemos sido redimidos de todo mediante la preciosa sangre del Hijo de Dios, deberíamos ejercer nuestra fe y acostumbrarnos a despreciar la muerte y a considerarla como un sueño profundo, completo y dulce; a considerar el ataúd como no otra cosa que el seno de nuestro Señor Jesús o el paraíso, la tumba como no otra cosa que un blando lecho de reposo. Porque ciertamente para Dios es verdaderamente así; pues él testifica, Juan 11:11: Nuestro amigo Lázaro duerme; Mateo 9:24: La niña no está muerta, sino duerme. Así también San Pablo, en 1 Corintios 15, quita de la vista todos los aspectos odiosos de la muerte en relación con nuestro cuerpo mortal y no saca a luz sino los aspectos encantadores y gozosos de la vida prometida. Allí dice [vers. 42 en adelante]: Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra (es decir, un cuerpo odioso, vergonzoso), resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual” (“Christian Song Latin and German, for Use at Funerals”, 1542, en Works of Luther, 1932, tomo 6, págs. 287, 288).

“Así después de la muerte el alma va a su alcoba y a su descanso, y mientras está durmiendo no se da cuenta de su sueño, y Dios preserva por cierto al alma que habrá de ser despertada. Dios puede despertar a Elias, Moisés y otros, y controlarlos de tal manera que ellos viven. Pero ¿cómo puede ser eso? No lo sabemos; nos conformamos con el ejemplo del sueño corporal, y con lo que Dios dice: es un sueño, un descanso, un estado de paz. Aquel que duerme no sabe naturalmente nada de lo que ocurre en la casa de su vecino; y sin embargo, todavía está viviendo, aun cuando, contrariamente a la naturaleza de la vida, es inconsciente en su sueño. Exactamente lo mismo ocurrirá en aquella vida, pero en otra y mejor forma”. [5] (“Auslegung des ersten Buches Mose”, en Schriften, tomo 1, cols. 1759, 1760).

He aquí otra declaración:

“Debiéramos aprender a considerar nuestra muerte en la forma debida, para que no necesitemos alarmarnos por ella, como los incrédulos; porque en Cristo no hay ciertamente muerte, sino un hermoso, dulce y breve sueño, que nos libra de este valle de lágrimas, del pecado y del temor y la inevitabilidad de la verdadera muerte y de todas las desgracias de esta vida, y estaremos seguros y despreocupados, descansaremos dulce y suavemente por un breve momento, como sobre un sofá, hasta el momento cuando él nos llame y nos despierte juntamente con todos sus queridos hijos para su eterna gloria y gozo. Porque puesto que lo llamamos un sueño, sabemos que no permaneceremos en él, sino que seremos nuevamente despertados y viviremos, y que el tiempo durante el cual dormimos, no parecerá más largo que si acabásemos de quedar dormidos. Por eso, nos censuraremos a nosotros mismos de haber sido sorprendidos o alarmados por tal sueño en la hora de la muerte, y repentinamente vueltos a la vida desde la tumba y la corrupción, y completamente sanos, frescos, con una vida pura, clara y glorificada, para encontrar a nuestro Señor y Salvador Jesucristo en las nubes…

“La Escritura por todas partes ofrece tal consolación, al hablar de la muerte de los santos, como si se hubieran dormido y hubiesen sido reunidos con sus padres, es decir, hubiesen vencido la muerte mediante esta fe y consuelo en Cristo, y esperado la resurrección, juntamente con los santos que los precedieron en la muerte” (A Compend of Luther’s Theology, redactado por Hugh Thomson Ker, hijo, pág. 242).

GUILLERMO TYNDALE (1484- 1536), inglés, traductor de la Biblia y mártir.

En Gran Bretaña Guillermo Tyndale, traductor de la Biblia al inglés, acudió en defensa de la rediviva enseñanza de la inmortalidad condicional. Esta, tanto como otras enseñanzas, lo llevó a estar en conflicto directo con el campeón papal, Sir Tomás Moro, inglés como él. En 1529 Moro había expresado su total desacuerdo con la “secta pestilencial” representada por Tyndale y Lutero, porque sostenían que “todas las almas mueren y duermen hasta el día del juicio”. En 1530 Tyndale respondía vigorosamente declarando:

“Y vosotros al ponerlas [las almas fallecidas] en el cielo, el infierno o el purgatorio, destruís los argumentos con los cuales Cristo y Pablo prueban la resurrección… Y nuevamente, si las almas están en el cielo, decidme, ¿por qué no están en una situación tan buena como los ángeles? Y entonces ¿qué necesidad hay de la resurrección?” (Guillermo Tyndale, An Answer to Sir Thomas More’s Dialogue, reimpresión de Parker de 1850, tomo 4, cap. 4, págs. 180, 181).

Tyndale fue al meollo del problema al señalar que el papado había acudido a las enseñanzas de “filósofos paganos” para tratar de establecer su doctrina de la inmortalidad inherente.

“La verdadera fe presenta la resurrección, que se nos amonesta a procurar a cada momento. Los filósofos paganos, negándola, sostienen que las almas viven para siempre. Y el papa combina la doctrina espiritual de Cristo con la doctrina camal de los filósofos; cosas tan contrarias que no pueden concordar más de lo que el Espíritu y la carne lo hacen en el cristiano. Y puesto que el papa de mente carnal consiente a una doctrina pagana, corrompe la Escritura para establecerla” (Id., pág. 180).

En otra sección del mismo tratado, al referirse a la “invocación de los santos”, Tyndale usa el mismo razonamiento, señalando que la doctrina de que los santos fallecidos están en el cielo no había sido introducida en los días de Cristo:

“Y cuando él [Moro] prueba que los santos ya están en el cielo en gloria con Cristo, diciendo ‘Si Dios es su Dios, están en el cielo, porque no es Dios de muertos’, allí anula el argumento de Cristo con el cual prueba la resurrección: que Abrahán y todos los santos resucitarán nuevamente, y no que sus almas estaban en el cielo; cuya doctrina todavía no estaba en el mundo. Y con esa doctrina elimina completamente la resurrección, y deja sin efecto el argumento de Cristo” (Id., pág. 118).

Tyndale refuerza aún más sus argumentos mostrando el conflicto de la enseñanza papal con San Pablo, al decir en forma ligeramente sarcástica:

“‘No, Pablo, estás equivocado; ve al Maestro Moro, y aprende una nueva forma. No somos los más miserables, aunque no resucitemos; porque nuestras almas van al cielo tan pronto como morimos y allí están en un gozo tan grande como Cristo que resucitó’. Y me maravillo que Pablo no haya consolado a los tesalonicenses con esa doctrina, si la hubiese sabido, de que las almas de sus muertos estaban en la gloria, como lo hizo con la resurrección, de que sus muertos resucitarían. Si las almas están en el cielo, en una gloria tan grande como la de los ángeles, según tu doctrina, muéstrame qué necesidad hay de la resurrección” (Ibid.).

JUAN FRITE (1503-1533), asociada de Tyndale y su compañero en el martirio.

A Disputacyon of Purgatorio… divided into three Bokes, h. 1530 An Answer to John Fisher, Bishop of Rochester

“No obstante, concedámosle que algunos ya están en el infierno y algunos en el Cielo, cosa que nunca podrá probar por las Escrituras, y que además destruye sencillamente la resurrección, y anula los argumentos por los cuales Cristo y Pablo prueban que resucitaremos… y tocante a este punto, es decir, donde descansan, me atrevo a decir que están en la mano de Dios”.

GEORGE WISHART (1500-1546), erudito en griego, amigo de Latimer, maestro de John Knox y mártir.

Wishart fue acusado de atacar la confesión auricular, la transustanciación, la extremaunción, el agua santa, la invocación de los santos (que no podían oír las súplicas que les dirigían, de todas maneras) y el purgatorio. El cargo XVI era por promulgar la doctrina del sueño del alma.

“Cargo XVI. Tú, falso hereje, has predicado abiertamente diciendo que el alma del hombre dormirá hasta el último día del juicio y no obtendrá la vida inmortal hasta ese día” (Blackburne, Historical View, pág. 21).

“BAUTISTAS GENERALES”

En su obra Institutos of Ecclesiastical History, el canciller de la Universidad de Gotinga, Johann L. von Mosheim, refiere que los “bautistas generales” estaban esparcidos en gran número por muchas de las provincias de Inglaterra (traducción de Murdock, tomo IV, siglo XVI, sección III, parte 2, cap. III, párr. 23). Uno de sus artículos de fe sostenía que “el alma, entre la muerte y la resurrección en el último día, no tiene ni placer ni dolor, sino que está en un estado de insensibilidad” (Ibid.).

Por otra parte, Calvino, profundamente disgustado por la difusión de esta enseñanza en diferentes tierras, en 1534 escribió un tratado belicoso, Psyjopannyjia (sueño del alma), para refutar la enseñanza de que el “alma muere o duerme”, y afirmó que ese concepto había “atraído ya a miles” que lo habían aceptado.

El Dr. Joseph Priestley, después de observar que muchos de los primeros reformadores sostenían el “sueño del alma”, declaró:

“Si no hubiese sido por la autoridad de Calvino, que escribió expresamente en contra [del sueño del alma], la doctrina de un estado consciente intermedio, con toda probabilidad se habría desplomado como la doctrina del mismo purgatorio” (Corrupciones del Cristianismo, en Obras, 1818, tomo 5, pág. 229). (Continuará.) [i]


Referencias

[1] Véase “Auslegung des ersten Buches Mose” (1544), en Schriften, tomo 1, col. 1756; “Kirchen- Postille” (1528), en Schriften, tomo 11, col. 1143; Schriften, tomo 2, col. 1069; Deutsche Schriften (Erlangen ed.), tomo 11, pág. 142 y sigs.; tomo 41 (1525), pág. 373.

[2] “Catechetische Schriften” (1542), en Schriften, tomo 11, págs. 287, 288.

[3] “Auslegungen über die Psalmen [3]” en 1533, en Schriften, tomo 4, págs. 323, 324.

[4] “Am Zweiten Sonntage nach Trinltatis”, “Haus-Postille”, en Schriften, tomo 13, col. 2153; “Predigtüber 1 Cor. 15: (54-57)”, “Auslegung des Neuen Testament”, en Schriften, tomo 8, col. 1340.

[5] En su tesis magistral (1946) “A Study of Martin Luther’s Teaching Concerning the State of the Dead”, T. N. Ketola, tabulando las referencias a la muerte como un sueño, que se hallan en Sammtliche Schriften de Lutero, enumera 125 referencias específicas de Lutero a la muerte como un sueño. Ketola cita otro grupo menor de referencias que muestran que Lutero creía que por momentos algunos muertos estaban conscientes. Pero el argumento principal es que, aunque los muertos viven, son inconscientes, lo cual se afirma unas siete veces.


[i] Dejo las notas de pie de la primera parte de este artículo, del número 4 de 1976.

(1) Nótense, sin embargo, estas excepciones: Los valdenses piamonteses del siglo XII, en su catecismo para instruir a sus jóvenes (Morland, The History of the Evangelical Churches of the Valleys of the Piedmont, 1658, pág. 75), declaraban que el hombre no es más que “mortal”. Y Juan Wiclef —que tomó de ellos muchos de sus conceptos evangélicos— sostenía igualmente que la inmortalidad sería concedida en la resurrección, y que los muertos no pueden recibir beneficio alguno de las oraciones, sino que están totalmente muertos y se los llama “los que duermen”.

(2) El erudito luterano Dr. T. A. Kantonen (The Christian Hope, 1954, pág. 37), se refirió asimismo a la posición de Lutero con estas palabras: “Lutero, con gran énfasis en la resurrección, prefirió concentrarse en la metáfora bíblica del sueño. ‘Porque, así como el que es vencido del sueño llega inesperadamente a la mañana cuando se despierta, sin saber qué le haya ocurrido, así nosotros nos levantaremos repentinamente el último día sin saber cómo hemos entrado en la muerte y pasado por ella’. ‘Dormiremos hasta que él venga y llame a la pequeña tumba y diga, Doctor Martín, ¡levántate! Entonces me levantaré en un momento, y estaré feliz con él para siempre’”.