Ustedes aluden a otros que a través de los siglos han sostenido que la inmortalidad no se recibe hasta la resurrección, que los justos muertos duermen durante el ínterin de la muerte hasta que son despertados por el Dador de la vida en la resurrección, y también que los impíos serán finalmente destruidos. ¿Quiénes son estos “condicionalistas”? ¿No son acaso oscuros herejes, pues prácticamente todos los eruditos ortodoxos han sido partidarios de la inmortalidad natural? Mencionen, por favor, algunos de los campeones a los cuales aluden, y citen algunos de sus escritos.

La verdad no es establecida, y nunca lo ha sido, por las mayorías humanas. La verdad teológica está siempre y solamente basada en la inmutable Palabra de Dios y determinada por sus inspirados preceptos y principios. Pero siempre ha habido piadosos y eruditos campeones de la verdad genuina. Y éste es precisamente el caso de la doctrina de la inmortalidad en Cristo y únicamente en él en ocasión de su segunda venida. La inmortalidad, creemos, es un don concedido a los justos solamente, los que por fe han aceptado la vida eterna en Cristo (Juan 3:16, 36; Juan 11:25, 26), a la aparición de nuestro Señor (1 Juan 5:11; 1 Cor. 15:51, 53).

La línea de defensores de esta gran verdad bíblica ha sido más constante, más fuerte y más ilustre de lo que la mayoría de nosotros hemos advertido. Esta línea ha sido prácticamente continua desde los tiempos de la Reforma en adelante. Estos piadosos dirigentes y brillantes eruditos cristianos, presentes en todas las generaciones, están esparcidos por los siglos. Debido a las limitaciones del espacio citaremos aquí sólo unos pocos; pero el registro histórico es abundante. La evidencia plenamente documentada sólo puede presentarse en forma de libro, pero los ejemplos que siguen indican la calidad de esos defensores de la doctrina de que la vida sólo es en Cristo mediante la resurrección. Los ejemplos se limitarán a hombres desde los días de la Reforma en adelante. [1]

El renombre de los personajes que enumeramos a continuación indica ciertamente que el epíteto de “herejes” en contraste con la ortodoxia de la mayoría, no puede aplicarse con justicia a esta destacada serie de líderes cristianos —obispos, arzobispos, arcedianos, deanes, canónigos, presbíteros, doctores, lingüistas, traductores de la Biblia, exégetas, administradores, rectores, pastores, redactores, poetas, científicos, abogados, filósofos, y hasta un primer ministro— cuyos nombres han adornado el registro de la iglesia cristiana y han merecido la confianza y el respeto de sus semejantes.

De estos hombres hay en todos los credos: luteranos, reformados, anglicanos, bautistas, congregacionalistas, presbiterianos, metodistas, etc. Y no sólo abarcan estos cuatro siglos, sino que existen hoy en los altos círculos eclesiásticos. Si ellos, cuyos nombres continúan siendo reverenciados, honrados e incontestados en sus respectivas afiliaciones religiosas, no fueron considerados herejes por creer y enseñar de esa manera, por la misma razón ni nosotros, ni otros hoy (como el fallecido arzobispo de Canterbury, Dr. William Temple, primado anglicano de Gran Bretaña), quienes con toda conciencia sostenemos lo mismo, podemos con justicia ser culpados de “herejía” por tener esta creencia.

El escenario histórico

El 19 de diciembre de 1513, en relación con la octava sesión del quinto concilio lateranense, el papa León X emitió una bula (Apostolici regimis) que declaraba: “Condenamos y reprobamos a todos los que ase; verán que el alma inteligente es mortal” (Damnamus et reprobamus omnes assertentes animan intellectivam mortalem esse). Esto estaba dirigido contra la creciente “herejía” de aquellos que negaban la inmortalidad natural del alma y defendían la inmortalidad condicional del hombre. La bula también decretaba que “todos los que adhiriesen a dichas erróneas aseveraciones debían ser puestos a un lado y castigados como herejes”. Los decretos de este concilio, cabe destacar, fueron emitidos en forma de bulas o constituciones (H. J. Schroeder, Disciplinary Decrees of the General Councils, 1937, págs. 483, 487).

En 1516 Pietro Pomponatius, de Mantua, famoso profesor y dirigente entre los averroístas (que negaban la inmortalidad del alma), escribió un libro criticando la inmortalidad del alma, llamado Tratado sobre la Inmortalidad del Alma. La obra fue ampliamente leída, especialmente en las universidades italianas. Como resultado, el autor fue arrastrado ante la Inquisición, y su libro fue públicamente quemado en Venecia.

El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó sus famosas tesis sobre la puerta de la iglesia de Wittenberg. En la defensa que publicó en 1520 de 41 de sus tesis, Lutero citó la declaración papal sobre la inmortalidad como una de “aquellas monstruosas opiniones que se encuentran en el basural romano de las decretales” (proposición 27). En la vigesimoséptima proposición de su defensa, Lutero dijo:

“Sin embargo, yo permito al papa establecer artículos de fe para sí mismo y para sus propios fieles, tales como: Que el pan y el vino se transustancian en el sacramento; que la esencia de Dios ni genera ni es generada; que el alma es la forma sustancial del cuerpo humano; que él [el papa] es emperador del mundo y rey del cielo, y dios terrenal; que el alma es inmortal; y todas aquellas inacabables monstruosidades que están en el basural romano de las decretales, de manera que así como es su fe, tal pueda ser su evangelio, tales también sus fieles y tal su iglesia, y que la ensalada esté bien condimentada y que la tapa concuerde con el plato” (Martín Lutero, Assertio Omnium Articulorum M. Lutheri per Bullam Leonis X. Novissimam Damnatorum [Reafirmación de todos los artículos de M. Lutero condenados por la reciente bula de León X], artículo 27, edición Weimar de las Obras de Lutero, tomo 7, págs. 131, 132, exposición punto por punto de su posición, escrita el l9 de diciembre de 1520 en respuesta a pedidos de explicaciones mayores que las dadas en su Adversus execrabilem Antichristi Bullam, y Wider die Bulle des Endchrists).

El arcediano Francis Blackburne afirma en su Short Historical View of the Controversy Concerning an Intermediate State (Breve visión histórica de la controversia relativa al estado intermedio), de 1765:

“Lutero abrazó la doctrina del sueño del alma fundado sobre la Escritura, y luego hizo uso de ella como refutación del purgatorio y la adoración de los santos, y continuó en esa creencia hasta el último momento de su vida” (pág. 14).

Para apoyar esta declaración, Blackburne tiene una extensa sección de apéndices que trata de la enseñanza de Lutero tal como está expuesta en sus escritos, y analiza los argumentos en contra y la defensa de los mismos.[2]

He aquí algunos de los testimonios más destacados de los siglos recientes, con Lutero y Tyndale en cierto detalle.

 (Continuará)


Referencias

[1]

[2]