Pregunta 44 (continuación)
Dr. EMIL BRUNNER (1889-…) profesor de teología sistemática y práctica de la Universidad de Zurich, y catedrático invitado en Princeton y en la Universidad Cristiana Internacional de Tokio. Eternal Hope (traducción inglesa de Harold Knight), 1954.
Luego de considerar el difundido concepto histórico de “la supervivencia del alma después de la muerte” como “la separación del alma del cuerpo”, afirma:
“Para la historia del pensamiento occidental, la concepción platónica acerca de la inmortalidad del alma llegó a tener una especial significación. Penetró tan profundamente en el pensamiento del hombre occidental debido a que, con ciertas modificaciones, fue asimilada por la teología cristiana y por las enseñanzas de las iglesias, e incluso fue declarada dogma por el Concilio de Letrán, de 1512 (1513), al que, si se le contradecía, se cometía herejía” (Id., pág. 100).
Luego agrega:
“Sólo recientemente, como resultado de una comprensión más profunda del Nuevo Testamento, han surgido fuertes dudas acerca de la compatibilidad de esta posición con la concepción cristiana de la relación entre Dios y él hombre” (Ibid.).
Según el platonismo:
“El cuerpo es mortal, pero el alma es inmortal. El envoltorio mortal oculta esta esencia eterna, que es liberada en el momento de la muerte” (Id., pág. 101).
Después de observar que “esta concepción dualista del hombre no concuerda con el punto de vista cristiano”, subraya:
“Esta enseñanza de la inmortalidad como solución al problema de la muerte, está en irreconciliable oposición con el pensamiento cristiano, ya que, al despojar al diablo de su aguijón, se presenta a la muerte como innocua” (Ibid.).
En un comentario adicional acerca de la “doctrina de la inmortalidad del alma” (Id., pág. 105), que el cristianismo medieval “tomó” de la “filosofía griega”, hace notar que era “completamente extraña a sus enseñanzas esenciales (del cristianismo)”. Y agrega:
“La opinión de que los hombres somos inmortales debido a que nuestra alma tiene una esencia indestructible, porque es divina, es definitivamente irreconciliable con el punto de vista bíblico de Dios y el hombre” (Id., págs. 105, 106).
“La creencia filosófica en la inmortalidad es como un eco, que reproduce y falsea la principal Palabra de este divino Creador. Es errónea, porque no toma en cuenta la pérdida de este destino original por causa del pecado” (Id., pág. 107).
Dr. REINHOLD NIEBUHR (1892- 1971), del Seminario Teológico Unión. The Nature and Destiny of Man (Scribners), 1955. (Gifford Lectures at Edinburgh, 1939).
Después de establecer el contraste que existe entre el concepto clásico acerca del hombre en la antigüedad grecorromana y el punto de vista bíblico, Niebuhr afirma que los dos “fueron fusionados realmente por el pensamiento católico medieval” (tomo 1, pág. 5). El concepto clásico de que la “mente” y el “espíritu” es “inmortal”, estuvo inseparablemente unido al concepto dualista del hombre. (Pág. 7.) Pero entre los hebreos, observa: “El concepto de una mente inmortal en un cuerpo mortal es totalmente desconocido” (Id., pág. 13).
“El platonismo de Orígenes destruye por completo el concepto bíblico de la unidad del hombre” (Id., pág. 153, nota de pie de página).
“El concepto totalmente platónico de Gregorio [de Nisa] acerca de la relación del alma y el cuerpo, está vívidamente expresado en su metáfora del oro y la escoria” (Id., pág. 172).
“La idea de la resurrección del cuerpo es un símbolo bíblico que ofende extraordinariamente a las inteligencias modernas, y que hace mucho ha sido reemplazada en las versiones más actualizadas de la fe cristiana por la idea de la inmortalidad del alma. Se la considera una expresión más aceptable de la esperanza de la vida eterna” (Id., tomo 2, pág. 294).
“La resurrección [para esas inteligencias] no es una posibilidad humana en el mismo sentido en que se acepta la inmortalidad del alma. Todas las evidencias probables e improbables de la inmortalidad del alma, son esfuerzos de parte de la mente humana para dominar y controlar el propósito final de la vida. Por medio de ellas se trata de probar de una manera u otra que un cierto elemento eterno que se encontraría en la naturaleza del hombre es digno de sobrevivir más allá de la muerte y capaz de lograrlo” (Id., pág. 295).
“La esperanza cristiana relativa al propósito final de la vida y la historia, es menos absurda que otras doctrinas paralelas que tratan de manipular ese propósito e influir sobre él por medio de algún poder o facultad inherente al hombre y a la historia” (Id., pág. 298).
Dr. T. T. KANTONEN (1900-…), luterano, profesor de la Facultad de Teología Hamma. Miembro norteamericano de la Comisión Teológica de la Federación Luterana Mundial. The Christian Hope, 1954.
“La influencia de la filosofía helénica, representada en particular por los padres de Alejandría, tendió a espiritualizar la escatología en una permanente purificación interior y en la inmortalidad del alma” (pág. 20).
“El primitivo animismo, con su noción de un alma que se puede separar del cuerpo y que continúa viviendo después de la muerte para llevar una existencia sombría y para relacionarse con los vivos, todavía constituye la base del pensamiento religioso popular acerca del tema. Más importante e influyente desde el punto de vista teológico es la idea griega de la inmortalidad del alma, que encontró su formulación clásica en los diálogos de Platón cuatro siglos antes de Cristo. Puesto que el platonismo le proporcionó las más sublimes formas del pensamiento al período formativo de la teología cristiana, no es sorprendente que muchos padres de la iglesia identificaran la doctrina cristiana de la vida eterna con la inmortalidad platónica, y que finalmente el Quinto Concilio de Letrán (1512-1517) lo adoptara como dogma de la iglesia” (Id., pág. 27).
“Ha sido una característica del pensamiento occidental a partir de Platón diferenciar definidamente el alma y el cuerpo. Se supone que el cuerpo está compuesto de materia y el alma de espíritu. El cuerpo es una prisión de la cual el alma se libera en el momento de la muerte para llevar su propia existencia incorpórea. Debido a su naturaleza inmaterial y espiritual, se la ha considerado indestructible. De ahí que el asunto de la vida después de la muerte se haya reducido a demostrar la inmortalidad, es decir, la capacidad del alma para desafiar a la muerte. El cuerpo importa poco.
“Esta manera de pensar es completamente ajena a la Biblia. Fiel a las Escrituras y en total discrepancia con el pensamiento griego, el credo cristiano no dice: ‘Creo en la inmortalidad del alma’, sino ‘Creo en la resurrección de la carne’” (Id., pág. 28).
“El alma no es una parte separada del’ hombre, ni tiene sustancia propia” (Id., pág. 29).
“‘La fe cristiana no sabe nada de la inmortalidad del individuo. Eso sería negar la muerte, no aceptarla como castigo de Dios. Sabe solamente de un despertar de una muerte verdadera por medio del poder de Dios. Hay existencia después de la muerte sólo gracias al despertar de la resurrección’ (Paul Althaus, Die Letzten Dinge, Gutersloh: Bertelsmann, 1933, pág. 126). No hay inmortalidad del alma sino resurrección plena del individuo en cuerpo y alma. La única inmortalidad que la Biblia reconoce es la de la persona relacionada con Dios por medio de Cristo” (Id., pág. 33).
“La Biblia no establece diferencia alguna entre el hombre y las bestias en el sentido de que aquél tiene un alma inmortal mientras que éstas no la tienen. Los hombres, las bestias y aun las plantas son semejantes en la muerte. No necesitamos preocuparnos por el espiritismo o por otras hipótesis de cualquier índole concernientes a la vida futura. Todo el asunto de la muerte y la vida después de la muerte se simplifica cuando nuestra única preocupación consiste en tener fe en Dios, quien puede destruir y puede resucitar. La vida no tiene sentido ni implica esperanza alguna, excepto en relación con la victoria de Cristo sobre la muerte y la seguridad de que compartiremos esa victoria.
“Hay considerable apoyo en las Escrituras para el punto de vista de que el alma tanto como el cuerpo son destructibles. Las evidencias han sido oscurecidas por la concepción griega de la inmortalidad inherente del alma, que ha reemplazado las enseñanzas de las Escrituras” (Zd., pág. 34).
“De las enseñanzas de las Escrituras se desprenden dos realidades indiscutibles: La de la muerte y la de la resurrección de los muertos en ocasión de la segunda venida de Cristo. Pero, entre la muerte de alguien y el regreso del Señor media un intervalo que, desde el punto de vista humano, en el caso de la mayoría de los hombres constituye un largo período” (Zd., pág. 36).
“Contra tales especulaciones [el limbo, el purgatorio, etc.], la ortodoxia protestante, en general, niega ese período de espera y sostiene que las almas pasan inmediatamente a un estado de aflicción o de gloria” (Zd., pág. 37).
“Si la muerte significa entrar en el cielo, la resurrección y el juicio carecen de significado” (Zd., pág. 38).
“El alma no existe fuera del cuerpo. El hombre completo, en cuerpo y alma, muere; y el hombre completo, en cuerpo y alma, será resucitado en el día postrero. Al morir pasa inmediatamente a la resurrección y el juicio final. No hay espera, porque ésta implica tiempo, y más allá de la muerte éste carece de significado. Desde nuestro punto de vista temporal, podemos hablar de la muerte como de un sueño, y decir con Lutero que para quien duerme profundamente el transcurso de los siglos equivale a un instante. Incluso podemos decir que los creyentes fallecidos están con el Señor en el sentido de que sus luchas y espera ya han terminado y ya han alcanzado la meta final” (Zd., págs. 96, 97).[1]
“Otra polución es que el destino de los malvados no es ni una oportuna redención ni un tormento eterno, sino sencillamente la aniquilación. La idea de muerte eterna estaría de acuerdo con el sentido que se le da a la palabra muerte, en general, en el Nuevo Testamento, es a saber, apoleia, destrucción. Los defensores de esta opinión sostienen que la idea del castigo eterno se basa en el concepto platónico de la indestructibilidad inherente del alma, y que los razonamientos usados para demostrar su inconsistencia también se aplican a este caso. En este sentido la naturaleza de Dios también resulta vindicada” (Zd., pág. 107).
“Cuando Cristo destruya al fin ‘los principados y las potestades’ eliminará todo vestigio de oposición a Dios, tanto humano como sobrehumano. Este concepto, a diferencia del de la restauración universal, respeta el doble juicio enseñado en las Sagradas Escrituras. El estar completamente separados de Dios, Fuente de la vida, parecería implicar lógicamente la no existencia. Semejante desaparición de todas las esperanzas y los valores de la vida, hace de la perdición una terrible realidad, aun sin el aditamento de un prolongado suplicio” (Zd., pág. 108).
“La esperanza del cristiano al morir no reside en el poder del hombre para desafiar la muerte, sino en el poder de Dios para levantarlo de entre los muertos. La muerte es real, y el hombre no tiene poder para salir de la tumba y pasar a otra existencia” (Zd., pág. 111).
“El resultado final del triunfo de Cristo sobre la muerte se manifestará en la resurrección de los muertos” (Zd., pág. 112).
Dr. D. R. G. OWEN, profesor de Religión del Trinity College; catedrático de Filosofía y Religión del Wycliffe College, Toronto, Canadá. Body and Soul, 1956.
Los puntos en cuestión giran en torno del concepto de “cuerpo” y “alma”. La antropología “religiosa” (en contraste con la antropología bíblica) adopta un dualismo extremo al asegurar que el alma y el cuerpo son dos elementos diferentes y distintos. Sostiene que el alma es de origen divino e inmortal por naturaleza, y que el cuerpo corruptible es la fuente de todo pecado y maldad. Recomienda el cultivo del alma en detrimento del cuerpo, y aboga por la supresión de todos los apetitos físicos y los impulsos naturales. Considera al cuerpo como la tumba o la prisión del alma, del cual ésta anhela liberarse. Finalmente, supone que el alma, aun en su existencia terrenal, es totalmente independiente del cuerpo, y por lo tanto goza de libertad de decisión y acción.
(Continuará en un próximo número)
Referencias
[1] El Dr. Kantonen modificó más tarde su opinión, según lo afirma Walter Kuenneth (Theologie der Aujerstehung) en el sentido de que los muertos no serían “inexistentes”. (Véase pág. 39.)