Pregunta 44 (continuación)

Dr. EMMANUEL PETAVEL-OLLIFF (1836-1910), teólogo suizo; catedrático de la Universidad de Ginebra. The Struggle for Eternal Life (La Fin du Mal). The Extinction of Evil, 1889. The Problem of Immortality.

Dr. FRANZ DELITZSCH (1813- 1890), hebraísta, catedrático en Rostock, Earlangen, Leipzig. A New Commentary on Génesis.

            “No hay nada en toda la Biblia que implique una inmortalidad natural” (comentario sobre Gen. 3:22).

            “Desde el punto de vista bíblico, el alma puede ser muerta; es mortal” (comentario sobre Núm. 23:10).

Obispo CHARLES J. ELLICOTT (1820-1905), de Bristol, presidente del Comité Inglés de Revisión.

            “Parece inconcebible que cuando Dios es todo en todos, tenga que haber algún lugar oscuro donde en medio de interminables sufrimientos autoinfligidos o en la manifestación de un odio perdurable, manos rebeldes hayan de alzarse para siempre contra el Padre eterno y Dios del amor eterno” (The Ceylon Evangelist, octubre de 1893).

Dr. GEORGE DANA BOARDMAN (1828-1903), pastor de la Primera Iglesia Bautista de Filadelfia; fundó la Boardman Foundation of Christian Ethics de la Universidad de Pensilvania.

            “Ningún pasaje de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, enseña, hasta donde yo sepa, la doctrina de la inmortalidad natural del hombre. Por otro lado, la Escritura declara enfáticamente que sólo Dios tiene inmortalidad (1 Tim. 6:16); es decir, sólo Dios es por naturaleza, en forma inherente, en su misma esencia y naturaleza, inmortal” (Studies on the Creative Week, págs. 215, 216).

            “Si, pues, el hombre es inmortal, es porque la inmortalidad le ha sido concedida. Es inmortal, no porque haya sido creado así, sino porque ha llegado a serlo, derivando su inmortalidad de Aquel que solo posee inmortalidad. Y de este hecho el árbol de la vida en el medio del huerto parece haber sido el símbolo y la garantía designados al efecto. Que éste sea el significado del árbol de la vida es evidente por las palabras… ‘Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre’. ‘Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida’” (Gén. 3:22-24). Si el hombre es inherentemente inmortal, ¿qué necesidad tenía del árbol de la vida? Esto parece, pues, ser bien claro: La inmortalidad estaba condicionada de alguna manera al comer de ese misterioso, árbol, y la inmortalidad era para el hombre entero, espíritu, alma y cuerpo” (Ibid.).

J. H. PETTINGELL (1815-1887), congregacionalista, secretario de distrito de la Junta Congregacionalista de Misiones Extranjeras. The Theological Trilemma (Endless Misery). Universal Salvation, or Conditional Immortality, 1878.  Platonism versus Christianity, 1881. The Life Everlasting: What Is It? Where Is It? Whose Is It? 1882. The Unspeakable Gift, 1884.

            “Es digno de mención que la doctrina del tormento eterno no se encuentra ni en el credo apostólico, ni en el credo niceno, ni en dos de las principales confesiones de fe del siglo XVI, a saber, el rigidísimo credo de la Iglesia Reformada Francesa y los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia Anglicana. Y creemos que, si este dogma ha sido transmitido por medio de las iglesias protestantes, es simplemente una herencia de los errores de la edad media y de las teorías especulativas del platonismo. Si examinamos los escritos de los primeros padres, Bernabé, Clemente de Roma, Hermas, Ignacio, Policarpo, Justino mártir, Teófilo de Antioquía, Ireneo y Clemente de Alejandría, los hallamos a todos fieles a la doctrina apostólica de la destrucción final de los impíos. El dogma del tormento eterno no se deslizó en la iglesia hasta que ésta cedió a la influencia de la filosofía platónica” (The Life Everlasting, págs. 66, 67).

Congresos sobre el condicionalismo

            En el siglo XIX, además del gran número de exponentes del condicionalismo, encontramos grandes congresos, tales como el Congreso de Londres sobre la Inmortalidad Condicional, del 15 de mayo de 1876, con su informe publicado. Se reunió bajo la presidencia del teniente general Goodwyn, y asistieron entre otros prominentes defensores tales como Henry Constable, Edward White, Minton, Heard, Howard, Leask, Tinling y Barret; y se recibieron mensajes del Dr. Pétavel, de Suiza, el Dr. Weymouth de la Mili Hill School, etc. La sustancia del informe del congreso fue: “La Biblia en ninguna parte enseña una inmortalidad inherente, sino que es el objetivo de la redención, impartirla. . . Esto requiere una regeneración del hombre, por el Espíritu Santo, y una resurrección de los muertos” (pág. 28). Declaraba que el goce de la inmortalidad es condicional; y que los que no vuelven a Dios, morirán y perecerán para siempre. “Fuera de Cristo no hay vida eterna”.

            El Dr. White declaró allí:

            “Estas son las ideas que nos han reunido esta mañana. Están firmemente sostenidas por una inmensa multitud de personas reflexivas de todas las tierras, porque, aunque somos un pequeño grupo aquí reunido, representamos a un inmenso ejército en Europa y en América. Estas opiniones se están difundiendo cada vez más entre las iglesias, y «cuentan entre sus adherentes a algunos de los principales hombres de ciencia, teólogos, misioneros, filósofos, predicadores y estadistas” (Informe del Congreso de Londres sobre la Inmortalidad Condicional, págs. 28, 29).

Aparecen importantes simposios

            Diversos importantes simposios —Life Everlasting (199 páginas, 1882), con veinte colaboradores; That Unknown Country (943 páginas, 1889), un debate con 52 muy conocidos colaboradores; y un tercero, Immortality: a Symposium, publicado en Gran Bretaña— aparecieron en menos de una década. Estos simposios, aparecidos en ambas márgenes del Atlántico, indican el difundido interés interdenominacional e internacional por este tema importantísimo. Notemos el primero, de 1882, publicado en Filadelfia.

            Simposio The Life Everlasting de Pettingel. —Simposio de 199 páginas (aparecido como suplemento de The Life Everlasting de J. H. Pettingell, 1882), fue preparado por los siguientes colaboradores:

            Dr. Leonard Bacon, pastor de la Park Congregational Church, Norwich, Connecticut; Dr. Edward White, congregacionalista, St. Paul’s Chapel, Londres; George R. Kramer, pastor independiente, Iglesia de la Familia de la Fe, Wilmington, Delaware; José D. Wilson, rector, Iglesia Reformada Episcopal de San Juan, Chicago; A. A. Phelps, pastor de la Iglesia Congregacional de Rochester, Nueva York, redactor de The Bible Banner; Dr. A. M. B. Graham, presidente de la Asociación Cristiana de Arkansas y presidente de la Unión de Temperancia Cristiana de Arkansas; William B. Hart, laico, de Filadelfia; Dr. William Leask, pastor congregacionalista, Maberly Chapel, Londres; redactor de The Rainbow; Dr. Emma- nuel Pétavel (Pétavel-OHiff), Ginebra, Suiza, autor de La Fin du Mal, traducido al inglés como The Struggle for Eternal Life; J. H. Kellogg, médico, director del Sanatorio de Battle Creek, Michigan, autor de The Soul and the Resurrection; Prof. D. H. Chase, metodista, Middletown, Connecticut; Charles Byse, pastor, Iglesia Evangélica Libre, Bruselas, Bélgica y redactor de Eglise Chrétienne Missionnaire Belge y Journal du Protestantismo Franjáis; William Lang, escritor, Edimburgo; M. W. Strang, director de The Messenger, Glasgow; Prof. Hermann Schultz, de la Universidad de Gotinga, Alemania, autor de Die Voraussetzungen der Christlichen Lehre von der Unsterblichkeit (Principios de la doctrina cristiana de la inmortalidad); Dr. Clement M. Butler, rector de la Trinity Church, de Washington, D.C., y profesor de historia de la Escuela Episcopal de Teología, Filadelfia; Dr. Matson Meier-Smith, pastor congregacionalista y profesor de homilética y atención pastoral de la Escuela Episcopal de Teología de Filadelfia; canónigo Henry Constable, autor anglicano, Londres; Dr. C. R. Hendrickson, pastor de la Iglesia Bautista de Jackson, Tennessee; Dr. W. R. Huntington, rector de la Iglesia de Todos los Santos, Worcester, Massachusetts.

            El Dr. Phelps impugna la inmortalidad innata. —El Dr. Phelps, al contestar la pregunta “¿Es el hombre inmortal por naturaleza?” (págs. 639-650), presenta doce argumentos en contra de la doctrina de la inmortalidad innata:

  1. Tiene malos antecedentes; fue introducida por la serpiente en el Edén, y surge de una filosofía pagana; no se encuentra en la fe judía; es un compromiso con el platonismo; fue adoptada y autenticada por la Iglesia de Roma.
  2. Está en discrepancia con el relato bíblico de la creación del hombre.
  3. Está en conflicto con la declaración bíblica de la caída del hombre.
  4. Se opone a la doctrina bíblica de la muerte.
  5. Se opone igualmente a los hechos fisiológicos.
  6. En ninguna parte se atribuye inmortalidad al hombre en su estado actual de existencia.
  7. La inmortalidad es una bendición que debe buscarse, no un derecho que se confiere al nacer.
  8. La inmortalidad inherente está opuesta a la condenación bíblica de los impíos.
  9. Invalida la necesidad de una resurrección.
  10. Convierte la escena del juicio en una solemne farsa.
  11. Trastorna la doctrina bíblica de la segunda venida de Cristo.
  12. Es una fuente prolífica de errores: el mahometismo, el shakerismo (), el sweden- borgianismo (), el espiritismo, el purgatorio, la mariolatría, el universalismo, la doctrina del tormento eterno.

CANONIGO WILLIAM H. M. HAY AITKEN (1841-1927), organizador anglicano de misiones extranjeras.

            “La doctrina del tormento eterno ha perdido su asidero en el sentido común y la sensibilidad moral de la humanidad. La gente no cree ni quiere creer que un Dios infinitamente bueno y misericordioso sea capaz de condenar a su propio linaje (Hech. 17: 28, 29) a una tortura que se prolongará por edades inconmensurables en retribución por pecados y debilidades manifestados en unos pocos y efímeros años pasados aquí en la tierra” (Prefacio a la obra de Eric Lewis, Life and Immortality, 1949).

ERIC LEWIS (1864-1948), Universidad de Cambridge; misionero en el Sudán y en la Indias Life and Immortality, 1949. Christ, the First Fruits, 1949.

Resumen de sus opiniones:

            “Habrá una resurrección para castigo, como asimismo otra para vida. Aquellos cuyos nombres no se encuentren en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego, para perecer finalmente consumidos como paja. Cuánto durará su tormento, sólo Dios lo sabe. El castigo estará de acuerdo con lo que cada cual merece. Esta es la ‘muerte segunda’, de la cual no hay resurrección” (Christ, the First Fruits, pág. 79).

DR. WILLIAM TEMPLE (1881- 1944), arzobispo de Canterbury, primado de Gran Bretaña. Christian Faith and Life, 1931, decimosexta edición, 1954. Drew Lecture on Immortality, 1931. Nature, Man and God, 1953.

            “La doctrina de la vida futura implica nuestra primera liberación de la auténtica enseñanza de las Escrituras clásicas de las añadiduras que muy pronto comenzaron a oscurecerla” (Nature, Man and God, pág 460).

            “El hombre no es inmortal por naturaleza o derecho; pero es capaz de ser inmortal, y se le ofrece la resurrección do la muerte y vida eterna si está dispuesto a recibirla de Dios, y en las condiciones en que Dios quiera otorgarla” (Id., pág. 472).

            “¿No hay, acaso, numerosos pasajes que se refieren al tormento eterno de los perdidos? No; hasta donde yo sepa, no hay ni un solo” (Id., pág. 464). (Continuará.).