¿De qué depende que en algunos lugares los frutos de la evangelización sean más abundantes que en otros? ¿Se deberá a los métodos usados? ¿Habrá lugares donde es más fácil ganar almas, y otros en que es más difícil hacerlo?

            La respuesta correcta es que hay lugares más difíciles que otros. Hay ciudades, regiones o naciones, con una determinada personalidad, que las hace totalmente diferentes de otras que deberían ser iguales. La formación socio-cultural, política y religiosa de cada pueblo, sus tradiciones, hábitos y costumbres, y mil elementos más, pueden transformar a dos pueblos vecinos en mundos diferentes.

            En Sudamérica, por ejemplo, no hay punto de comparación entre Paraguay, Brasil y Bolivia, a pesar de que la misma tierra roja y el mismo tipo de vegetación se pueden hallar en sus fronteras comunes. Uruguay, vecino de Brasil, tampoco se puede comparar con ninguno de los otros tres. Mientras la fusión de las culturas incaica y española le dio a Bolivia una idiosincrasia propia, en Paraguay los guaraníes, dirigidos por los jesuitas españoles, formaron otra mentalidad, y la bravura del indio charrúa del Uruguay, que prefirió la extinción total antes que unirse con los españoles, contribuyó a que la población de ese país fuera totalmente de origen europeo, por lo que le resultó fácil aceptar el positivismo francés ateo, y hacer de él la base de su cultura. Por eso el Uruguay es generalmente irreligioso, mientras que en Bolivia y Paraguay encontramos pueblos con una religiosidad muy especial, y en Brasil un sentimiento profundamente religioso. Pero a su vez en Bolivia las iglesias prosperan, mientras que en el Paraguay es difícil evangelizar.

            Es insensato, por lo tanto, aseverar que se lograrán resultados en cualquier lugar si se aplica el mismo plan. Pero también es insensato afirmar que hay lugares donde los conversos surgen por “generación espontánea”. No siempre se pueden atribuir los resultados a la naturaleza del campo, porque muy a menudo se da el caso de un obrero que en cierto lugar no obtiene frutos o los consigue difícilmente, mientras que en otro obtiene resultados extraordinarios. Una iglesia o distrito que ha sido difícil para un obrero, bajo la dirección de otro da excelentes frutos.

            La experiencia demuestra, además, que hay lugares difíciles que con un cambio de enfoque se abren totalmente. Al hablar de enfoque nos referimos tanto a lo que atañe a la metodología como al mensaje mismo; pero en forma especial a la actitud del dirigente o de la iglesia. Hay líderes y predicadores capaces de resucitar y movilizar a una iglesia muerta llenándola de entusiasmo y consagración. El resultado, por cierto, es una abundante cosecha. Muerta, encontraba todo difícil; viva, allana todas las dificultades.

            Hay congregaciones y dirigentes obsesionados con las ideas de que “aquí no se puede” y “tal vez en otro lugar más fácil eso es posible, pero aquí no”. Jamás nadie alcanzará nada con semejante actitud. El espíritu de los diez espías todavía se encuentra en Israel. Pero, gracias a Dios también hay Josués y Calebs. Hay derrotistas y derrotados, pero también hay en nuestras filas gran cantidad de valientes, optimistas y dedicados, que avanzan con la certeza de que alcanzarán la victoria por medio de Cristo. El espíritu que nos impulsa a avanzar dejándolo todo y sacrificándolo todo, produce frutos.

            Hay pastores que no abren las puertas de sus templos por temor a que no venga nadie. Otros, en cambio, enfrentan el templo vacío una vez, pero no se desaniman. Luchan y luchan. Oran y predican a Cristo con entusiasmo, y ven un puñadito de fieles la próxima vez. Continúan orando y luchando, y ven cómo el puñadito de fieles se transforma en un grupo, y el grupo en muchedumbre. Es posible que el derrotista, que dejó su templo cerrado y se quedó con las manos vacías, lo acuse mañana de bautizar conversos no preparados o se excuse diciendo que su campo es más duro. . .

            En una poesía que aprendimos hace muchos años, en inglés, encontramos la siguiente historia:

            “Sucedió en los días de la Roma imperial. Un noble romano oyó a un cobarde quejumbroso que decía delante de la fortaleza que querían tomar: ¡Están seguros en esa fortaleza; no hay manera de vencerlos!’ En cambio, el héroe dijo: ‘¡Adelante! ¡Adelante! Ya encontraré el camino; y si no lo encuentro, lo abriré’”.

            Elena G. de White, al hablar del cristiano y del dirigente dice: “Hay en el verdadero carácter cristiano un espíritu indomable que no puede ser amoldado ni subyugado por las circunstancias adversas” (Obreros Evangélicos, pág. 308).

            “No podremos subir contra aquel pueblo; porque es más fuerte que nosotros” (Núm. 13:32). “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos meterá en esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. . . y con nosotros está Jehová: No los temáis” (Núm. 14:8, 9). Estos versículos ejemplifican las dos actitudes a que nos estamos refiriendo.

            “El hombre puede amoldar las circunstancias, pero no se debe permitir que las circunstancias amolden al hombre. Debemos aprovechar las circunstancias como instrumentos con que trabajar. Debemos dominarlas, pero no permitir que nos dominen” (Obreros Evangélicos, pág. 309). Un dirigente que tenga estas características, puede imprimir en el alma de sus colaboradores rasgos de optimismo, progreso y victoria.

            Un espíritu derrotista está invadiendo ciertos sectores de la iglesia cristiana. Se está abandonando la evangelización. El problema tal vez consiste en que al darle un enfoque equivocado a su labor, se le ha impreso un rumbo incierto, y cuando no se ven frutos, cunde el derrotismo. Eso también podría pasar entre nosotros. Puede ser que nos esté faltando el espíritu de los pioneros, que se manifestó en abundancia en la época de grandeza de la iglesia cristiana, y también cuando surgió el movimiento adventista. La comodidad no puede producir muchos frutos, porque éstos son producto de la dedicación. Como iglesia debemos ser dedicados si queremos apresurar el regreso de Jesús.

            Pero, además de un valor a toda prueba, es indispensable que tengamos una convicción a toda prueba para que se produzca la necesaria transformación en las iglesias y los individuos. Lo importante es el móvil que nos impulsa a realizar el trabajo que hacemos.

            Oímos decir frecuentemente que la falta de integración a las tareas misioneras de la iglesia de parte del recién convertido, es la causa de la apostasía; y se afirma que en cambio la participación en tales actividades le asegura una experiencia cristiana, sana y sólida. ¿Será verdad? En muchos casos lo es, sin duda. Sin embargo, un estudio hecho en 1975, que consistió en visitar a mil ex miembros de iglesia en diversos lugares de Sudamérica, reveló que en muchos casos esa integración mal enfocada es la causa real de la apostasía. Entiéndase bien. Lo que asegurará la permanencia en la iglesia no será la integración o la falta de ella, sino los móviles que la produzcan. Si la obra misionera se hace a presión o por coacción, sin la debida inspiración, puede cansar y finalmente separar de la iglesia. La presión cansa y separa. La inspiración confirma en la fe.

            Hay quienes se unen a la iglesia después de pasar por una experiencia de verdadera conversión y transformación, de manera que para ellos el Evangelio llega a ser una nueva canción en su vida. Creen, por lo tanto, que no pueden guardar egoístamente para sí esta extraordinaria verdad, pues han encontrado realmente la perla de gran precio. Se sienten íntimamente impulsados a transmitir a otros lo que conocieron. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Esa actitud caracteriza generalmente al primer amor. Los que lo experimentan, testifican espontáneamente; no lo hacen por disciplina o para ganar méritos, o para ser buenos cristianos a la vista de los demás, sino porque el mensaje es como un fuego que arde en sus huesos y no pueden resistir el impulso de transmitirlo. “Más fácil es impedir que las aguas del Niágara se despeñen por las cataratas, que impedir a un alma poseedora de Cristo que lo confiese” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 234).

            ¿Es ésa una experiencia exclusiva de los que están pasando por el primer amor? Generalmente lo es. Pero hay también viejos cristianos, en quienes esa primera llama se apagó hace mucho tiempo, pero en quienes de pronto revive: Su experiencia cristiana y misionera se renueva. Se produce reavivamiento en sus vidas. También hay ministros que después de un largo o corto invierno, provocado por diversas causas, entran en una nueva primavera, y su experiencia reverdece al pasar de la esterilidad a una admirable fecundidad.

            Ganar almas, evangelizar, no debe ser considerado como el simple cumplimiento de un deber religioso o ministerial. Por sí misma, esta actividad no nos da méritos ante Dios. El tamaño y la belleza de nuestra casa en el cielo o en la tierra nueva no guardarán proporción con las horas que hayamos dedicado a la obra misionera. La Biblia nos habla de predicadores dedicados a la obra, que hasta pretenden haber realizado milagros, y que serán rechazados por Cristo. La verdadera obra misionera no puede ser por lo tanto motivada por un complejo de culpabilidad, sino porque hay una maravillosa historia que contar: La historia de nuestro propio encuentro con Cristo. Quien lo haya tenido no puede callar. Siente un ardiente deseo de transmitirlo, y no el mero impulso de cumplir con el deber.

            ¿Cómo se podrá lograr ese cambio de mentalidad en la iglesia, la asociación, la unión o la división? Ciertamente no por medio de presiones, coacción o planificación. Generalmente será la obra de un dirigente. Hay entre ellos quienes inspiran. Los discípulos que iban camino a Emaús sintieron que sus corazones ardían con las palabras de su extraño Compañero de viaje. Cuando llegaron y reconocieron al Extraño, no se pudieron quedar con los brazos cruzados. “Levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y… contaban las cosas que les habían acontecido en el camino” (Luc. 24:33-35).

            Pensemos por un momento en algunos cultos que se celebran en algunas iglesias, y en los sermones que se predican en ellas. Hay cultos bien organizados pero desprovistos de vida. Hay sermones extraordinariamente lógicos, que no contienen errores ni idiomáticos ni teológicos, pero que carecen de fuego y de espíritu. Los adoradores no salen con fuego en el corazón. Frecuentemente son ésos los lugares “difíciles de evangelizar”. Son difíciles porque no hay poder. Para que el campo resulte más fácil necesitamos más sencillez, es cierto, pero más fuego también.

            Necesitamos más vida. El predicador que sólo vive en su escritorio y no participa de las alegrías y tristezas de su congregación, será teórico y sin vida. Es posible que sea artista, pero no podrá resucitar muertos espirituales. El cambio de mentalidad que implica el reavivamiento a que nos estamos refiriendo debe constituir también un cambio de hábitos de trabajo y de vida. Por eso Elena G. de White habla de reavivamiento y reforma. Cuando se lucha para salvar al pecador, se aprende a conocer lo terrible que es el pecado y la grandeza del poder de Cristo para vencerlo. Es imposible que un predicador que se limite a predicar un sermón por semana, y el resto del tiempo se dedica al estudio de la teología en su escritorio, pueda inspirar a su iglesia para que testifique. El mismo debe convencerse primero y ese convencimiento lo impulsará a salir en busca de los perdidos.

            ¿Cómo consideras el lugar donde el Señor te puso a trabajar? ¿Es fácil o difícil? ¿Cómo eres tú como dirigente, como predicador? ¿Eres fácil o difícil? ¿Ves a los gigantes, o ves las uvas, la miel y la columna de fuego que te aseguran la presencia de Jehová? Pide ahora al Señor un cambio de mentalidad para ti, para la iglesia que atiendes, para tu asociación, tu unión, tu división y tu Iglesia Adventista mundial. ¡Ya es tiempo de que esto suceda!