Exagerar los números puede crear un problema; pero tenerlos en cuenta puede ser una bendición.
El hablar de números en el ambiente adventista se transformó en un problema y un desafío. Los asuntos que implica son numerosos y de difícil solución. Mientras que algunos alegan que el aumento de la cantidad de discípulos es la principal voluntad revelada de Dios al hombre desde el jardín del Edén, hay los que aborrecen los números y afirman que la calidad es más importante que la cantidad.
Muchos pastores e iglesias rechazan la evangelización pública por causa de un supuesto énfasis exagerado en el crecimiento numérico. La crítica más común es que existe demasiada preocupación por contar la cantidad de bautismos. Esa actitud —dicen— es el embrión del espíritu triunfalista que puede contaminar todo el movimiento evangélico.
El respeto y la credibilidad de un ministerio dependen, naturalmente, en gran parte, y en todos los aspectos, de los resultados numéricos. Pero la principal pregunta todavía persiste: “¿Crece espiritualmente el que no crece numéricamente?”
Criterios de evaluación
No hay duda de que necesitamos criterios serios y realistas en cuanto a nuestro desempeño como ministros. “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Luc. 17:10).
¿Cuáles son las pautas que pueden aplicarse para evaluar a un ser humano en una industria o una empresa? ¿Con qué criterios se lo evalúa? Por lo común eso depende de cuánto produce o permite que pase. Por lo tanto, es evidente que el sistema de evaluación de toda empresa consiste en considerar que las personas de éxito y vencedoras son las que en el desempeño de sus funciones le dan crecimiento a la empresa.
En la obra de Dios, que es la empresa más importante el obrero demuestra que está calificado y que ha sido llamado para el ministerio cuando saca a la gente de Egipto y la lleva a Jerusalén; cuando lleva al redil del Señor a los buenos pastos, los campos verdes y junto a las aguas de reposo. El rebaño bien atendido tiende naturalmente a multiplicarse.
Dios y los números
El énfasis en los números puede ser a la vez un problema y una bendición en la obra de Dios. No debemos creer que él está en contra de los números. El mismo Señor ordenó a Moisés que contara al pueblo de Israel: “Habló Jehová a Moisés en el desierto de Sinaí, en el tabernáculo de reunión, el primer día del mes segundo, en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto, diciendo: Tomad el censo de toda la congregación de los hijos de Israel por sus familias, por las casas de sus padres, por la cuenta de los nombres, todos los varones por sus cabezas” (Núm. 1:1, 2).
En todo el Antiguo Testamento encontramos genealogías, que son los antecedentes de nuestras listas de iglesia. El mismo Jesús usó números en muchas ocasiones para enseñar verdades importantes. Contó la parábola de las cien ovejas (Mat. 18:12); al hablar de cosechas se refirió a rendimientos de treinta, sesenta y cien veces la cantidad de semillas sembradas. En ocasión de la pesca maravillosa alguien se dio el trabajo de contar los peces y verificar que se trataba de 153 peces grandes (Juan 21:11).
Dios no es enemigo de los números, pues está enterado de cuántos cabellos tenemos en la cabeza. Además, en el libro de los Hechos tenemos una sugestiva descripción. En el primer capítulo nos encontramos con ciento veinte personas reunidas. En Hechos 2:41 se nos dice que tres mil personas se añadieron a la iglesia. En Hechos 4:4 nos enteramos de que los que se añadieron en esa ocasión fueron cerca de cinco mil. El mismo Espíritu Santo nos cuenta esto. Quiere decir que los números, en sí mismos, no son malos.
Desagrado por los números
¿Por qué, entonces, los números incomodan tanto? Tal vez sea por causa de otra enfermedad grave que podríamos llamar “numerofobia”, un disgusto exagerado por los números. Los que contraen la “numerofobia” por lo común gustan de ciertas conclusiones teológicas basadas en declaraciones como esta: “Si la puerta es estrecha y pocos entran por ella, ¿cómo podemos defender el concepto de las grandes congregaciones?” Dicen que Jesús nos mandó a cuidar las ovejas, no a contarlas. Otros incluso recuerdan que Jesús llamó sólo a doce, y no a multitudes, por que le interesaba sólo la calidad y no la cantidad. No discuto la seriedad de esos argumentos, pero a mi modo de ver son sólo síntomas de “numerofobia”. Como toda enfermedad, esta también tiene causas. Veamos algunas de ellas:
Inseguridad. Los que detestan los números por lo general no tienen números que mostrar o, si los tienen, son reducidos. En ese caso se trata de un mecanismo de defensa, para que no se los enfrente con su falta de frutos y no se los tache de ineficientes e incompetentes. Ignorar las estadísticas es una excusa para no evaluar su propio desempeño en el ministerio.
Incredulidad. Detrás de todos esos argumentos seudoteológicos que mencionamos recién hay cierta incredulidad. Y esos argumentos revisten más gravedad cuando tratamos de justificarlos con la misma Biblia. Es posible que la puerta sea estrecha, pero la voluntad de Dios es que todo hombre se salve. Jesús comenzó con doce, pero Juan vio, de acuerdo con el Apocalipsis, una multitud que nadie podía contar.
Comodidad. Los números nos enfrentan y nos obligan a buscar nuevas estrategias, a revisar las estructuras antiguas y a volver a evaluar todo lo que hacemos. En resumen, pueden ser totalmente subversivos, pueden interferir con nuestra comodidad.
“Según lo que Dios me ha mostrado, es necesario que se reprenda a los predicadores con el fin de eliminar a los perezosos, lentos y egoístas, para que quede un grupo de gente pura, fiel y abnegada, que no busque su bienestar personal, sino que ministre fielmente en palabra y doctrina, dispuesta a soportarlo todo por causa de Cristo y la salvación de aquellos por quienes murió. Sientan estos siervos el ¡Ay! que recaerá sobre ellos si no predican el evangelio, y eso bastará; pero no todos lo sienten así” (Testimonies, t. 1, pp. 130, 131).
Si la “numerolatría” es grave, la “numerofobia” puede ser devastadora. Si el paciente no se trata, puede morir. La mayoría no morirá, pero sufrirá algunas consecuencias como: Aislamiento. La tendencia de la gente que le tiene aversión a los números es a aislarse. Sus iglesias se aíslan, como si fueran islas de calidad en medio de un océano de mundanalidad. Todos los exclusivistas dicen lo mismo: “Somos pocos, pero de excelente calidad”.
Estancamiento. Si no somos honestos al evaluar nuestro trabajo, nuestros métodos y nuestras estructuras, al tener en vista los resultados que esperamos, la consecuencia natural es el estancamiento. Una buena crisis de crecimiento puede ser saludable para cualquier iglesia. Porque el extremista ataca a la iglesia y reduce su número para destacar la “calidad”. El cómodo no pone a trabajar a la iglesia. Ambos son instrumentos del enemigo para atacar a los grandes movimientos de masas como la evangelización pública, que es la obra del “tercer ángel”.
Está fuera de discusión que sólo los diferentes tienen una productividad distinta, aunque la semilla sea la misma y la atención del suelo sea excelente. Las diferentes culturas y los distintos países no cuentan cuando se trata de sembrar la Palabra de Dios. Existen ríos con más peces que otros, y en el mismo río hay lugares donde hay más peces que en otros. Puede hacerse comparaciones y es bueno que se las haga, pero debemos ser cuidadosos en cuanto a los criterios que aplicamos. Porque el esfuerzo humano, cuando se combina con la voluntad divina, fructifica en cualquier lugar. Puesto que esto es así, destacar las diferencias culturales y sociales como excusa para la falta de crecimiento no es otra cosa sino limitar la obra divina del Espíritu Santo.
Creo que deberíamos hablar más del crecimiento relativo que del absoluto. Una iglesia de quinientos miembros en una ciudad de siete mil habitantes ciertamente es una enorme iglesia, ya que representa casi el 10% de la población. Si algunos de los pastores que viven en las grandes capitales aplicaran este criterio, mucha de su vanidad personal desaparecería. Al fundamentamos en este criterio estamos viendo muchas grandes iglesias, de hasta mil miembros, que florecen en el interior del país.
Seamos equilibrados
Los números, en sí mismos, no son ni buenos ni malos. Todo depende de cómo se los usa. Vimos que existen dos enfermedades básicas en el medio adventista, con respecto a los números. Me gustaría sugerir un tratamiento para los que sufren de esas enfermedades. Para los que sufren de “numerolatría” sugiero una cirugía para eliminar el ego, y dosis diarias de cruz. Ponga en la cruz todo deseo de honra y gloria. Deje que se vea a Cristo y que él tenga la preeminencia.
Para los que sufren de “numerofobia” recomiendo una dosis diaria del poder del Espíritu. Ese remedio tendrá como efecto colateral una enorme crisis de crecimiento, pero no se preocupe: el malestar pasará, y los resultados se verán en poco tiempo.
El crecimiento nunca fue sinónimo de superficialidad. Las iglesias que se dedican a la evangelización ofrecen una alternativa a esa polémica, porque ponen lo grande y lo chico reunidos en el mismo lugar; y la evangelización explosiva asociada a la enseñanza profunda y al discipulado, que son los Grupos pequeños en la evangelización, y que sirven para conservar a los nuevos creyentes.
Por lo tanto, es hora de actuar, reaccionar y realizar. Toda obra hecha con oración, planificación y determinación tendrá mucho éxito para todos los pastores y todas las iglesias. Recuerde: nadie tiene más “suerte” que otro. Alguien dijo que “hay suerte cuando se encuentran la oportunidad con la capacidad”.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Misión Paranaense, Rep. del Brasil.