Cada pastor pasa por conflictos particulares durante su trayectoria ministerial. Como el apóstol Pablo, muchas veces experimentamos “de fuera, conflictos; de dentro, temores” (2 Cor. 7:5). La angustia aumenta aún más cuando, además de los desafíos rutinarios del ministerio, enfrentamos enfermedades que comprometen la eficiencia de nuestro trabajo. El entrevistado de esta edición, el pastor Jefferson Antunes, desde 2011 ha luchado contra una serie de enfermedades que acabaron afectando su cerebro. A pesar de luchar contra una enfermedad recidiva, ha vivido una experiencia exitosa como pastor en Avaré, San Pablo (Rep. del Brasil).

 El pastor Antunes se diplomó en Teología por la Facultad Adventista de Bahía en 2008, y en 2014 concluyó un MBA en Gestión de Personas y Liderazgo por la UNASP, Ingeniero Coelho. Su trayectoria ministerial comenzó en Victoria da Conquista, Bahía, donde fue director de Publicaciones para el sudoeste bahiano durante dos años (2009-2010). Todavía como director del Ministerio de Publicaciones, trabajó en la sede regional adventista para el Estado de Ceará (2010-2012) y en el sur de Rondonia (2012-febrero de 2015).

 Después de quedar casi un año apartado en virtud de su última cirugía, en 2016 asumió el distrito pastoral de Avaré, una pequeña ciudad localizada en el sudoeste del Estado de San Pablo. En esos casi tres años, el trabajo que el pastor Jefferson Antunes ha realizado comprende un fuerte énfasis espiritual, una estrategia de movilización que considera los dones espirituales y un foco misionero bien determinado, que se expresa por medio del crecimiento integral de sus iglesias.

 Está casado desde hace 21 años con la profesora Lucilene Silva y tiene dos hijos: Amanda, de 19 años, y Alex, de 14.

Ministerio: ¿Cuándo y de qué manera usted se sintió llamado al ministerio?

 Pastor J. Antunes: En la década de 1980, la ciudad en la que crecí, Votorantim, en el Estado de San Pablo, no tenía iglesia adventista. Había solo algunas pocas familias, que necesitaban viajar hasta Sorocaba [a unos cinco kilómetros] a fin de frecuentar la iglesia. Aunque hayan realizado muchos intentos por establecer una congregación en nuestra ciudad, ninguno de ellos prosperó.

 Por iniciativa del matrimonio de Gregorio y Ouraida Tudella, de Sorocaba, se estableció una Escuela Sabática filial en la casa de mis padres. Durante cinco años nos reunimos así, hasta que se organizaron cultos regulares, inicialmente en formato de Grupos pequeños. Había falta de predicadores, y por ese motivo los líderes de nuestra pequeña iglesia comenzaron a incentivar a los niños a predicar en los cultos de oración, a fin de desarrollar talentos.

 Prediqué mi primer sermón a los diez años, en un culto de oración. El director de la iglesia, Ademir Pires, me acompañaba en la ocasión. Mis padres, Gerson y Tereza, me enseñaron a amar a Jesús; sin embargo, Dios usó a ese líder para incentivarme. El hermano Ademir colocó en mi corazón el llamado para que sea un pastor. Aunque limitado, sentí desde jovencito el llamado de Dios, y mi corazón ardía al subir al púlpito para abrir su Palabra.

Ministerio: ¿Qué acontecimiento provocó un cambio en sus actividades pastorales?

 Pastor J. Antunes: En 2011 fui sometido a una cirugía de emergencia para quitar una gran inflamación en el oído izquierdo, enfermedad conocida como colesteatoma, resultante de una otitis mal curada en la infancia. Sin embargo, con el transcurso de dos años, surgieron otras complicaciones. Según los médicos, el colesteatoma inicial comprometió los huesos mastoideos del lado izquierdo, evolucionando a una encefalitis y después cerebelitis.

 El cuadro se agravó, y en 2014 fui diagnosticado con una meningoencefalitis.

 Temporalmente, perdí parte del control motor, lo que me impidió caminar, y comprometió mi audición y también mi habla; me confinó a un hospital en Ji-Paraná, en el Estado de Roraima, durante 28 días. De allá fui transferido al Hospital Adventista de San Pablo (HASP), donde realizaron una cirugía para extirpar el tumor y bajar la inflamación. Milagrosamente, después de veinte días ya estaba en mi casa, totalmente restablecido.

 Sin embargo, en enero de 2015, cuando regresé al HASP para volver a evaluar mi cuadro crítico, informaron que el problema había regresado y ocupado todos los espacios dejados por la cirugía anterior. Entonces, el equipo médico decidió realizar una nueva cirugía, más exploratoria, agresiva y radical, con riesgos mayores. En familia estuvimos de acuerdo con la realización del procedimiento, y durante ese tercer posoperatorio comenzamos a experimentar nuestros mayores desafíos.

 Mi esposa, Lucilene, y nuestros hijos vinieron de Ji-Paraná a San Pablo, a fin de acompañar el tratamiento. Es claro que ellos sufrieron con la incertidumbre, pues de todos los pronósticos el más optimista era el éxito de la cirugía (preservación de la vida); pero podría haber complicaciones sumamente serias, como retardo mental grave, pérdida de los movimientos de los miembros superiores, pérdida de la coordinación motora, sordera permanente, ceguera, entre otras cosas. Tanto mi familia como mis colegas de ministerio, especialmente de Ji-Paraná, se unieron en oración y súplicas, clamando por mi vida.

 Una vez más las oraciones fueron escuchadas, y pasados los efectos de la anestesia, mientras descansaba en el dormitorio al lado de mi esposa, el milagro de la curación se manifestó. Ya en la primera evaluación médica, cerca de 18 horas después del término de la cirugía, verificaron que las complicaciones clínicas eran mínimas. Con la amputación de parte del tracto auditivo del lado izquierdo, perdí la audición y desarrollé un cuadro agudo de laberintitis.

Ministerio: ¿Cuáles han sido sus mayores dificultades? ¿Qué ha hecho usted para superarlas?

 Pastor J. Antunes: Mi mayor dificultad es lidiar con las pocas secuelas que están presentes en mi vida diariamente. Algunos días me siento limitado físicamente para trabajar como quiero y con la intensidad que espero. Cuando eso sucede, recurro a la oración para encontrar soluciones.

 Como mi tratamiento no es más medicamentoso, aunque exige cuidados especiales, utilizo los ochos remedios naturales que Dios nos dejó (agua, aire puro, alimentación saludable, descanso, ejercicio físico, luz solar, temperancia y confianza en Dios), y eso trae tranquilidad a mi vida. Finalmente, intento estar próximo a los dirigentes de cada una de las iglesias de mi distrito, para que sean la extensión de mi ministerio pastoral en el contexto local.

Ministerio: ¿Qué cambió en su concepto de ministerio después de su enfermedad?

 Pastor J. Antunes: Siempre vi mi ministerio como un gran privilegio, cercado por enormes responsabilidades. Sin embargo, aunque buscara hacer lo mejor de mi parte, hoy pienso, al reflexionar sobre mi vida, que no comprendía el verdadero sentido de urgencia que se nos requiere para la época en que estamos viviendo.

 Hoy tengo la oportunidad de predicar el evangelio como antes, pero “mi” sentido de urgencia cambió, pues vivo cada día verdaderamente como la última oportunidad que tengo para comunicar las palabras de vida eterna a cada persona que está a mi lado; y también como la última oportunidad que las personas tendrán de escuchar y aceptar el mensaje de salvación. Y eso cambia el resultado para quien predica y para quien escucha.

 Verdaderamente, creo que Jesús hizo un milagro en mi vida y sé que esta es una nueva oportunidad de testificar, no solamente por definiciones religiosas, conceptos teológicos o por la fuerza doctrinal, sino como testimonio vivo del poder restaurador de Jesucristo, no solo en mi salud física, sino –principalmente– en la salud espiritual.

Ministerio: ¿Qué consejo les daría a nuestros colegas de ministerio?

 Pastor J. Antunes: Sobre nosotros pesa la responsabilidad de predicar en el momento más solemne de la historia y acerca del evento más importante predicho en toda la Biblia: la segunda venida de Jesús. A veces, leyendo la historia de hombres y mujeres que hicieron grandes cosas en el nombre de Dios, como aquellos que están mencionados en la galería de los héroes de la fe (Heb. 11), me siento limitado e indigno frente a los desafíos que tenemos.

 Vivimos en este mundo complejo y enfrentamos grandes desafíos. Vemos personas que abandonan la fe, observamos el sincretismo religioso, el relativismo y la mundanalidad que asedian de diferentes maneras, y un conflicto de generaciones que se intensifica en algunas comunidades.

 Frente a esta realidad, pienso: ¿Por qué el Señor no permitió que los héroes de la fe vivieran en esta última hora de la Tierra, para enfrentar los grandes desafíos que se levantan contra su pueblo? Entonces recuerdo que Dios es omnisciente, omnipresente y omnipotente; y que él no se equivoca, no se engaña ni se olvida, y no hay nada que le pase desapercibido.

 Fue el propio Dios quien eligió a los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y a la descendencia de ellos para que fueran llamados su “pueblo de propiedad exclusiva” (1 Ped. 2:9). El Señor eligió a cada uno de los profetas, tales como Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Daniel y Ezequiel para que, en diferentes épocas, lugares y pueblos, ellos fueran sus mensajeros, concediéndoles el poder del Espíritu Santo.

 Jesús eligió personalmente, discipuló y envió a cada uno de los doce apóstoles para que fueran e hicieran discípulos entre las naciones (Mat. 28:18-20). A lo largo de la historia del cristianismo, el Señor mantuvo hombres y mujeres de fe y coraje para proclamar su mensaje y ser sus testigos.

 El mismo Dios que cuidó de su iglesia en el pasado continúa cuidando de su pueblo hoy, y eso tranquiliza mi corazón. De acuerdo con lo que escribió Elena de White: “Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ¡Alabemos a Dios! Mientras contemplo lo que el Señor ha hecho, me siento llena de asombro y confianza en

 Cristo como nuestro caudillo. No tenemos nada que temer en lo futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido y sus enseñanzas en nuestra historia pasada” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 443).

 Fue el Señor quien nos llamó para ejercer el ministerio en este tiempo. Jesucristo nos escogió para que seamos evidencias de su poder en el mundo, luz en medio de las tinieblas, certeza entre las incertidumbres, y curación en medio de las heridas físicas y del alma. El Hijo del Hombre tiene el control de los eventos mundiales, y en sus manos está el timón de la historia. Jesucristo nos separó en este tiempo solemne para que vivamos únicamente por la fe en la revelación de su Palabra y enfrentemos los eventos finales.

 En otro texto inspirador, Elena de White escribió: “La obra que nos espera es de tal naturaleza que exigirá el ejercicio de toda facultad del ser humano. Exigirá el ejercicio de una fe enérgica y una vigilancia constante. A veces las dificultades que habremos de arrostrar serán muy descorazonadoras. La misma magnitud de la tarea nos espantará. Y sin embargo, con la ayuda de Dios, sus siervos triunfarán finalmente” (ibíd., p. 441).

 De esa manera, seamos obedientes a la invitación divina y abandonemos nuestro confort personal y nuestras conquistas temporales, para vivir por aquello que es eterno. “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isa. 55:6). Concluyo con un pensamiento del humilde zapatero soñador que se transformó en un predicador visionario y comprometido, conocido como “El padre de las misiones modernas”, William Carey (1761-1834): “Espere grandes cosas de Dios, haga grandes cosas para Dios”. Mi deseo es que Jesús lo bendiga poderosamente.

Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio, edición de la CPB.