Las cosas pequeñas tienen mucha importancia. y su valor es sobradamente conocido. No es posible despreciar los detalles insignificantes, las minucias indispensables de los hechos y las cosas. Por ejemplo, un detective perito en criminalidad puede encontrar al autor de un crimen siguiendo una pista proporcionada por un simple botón de camisa encontrado junto a la víctima. Se sabe que unas resquebrajaduras en una represa pueden ser causa suficiente para destruirla y ocasionar incalculables perjuicios.
En los medios religiosos evangélicos se citan experiencias muy comunes para reforzar el pasaje bíblico que nos advierte acerca de ‘‘las zorras pequeñas”. Los predicadores en general se valen de esta expresión del libro del Cantar de Salomón para llamar la atención a los hermanos respecto de las cosas pequeñas que les parecen que están minando su espiritualidad. Esta manera de clasificar las cosas pequeñas ha perdurado durante los siglos hasta llegar a nuestra hora explosiva actual, cuando las “cosas pequeñas” del mundo de las ciencias tienen otros valores y se llaman electrones y protones. No han aumentado de tamaño, sino que se las ha apreciado desde otro ángulo. En forma paralela, en el ámbito espiritual, nos parece que no debemos seguir midiendo las cosas pequeñas por el “sistema métrico” de “las zorras pequeñas” del pasado. Bien nos recordamos aquellos días lejanos cuando una sencilla manga de blusa era, una “zorra pequeña” muy observada y combatida. Y la dueña de esa “zorra pequeña” de aquel tiempo era acusada en todas partes. Pero el tiempo ha venido a dar una faz nueva y un concepto diferente a muchas cosas pequeñas que en el pasado eran tenidas en la categoría de “zorras pequeñas”.
¿Qué queremos decir con esto? ¿Será que no existen más “zorras pequeñas” que, causen daño a la viña?
Este comentario no tiene por objeto tratar de “las zorras pequeñas” porque no andamos tras sus huellas. Nuestra intención es observar las cosas desde otro ángulo, fruto del análisis del comportamiento humano en el terreno de las relaciones sociales.
El proceso evolutivo de los hábitos y las costumbres es un fenómeno sociológico que no violenta la fe ni invade su terreno, siempre que se guarden las debidas proporciones y dentro de las normas de la moral y la decencia que siempre han caracterizado a la familia humana. Este aspecto de la vida humana ha pasado por fases de estancamiento, con imperceptibles mutaciones, y sin embargo, después de un tiempo ha avanzado al paso rápido de otros sectores de la vida. Por ejemplo, antiguamente era común el uso de los zuecos, baratos y cómodos para trabajar en el patio de la casa, en la huerta y en el jardín. Sin embargo, hoy es difícil encontrar zuecos en las zapaterías y en cambio, el calzado plástico ha invadido los hogares.
Cuando servíamos en el ejército, en años pasados, se empleaban las polainas de cuero duro y fuerte, las casacas apretadas al cuello, y los cinturones y tirantes de cuero. Los soldados de hoy, felizmente, están libres de esto. Sin embargo, no han cambiado sus objetivos, sino que su indumentaria ha experimentado una transformación radical.
Por esto es que cuando vemos que algunas personas persisten en seguirles la pista a las “zorras pequeñas” de las décadas pasadas, tenemos la impresión de que están actuando como fuera de tiempo. Imaginemos que a algunos cazadores se les ocurra ir en busca de raposas en tierra extraña, donde los camellos están a la vista y estorban el camino.
Realmente ya no es tiempo de considerar a las zorras pequeñas según el modo como se las conceptuaba en el pasado. Creemos que tales “zorras pequeñas” no son las que causan daños a las “viñas”, a las “uvas”; sino que posiblemente son los “camellos” los que están dañando las “ramas”, y están quitando la belleza y la fertilidad de la viña. Es obvio que si empleamos nuestro tiempo tras las “zorras pequeñas” (que no tienen culpa por el daño causado a la viña), los camellos se aprovecharán para seguir en su acción solapada. Entonces, tanto la prudencia como la lógica indican que se haga una inversión de los papeles, esto es, que se dejen en paz a las “zorras pequeñas” y se dé caza a los “camellos”. Posiblemente, las zorras serán más astutas, sin embargo, los camellos son más resistentes, y por esto, requieren más talento y capacidad para anular sus acciones. Las raposas son indefensas y basta un grito para ponerlas en fuga y humillarlas; sin embargo, los camellos tienen piernas más largas, el pelo más duro y un mayor radio de acción. No es posible cazarlos con las mismas armas utilizadas contra las raposas. Por eso mismo reclaman providencias de mayor alcance y significado.
Para Isaac la llegada de los camellos fue motivo de felicidad y de intenso regocijo. Pero creemos que los “camellos” que hoy nos causan estragos en la viña no nos proporcionan semejante placer. Sin embargo, para descubrir sus pisadas, se necesitan hombres que estén a la altura de tal cometido; para neutralizar sus acciones o bien eliminarlos, se requiere una visión ungida con el colirio celestial, a fin de no incurrir en los mismos errores de aquellos que, en el pasado, veían a las “zorras pequeñas” pero consideraban su caza como algo despreciable y no como una invitación a la acción, a la conquista, mediante la práctica del amor fraternal, plasmada por el espíritu comprensivo y por el elevado significado del sentido que tienen los derechos humanos.
Sobre el autor: Tesorero de la Asociación de San Pablo, Brasil