A pesar de la importancia, del alcance y de los resultados de los métodos masivos, nada supera el contacto personal.

Vivimos en un momento único de la historia occidental. Necesitamos el surgimiento de un nuevo mundo. Un profundo cambio de paradigma ocurre a nuestro alrededor: un cambio socio-cultural del modernismo al desconocido posmodernismo. Como resultado, la fe y la iglesia han dejado de ser fundamentales para la vida de las personas, y no ejercen la misma influencia de hace unos siglos. A este proceso se lo llama “secularización”, y se caracteriza por un cambio gradual en la cosmovisión occidental, desde el Renacimiento hasta nuestros días.

La realidad del secularismo

En primer lugar, creo que es importante definir la palabra “secular”. El diccionario de la RAE lo define como “perteneciente o relativo a la vida, estado o costumbre del siglo o mundo” y “que no tiene órdenes clericales”.[1] ¿Podemos incluir a todos los que nos son religiosos dentro de esta definición? Sí y no. Desde un punto de vista individual, a pesar de no tener ninguna relación con la religión institucionalizada, existen diversos niveles de “secularización” entre las personas.

Algunos declaran la existencia del secular “moderado” o del “firme”. Thom Rainer, en tanto, sugiere la existencia de aquello que él llama “La escala Rainer para las etapas de la fe”. Esta identifica, en cinco niveles diferentes, la receptividad de las personas en cuanto a su experiencia religiosa: (i) Las altamente receptivas al oír y creer en el evangelio; (2) las receptivas al evangelio y a la iglesia; (3) las neutras, sin claros indicios de interés y, tal vez, abiertas a la discusión; (4) las resistentes al evangelio, pero sin ser antagonistas y (5) las altamente antagonistas, al punto de ser hostiles.[2] Sin embargo, es importante comprender que, en cada uno de estos niveles, encontramos a personas secularizadas: algunas son más abiertas; otras, más cerradas hacia Dios y la religión.

Por lo tanto, desde un punto de vista evangelizador, podemos definir a la persona secularizada como aquella que no considera la religión como fundamental en su vida ni es influenciado, en mayor o en menor grado, por la fe cristiana. Dependiendo del nivel de secularismo, necesitamos diferentes métodos para alcanzar a las personas secularizadas para Cristo. Pero, independientemente de la situación, podemos usar los principios extraídos del método de Cristo para ganar amigos en la comunidad secular.

La estrategia de Jesús

Elena de White muestra los pasos en la metodología de Jesús para alcanzar a las personas: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ” (El ministerio de curación, p. 102).

Con facilidad ocupamos nuestro tiempo, energías y recursos en sofisticados métodos de evangelismo, y muchas veces nos olvidamos, o pasamos por alto, la simplicidad del método de Cristo. Su estrategia giraba en torno a las personas. Su aproximación se realizaba por medio de los lazos del amor. A pesar de la importancia, del alcance y de los resultados de los métodos masivos, nada supera el contacto personal. Piense conmigo: después de ser alcanzado por el mensaje del evangelio, independientemente del método, el nuevo converso necesita pertenecer a una comunidad. ¿Cuál será, de hecho, el resultado del método de alcance, si la iglesia no practica el método de Cristo? Si creemos que ese es el método de éxito para alcanzar a cualquier persona, es tiempo de que pensemos: ¿Cómo actuaría Cristo en nuestros días, al intentar alcanzar a personas guiadas por los más diversos niveles de secularismo? Me arriesgo a decir: de la misma manera en que el actuó hace dos mil años.

Mezclándose

Una de las principales características de la vida contemporánea es la aglomeración y, al mismo tiempo, la alienación y la soledad. Esta es una de las tristes realidades de la vida urbana en las grandes metrópolis del mundo.

Las personas viven cada vez más cerca, pero al mismo tiempo más distantes entre sí.

Al inicio de 2006, una mujer llamada Joyce fue hallada muerta en su departamento en un suburbio de Londres. Esto no llamaría tanto la atención si no fuera por el hecho de que se la encontró sola en la sala de estar, con el televisor y la calefacción encendidos… dos años después de su muerte Joyce no era una ancianita, sino una mujer de unos cuarenta años, que murió en total soledad, sin que nadie sintiera su ausencia.

Cierto día, Jesús les dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mat. 5:13). El valor real de la sal se aprecia cuando se mezcla con los alimentos. Elena de White escribió: “La sal debe mezclarse con la sustancia a la cual se añade; debe compenetrarla para conservarla. Así también, es por el trato personal como los hombres son alcanzados por el poder salvador del evangelio. No se salvan como muchedumbres, sino individualmente. La influencia personal es un poder. Debe obrar con la influencia de Cristo, elevar donde Cristo eleva, impartir los principios correctos y detener el progreso de la corrupción del mundo” (Profetas y reyes, p 174).

Una de las grandes necesidades del mundo es el contacto social que Jesús ejemplificó. Él se interesaba en las personas. Si pretendemos ganar a nuestros amigos seculares para Cristo, no hay un mejor modelo para imitar. Necesitamos buscar oportunidades para ser sal entre las personas. En este sentido, aquí hay algunas sugerencias: Incluya a amigos seculares en actividades sociales que usted normalmente haría con hermanos de iglesia. Por ejemplo, invítelos a una comida en su casa, practique deporte con ellos, desarrolle intereses que lo lleven a tener mayor contacto con amigos seculares. Sea estratégico, incluso en donde realiza las compras habitualmente. Aproveche cada oportunidad para mezclarse con esos amigos.

Simpatía y compasión

Además de mezclarse con las personas, Cristo también demostraba simpatía hacia ellas. La palabra simpatía se deriva del griego sumpátheia, que a su vez tiene dos raíces: sun (juntos) y pathos (sentimiento). Por lo tanto, significa “sentir con alguien”.

En los evangelios, encontramos a Jesús demostrando, en la práctica, simpatía y compasión hacia las personas. Al contemplar a las multitudes que venían a él, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36). Al percibir el sufrimiento físico que muchos enfrentaban, tuvo “compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14:14). Al tener delante de él a un leproso, “teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó” (Mar. 1:41). Jesús verdaderamente demostraba simpatía, ternura y compasión hacia estas personas. Por esta razón, él era irresistible…

En nuestra sociedad, necesitamos oír atentamente la orientación del Señor, para expresar simpatía por amigos seculares que invariablemente tenemos a nuestro alrededor. “Con una simpatía como la de Cristo, el predicador debe acercarse a los hombres individualmente y tratar de despertar su interés por las grandes cosas de la vida eterna. Sus corazones pueden ser tan duros como el camino trillado, y aparentemente puede ser inútil el esfuerzo de presentarles al Salvador; pero, aunque la lógica no los conmueva, ni pueda convencerlos, el amor de Cristo, revelado en el ministerio personal, puede ablandar el terreno pedregoso del corazón” (El evangelismo, p. 315).

Lo que cada ser humano busca es ser amado; y si, como cristianos, no somos capaces de expresar amor y compasión, ¿dónde lo encontrarán las personas? “La verdadera simpatía entre el hombre y sus semejantes ha de ser la señal que distinga a los que aman y temen a Dios de los que desconocen su ley” (Mente, carácter y personalidad, 1.1, p. 86).

Ministrando las necesidades

Otro factor fundamental en la metodología de Cristo era la forma en la que ministraba las necesidades de las personas. En este punto, se pueden destacar al menos tres aspectos fundamentales.

En primer lugar, necesitamos demostrar un interés real, por medio de una aceptación incondicional. Aceptar no significa aprobar cualquier tipo de comportamiento contrario a nuestras creencias. Sin embargo, si queremos que nuestros amigos seculares acepten a Cristo, necesitamos demostrar respeto hacia ellos. Aceptarlos como son. No intente cambiarlos. Ese trabajo le pertenece a Dios.

Luego, es esencial comprender cuál es la necesidad de quienes queremos alcanzar para Cristo. Nuestro rol no es juzgar a las personas, sino comprenderlas, apreciar y demostrar interés en sus sentimientos y dificultades, en el intento de ministrar sus necesidades. Recuerde: mientras más conozca de la sociedad secular, más podrá discernir sus necesidades reales. Escuche con atención lo que le diga.

Finalmente, debemos buscar las oportunidades para compartir la fe que vivimos, como alternativa viable que podrá, de alguna forma, llenar el vacío del corazón.

Ganar su confianza

Una característica triste de nuestros días es la desconfianza, que es consecuencia del individualismo. En realidad, esa es la causa de la mayoría de los problemas de las relaciones interpersonales. Por esto, el desarrollo de la confianza es primordial en nuestro intento de atraer a las personas a Cristo. Aquí, nuevamente, el ejemplo de Jesús habla más fuerte. Él ganaba la confianza de las personas de forma natural. Después de mezclarse con amigos seculares, de demostrarles simpatía y de ministrar sus necesidades, será un amigo de esas personas. Ellos confiarán en usted. Pero, se debe tener algunos cuidados.

Al acercarse a personas secularizadas, ellas necesitan sentir que usted tiene las mejores intenciones en relación con ellas, y que no tiene intenciones escondidas. Necesitamos demostrarles que nos interesan y que son importantes para nosotros, incluso antes de que les presentemos las verdades bíblicas. “Dadles evidencias de que sois cristianos, de que deseáis la paz y de que amáis sus almas. Dejadles ver que sois concienzudos. Así ganaréis su confianza; y luego habrá bastante tiempo para las doctrinas” (El evangelismo, p. 150).

Otro aspecto es nuestro deseo de mantener la amistad con ellas, independiente de la decisión que tomen -favorable o no- hacia la iglesia o hacia el bautismo. Lamentablemente, muchos son víctimas de esta situación. Desde que su “amigo cristiano” percibió que la decisión por Cristo no sería un tema fácil, la tendencia fue dejar esa amistad de lado y buscar a otras personas. Ese no es el mejor camino por seguir.

Además, al acercarnos a personas secularizadas, debemos practicar lo que predicamos y enseñamos. Vale la pena reflexionar en si nuestra ortodoxia se ve reflejada en nuestra ortopraxia. Elena de White apunta a la misma realidad: “Nuestra influencia sobre los demás no depende tanto de lo que decimos como de lo que somos” (El Deseado de todas las gentes, p. 115). Las personas seculares confiarán en usted cuando se den cuenta de que su vida es coherente con sus palabras. Cristo conquistaba la confianza de las personas porque su vida demostraba claramente lo que enseñaba.

La invitación

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). Así es como Jesús describe su relación con aquellos que lo aceptan. Note que una relación de confianza antecede a la invitación de “seguir”. Entonces, las ovejas oyen la voz, y luego lo siguen. Seguir a Cristo no es algo mecánico. Al contrario, es una experiencia vital, que resulta de una relación de confianza. Al aplicar de manera consciente y apropiada los cuatro primeros pasos del método de Cristo, habremos establecido el fundamento que nos permitirá extender la invitación hecha por él: “Sígueme”.

Además, otra manera poderosa de dar testimonio a las personas secularizada es el hecho de compartir nuestra propia experiencia cristiana, nuestra historia con Dios, con el propósito de despertar en ellas el deseo de tener la misma experiencia. “Como testigos de Cristo, debemos decir lo que sabemos, lo que nosotros mismos hemos visto, oído y palpado. Si hemos estado siguiendo a Jesús paso a paso, tendremos algo oportuno que decir acerca de la manera en que nos ha conducido. Podemos explicar cómo hemos probado su promesa y la hemos hallado veraz. Podemos dar testimonio de lo que hemos conocido acerca de la gracia de Cristo. Este es el testimonio que nuestro Señor pide y por falta del cual el mundo perece” (El Deseado de todas las gentes, p. 307).

Sobre el autor: Pastor de la iglesia Adventista de Nueva Semente, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Esta es la definición de “seglar”, sinónimo de secular y más apropiado para el uso que le da este artículo. Ver SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=secularismo (23/11/10). (El editor.)

[2] Thom S. Rainer, The Unchurched Next Door (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2003), pp. 55-57.